El único cliente de la peluquería : A
las diez de la mañana soy el único cliente de la peluquería. Me atiende el
peluquero que se dedica a los hombres mientras las tres peluqueras que he visto
al entrar hablan entre ellas. Entonces empieza a sonar “Losing my religión” en
el hilo musical y una de ellas empieza a cantarla entera. Tiene buena voz.
Quiero girarme para ver cuál de las tres es, pero mi peluquero me obliga a
tener la cabeza fija para poder trabajar con precisión, como si estuviera
puliendo una pieza de fórmula uno que fuera a pasar la prueba del túnel del
viento. Estoy por decirle que ya vale, que por mí ya está bien, que al fin y al
cabo se trata solo de pasar la maquinilla al dos, que lo que quiero es darme la
vuelta antes de que Michael Stipe llegue al último “But that was just a dream,
try, cry, why, try / That was just a dream, just a dream, just a dream / Dream”.
No es posible. Mi peluquero quiere alinearme las patillas y no deja de ver
algún que otro pelo que hay que ajustar con decisivos cortes con la tijera. Es una
canción que no he querido traducir por temor a que la letra no esté a la
altura de la música o del título. Me conformo con alguna que otra frase y
cuando mi cerebro va a unirlas para mostrarme el significado completo bajo el
canal de la voz y subo los demás. “That was a dream”, canta la peluquera. ¿Pero
cuál? ¿La que lleva su gordura con un punto de chulería canalla? ¿La del
tatuaje en el cuello? ¿La del pelo corto y ojos verdes?. Repaso los bordes del
espejo, pero ninguna de las tres se refleja. Michael Stipe se acerca al final y
sé que me voy a quedar sin saberlo. La peluquera canta como si estuviese sola, recordando
un momento en el que sonaba la canción de fondo. Las demás callan. Todos
callamos. “Just a dream / Dream”. Por la tarde, en el cumpleaños, con la mesa
llena de cuencos con aperitivos, se habla de temas intrascendentes. Los niños
prefieren el de las bolas con forma de balón de fútbol. Estoy a punto de contar
lo de la peluquera, pero tendría que explicar muchas cosas para no llegar a
ningún sitio. Ojalá supiera cómo hacerlo para tenerlos ahí sentados, con la
peluquera cantando a sus espaldas, con el deseo de girarse.
sábado, 6 de junio de 2015
viernes, 5 de junio de 2015
La llave bajo el felpudo
La llave bajo el felpudo : El contable es ese músico que sabe que ahí donde actúe
siempre le van a poner delante la misma partitura para que la interprete. Hay que
entenderlo y disculpar esos gestos lentos, ese aburrimiento como musgo que
trata de combatir con la precisión de sus números. Conviene elogiar su
segmentación de la cuenta de pérdidas y ganancias por centros de costes y su
habilidad con las tablas dinámicas. Así ofrecerá una sonrisa pequeña mientras
se lleva la mano al nudo de la corbata para comprobar que está bien apretado.
Para él el bote de cristal con pequeñas gomas de borrar con forma de cabeza de
zorro es un código en su lista que se sabe de memoria. Debajo de ese código
está la llave con la que a veces abre la puerta del pasado para saber en qué
momento no supo tomar el camino que le habría llevado a ese departamento en
el que se reúnen para decidir el número de cabezas de zorro que va a
llevar el pequeño frasco y, lo más importante, de qué color ha de ser el tapón.
jueves, 4 de junio de 2015
Un baño flemático
Un baño flemático : Lucía y yo nos damos el primer baño de la temporada
con cierta flema inglesa, como si nos hubiésemos prohibido las manifestaciones
de alegría. Nos da por ahí aunque no tengamos razones objetivas para la queja:
el agua está caliente, el vigilante nos deja jugar con los aros y la piscina es
lo suficientemente amplia como para encontrar un hueco en el que jugar. A pesar
de todo, nada de risas, ni de gritos, ni de salpicaduras. Terminamos nuestra
sesión de juegos como si cumpliéramos con una prescripción médica que hubiera
determinado el momento preciso de hacerlo. Nos secamos. Nos cambiamos. De
vuelta a casa decidimos parar en el restaurante chino de siempre para comernos
unas gyozas y celebrar, ahora sí, que hemos estrenado la piscina este año.
miércoles, 3 de junio de 2015
Un índice económico subjetivo
Un índice económico subjetivo : Lucía me dice que necesita unas gomas de borrar
ya que las que tenía o se le han roto o se le han manchado al usarlas sobre
tinta. No le pongo objeciones porque me gusta que le atraigan los artículos de
papelería. Repaso con ella las gomas de varios diseños, tamaños y precios
colgadas en los blisters del Carrefour. Trato de que elija alguna del grupo de
las más baratas porque pienso que, en el fondo, todas son iguales. No me dice
que no, pero la veo irse hacia la zona de las caras. Mientras ella se decide,
voy mirando la cantidad de gomas que hay de cada tipo. Este stock es el que me
sirve para medir la situación económica, al margen de lo que digan los políticos
desde su sectarismo. Al final acaba sugiriendo que le compre una de ahí. Es que
me gusta cómo huelen, me dice. Y yo, que hace muchos años que no he olido
ninguna, recuerdo el olor con una nitidez me sorprende.
martes, 2 de junio de 2015
El movimiento en reposo
El movimiento en reposo : La percepción de una bicicleta está incompleta hasta
que se añade su sombra. No vale
cualquiera. Tiene que ser próxima, meticulosa, contundente: que se pueda
recorrer después con el índice cuando la bicicleta ya no esté ahí. En una
realidad de objetos que esconden el secreto de su mecanismo, en su sombra la
bicicleta se muestra como una sencilla estructura que cualquiera puede leer sobre
el encerado de la calzada. Tan fácil. Creemos entenderlo todo hasta que la
vemos de nuevo en movimiento.
lunes, 1 de junio de 2015
Un pez de ciudad
Un pez de ciudad : A veces Daniel se
despista y el agua de Sharky vuelve a estar turbia. El acuerdo al comprarlo era
que lo cuidaría, así que lo llamo y lo regaño un poco. Algo leve, como si le
leyera una de esas normas europeas que cumples si te apetece. Daniel baja la
cabeza porque sabe que estas charlas lo alejan del perro que quiere. Le digo
que debe prestar más atención al pez y al mismo tiempo pienso que no es
descuido o pereza, es que a veces todos nos olvidamos de él: un pequeño concepto
que nada muy por debajo de la superficie de nuestras ideas cotidianas. Es hasta
lógico que, cuando nos acordemos de él, el agua esté como ahora.
Seguimos el procedimiento para cambiarle
el agua y que viva más tiempo. Esto está muy bien, pero hay que cuidar
la frecuencia con la que lo hacemos porque, al fin y al cabo, se trata de un
pez de ciudad y debe acostumbrarse a moverse en un ambiente un poco contaminado.
No sé qué sería de nosotros si algún día nos levantáramos y el aire fuera
completamente puro.
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