domingo, 31 de marzo de 2013

La Primavera en sobres




La Primavera en sobres : Soy consciente de que por fin estamos en Primavera (la mayúscula se la pongo yo) cuando veo cientos de sobres de semillas expuestos en una tienda Tiger, que es como un IKEA de barrio. No es el Valle del Jerte y para cualquiera que no sea muy (muy) de ciudad la situación no tiene nada de especial, pero a mí me conmueve.

Los sobres son muy baratos, así que podemos llevarnos bastante Primavera a casa. Tres de éstos y tres de aquéllos. Hasta nos llevamos uno de girasoles para ver qué pasa si crecen y crecen : llegado el momento, queremos disfrutar del problema de qué hacer con ellos como el que se echa tabasco en la pizza sabiendo qué le va a pasar a su lengua. ¿Pero qué sería de la vida sin picante?

Además de baratos son bonitos. Me imagino (debería comprobarlo), que con la crisis se habrá reducido el presupuesto de jardines y que, por ahorrar, se dará por buena cualquier planta que crezca por sí sola al no haber dinero para semillas. Es posible que la primabera pierda su mayúscula primero y, después, la uve vea cómo le crece el palo de la be sin que nadie se preocupe en podárselo. Atrás quedarán esos tiempos de Primavera para todos.

¡Nada de lamentos!. A los mellizos les explico cuál es mi plan para que se aficionen a las plantas. Quiero que cuidemos de ellas en común, para que lo recuerden, para que aprendan a amar a la Naturaleza, para que reforcemos lazos. En cuanto lleguemos a casa, les digo, metemos los sobres en el microondas para ver cómo crecen las flores : la experiencia con las bolsas de palomitas finalmente nos va  a servir para algo. 

sábado, 30 de marzo de 2013

Media hora antes del Big Bang



Media hora antes del Big Bang : En “Prometheus”, una película que no parece una película, y menos de Ridley Scott, un marciano, alto como una escoba y media, se tira al mar en un planeta para que sus genes se disuelvan y surja la vida en esa tierra lejana (que no en la película, que nace muerta y así se queda hasta el final). Como explicación del origen de la vida no está mal, pero la historia habría sido diferente si el señor Scott hubiera visto, como yo hoy, en picado, una vasija de barro con sus alubias, su chorizo y su morcilla, bien cuajado todo. De haberla visto, de haberla olido, de haberse enfrentado a un plato caliente con una cuchara en una mano y un trozo de pan en la otra, habría descubierto que la vida nació aquí, en este plato, y que toda esa cháchara del marciano y su traspiés no deja de ser una rendición por no haber tenido el valor de sacar un plato de alubias en una película de ciencia ficción. Alubias en el espacio : con dos cojones. Y así habríamos tenido al marciano volcando la vasija de alubias en el río para darle un empujón a la naturaleza en una gran escena científicamente irreprochable. I-rre-pro-cha-ble. En esto pensaba cuando iba por la mitad del segundo plato, media hora antes del Big Bang.

viernes, 29 de marzo de 2013

El primer sentido de la cata




El primer sentido de la cata : La guía llega un poco tarde, quizás por la lluvia. Se ajusta un pequeño altavoz a la cintura, lo prueba, y comienza la visita. Todos los que la seguimos somos españoles, pero en una bodega que exporta el ochenta por ciento de su producción, deberíamos ser minoría. En el almacén podemos ver los palés listos para ser recogidos con direcciones de todas partes del mundo. No me parece mal : así los ingenieros que se marchen fuera podrán tomarse un vino de la zona en un restaurante danés y sentirse como en casa sin las desventajas de estar en casa (podría decirse que fuera se envía el mosto y aquí se queda el hollejo)

Del proceso de la uva poco nuevo se puede decir en unas instalaciones inmaculadas que parecen haber sido revisadas minutos antes por el señor lobo. Las dos fermentaciones, el roble americano, los meses en barrica. La descripción técnica que se repite en todas las bodegas. Pero hay que tener paciencia. Estas piedras que parecen ser solo un elemento decorativo se riegan en verano y sirven para mantener la humedad de forma natural.

Un poco más de paciencia y la guía, que me da la impresión de sentirse más cómoda cuando se aleja del camino del catedrático, nos cuenta la historia de una zona apartada que descubrieron cuando les compraron la bodega a los antiguos dueños. Era una porción de terreno con diferentes tipos de uva plantados de una forma aleatoria, sin criterio aparente. Como abandonada. Pero, dice la guía. Y sé que por ese pero va a estar justificada la visita.

Pero el enólogo tuvo una intuición y, en vez de levantar la tierra para disponer cada tipo de uva en formación, decidió probar y elaborar un vino con las clases de uvas que había, siguiendo su proporción. De ese proceso salió el vino del que la bodega actualmente se siente más orgullosa.

La historia es tan buena que no me importa que pueda ser falsa. ¿Quién no pagaría un poco más por probar un vino así?. Se dice que el primer sentido que se utiliza en una cata es la vista. Aquí resulta evidente que eso es falso y que, realmente, el primero de todos debería ser el oído, que les ofrece a los demás una historia para estimularlos, como perros tras una pista.  

jueves, 28 de marzo de 2013

Una procesión con dos pasos




Una procesión con dos pasos : En el suelo veo varios paraguas de diferentes colores, como banderillas que no hubieran tenido éxito en atemperar la tormenta. Lleva toda la semana lloviendo y no hay que ser de los que se conocen todos los motes de los del pueblo para saber interpretar las nubes que permanecen fijas ahí arriba : la situación no va a cambiar. Me imagino que habrá miedo a que no puedan salir las procesiones por las calles.

También llueve en Concarneau, que es un pequeño pueblo de Francia. Allí es viernes 7 de noviembre. “El viento se cuela por las calles , y a veces pasan trozos de papel volando a gran velocidad a ras de tierra”. Un hombre, “un poquito alegre”, sale del Hotel de l´Amiral. Intenta encender un puro junto a un portal de dos escalones. Se escucha un fogonazo. “Cae de bruces al suelo, junto al bordillo, con la cabeza en el barro del arroyo”

A mí la lluvia me viene muy bien para sacar a mis santos particulares de procesión. Cuanta más agua, mejor. Y un toque de ese viento de Concarneau. Es el tiempo perfecto para coger una historia de Maigret y dejarse llevar. La única duda que tengo sobre estos dos pasos es si primero tiene que ir Simenon o Maigret. La cuestión de la gallina y el huevo en versión novela negra. Bueno, da igual. Lo único seguro es que detrás voy yo, siempre rendido a sus historias, y que esta vez, a mi lado, va un perro canelo. 

miércoles, 27 de marzo de 2013

Objetos pegados a su utilidad




Objetos pegados a su utilidad : Parece que vamos dejando atrás los problemas : empezamos el viaje hablando de ellos y poco a poco nos vamos quedando en silencio. La última queja, cuando paramos a llenar el depósito, es sobre el precio de la gasolina. Un buen rato sin hablar y después unas cuantas frases sobre el futuro de Mourinho, la renovación de Xabi Alonso, la titularidad de Diego López. Tampoco profundizamos mucho porque hasta el fútbol pierde consistencia lejos de la ciudad.

Estar en el pueblo tiene algo de juego infantil. Esa sencillez de comidas  en mesas amplias, días que se dejan hacer, objetos pegados a su utilidad, un tiempo que se mide por las sombras y lecturas que se retoman en cualquier momento. Jugamos a creernos que es un pueblo lo que no es sino la ciudad sin espinas.

Coincidimos en que podríamos acostumbrarnos a seguir sin Mourinho, pero no sin Xabi Alonso. 

martes, 26 de marzo de 2013

Tres mujeres y cuatro cervezas




Tres mujeres y cuatro cervezas : Que se retrasan, que la lluvia, que ha llegado la que faltaba y que acaba de pedirse una cerveza, que en veinte minutos donde habíamos quedado, que si me apunto, que está muy cerca, que hay gente del anterior trabajo, que el local está bien, que así no paso frío, que bueno, que lo que quiera, que esté pendiente del móvil, que, si cambio de opinión, las llame.

Hace un viento desagradable que me quita la capucha cada vez que me la pongo, así que desisto. Si hubieran dicho vino, tal vez, pero por una cerveza no cambio el plan. Me acerco a los Golem, en Martín de los Heros, y me leo todas las críticas que están expuestas de unas películas que quizás vea dentro de varios meses. Cuanto más fuerte cae la lluvia y más golpea el viento, más meticuloso soy : desde el titular al nombre del crítico.

No me dejo ni una sola crítica. Tengo los pies fríos, el pelo empapado y las manos metidas en los bolsillos. No importa : cine y cena.

lunes, 25 de marzo de 2013

Fantasmas de piel fría



Fantasmas de piel fría : Al infierno se puede llegar subiendo unas escaleras. Ahí está el departamento de reclamaciones de Movistar, una zona en la que me imagino que los que atienden al público, como los liquidadores de Chernobyl, solo podrán permanecer por pocos periodos porque todos los clientes que llegamos tenemos una historia más o menos tóxica.

Son las ocho de la tarde y solo hay una persona en su puesto. Abajo se quedan las azafatas 3G, el glamour de la exposición de los nuevos terminales y, en general, ese ambiente de planta neonatal en el que otros clientes salen contentos con su recién nacido smartphone en la mano. Abajo hacer calor : aquí se nota cierto frío, como el que dejan los fantasmas de ojos sangrantes en casas deshabitadas y que en este rincón provocan todas las quejas, lamentos y maldiciones contra Movistar que se han ido acumulando en el aire y que merodean alrededor como invisibles medusas.

En este frío infierno, simpatizo al instante con el trabajador que va atendiendo con paciencia a los que me preceden en la cola. Una retraso en una reparación. Unas dudas sobre una garantía. Al margen de la fila, una mujer mayor, inmensa, que se mueve con muletas, exige hablar con el manager. Que tiene que ser ya. Otra, con cierto humor, explica que llevan mucho tiempo cobrándole por algo que ella no ha pedido : enseña papeles, sellos duplicados y fotocopias con la esperanza de que en esta última fortaleza le den una respuesta que no la obligue a caminar sola y desterrada por la llanura congelada de la burocracia oficial.

Cuando me llega el turno, me convierto en el último al que atiende porque en quince minutos cierran la tienda. Me alegra pedirle una gestión tan fácil como un duplicado de tarjeta. Parece algo aliviado. La mujer de las fotocopias espera una respuesta. El hombre descuelga el teléfono y marca el 1004. Vuelve a hacer una consulta y espera. Somos un puesto avanzado que espera noticias del Estado Mayor, para el que parece que no existimos. Deja la señal de espera de fondo y me pasa un papel para que se lo firme. La mujer de las muletas no se cree que el manager esté reunido. Sigue sonando la señal de espera.

domingo, 24 de marzo de 2013

La lonja en las afueras




La lonja en las afueras : Ninguno de los tres editores sabe muy bien qué hacer con un blog como éste. Yo les entiendo porque a mí me pasa lo mismo. Los tres lo miran como si fuera un pez fuera del agua que se agitara violentamente en la mesa que nos separa. Se trata de echarlo al agua, me dicen, sin proponer unos pasos concretos. Pensaba que sería más fácil elaborar un plan en una ciudad que está rodeada por agua, pero este mar está reservado para las novelas, a las que imagino nadando tranquilamente, orgullosas, recibiendo la luz del sol en sus escamas.

El pez que boquea violentamente no tiene nombre. Lo observan sin saber si su carne es comestible, si se vendería bien. Me dan alguna sugerencia, algún consejo, con esos segundos de duda del que señala una dirección sin estar plenamente convencido del mapa. Yo lo anoto todo en mi cuaderno recién comprado con mi bolígrafo recién comprado, aunque al final de las jornadas me sobre espacio en la primera hoja.

Cojo al pez por la cola. No voy a poder soltarlo en las aguas editoriales. Tampoco lo voy a dejar aspirando con ansia el aire de un entorno que no es el suyo. Abro el portátil, lo enciendo, y lo voy sumergiendo lentamente en la pantalla brillante. Veo cómo nada aliviado por la superficie. Después se dirige hacia el fondo hasta desaparecer.

sábado, 23 de marzo de 2013

La reserva



La reserva : Me tomo dos copas de mencía con una compañera del  programa de escritura. Me enseña unas fotocopias con unas fotografías que ha hecho un amigo suyo. Están bien. Pedimos ensaladilla rusa y carne al vinagre de Módena con patatas fritas, que cómo vamos a pedir arroz aquí. Patatas. Me cuenta que esta mañana se le han escapado las ovejas, que su hijo de cuatro años se tumba debajo de los racimos en la vendimia para comérselos, que eso tiene que ser la felicidad, la tierra, la luz entre las uvas; que por las mañanas trabaja de administrativa; que en una selección de poemas que iba a presentar a un concurso faltaba el número ocho y que lo escribió en un momento en la oficina; que prefiere el castellano al gallego porque así no necesita un libro al lado para consultar las dudas, que cada año aparecen nuevas normas; que no puede dejar de escribir : que no puede dejar de escribir. Mientras hablamos, mira a la televisión, como si no tuviera tiempo en casa para este lujo, un programa de vídeos musicales, como una niña curiosa. Come con ganas, con cierta urgencia, y se ríe cuando corto los filetes en trozos. Su carrera de pedagogía, la escuela a la que van sus hijos, su ex, su novio, sus hijos de nuevo y lo mal que se sienten en la ciudad. Me habla de la copia impresa de su ensayo, que es la única que le queda después de que se le borrara en el ordenador. Sus vinos, sus proyectos. Que no puede dejar de escribir, que a veces, con la azada en la mano, golpeando la tierra, se le ocurre algo y nada más volver a la casa tiene que escribirlo en una hoja. Esta puta maldición. Esta bendita maldición. Que no puede dejar de escribir. Esta puta infantería blanca. La reserva.

viernes, 22 de marzo de 2013

Corrientes subterráneas




Corrientes subterráneas : Desde fuera, el hotel tiene una fachada de los años setenta, pero este viaje al pasado es necesario porque al subir la persiana de la habitación me encuentro, por primera vez, con una vista que es mejor de lo que me imaginaba. Cosas así ya no se encuentran en el siglo veintiuno, donde es posible que hubiera algún matiz que lo estropeara todo. Pero no : lo que fue bueno en el pasado sigue siéndolo para siempre, y ahí está, a la izquierda, un campo de fútbol, enfrente, el mar, y a la derecha un paseo marítimo, camino de la Torre de Hércules, que ya tengo ganas de recorrer. Vuelvo a fijarme en todos los elementos. Y otra vez. Con el gesto del que al llegar al final de una frase salta a la siguiente.

Dos copas de Mencía y una tosta de ventresca con pimientos más tarde, me tumbo en la cama. Tengo un cansancio algo nervioso que debo calmar antes de dormirme. Me lo imagino recorriendo la habitación, oliéndolo todo, arañando la puerta para salir. No enciendo la televisión para que se tranquilice.

En ese silencio ordenado, de habitación de hotel en la que no he tocado prácticamente nada, para estirar la impresión de estrenarla, descubro el sonido del mar, que sube hasta la habitación como el del tráfico de madrugada por la M-30. No va a ayudarme a dormir, pero me hace sentir un poco en casa, cumpliendo el mismo efecto que una fotografía de la familia en la mesilla.

Así que, debajo del ruido de los coches está el del mar. Es la interpretación sonora de la frase de los adoquines y la playa, que siempre me ha parecido ridícula. Hasta ahora. Se puede decir que voy a estar dos días aquí para descubrir si debajo de lo que escribo, por donde circulan hechos tan triviales, hay algo. 

jueves, 21 de marzo de 2013

Monedas de barro




Monedas de barro : Salgo del concierto de Battiato con la sensación de que se va despidiendo de nosotros en cada una de sus actuaciones. No ayuda a ponerse optimista el hecho de que los lugares donde estos años le he visto actuar poco después hayan desaparecido : el teatro Albéniz y el escenario del patio del Conde Duque, como si parte de ese adiós incluyera una política de tierra quemada. Por eso a la salida del Price no miro hacia atrás y salgo deprisa, sin detenerme en el puesto en el que se vende su último cedé. Sólo me siento a salvo cuando no estoy a cubierto.

Al margen de esta separación por capítulos, el concierto me ha gustado porque ha sido una representación de la historia de Lázaro con toque siciliano. Battiato comienza sentado en lo que parece una cama (cada año más grande y mullida), limitándose a mover las manos, y, conforme van pasando los temas, se va a animando visiblemente hasta que en un arranque definitivo se pone en pie y se agita con el baile suave del que descubre que se encuentra en la cubierta de un barco con mar picada. Un estilo que valoro y aprecio porque es el único que domino. El público responde poniéndose también en pie y dejándose llevar por esa alegría contagiosa con la que llenó canciones como "Centro di gravità permanente" o "Cucurrucucú paloma" y que no parecen vaciarse nunca.

Anda Battiato dándole vueltas al tema de la vida y de la muerte en sus últimas canciones con una extraña alegría para alguien que le ve ya las guadañas al lobo, lo que contrasta con ese pesimismo gótico de veinteañeros para los que la muerte es un tema de complementos oscuros de ya es otoño eterno en el Corte Inglés. Yo escucho interesado porque en cierto modo me está hablando desde el futuro y cuando llegue a él me gustará encontrar alguna botella vacía (Ribera si puede ser) con algunas de estas letras dentro. Presto atención y me digo que, siguiendo la lógica, el próximo concierto lo dará tumbado y a, final, en el momento más heavy de la noche, se sentará. Que en el siguiente se meterá bajo el edredón, sacando la cabeza en los dos últimos temas. Y que seguirá así hasta que lleguemos a dudar de si está ahí o no.

Personalmente, a mí me da igual. Sé que, por el tipo de canción que es, siempre tendrá fuerzas para cantar la que más me gusta: “L´ombra della luce”. Esta noche la pantalla que hay en el escenario, desaprovechada casi todo el tiempo, acierta con las imágenes de esta canción. Es el tema central : las que le preceden son el camino de ida y las que quedan, las de regreso. Quizás parte de su optimismo venga de la certeza de que, por más lagunas que haya que cruzar más allá, un tema como éste te asegura que siempre tendrás en el bolsillo las monedas de oro necesarias para pagar todos los peajes hasta llegar a donde quieras.

Supongo que ése es el secreto que no deja de enseñarte una y otra vez.  

Salgo del concierto pensando, también, en que ahora las cosas son distintas : la hucha es de oro, pero las monedas que vamos consiguiendo y metemos dentro son de barro. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Sísifo en bicicleta




Sísifo en bicicleta : Albert Camus podría haberse servido de la imagen de una caravana de coches hacia el colegio para representar el mito de Sísifo : dejas a tus hijos y te vuelves a encontrar de nuevo al final de una fila que cada vez es más larga, con la carretera que día tras día se va convirtiendo en un camino de barro y los neumáticos transformándose en ruedas de madera. ¿Que por qué iban a castigar los dioses un comportamiento así? Pues no lo sé, pero no dejo de pensar en esta forma de penitencia cuando enfilamos hacia el paso elevado y ahí están de nuevo los coches.

Día tras día, insisto, pensando en lo del castigo, hasta que esta mañana veo cómo, por el otro carril de sentido contrario, viene un único ciclista pedaleando sin esfuerzo. Si parece tan ágil es gracias a todos los momentos que los conductores hemos estado detenidos. En cierto modo, nos debe parte de su levedad. Pasa muy deprisa, y esa rapidez es un mensaje : como si el propio Sísifo, en su ascenso, hubiera visto caer pequeñas piedras liberadas de la solemnidad, del esfuerzo, de la presión. 

martes, 19 de marzo de 2013

Los primeros años de un animal disecado




Los primeros años de un animal disecado : Esta es una casa en la que se cuida tanto a los peluches de animales que me he acostumbrado a llevar mis celos por ellos como los tiburones esos peces que viven pegados a ellos (aunque tengo tantos ya que un día ya no se me va a ver). Los peluches ocupan el mejor lado de la cama y en su blanda superficie peluda se conserva ese cariño infantil que empieza a huir de esa piel que se nos pone a los tiburones cuando estamos un par de días sin afeitarnos.

Yo creo que los peluches notan ese cariño y que a su modo son felices. Así que, por ese lado, todos contentos en una situación que, hasta aquí, no difiere demasiado de la que se puede encontrar en casas en las que ningún niño muestre prematuramente vocación de cirujano.

Pero aquí la felicidad es más completa, como un periódico el domingo, porque los peluches saben que se les seguirá tratando bien cuando crezcan. Todos los peluches, es la ley de vida de su sector, terminan abandonando esta fase de ojos grandes en rostros pequeños y empiezan a coger peso, su piel se vuelve dura, las extremidades pierden flexibilidad y comienzan a ponerle pegas a cualquier juego que les propongan. Deberían advertirlo en las tiendas.

Es entonces cuando acaban en un vertedero (o punto limpio, en su traducción new age), en un sótano, como premio en ferias de pueblos pequeños o, en el mejor de los casos, vuelven a vivir una segunda falsa segunda vida en la camas de esas veinteañeras a las que su novio les regala el peluche más grande que encuentran para que ellas se acostumbren a dormir con algo peludo a su lado

Aquí saben que su fin será distinto, que cuando no haya sitio material para ellos se les llevará al Museo de Ciencias Naturales, que Daniel insiste en visitar no solo para aprender de lo que hay expuesto, sino para buscarles un sitio. Allí los llaman animales disecados, pero cualquiera con un poco de imaginación se los puede imaginar de pequeños conservando los últimos rescoldos de una forma de querer que, también, otra ley de vida, debe cambiar.

lunes, 18 de marzo de 2013

Pis en la alfombra




Pis en la alfombra : El enfado de mi dentista se va amontonando en los diminutivos que utiliza. Conviene contarlos mentalmente para saber cuándo se debe prescindir del humor como técnica de defensa.

-Hay que prestarle un poquito más de atención a los dientes.

Diez, por ejemplo, te obligan a escuchar la charla como un portero que se hubiera pasado más tiempo dentro de la portería que fuera, como un cachorro que no supiera todavía dónde tiene permitido orinar, como un camarero que descubriera al ver salir los postres de la boda que había confundido el azúcar por la sal.

Al llegar al baño por la noche me encuentro con todos los animales en el lavabo. Debería cogerlos y devolverlos a la bañera, que es el hábitat de los animales acuáticos de plástico, pero cierta estética en su distribución me impide ni siquiera tocarlos.

-Hay que darle un repasito a las encías con la cuerda.

Tengo el cepillo en una mano y la pasta en otro. Juro que venía con la intención de limpiármelos hasta que se vieran los dientes de leche, pero lo que me encuentro también me parece una historia a medio contar. ¿No está el cocodrilo desterrado? ¿Es imaginación mía o el mamut está a punto de levantar la palanca del grifo para que caiga el agua? ¿Y no está colocado el dinosaurio como una referencia para los demás animales que parecen a punto de morir?

Devuelvo el cepillo y la pasta a su sitio y me guardo la determinación sin usar, que es escasa y no conviene desperdiciarla. Sé que me he ganado un diminutivo, que he encajado un gol, que he hecho pis en la alfombra, que he confundido dos tarros. Solo espero que mañana, cuando me levante, la historia haya terminado y que merezca la pena y que antes de que siga hablando mi dentista pueda hacerle un gesto con la mano derecha, escupir en el desagüe de mi izquierda y decirle :

-Es que tengo un cuentecito muy bueno que contarle.

domingo, 17 de marzo de 2013

La lluvia permite jugar más despacio



La lluvia permite jugar más despacio : Dejo que los edificios se escondan y luego juego a descubrirlos poco a poco.

sábado, 16 de marzo de 2013

Respeto por la realidad




Respeto por la realidad : Un vigilante deja de teclear en su móvil para chistarles a dos niños que han pasado corriendo junto al elefante. Yo creo que un poco de jaleo infantil no le viene mal a este museo de animales disecados, pero no pongo mala cara. También pienso que lo de prohibir tocar el gran elefante que hay a la entrada es mala idea. Impedirlo hace que te entren más ganas de acariciarle una pata o de, ya puestos, probar si de un salto puedes tocarle los huevos (y contarlo el lunes : que el sábado, mientras llovía, al tercer salto, así, le rozaste los huevos a un elefante disecado). Pero no es solo eso : si en Florencia nadie pudiera pasarle la mano por el hocico al jabalí, tal vez no se marcharan (como me pasó a mí) con cierta obligación de volver, como si en ese gesto típico se escondiera una promesa hecha a alguien enfermo o anciano. Es cierto que una pata acabaría más delgada que la otra y que, con el tiempo, el elefante entero, con esas telarañas que le veo entre los colmillos, se caería encima de un par de niños como los que acaban de molestar la vigilante, pero como estrategia de marketing funcionaría y niños, por niños no va a ser, que yo mismo llevo dos.

Lucía, apenas entramos, pone cara de querer irse. Es automático. Como si estuviera en una fiesta en la que no conociera a nadie. Daniel lo ve todo repleto de amigos y ya en la primera vitrina se para a mirar. Ahí estoy yo, tirando de una y frenando al otro, atendiendo a lo que me voy encontrando porque sé que este museo, que apenas había pisado hace unos años, se va a convertir en un sitio de referencia al que le tengo que coger cariño deprisa porque en él se van a conservar muchos recuerdos con mis hijos. Muchos. Este esfuerzo de aproximación es mutuo. Veo que en cada visita se van produciendo los cambios que un pequeño presupuesto permite y yo, como forma de agradecérselo, en vez de reprocharle que a pesar de compartir madre, la ciencia, no se parece en nada a su hermana de Cosmocaixa, cojo el móvil y voy anotando cosas que me llaman la atención.

Por ejemplo : Que “la probabilidad de existir es infinitamente más baja que la de no existir”; que en la Amazonia, entre 1900 y 2009 se han descubierto las siguientes especies : 637 plantas, 257 peces, 216 anfibios, 55 reptiles, 16 aves, 39 mamíferos; que un Yanomami se queja de que “en la selva teníamos todo lo que necesitábamos, ahora no podemos conseguir nada en el pueblo”; que “más del 70% de los invertebrados amazónicos aún no poseen nombre científico”; que el que el curare sea veneno o remedio curativo depende de las dosis empeladas; que le pusieron el nombre de Phallus drewesii a un hongo descubierto en el 2010 en honor a (la dimensión, supongo) del Dr. Drewes.

Daniel me pide la cámara para hacerle una foto a una cabeza reducida que tiene toda la pinta de ser verdadera. Por un momento estoy a punto de decirle que no, que es de mentira, pero lo mejor de estar en un museo como éste es que puedes (y debes) decir la verdad, y sí, esa cabeza es de una persona, y no, no la han fabricado. Intento explicarles todo lo que sé aunque no dejo de darme cuenta de que cada vez me veo con menos capacidad de comprender el conjunto. Sí, lo entiendo, pero no consigo comprenderlo : soy de los que cree que el evolucionismo es la estación que aparece cuando se ha dejado detrás el creacionismo, pero tampoco en ella acabo de penetrar en lo que veo. Podría aceptarla si las púas de la concha de la Muricidae no desplegaran esa belleza de ingeniería y precisión. Una belleza que permanece viva en el esqueleto de un gato me aleja de la orilla de las explicaciones y me deja casi siempre andando tierra adentro, sin muchas referencias.

A la hora de llegar, Daniel y Lucía me dicen que están cansados. Es ese agotamiento que acaba provocando la atención por los detalles y el tamaño que no deja de crecer, por culpa precisamente de esa atención, de todo lo que todavía no hemos visto : cada paso alarga el camino. Como solución, el museo tiene una gran sala en otra ala del edificio repleta de esqueletos de dinosaurios. Es el contraste perfecto porque ahí, para relajarse, la mirada no tiene que centrarse en nada, sino, simplemente, dejarse llevar. Yo también agradezco ese paseo jurásico en el que parece permitido que, en vez de entender, te limites a imaginar.

El sitio está repleto. Me obligo a recordar unos nombres. Mesozoico, cenozoico. Y en una de las vitrinas le hago una foto a un cráneo de un homo. ¿Qué homo?. Ya lo he olvidado. Lo que sí recuerdo es que, tal vez cansado de ese viaje al pasado, de repente adelanto noventa años. Noventa años, me digo, y ninguno de los que estamos caminando por aquí esta mañana de sábado estaremos vivos. Me quedo en ese instante de silencio unos segundos y después vuelvo. Es entonces cuando todo el interés pasa de las vitrinas y los dinosaurios a la gente que le da vida al lugar. Es una viaje que conviene hacer frecuentemente por lo que escribe Savater en “El valor de educar” (página 64) : “Del miedo a la muerte (es decir, de cualquier miedo, pues todos los miedos son metáforas de nuestro miedo primordial) provendrá el respeto por la realidad y en especial el respeto por los semejantes, colegas y cómplices de nuestra finitud”. Bullicio de niños. Localizo a Lucía y después a Daniel. Les pregunto si nos vamos. Lucía dice que sí con alegría; Daniel, con pena. No importa, le digo, que volveremos.

Claro que volveremos. Cuando el vigilante se marchó detrás de los niños, aproveché para tocarle la pata al elefante.

viernes, 15 de marzo de 2013

Meteorología bajo tierra



Meteorología bajo tierra : Al llegar a la planta en la que está el coche levanto la vista. Con cuidado, les digo a los mellizos, que siguen moviéndose por el aparcamiento con la tranquilidad del que no se ha llevado ningún susto. Esta mañana el fluorescente brilla con fuerza. Su luz es plenamente blanca, poderosa, sin las dudas o matices de otros días y se va abriendo paso en un cielo de hormigón. Acabará siendo un buen día. Con cuidado, les digo.

jueves, 14 de marzo de 2013

Monumento al Excel en Tatooine




Monumento al Excel en Tatooine : Me sorprende que entre tanta literatura sobre la crisis nadie le haya dedicado un buen artículo al Excel, de los que te hace sudar un poco el cerebro. Es evidente que bajo el grito de “El Excel lo puede todo”, mucho tipos en la Estrella de la Muerte lo han utilizado de la peor manera posible y que este soufflé de mierda financiera no habría subido tanto si los expertos del lado oscuro no hubieran tenido tanta facilidad para hacer malabarismos con fórmulas entrenadas como perros para luchas clandestinas. Hay hojas y macros que se deberían enterrar como el reactor número cuatro de Chernobyl, estableciendo un perímetro alrededor al que nadie debería acercarse

Pero el Excel no tiene la culpa. Bien usado puede hacer que tu vida sea más cómoda : Un simple cambio y gracias a buscarv sus tripas se mueven, como la información de las salidas en los aeropuertos, para darte la información exacta en el balance, la cuenta de pérdida y ganancias y la tesorería. Así. Está por ver que el Word haga lo mismo. No es mala herramienta y tu relación con ella puede ser hasta de amistad si admites que nunca te va a sacar de Tatooine. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

El diablo en las puntas de una tijera




El diablo en las puntas de una tijera : Son las nueve de la mañana y ya huele a pollo asado. La peluquera está sacando unos botes de laca de un armario. Le pregunto si puede cortarme el pelo y me responde que tiene ya una cita con una señora a las nueve, ya mismo. Le digo que lo mío es rápido, que en un par de minutos estoy listo.

Un par de minutos después, justo cuando una mujer mayor llega, hemos acabado. Tengo una maquinilla en casa con la que, prácticamente, podría haber hecho lo mismo. Lo he probado un par de veces. Pero vengo aquí por esa rendija que queda entre prácticamente y exactamente. Me cuenta que como acaba de desayunar, apenas percibe el olor a pollo, pero que luego sí que tiene que comer algo rápido (sin parar, porque su jornada es continua) hasta que, a las cinco, cuando llega a casa, come. Mientras me cuenta esto, me repasa la parte de la nuca. Después vuelve a coger la tijera y va dando pequeños cortes con la punta aquí y allí, como si buscara cierta perfección de bonsái.

Por la noche vuelve a estar ahí, en esa otra rendija que hay entre el café que me sirven (la taza de borde grueso, el asa decorada, el plato ovalado) y el que me podría preparar en casa.    

martes, 12 de marzo de 2013

La probabilidad de existir era infinitamente más baja



La probabilidad de existir era infinitamente más baja : A la entrada del hospital, con letras sobre el suelo que me llegan hasta la rodilla, está formada la palabra cuídate. No sé si las letras están rellenas de ironía, de sentido común, de paternalismo, de filosofía o de fino humor. Lo peor : tampoco sé si está pensada para el que llega o para el que se marcha.

Se diría que no hay por dónde agarrar el mensaje de las siete letras, pero creo que una buena pista es la tilde. Detrás de ella hay una mujer (el gesto de poner una tilde siempre me ha parecido femenino : para mí el corrector del Word es una mujer) que se ha tomado la molestia de colocar una tilde que, actualmente, nadie había echado en falta, que insistió en ella y que aguantó la cara de desconcierto del hombre (a éste me lo imagino hombre, sí) al que le explicó lo de las dos varillas como solución.

-¿Y una tilde pintada?
-No. Unida. Para eso son mayúsculas. 

Sería el regreso a lo básico, al momento en el que todo el complejo hospitalario, con su cara maquinaria y sus especialistas, se convierte en una casa de pueblo en la que alguien cercano y ya mayor nos despide recordándonos en una palabra lo fundamental, más allá de la salud : cuídate como forma de reconocer lo que eres. Un puto milagro.

lunes, 11 de marzo de 2013

Una rebanada de hollejo





Una rebanada de hollejo : A todos nos gusta mucho la ciencia porque gracias a ella podemos jugar al Angry Bidrs en el móvil mientras vamos en el AVE a Puertollano. Se puede decir que estamos inmersos hasta el cuello en la ciencia pero que la cabeza vive rodeada de literatura. Esa dicotomía entre ser de ciencias o de letras es falsa como un portero con tres manos.

Por ejemplo : Yo no le pregunto a Daniel por la mañana si quiere un compuesto de harina y almidón de trigo con vinagre, dos emulgentes (E-481, E-472e), tres conservantes (E-282, E-200, E.202) y un corrector de acidez(E-341i) además de sal, aroma, agua, un 0,5% de aceite, levadura, harina de soja y almidón.

-¿Una tostada como te la preparaba la abuela?

Y él no me pregunta si le voy a poner encima otro combinado de aceites y grasas vegetales con diglicéridos de ácidos grasos, lecticina de girasol, ácido láctico, sorbato potásico, goma xantana, beta-caroteno, agua, leche desnatada, sal, sales de calcio y vitamina Ay D.

-Con margarina.
-Por supuesto.

Los de Bimbo saben esto y por eso en el paquete de Pan de Horno Tierno incluyen un texto con las palabras sentimiento, padre, dedicación, esfuerzo, cuidado, cariño, aroma, delicioso, esmero, tierna, sabrosa, aromática, disponible, calidad, alimento, visitar, adquirir y, claro, tesoro. Puestos a elegir, todos preferimos preparar un desayuno con una rebanada de literatura a una de ciencia aunque después nuestro estómago retire las palabras, como el hollejo de la uva, y se quede con lo que realmente necesita. 

domingo, 10 de marzo de 2013

Una gran colección de minerales falsos




Una gran colección de minerales falsos : Me levanto con la misión de encontrar una ágata azul. Debo tener presente (me recuerdo mientras me visto en silencio para no despertar a nadie en casa) que suelen proceder de Brasil y que hay que andar con cuidado : se pueden falsificar fácilmente introduciendo en las menos vistosas una solución colorante azulada. Cabrones. Me tomo un café también en silencio.

Salgo a la calle con mi misión. Una misión pequeña, pero misión (Un hombre sin misión es menos hombre; tal vez ni siquiera sea hombre). Lo que dejé ayer al otro lado de la puerta es lo mismo que me encuentro : Madrid. Podría haber sido Brasil y la cosa habría sido más sencilla. Pero no : Madrid. ¿Y quién habría querido las cosas fáciles?.Salgo, decía.

La cuestión es encontrar la mina adecuada un domingo por la mañana, tan de mañana que todavía hay zonas en las que es posible que sea sábado, allí donde la música sigue alta y la luz no entra. A priori no hay muchas minas en Madrid, pero ese no es motivo para desanimarse y dejarse llevar por lo obvio. Una mirada dócil solo ve un quiosco donde realmente se esconde la entrada a una galería que recorre el subsuelo de Madrid. Los periódicos son una tapadera para los no iniciados, para los que no se atreven a acercarse al quiosquero a preguntarle si tiene minerales.

Yo voy con esa pregunta a todas partes esta mañana. Las respuestas son negativas una y otra vez (gente que niega mientras dispone los periódicos como si presentaran un desayuno) hasta que, finalmente, doy con uno que asiente. Es un hombre de unos cincuenta, delgado, con bigote canoso y un gorro de lana azul. Se mete en el quiosco y al rato sale con una caja y dos ágatas. Parecen dos piedras que hubieran estado en el bolsillo de alguien mucho tiempo y se hubieran quedado sin brillo. Una es grande con unas picaduras. La otra es más uniforme, pero pequeña. Ya estamos con las dudas. Me decido por la pequeña, que tiene toda la pinta de ser falsa y de no haber estado nunca en Brasil.

No me importa demasiado que sea falsa o no. La primera en la lista era una ágata verdadera. La segunda, una falsa. Detrás, todos los objetos que un niño de ocho años pueda desear. Y son muchos. Se trataba, en el fondo, de tener algo a lo que llamar ágata y ésta cumple perfectamente esa condición.

Le pago al hombre, que parece sorprendido de que no me lleve el periódico. ¿Para qué comprar miles de palabras si me llevo justo la que quiero?. De una pequeña caja de cartón saca la moneda de cinco céntimos del cambio.

Daniel coloca la piedra con las demás de su colección. Yo también tengo dónde dejar la palabra cuando, por la noche, veo un cielo que transmite serenidad y aplomo con un azul, claro, ágata. 

sábado, 9 de marzo de 2013

La gran obra que Freud no escribió




La gran obra que Freud no escribió : No me gusta el marisco por toda la festiva violencia que lo rodea. Más que comerte algo, lo que haces destrozarlo y humillarlo, como si tuvieras algún tipo de cuenta pendiente con las gambas (os vais a enterar, cabronas) o con las nécoras (y a vosotras os voy a partir las patas por varios sitios). Visto con la distancia del que se queda con el plato vacío, me planteo qué es lo que nos lleva a comportarnos así : somos lo que somos porque en el Cámbrico se produjo una explosión de vida de la que las gambas son el resultado. Más que comerlas, deberíamos honrarlas. El complejo  de Edipo no es nada comparado con este instinto de acabar, acompañado con un Albariño, con toda una fase de la evolución. Se ve que a Freud le abrumó la tarea de analizar el marisco según sus criterios y nos dejó sin la que habría sido una obra de referencia.  

Me sorprende esa violencia y, además, ese camino estético recorrido hacia atrás por el que se pasa de algo bello, como unas cigalas dispuestas en la plancha, a un aquelarre de cáscaras, patas rotas y cabezas aplastadas que acaban formado una chatarra de armaduras. Algo así como entrar en una exposición de Rodin con un martillo en la mano y un babero con el dibujo de un bogavante al cuello.

Atraído por el olor de las cigalas en la pancha, me meto en la cocina. Es un olor que me acerca al mar. Sube fuerte y penetrante. La otra plancha está lista para recibir dos chuletones grandes como cuando teníamos casa sin hipoteca : las cuevas. El aroma de la carne se mezcla con el de las cigalas y la mezcla sacude mi nariz, acostumbrada a olores light. Ese olor intenso es una afirmación de lo que es estar vivo. Mi olfato ya ha comido.

Marisco, no. Lo de la carne, al punto, cortada a lo largo, con un vaso de Pago Florentino del 2008, es otra cosa. Además, psicológicamente hablando, no hay de qué preocuparse porque en el Cámbrico no había vacas. 

viernes, 8 de marzo de 2013

Recetario de medidas evasivas



Recetario de medidas evasivas: La relación con un sueño tiene dos fases. La primera, inofensiva, es la que se representa con la frase “persigue tu sueño”. Es una persecución tranquila porque es uno el que impone el ritmo : hay domingos, zonas neutrales, y si ves que lo necesitas puedes aparcar el proyecto unas semanas (o unos años) en las que aprovechas para quejarte a los amigos de lo duro que es todo. Todos tenemos un sueño de este tipo, que con el tiempo suele adquirir la consistencia de un peluche de Disney si no se le hace caso. En caso de fracasar, tampoco pasa nada. La otra fase es la peligrosa. El sueño, al sentirse realmente perseguido, nos presta atención y se lanza a por nosotros. El sí que corre. Ya no hay ni domingos, ni cafés ni mierdas sobre lo difícil que es todo. No deja de correr detrás de ti. Para obtener cierta ventaja, le vas dejando en el camino lo que sabes hacer para que al detenerse a olfatearlo te conceda unos minutos de tregua. No vale cualquier cosa y cada vez tiene que ser mejor. Si cedes y te rindes, esa persecución que se produce dentro de ti se acabará y el sueño, como un león seguro de sí mismo, irá comiéndote lentamente por dentro en un proceso que durará lo que te quede de vida. Por eso, este plato de arroz que mi hermano nos sirve en la cena no es realmente para nosotros.

jueves, 7 de marzo de 2013

La subjetividad de los semáforos



La subjetividad de los semáforos : Desde el coche, veo enfrente de mí un atardecer compacto al que las nubes alrededor dan más fuerza. Hay días que se rinden pronto y otros, como éste, que, a pesar de la lluvia ,parecen pelear hasta el final. Es posible que hoy me haya perdido muchas cosas, pero ahora tengo la impresión de estar en el sitio y el momento apropiado. Si las cosas fueran de otra manera, el semáforo permanecería en rojo hasta que el sol terminara de ocultarse.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Chucherías literarias




Chucherías literarias: Yo pensaba que mi cerebro, esa especie de monarquía de neuronas, por independiente, no se veía afectado por mis comportamientos más o menos anárquicos en temas de lectura. Que, hiciera lo que hiciera, las copas seguirían brillantes, los suelos perfectos y hasta los silencios oscuros de la despensa ordenados. Que su influencia sobre el resto del cuerpo, como una mansión cuidada hace con las casas que la rodean más allá del muro (donde yo me muevo), se mantendría con la eficacia de un Anthony Hopkins asistido por Emma Thomson.

Pues no. Hoy pico de todo (twitter, blogs, artículos) con una voracidad propia del que pasa de la anorexia a la bulimia en temas de lectura. Seguramente todo sea una cuestión de esa falta de tiempo que me impide mantener una disciplina lectora que evite situaciones como ésta. Hoy no paro porque todo lo que leo tiene buen nivel y, lejos de saciarme, me anima a seguir leyendo. No paro.

Ya en casa me doy cuenta de que he abusado de lecturas y que el dolor de cabeza no es nada más que una indigestión de frases, ideas rápidas, e imágenes que no guardan ninguna relación entre sí. Demasiada chuchería. Los libros me recuerdan cuál es la dieta apropiada. Me digo que sí, que lo haré. Es una promesa seria que me hago cuando me tumbo en la cama. Si la buena de Emma o el servicial Anthony tuviesen a bien apagar esa luz que me molesta y, sentados en la cama, me leyeran un texto de Berger como el que te ofrece un caldo caliente. Unas pocas páginas serían suficientes. De cualquier libro suyo.

martes, 5 de marzo de 2013

El globo de piedra




El globo de piedra : A veces noto en Lucía la mirada de la que ha ganado un combate sin quitarse todavía el albornoz, reclamando silenciosamente que la suban de categoría para ver si ahí la realidad resulta más emocionante. En ésta, los libros van un poco detrás de ella : llega andando a esas metas que otros no alcanzan aunque corran.

Eso hace que parezca enfadada consigo misma como si intuyera que es su imaginación, no tan desarrollada como su inteligencia, la que no es capaz de lanzar el palo todo lo lejos que a ésta le gustaría para echar a correr. O que, volviendo al cuadrilátero, es un mánager que no le presenta aspirantes que la exijan.

La veo tirar de su mochila con desgana. Si esos libros fueran un reto, se volverían ligeros y harían que la mochila se elevara como un globo. Pero es su facilidad lo que los convierte en algo pesado que ella arrastra y me tiende para que la coloque en el maletero antes de subirse al coche. 

lunes, 4 de marzo de 2013

El traductor




El traductor : El sábado nos ponemos manos a la obra. Escribo un capítulo del libro viajero mientras Daniel, en la mesa del salón, va colocando el material que necesita. Cuando acabo se lo leo. Tenemos un perro se comunica con un niño con las palabras que aparecen encima de él cada vez que ladra hasta que un día (esta es nuestra aportación) las vocales desaparecen y el niño ve cómo se deshace en la mano la segunda a de amistad que ha agarrado. Lo veo escuchar con atención y sé que he acertado cuando, sin decirme nada, comienza a dibujar sin dudar. Me lo enseña al terminar. Descubro que mi texto gana mucho traducido por él.

Antes de devolver el libro hoy al colegio para que otro continúe con el cuento, le hago una foto a esa mañana de sábado.

domingo, 3 de marzo de 2013

El “Scharnhorst”



El “Scharnhorst” :

“El crucero ligeramente armado de mi padre, el Jamaica de Su Majestad, dio el golpe de gracia a un serio acorazado nazi llamado Scharnhorst en diciembre de 1943, un día de trabajo mucho mejor y más arriesgado del que yo he hecho o haré nunca”

“Amor, pobreza y guerra” Christopher Hitchens – Página 12

Si no hubiera hecho viento en La Pinilla, no habría elegido rápidamente este libro en La Central (tal vez me habría llevado “Diario de un cuerpo”, de Pennac, después de pensármelo más tiempo) al recibir la llamada de que el autobús con los mellizos se volvía en una hora, ni habría tenido tiempo de empezar a leerlo mientras les esperaba, encontrándome con ese párrafo. Un párrafo así en la página doce anuncia un partido con muchos goles, pero no puedo llegar al siguiente porque el autobús se adelanta.

Cambiamos rápidamente de planes y nos marchamos a la calle Fuencarral con las bicicletas a disfrutar de un sol que haría maravillas con unas copas llenas de agua sobre una bandeja de plata. Es un sol que te va descongelando ya por dentro. Subimos y bajamos con las bicicletas y después nos sentamos a ver si nos llega la inspiración para seguir aprovechando la mañana : hay que dar el paso justo para no espantarla.

Pero estamos precisamente en el sitio apropiado. Se puede decir que ese siguiente paso se nos presenta ahí mismo : un hombre deja una maleta en el suelo, la abre y empieza a disfrazarse de payaso con una seriedad de lunes por la mañana. Zapatos grandes. Un cinturón con un timbre como los de las recepciones de los hoteles. Un gorro que me recuerda al Johnny Deep de “Charlie y la fábrica de chocolate”. Una vez que termina de vestirse, regresa al domingo y empieza a saludar a los que pasan. ¿Y si nadie se detiene? ¿Y si solo consigue atraer la atención de unos pocos niños?

Pocos minutos después un gran grupo le rodea. Los niños delante, sentados. Los padres, detrás. Los niños atentos. Los padres, sin dejar de consultar el móvil. El payaso es bueno porque no hace de payaso : sus chistes y bromas funcionarían igual si no llevara ese traje que únicamente sirve de reclamo. Su actuación se basa en sacar a gente del público y simular combates, números de lucha y anunciar números imposibles que soluciona con alguna broma. Está ahí más de media hora. El solo. Logrando que Lucía y Daniel se rían juntos de lo mismo.

Si yo consiguiera algo así, cuando llegara este momento en el que guarda la bolsa con las monedas en la maleta y se hace una foto con los que se acercan, me sentiría como si hubiera hundido uno de esos Scharnshorst que a todos nos rondan por la cabeza. Y así están las cosas : con los payasos como referencia mientras que los tipos que deberían serlo se empeñan en hacer el payaso.

sábado, 2 de marzo de 2013

Una avalancha de piedras




Una avalancha de piedras : Al salir del Bernabéu (empieza a ser monótono lo de ganar al Barça) me marcho a comprar una mano de madera. No se trata de ningún exvoto con el que pretenda acelerar la recuperación de Iker porque me fío de las dos manos de Diego López. Es una cuestión artística : ayer compramos una para que sirviera de modelo a Daniel y nada más llegar a casa la rompió. Un armario. Se rompió. No sabe qué pasa. La rompió. Un golpe. Un pulgar por un lado. Una mano por otro.

Le echo a Daniel una buena bronca que lo acaba sepultando como un desprendimiento de rocas. Mi intención era hacerle ver que había que cuidar las cosas, pero lo que pretendía ser algo claro y directo se sale un poco de madre : una palabra pequeña empuja a otra más grande que hace lo mismo con unas cuantas más. Yo mismo me sorprendo del tamaño que va tomando la cosa pero no puedo parar porque, en el fondo, no es una bronca, sino el lamento de que hasta las cosas que se suponen que duran, como la madera (Pinocho aguantó toda una aventura sin astillarse), son también frágiles. Al final, el torrente de palabras nos sepulta a los dos y en el silencio que sigue, tras encontrar un hueco por el que volver a la normalidad, le digo que no pasa nada, que iré a por otra.

Por eso voy en el metro a la tienda, como si la verdadera excusa para salir de casa hoy a las tres de la tarde fuera esa mano y no el partido, que ya sabemos que ganar al Barça no tiene ningún misterio. En la tienda encuentro más manos iguales. Cojo una para probar que todos los dedos se mueven y, sin saber cómo, me encuentro con el pulgar separado. Estoy por jurarle a quien quiera escucharme que se ha tirado solo, como Alves en esos partidos en los que el Barça salía con la intención de ganar y jugaba al fútbol (del bueno), y hacía teatro (del bueno). Debe ser algún tipo de enfermedad de la madera. Intento arreglarlo sin éxito, así que coloco la mano en el fondo con el dedo apoyado con los otros. Este sería un buen momento para aprender a masticar piedras.

viernes, 1 de marzo de 2013

Desembarcamos en fértiles playas




Desembarcamos en fértiles playas : Las pastelerías son uno de los pocos sitios en los que puedes presentarte y decir : ¡Elegid lo que queráis!, como si desembarcaras en tierras vírgenes y quisieras recompensar a tu tripulación con ensaimadas, palmeras de chocolate y pasteles de nata tras ocho meses de travesía por mar y media hora en metro. Poco me falta para soltar el grito en Le Pan Quotidien (lepácotidiá) cuando los dos grumetes y yo entramos. Me frena ese silencio tan francés, y todo el toque también francés que se percibe en el resto : en la presentación del pan, en la educación de los camareros, en las conversaciones de las parejas en sus mesitas bajo su tenue pero cálida luz (que si Perec, que si Barthes). Francés de franquicia, tal vez (la empresa es belga), pero un francés que me vale. Me guardo el sable y me pongo a la cola.

Reúno a la tripulación junto a la vitrina y les señalo todas las maravillas que ahí se exponen con la pasión de un entomólogo que tuviera delante nuevas especies. Debería prescribirse un rato frente a una selección como ésta para quitarse depresiones, tendencias góticas, angustia existencial y, en general, dudas sobre la razón por la que el hombre existe (cuestión que sólo surge si no te gusta el fútbol). Pues existe para hacer justo lo que tienes delante de ti. Tartaletas, magdalenas, cruasanes, lazos. Una clase de filosofía optimista que te debes comer para evitar así la interpretación viciada de un cerebro que muchas veces parece una portera desmotivada espantando cualquier idea alegre (¡Alegre! ¡En crisis!). Dan ganas de pegar las manos al cristal para sentir esa euforia calórica que desprenden todos esos bollos. 

No lo grito, pero lo susurro : elegid lo que queráis. Cada punto que señalo con el dedo es un lugar bajo el que se esconde un tesoro. ¡La isla está repleta de ellos!. Elegid, les aconsejo. Y veo cómo se mueven de uno a otro, como una bola del pinball empujada por sus deseos. ¿Cómo no me voy a sentir bien aquí? Cualquier tipo con más dinero que yo no sería más rico : tengo en el bolsillo lo que necesito para pagarles lo que quieran. No hace falta más.

El dependiente espera pacientemente y después hace esto : mete el cruasán del Lucía en una bolsa de papel y la tartaleta de cereza de Daniel en una caja. Nos trata como si tuviéramos siete apellidos enlazados con guiones. Los franceses de franquicia (éste es argentino), ya se sabe. Saco el dinero y se lo entrego con el mismo cuidado con el que él nos ha atendido. Ahí van mis monedas de oro.