miércoles, 31 de agosto de 2011

El Lack no lleva tornillos.

Llega el día, en fin, en el que te dispones a montar algo que has comprado en Ikea y descubres que no vienen los tornillos.

“El montaje en una pared del estante LACK requiere tornillos o herrajes (no se incluyen)”

No se incluyen. En un artículo para montar de Ikea. Jo.

Me lo leo en otros idiomas para confirmar.

-Nu sunt incluse.
-Non Inclusi.
-Nincs a csomagban.
-Nie dolaczonuch do zestawu.
-Dit wordt niet meegeleverd.
-Sie sind nicht beigepackt.
-Non incluses.
-Dessa medföljer ej.
-Não incluídos.
-Tidak disertakan.

No hay duda. Los tornillos no vienen. Es entonces cuando entiendo el nombre que le han puesto a esta balda. Claro.

(Si no tiene el nivel de inglés necesario para entender el torpe juego de palabras de este post, no se preocupe : todavía puede llegar a presidente del gobierno)

martes, 30 de agosto de 2011

Consultas externas planta 2

Una enfermera me da un papel con mi número y me dice que me fije en las pantallas porque ahí se me indicará cuándo me atenderá el médico.

Los códigos que nos dan son parecidos a los de los aviones, así que no hay que tener mucha imaginación para sentirse como en un aeropuerto. Cada código indica la salida de UN vuelo, aunque aquí no sabes cuál es su destino.

Espero. Espero bastante. Mi vuelo tarda en salir. Soy, básicamente, un tipo con retraso, incapaz de cumplir sus propios horarios. Para no ser demasiado duro conmigo, me digo que había muchos aviones en la pista, lo que es cierto.

GF5034, KN3405,JU3250,IJ2310,LO2341,ED4783,MN8876,AH3634,LO8132,WS3443.

Cuarenta minutos más tarde, veo, por fin, mi código y una puerta. Entro en el pequeño despacho. El médico, una persona mayor, se ha leído mi historial y me lo recita para que sepa que estoy en buenas manos.

-A ver esos análisis – me dice.

Y los recorre con un dedo mientras, en voz baja, va leyendo lo que dice, uniendo palabras, creando una única frase que parece un lamento o una oración.

-Todo bien – me dice – Esa variable del hígado sigue alta, pero no tanto. Uno se puede morir con cien años con ese valor tan alto.

Salgo de la consulta aliviado. Ha sido como el recorrido en una noria montado en un avión de mentira. Cuando se trata de salud, que la épica se la queden los demás.

lunes, 29 de agosto de 2011

Tarde en Ikea

Hay algo, niños, que jamás debéis hacer : ir al Ikea de San Sebastián de los Reyes el 29 de Agosto. Ese día es fiesta y, además, por la mañana sueltan toros por las calles. La gente, aprovechando que es fiesta y que ya está corriendo, se marcha al Plaza Norte, donde descubre que todo está cerrado menos el Ikea. Y si antes corría delante de un toro, ahora lo hace detrás de un carrito.

Como a mí mi madre no me dio ese consejo, soy uno de los que camina por los pasillos del Ikea. Mucha gente joven por el Ikea, tal vez siguiendo al Papa, que puede andar por aquí comprando algún mueble o complemento para su habitación de Roma. La gente es molesta y yo me incluyo entre el término gente, pero le da vida a las distintas exposiciones. Gracias a nosotros, que nos sentamos en la cama, que miramos detrás de los cuadros y que encendemos y apagamos lámparas, los escenarios tienen vida. Tanta vida que, a veces, puede llegar a sospecharse que la gente vive ahí, para que puedas hacerte una idea de cómo sería tu vida si compraras esa cama con esas lámparas. Así podría ser tu pareja y así tus hijos.

¿Recibirían con honores al Papa en la República Independiente de IKEA?.

Poco importa. Puestos a quitarle valor a las cosas, ni siquiera las camas, los cuadros o las lámparas importan. Todo lo que ves y tocas y hueles y mides no está ahí para que lo percibas y, en percibiéndolo, le des la categoría de ser. ¡Qué ser ni que leches! Tú estás ahí para probar al fuerza del vínculo que te une a tu pareja. No es la misma pareja la que entre un lunes a las ocho que la que sale a las nueve y media.

La pareja que sale unida del Ikea sigue unida. Lo sé. Y en esta tarde/noche de lunes he de reconocer que nosotros no pasamos la prueba de la pareja. Ni acercarnos al aprobado. En el fondo hay tantas cosas que reprocharle al otro en el Ikea, que lo raro es que uno no aproveche. Quizás ahora no haya motivo, pero es el momento. Sírvanse escoger cualquiera :

-Es que no vienes con interés. Tú nunca muestras interés.
-¿Tanto te cuesta aceptar mi opinión? Tú nunca aceptas mi opinión.
-¿Pero tú te crees que a mí me puede gustar eso? Tú nunca te has preocupado por conocer mis gustos.
-Coge un rato la bosa. Tú nunca te ofreces a echarme una mano.
-Pues claro que hay que cambiar el cuarto de baño. Tú nunca piensas que las cosas pasan de moda.
-¡Pero no cojas esos marcos! Tú nunca te preguntas si necesitas o no las cosas.
-De eso ya se llevo dos mi amiga Rocío y no le gustó. Tú nunca escuchas mis historias de mi amiga Rocío.
-¿Pagar a alguien para que nos lleve esto a casa? Tú nunca te planteas que pueda resultar más barato hacer las cosas por ti mismo.
-¿Que no has tomado las medidas de hueco en el salón? Tú nunca te preparas las cosas.
-Esto puedes pagarlo tú, para variar. Tú nunca te ofreces a pagar cosas de la casa.

Puede ser que la gente venga al IKEA a desahogarse y que se lleve una maceta para disimular. O puede ser que el Papa sí que ande por ahí. O puede ser que por algún pasillo aparezca un novillo dispuesto a tirarte al suelo. Ya tengo tantas dudas que todo es posible.

El caso es que, y ya vamos cerrando este post, salimos mal del IKEA, sí, pero todo tiene solución. Empecé con un consejo de algo que no debéis hacer y lo termino con otro que sí habéis de seguir. Tan pronto lleguéis a casa, pedís una pizza de Domino´s (la pecado carnal puede valer), abrís una botella de Barbazul y todo vuelve a su sitio.

El recuerdo de IKEA se debilita y se desvanece, como este post, que no ha financiado ni IKEA, ni el Papa, ni Domino´s. Y así nos va.

domingo, 28 de agosto de 2011

Carreras infantiles

El parque está lleno de niños y niñas corriendo de un lado para otro. En una mesa, que parece un pupitre, un miembro de la organización va anotando los nombres de los niños y el año en que han nacido. A su derecha tiene una caja con dorsales y a la izquierda un bote con imperdibles.

Los niños siguen corriendo y los padres hablando entre sí. Por las caras puedes saber quién se ha cogido las vacaciones y a quién le quedan días pendientes. Muchos de esos niños que ya han empezado su carrera particular llevan camisetas del equipo de sus padres. Hay de todo. Hay un Ronaldo, un Villa, un Messi, un Raúl, un Agüero, una camiseta del Rayo, una del Valencia, una de la selección española, una que no reconozco, otra de Ozil.

Le coloco a Daniel su dorsal. Después a María. Como son dorsales de adulto, les hace parecer más pequeños. Lo de los imperdibles les hace gracia.

-¿Seguro que os apetece correr? – les pregunto.

Hace media hora estaban terminándose el desayuno. Creo que un entrenador algo más profesional habría dejado algo más de tiempo, pero los dos dijeron ayer que querían participar en la carrera. Para que calienten, les digo que se vayan al parque.

El hombre del pupitre, además de organizado, tiene un silbato, y eso le convierte en la persona a la que hay que escuchar. Hace sonar el silbato y todos nos quedamos callados. Hasta los pájaros parecen fijarse en él para ver qué dice. Lo que dice es muy sencillo : los de menos de cinco años van a correr en dos grupos separados. Primero los niños y después las niñas. Así dicho parece muy sencillo, sí, pero en la línea de meta hay niños y niñas de todas las edades. El hombre del pupitre, que ahora es el hombre del silbato, vuelve a usar el silbato.

-¡A ver si los padres atienden, que los niños es normal que no presten atención!

Vuelve a explicarlo. Tengo que reconocer que me lo estoy pasando bien, como si estuviera dentro de un tebeo de Sempé y Gosciny. Los padres hacen más preguntas y cuando todo parece aclarado, se da la señal y los niños más pequeños salen corriendo. Algunos van de la mano de sus padres. Sólo tienen que dar una vuelta y al llegar a la meta les van entregando una bolsa de plástico con agua y chucherías.

Los siguientes en correr son los de seis y siete años. Corren juntos los niños y las niñas, así que Lucía y Daniel se colocan juntos en la línea de salida. Esta vez tienen que dar dos vueltas y cuando el hombre del silbato da la señal están a punto de pasar por encima de él. Estos tienen más energía.

Como Lucía va más rápido que Daniel, se va frenando para ver dónde está su hermano y no dejar demasiada distancia entre ellos. Llegan con muy poca distancia entre los dos, casi de los últimos. Nos sentamos en el césped con la bolsa de chucherías. Ahora el parque está lleno de niños con chucherías, esperando la entrega de los premios.

En la zona donde debe tocar la orquesta hay tres cajones de diferente tamaño con un número cada uno. El estilo no es muy bueno, como si lo hubiera hecho alguien de noche, pero es suficiente. A los primeros les dan una copa y para todos los demás hay medalla. Como Lucía ha sido la segunda de las niñas en llegar, se lleva una copa. Daniel parece satisfecho con su medalla y la lata de fanta de limón que había en la bolsa.

Los niños siguen corriendo de un lado para otro. Todos llevan su medalla al cuello, dorada con una cinta roja. Los padres no dejamos de hacer fotografías. Todos contentos.

sábado, 27 de agosto de 2011

La Virgen de Zarza de Tajo


Son las diez y media de la noche. Desde la ventana de un segundo piso veo cómo más o menos el diez por ciento de la población de Zarza de Tajo está desmontando a su Virgen para regresar con ella a su pueblo.

Una mujer se sube a la carroza y empieza a destornillar la corona que la Virgen lleva en la cabeza. Las otras mujeres esperan a su alrededor. Los hombres preparan la grúa de un camión para subir la carroza. Al lado hay aparcada una Renault Traffic con las puertas de atrás abiertas.

Hoy han venido las imágenes de varios pueblos de la región para participar en la conmemoración de la coronación canónica de la Virgen de este pueblo. Aunque no supieras nada de cada uno de esos pueblos, bastaba con ver cómo iniciaba la procesión, saliendo del frontón en el que esperaban para hacerte una idea del pueblo.

En muchos casos se trata, además de un tema de devoción, de una muestra de poder. Un poder que no se representa sólo con los adornos y los vestidos de los que acompañan a la imagen, sino en la cantidad de gente joven que los acompañan. Los pueblos se van vaciando y cuando una joven orquesta precede a la carroza, parece anunciarse que ahí se guarda el futuro no sólo del propio pueblo, sino de la Virgen.

Unas carrozas son transportadas a los hombros de varios hombres, otras son empujadas por un grupo de ancianos, animados por los gritos de una mujer que, como todas, parece reclamar atención para su Virgen, la que, secretamente, sí que representa todas las virtudes que todos los demás piden para las suyas.

En una explanada, a la entrada del pueblo, el obispo ha leído la escena de las bodas de Caná con esa entonación que, tras años en un colegio religioso, ha conseguido que me aleje de todas estas manifestaciones religiosas no sólo por un tema de fondo, sino de forma. La mención al agua y la vino, en una región en la que abundan los campos repletos de viñas, tiene, tengo que reconocerlo, su punto irónico, como si así quisiera hacer pensar a todos los que, con una copa de vino en la mano, no tengan más remedio que escuchar una misa que se retransmite por una serie de altavoces repartidos por todo el pueblo.

Las mujeres reciben la corona de la Virgen y la guardan en una caja. Hacen lo mismo con la pequeña del Niño Jesús que la Virgen sostiene en sus manos. Después le quitan una pequeña mantilla que le cubre los hombros. Guardan las flores que adornaban la carroza. Le quitan los apliques a las luces. Recogen el gran manto y lo doblan con cuidado, dejando al descubierto la estructura que, apoyada en su espalda, sostiene el mantón. Se llevan esa estructura al camión y las mujeres comienzan a envolver lo que queda a la vista de la Virgen con una sábana que van atando alrededor de su cuerpo. La Virgen se deja hacer. Me sorprende ver a esta Virgen así, con el pelo negro suelto.

Bajan la Virgen al suelo y, entre varios, la meten, inclinada, en la Renault Traffic. El cura, un anciano que ve trabajar a las mujeres sin decir nada, cierra la puerta de la Renault. Es entonces cuando la grúa del camión coge la carroza y la deposita en su parte trasera con una maniobra perfecta.

-¡Vaya hijos artistas que tienes! – le gritan a una mujer.
-¡Es que los parí con cojones para trabajar! – responde la mujer.

Me quedo asomado a la ventana hasta que, una vez terminada la operación, todos se van marchando con sus coches, detrás de la Renault Traffic. La última en irse es la grúa.

Ni obispos, ni bandas de música, ni curiosos mirando, ni fotografías, ni aplausos, ni vivas a la Virgen, ni ojos guiñados por el sol, ni el aleteo de los abanicos, ni voluntarios repartiendo botellas de agua, ni peinetas.

Si alguna vez inicio el camino de regreso, será desde un punto como éste.

viernes, 26 de agosto de 2011

Ninguna copa sin vino


En un extremo de la larga mesa de madera, casi arrinconados, estamos los hombres. Hablamos de Mourinho. Mourinho sí, Mourinho, no. Este es el lado más aburrido de la mesa.

El más divertido es el otro, el de las mujeres, que no paran de hablar y de reírse. La risa las une, sólo hay que verlas, y las aleja un poco de nosotros. Comienzan hablando del método Duncan, repitiendo lo que han oído por ahí, mientras no dejan de comer tomate, mojar en la salsa, compartir somarro y chorizo y beber. Estas mujeres no paran de beber y puedo dar fe de ello porque esta noche me encargo de que ninguna copa esté vacía. Es mi misión y lo hago lo mejor que sé aunque no sea fácil. Tan pronto termino una ronda, ya veo una copa vacía y la botella a punto de terminarse lo que me obliga a ir a por otra botella para que el río y la risa sigan fluyendo.

Una gran cena para celebrar el cumpleaños de María.

Sirvo y sirvo y sirvo y sirvo y sirvo y sirvo y sirvo y sirvo y sirvo y sirvo. No descuido tampoco mi copa porque hoy ha sido un día de mierda en el trabajo y quiero dejarlo atrás. No ha sido una mañana nada agradable, pero he aprendido algo : si tú no estás convencido de lo que haces, no vas a convencer a nadie. O dicho de otra forma : no te engañes. Ese debería ser un mandamiento a seguir.

El tío de María coge su guitarra y comienza a tocar. Las mujeres se ponen de pie y empiezan a bailar. Los hombres nos quedamos mirando, como si el vino se nos quedara sólo en la cabeza y nos convirtiera los pies en cemento. Las mujeres saben sacarle más partido al vino, eso es evidente. Se lo pasan tan bien que temo que de repente alguna de ellas se fije en nosotros y nos pregunte :

-¿Y vosotros, qué hacéis aquí?

Yo levantaré la botella de vino, ya vacía, y así trataré de justificarme. Tres botellas de Valdehermoso 2009 y tres de Arrocal 2009 han caído.

jueves, 25 de agosto de 2011

Restaurante Le Café


Elegimos este restaurante entre todos los que encontramos que ofrecen un descuento del 50% en una página de Internet. Leemos las críticas, miramos las fotografías y reservamos a las diez.

Yo soy puntual y espero, pegado a la luz del escaparate de una tienda para poder leer las primeras páginas del libro de John Banville que me he comprado. María no lo es porque tiene que coger dos autobuses para venir. Pensaba que llegaría en taxi y la veo avanzar por la calle, pequeña al principio y más grande conforme se acerca. Las cosas de la perspectiva.

-Hola - me dice.

Son las diez y cinco, lo que no me da derecho a quejarme. Además, el arranque del libro de John Banville es muy bueno y podría haber leído y leído toda la noche.

-Hola – le digo.

Y caminamos hacia el restaurante Le Café. Veo que la chica que trabaja en el Mestizo, el restaurante de al lado, tratando de que la gente se anime a entrar, nos mira con atención. Debe ser difícil conseguir cubrir costes una noche de agosto entre semana.

El Café tiene mejor pinta en las fotos que al natural, lo que no es empezar bien, pero la situación se corrige pronto con los platos, que parecen dignos de uno de esos restaurantes diseñados por un arquitecto que coloca su nombre en una placa a la entrada. Aquí no hay placas, sino rótulos de periódicos en las paredes, grandes reproducciones de algunas noticias de astronautas rusos y citas largas sacadas del Esquire del 54 sobre aquello que hace bueno a un restaurante.

“The atmosphere of a great restaurant will affect mostly cultured men and women in approximately the same way.It will conjure relaxation, it will invite depth and savor to fellowship.It will encourage reflection"

Pedimos anchoas, tomate con mozarella y atún. Para beber, una botella de Hito 2008. Todo se sirve muy bien presentado y está bueno, rico, sabroso. Diría que es una cocina honesta con los materiales, sacando de ellos lo que tienen sin intentar darle ese toque de más que justifica un precio más alto, una placa de arquitecto en la entrada y cierto cansancio en el comensal. Llevado al terreno del fútbol, pensaría en un Redondo : constante, efectivo y con su punto elegante sin llegar a la categoría de galáctico y sin pretenderlo.

Esa es la teoría, en la práctica, que es lo que cuenta, devolvemos los platos limpios, bien rebañados, mientras el vino, que no conocíamos y también nos gusta, nos va mejorando el humor : empezamos hablando de trabajo y terminamos hablando de trabajo, pero intentando reírnos un poco de la situación.

Me gusta también que el camarero que nos sirva, que parece el dueño, lleve vaqueros, y reaccione viniendo con el vino tan pronto nos sirven el aperitivo, me gusta la pequeña vela que está encendida en la mesa cuando nos sentamos, me gusta que las anchoas vengan acompañadas por dos cubitos para que en el pan extiendas una especie de salmorejo o pasta de aceitunas, me gusta tener una cita del Esquire delante, me gusta el sabor del helado que acompaña a mi tartar de atún, me gusta que el tamaño de la mesa favorezca cierta intimidad sin tener la sensación de que es pequeña, me gusta que después de nosotros se ocupen dos mesas a nuestro lado, me gustan los cubos de gelatina de canela que acompañan el postre, me gusta sentir junto a mi pie la bolsa con el regalo de María, me gusta la zona en la que está el restaurante.

El camarero de los pantalones vaqueros nos trae la cuenta, donde viene perfectamente detallado el descuento en cada plato. Me siento un poco culpable porque en ningún momento nos han hecho sentir diferentes, como del segundo turno. Para tranquilizar a mi conciencia, que por culpa de la botella de Hito, en vez de gritar se limita a murmurar como una portera a la que llenan el suelo de barro después de limpiarlo, decido que compensaré ese descuento con lo mejor que puedo ofrecer : esta entrada en el blog.

Así, gratuitamente.

Sí conviene decir, en lo que vamos camino del coche, donde le voy a dar a María su regalo de cumpleaños, que en la valoración más o menos objetiva del local también hay que incluir los elementos personales : la compañía, la temperatura al salir a la calle, el regusto de las frases de Banville y el hecho de que sea jueves. Todo es importante.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Cosas que he hecho (02)

1-Me tomo un cortado en el café en el que escuché la conversación sobre la copa de Magno para hacerle una foto a la taza y así añadírsela a esa entrada. Pido el café, le hago la foto, y me lo bebo. Acciones sencillas, sí, pero que hay que hacer en el orden correcto. Hoy, no sé por qué, no me ponen chocolatina con el café. Tal vez porque sea una deferencia que hacen sólo con los nuevos y cuando vuelves por segunda vez te conviertes en un habitual, cosas de la crisis, supongo.

2-Me pongo en contacto con una comercial de DELL para gestionar un pedido. Me gustaría saber cómo se siente después de que HP haya anunciado que va a tratar de vender sus empresas de ordenadores (DELL y Compaq) por ofrecer sólo un 5% de rentabilidad. La chica es muy amable, como si todo fuera de maravillas.

3-Pido ensaladilla rusa de primero y me la sirven en forma de bloque. Acepto la que viene en forma redonda y, claro, la de bola de helado de toda la vida. Sé, nada más verla, que no me va a gustar y no me equivoco. Es la primera ensaladilla rusa sin mayonesa que me como. A lo mejor es una receta de Merkel para que ahorremos. Para que Angela, no me regañe, me la termino sin decir nada.

4-Me cuentan que mi hígado puede ser graso. El médico me palpa la zona del hígado como si quisiera amasarlo. Le voy a decir que la forma me da igual, pero las batas, menos las de baño, me cohíben. Me dejo hacer, quejándome hasta cuando no me toca, lo que le desconcierta un poco. Ve en lo análisis, en los que todo está bien menos la variable del vino tinto, que la debo tener alta y tirando a Ribera. Asiente, sin valorar mi detallado consumo de fin de semana. Al final, cuando me cuenta lo del hígado graso, me siento como una oca lista para el sacrificio.

5-Hablo con mi madre, que está de viaje por Bosnia y Croacia y cualquier país nuevo que pueda haber surgido por la zona en lo que termino esta frase. Me dice que hace calor, que hay muchos turistas y que no hay mucho que ver. Me sorprende cuando, tras esos comentarios, se despide diciéndome que se lo está pasando muy bien.

6-Voy al Corte Inglés a comprar un regalo. Son las nueve y media de la noche. Creo que nunca he estado en un Corte Inglés a estas horas. Me siento un poco mal por encontrarme ahí, como si por tipos como yo que dejan sus compras para última hora todas esas mujeres no pudieran estar ya en sus casas bañando niños o tumbadas en el sofá leyendo. Si me fijo, puedo ver cómo, disimuladamente, van mirando sus relojes.

7-Descubro que no sé qué postura es la mejor para demostrar que no vas a robar nada. Con un vigilante del Corte Inglés detrás de mí, siguiéndome como si no me siguiera, empiezo a hacer movimientos a lo Woody Allen. Yo mismo me parezco sospechoso. No sé el tiempo medio que debe pasar uno delante de una vitrina para que el vigilante no murmure un código al micrófono de su hombro. Si estoy mucho, puede pensar que busco la mejor manera de robar algo. Si poco, que en el fondo no tengo interés por nada y que lo que quiero es llevarme algo en un descuido. Me meto las manos en los bolsillos, las cruzo, las dejo caídas, las apoyo en una vitrina. Entré inocente en el Corte Inglés y salgo culpable.

8-No veo a Guti en la alineación del Besitkas, así que pierdo el poco interés que tenía en el partido del Trofeo Santiago Bernabéu. Envidio a la gente que, en el campo, celebra el partido como si fuera una fiesta. Iba a añadir algo irónico, pero no lo encuentro. La envidia es sincera.

9-Daniel y Lucía nos cuentan que han construido una ciudad para los juguetes que ocupa medio patio. Por la excitación con la que la describen debe ser la primera obra de ingeniería infantil que se vea desde el espacio. Puestos a envidiar, también envidio a mis hijos.

10-Ya en la cama, leo un poema de “La manera de recogerse el pelo” sobre alguien que da una fiesta porque ha dejado de escribir. Quitarse obligaciones es bueno, pero es como hacer reformas en casa : si, por hacer sitio en tu cabeza, te llevas por delante la columna que no es, el techo se te puede caer encima. Hay que pensarse muy bien esas fiestas.

martes, 23 de agosto de 2011

Carros abandonados


Me paso por el Carrefour un rato porque dedico la tarde a hacer esas pequeñas cosas que no sirven de nada pero que, si no se hacen, te dejan inquieto, como al encajar dos piezas que no van juntas.

Lavo el coche, pero lloverá. Me paso por una clínica y me dan el teléfono de otra. Así va la tarde. Ni Carver sacaba un cuento de esto, ya lo sé, pero yo sí me invento un post. Ya lo veréis.

Entre lo de la clínica y lo del coche tengo un rato para darme una vuelta por el Carrefour, que han dejado muy bonito para que, cuando la gente tenga dinero, pueda gastárselo con alegría. Ahora, alegría poca, porque la gente se lleva a casa no lo que quiere, sino lo que necesita.

Pero el sitio ha quedado bien, id a pasear por la sección de libros, por la de consolas, por la de electrónica, por la zona de la comida ecológica, por los vinos, por la pastelería, por la charcutería, por la cafetería, por la de comida oriental o por la zona escolar. Si os pilla lejos, pedidlo así en vuestra agencia de viajes “Excursión al Carrefour”. Es un buen paseo en el que descubro que yo quiero tener dinero suficiente para sentirme rico en un Carrefour. No sé cuánto será, pero seguro que mucho menos que el que necesitas para sentirte igual paseando por Mónaco.

Un rico de Carrefour. Eso voy a contar en la próxima entrevista de trabajo que me hagan cuando quieran saber cómo me veo dentro de cinco años.

¿Qué? ¿Va saliendo el post o no, panda de incrédulos?

Después de hacerme una idea de cuánto me mide a mí la riqueza, me voy a la zona de los cereales a comprar unos con los que regalan unos cedés de animales. Daniel me dijo que salía un perro relamiéndose, con un ojo más grande que el otro. El perro no trae nada, aunque lo de los ojos sea cierto. Sigo buscando y descubro que los cedés vienen en un paquete con el dibujo de un oso astronauta. Que se haya equivocado con la referencia puede significar que ve demasiada publicidad o que no ve la suficiente. Ahí lo dejo.

Cojo dos cajas porque los del oso astronauta han tenido el detalle de señalar en cada caja cuál de los tres cedés disponibles llevan dentro y así siempre se acierta. Muy bien, señores de la marca del oso astronauta. Muy bien. Me llevo uno con mil preguntas sobre los animales terrestres y otro sobre los de mar. Queda uno que ya pillaremos al vuelo.

En la cola tengo un poco de remordimiento porque yo sí me llevo lo que quiero, pero trato de que no se note para no ofender a los demás, con sus carritos con leche desnatada de marca blanca o sus yogures desnatados de marca blanda o su lejía desinfectante de marca blanca. Yo también pongo cara de marca blanca mientras espero.

Pago y me marcho con mis cajas, sin bolsa. Si llevara una debajo de cada brazo parecería una copia de esa fotografía en blanco y negro en la que un niño camina feliz por París con una botella en cada mano. Buscad “Rue Mouffetard, Paris, 1954” y así yo no tengo que describirla y vosotros descasáis un poco para seguir leyendo.

Tomaos vuestro tiempo con la foto, que os espero.

Aquí sigo, con mis cajas camino del coche. Después de guardarlas en el maletero me fijo en una zona apartada del aparcamiento en la que hay miles de carritos metálicos colocados en largas hileras. Han sido sustituidos por otros de plástico, más baratos, y estos se acumulan aquí. Desde lejos parece la superficie de un inmenso mar metálico en el que brillan los últimos rayos de sol.

Me acerco y me quedo mirando la escena, como atrapado por esa inmovilidad. Nunca he visto tantos carritos juntos. Parecen un rebaño abandonado ya por su pastor.

Dan lástima, como cualquier objeto que ya no puede cumplir su misión.

Con la cámara del iPhone hago unas cuantas fotos, pero no logro que ninguna saque lo que tengo delante. Es como ir za caza mayor con un cuchillo de plástico. Me gustaría ver qué solución habrían encontrado los grandes, como Cartier-Bresson, a esta escena.

Guardo la cámara y me quedo un rato mirándolo todo. Desde fuera debo parecer un tipo raro. El post sí ha salido, pero la foto, definitivamente, no.

lunes, 22 de agosto de 2011

"Super 8", de J. J. Abrams


Voy a empezar esta crítica por el final por si acaso hay alguien que tenga que llevar a la hija al dentista o haya quedado con la hija del dentista y así pueda ser puntual. Lo único super de esta película es el título y lo de ocho debe hacer referencia a la edad media necesaria para disfrutar de ella. Dicho esto, advierto que, para seguir con el escalpelo, voy a tener que destripar al marciano, digo a la película, por lo que recomiendo, si todavía no es tarde, que no sigan leyendo.

La película es la historia de unos adolescentes que, rodando una película, graban un accidente de ferrocarril y a un marciano saltando de un vagón. Los militares acuden al pueblo en busca del marciano, que dicen que es suyo. El marciano se esconde, mandando el mensaje de que él no es de nadie y en ese juego que se montan uno y otro, pasan ciento veinte minutos. Uno tras otro.

Todo esto se cuenta desde el punto de vista de un grupo de niños muy diferentes y muy unidos en lo que tiene que ver con el cine y con la admiración de la chica que se buscan como actriz. En el 75, el tema de las cuotas no se respetaba, por lo que se ve. Los chicos andan en esa fase de su vida en la que uno descubre el amor, la muerte, la importancia de la amistad y la necesidad de definirse, para lo que viene muy bien que un marciano ande suelto por la ciudad. Cuando uno es un niño, ve un marciano, cuando crece, los ve por todas partes, pero eso es otra historia.

Gracias a las pesquisas de los niños, descubrimos la historia del marciano, que es bueno, a pesar de que no deja de comerse todo lo que lleve dentro un corazón. El marciano era de por sí bueno, insisto, pero se le pinchó la nave espacial y cuando arreglaba la rueda en un pueblo de EEUU (la historia sería diferente de haber caído en Los Hinojosos, allí por Cuenca) le pillaron los militares, que empezaron a hacerle análisis de sangre y otras pruebas. En esas estaban cuando un científico con sentimiento de culpa provoca el accidente del tren para que se escape. Y como el marciano es bueno, ya lo hemos dicho, los niños le dan el empujón final para que se marche a su mundo. Si el marciano está casado, la excusa que va a poner por llegar tarde no se la va a creer su mujer. Fin.

Otras películas que ponían en otras salas : Conan el bárbaro, Manuale D´amore, La boda de mi mejor amiga, Zooloco, Capitán América : El primer vengador, El origen del planeta de los simios, Linterna verde, La víctima perfecta, Los pitufos y Paul.

Se me había olvidado decir que el marciano quería comerse a la niña actriz, pero al final no lo hace, no sé si porque no tenía hambre o porque era bueno. También se me han olvidado algunas cosas, pero no son importantes. Lo peor es que las que he contado tampoco lo son.

Si a uno le gusta la película dirá que, además, hay un montón de referencias a otras películas. Hay tantas que es posible que encontremos alguna al anuncio de Villarriba y Villabajo. Yo, como no me ha gustado, diré que no son referencias, sino falta de imaginación o cansancio o más de lo mismo. Creo que J.J. Abrams ha hecho la película que le hubiera gustado ver de niño, pero es que las cosas han cambiado un poco desde entonces.

Como ésta es una película con marciano, cómo sea este marciano influye mucho. No puedes ponerlo de adorno porque los ojos se te van al marciano, como si el domingo, cuando vas a comerte una paella a casa de tu madre, ves un masai sentado a su lado. La paella puede estar cojonuda, pero no dejarás de pensar en el masai. En esta película la paella son los niños y el marciano es el masai, por si me estoy volviendo espeso, que todo puede ser.

Y a mí, por decirlo pronto, sólo me valen los marcianos que son unos hijos de puta, porque yo me alimenté de las babas del Alien de Riddley Scott y cuando has probado eso, no admites que un marciano pueda ser un embajador de una ONG. Además de hijos de puta, deben ser inteligentes, y dar miedo, y tener un diseño sugerente. Así que en una esquina está Alien y en otra esta tarántula con cabeza de Transformer y con un corazón capaz de repartir amor entre todos los niños del mundo cantando el “tenía tanto que darte, tantas cosas, que contarte”. No.

Todo esto, en fin, para dar mensajes, que la película tiene muchos y muy buenos, ya hemos dicho, si tienes ocho años. Con nueve, me temo, las cosas serán diferentes y es probable que con diez lo veas todo al revés. Por tener, tiene hasta uno sobre el duelo con esa escena de despedida con una medalla que recuerda a la de los Puentes de Madison, sólo que aquí acaba colgada del retrovisor de una nave espacial. De todo, muy sugerente.

Voy a maridar esta película con un vaso de Colacao y una magdalena. Dicho queda.

domingo, 21 de agosto de 2011

Accidente


Se me ocurre una idea muy buena para una novela, o un relato, o un cómic, o un corto, o un largo, o una serie, o un libro de poesía, o un cuadro, o una sinfonía o un anuncio de televisión.

Si la expongo aquí es porque sé que la idea es buena pero que ni tengo ni tendré el talento de llevarla a buen puerto (ni creo que me alcanzara el talento para llegar a botarla en las tranquilas aguas del estanque del Retiro) y, en presentándola aquí, espero que otro la quiera más, la cuide, la alimente y pueda ofrecerle algo digno a la sociedad.

La idea es la siguiente : en un escenario dividido en dos partes, se representa la misma acción con una diferencia. A saber : en un lado los personajes hablan y en el otro se escucha lo que realmente quieren decir. Tendría que haber, claro, cierta diferencia temporal entre los dos, como ocurre en casa con la tele de la cocina y la del salón, que retransmiten el capítulo de Bob Esponja con un par de segundos de diferencia. Cosas del TDT o de Bob Esponja o de ninguna de las dos.

Igual ya se ha hecho y no ha funcionado, como la Coca-cola de melón, pero la idea merece un poco de atención.

Pienso en ello por culpa de un accidente, al que hago mención en el título del post y al que ahora pretendo referirme porque uno no pone títulos porque sí, admirador como es de esos textos legales en los que se anuncia un decreto y lo que viene a continuación, efectivamente, es el decreto.

Así que ahora hablo del accidente, sí, pero antes pongo el suceso en antecedentes. Salimos del pueblo sobre las nueve y media de la noche, hora local, que no añade mucha información, porque es la misma que en el resto de la península, pero así practico para cuando me paguen por escribir palabras y, ensayando como ahora, no me cueste nada escribir y escribir. Si me pagan, se van a hartar de palabras. Las nueve y media, pues, y ya oscureciendo, que nos acercamos a esas estaciones en las que la Tierra decide ahorrar energía y guardarse el sol para que dure más.

Noche, y nubes y lluvia lejana con unos rayos que caen como si alguien ahí arriba pretendiera darle a una liebre para asegurarse la cena. Una liebre lista, la jodía, porque no dejan de caer rayos.

Guarde el lector, pues, que es de noche, que va a llover y que hay rayos porque es importante. Añado, aunque no sea muy relevante, que en la carretera nos encontramos bastantes animales atropellados. Este verano ha habido muchos. No sé si porque hay tantos que, por estadística, resulta comprensible; porque ahora les da por cruzar la carretera para estimularse (o para huir de los cazadores); o porque ande por aquí cerca M. Night Shyamalan rodando una película.

Así que empieza a llover, se hace de noche y caen rayos, nada sorprendente porque ya lo había advertido. Avanzamos por la Nacional 3 a buen ritmo, escuchando varios programas enlatados de Sonideros, en los que se anuncian conciertos para fechas que dejamos atrás hace varios meses. Que sean antiguos no importa porque la música es buena, muy buena (descubro a Santa Sabina), y porque a los colaboradores les pasan cosas raras, como lo de olvidarse de darles a los técnicos los discos de los que van a hablar.

Hablamos de la música. Cuando no hablamos, nos callamos, que es la opción que nos deja la lógica.

Llegamos a un punto en el que nos encontramos con el atasco. Lo vemos, nos unimos y formamos parte del atasco. Con lo bien que íbamos, decimos. Al poco rato vemos que una ambulancia se hace paso entre los coches. Después, otra.

Seguimos hablando de la música y seguimos callados.

El atasco es considerable. Sabemos que el tráfico volverá a ser fluido cuando pasemos el accidente, así que cuando reconocemos las dos ambulancias y a la guardia civil dirigiendo el tráfico, los coches ya van aumentando la velocidad.

Hay cuatro coches en el arcén, un par de ellos con una buena parte de la carrocería destrozada. Hay algunas personas sentadas en el suelo. Los médicos entran y salen de las ambulancias. De toda la escena, lo que más me llama la atención es lo despacio que avanza una mujer con collarín, apoyada en otra.

Supongo que todos hacemos lo mismo. Miramos lo que ha pasado, tratamos de descubrir si el accidente ha sido tan grave como para haber provocado muertes, y aceleramos rápidamente, agradecidos por dejar detrás el atasco y un accidente que no hemos sufrido.

Sólo unos minutos más tarde, María me reconoce que estaba asustada, que desde que vio las ambulancias estuvo pensando que el accidente lo podría haber tenido su hermano, que salió antes que nosotros y al que yo no imaginaba por estas carreteras porque, no sé por qué, no se despidió de mí (lo que no critico, claro, porque viendo la cara que me encuentro en el espejo, empiezo a no darme ni los buenos días).

Así que hablaba de la música sin pensar en la música y callaba sin dejar de darle vueltas al accidente. Por eso lo de la idea de este post. Así aprenderíamos a escuchar los silencios y a no darle tanta importancia a lo que se dice, por ejemplo.

Y si alguno se atreve con lo de la Coca-cola de melón, pues adelante, también le regalo esa idea.

sábado, 20 de agosto de 2011

Un libro y dos tortas


Por la noche me dice : “Te traigo un libro para que lo leas”. Y de una bolsa saca “I am the wind”, la obra de teatro de Jon Fosse de la que hace unos meses leí la crítica. Estamos sentados en una mesa del Vagón, un local de copas que está junto al castillo de Burgos. Una cerveza, un mojito, con gin tonic. Es la una de la madrugrada y por las mesas corren algunos niños. No es difícil escuchar a alguien que comente que una noche como ésta, en la que puedas estar con manga corta, no es normal en estas fechas.

Por la mañana le encuentro en la cocina, cortando croasanes por la mitad y tostándolos. Aprovecho para meterme en el cuarto en el que tiene los libros para fijarme en los títulos. Mucha poesía y teatro y arqueología. En el suelo, un libro de Carver con un marcapáginas. Al verlo siento este cuarto algo mío, como si me encontrara con una fotografía de un lugar en el que he estado.

Vuelvo a la cocina, en el momento en el que María, recién duchada, se asoma para desayunar. Retomamos la conversación de anoche sobre esos momentos en los que, habiendo logrado algo, tienes que abandonarlo para seguir creciendo. Intentamos hablar pero el fondo, lo que realmente queremos decir, se escapa, quizás porque no lo tengamos claro o porque no lo sepamos. En cualquier caso, siempre es mejor que estar callados.

En la nevera hay un calendario con una fotografía del teatro romano de Milos.

De vuelta a casa, me leo “I am the wind”. Descubro que se trata de la confesión de alguien (“El otro”) que vuelve una y otra vez a rememorar los últimos momentos con un amigo (“El uno”) después de haber sido incapaz de ayudarle con sus palabras, tratando así de descubrir algo que quizás no exista. Tal como está construida la obra, con la información que se da, se puede decir que tanto “El otro”, como el lector, son la misma persona y lo que el autor propone en la obra es : “¿Qué habrías hecho tú”?.

El uno : “That´s what I think. I think maybe all words are like that but the essence of something how it really is you can communicate that because right that´s not a word is it”

Además de croasanes, en el plato que ha colocado en la mesa del desayuno hay galletas y un trozo de pastel cortado en trozos. Todo en el plato está ordenado, como en el resto de la casa. Se podría decir que estamos alimentándonos de ese orden.

Volvemos a hablar del futuro, de las decisiones, de las cargas, del miedo, del cambio, del pasado, de la suerte que se busca, de las coincidencias, de los proyectos y del riesgo. No nos acercamos a esa esencia, pero no importa. Sí importa saber que no te vas a acercar y que a pesar de eso hay que hablar.

El uno : “I know there´s no point in saying anything really, but, but I, I´m alive so I´ve got to say something”

Quizás por eso existan los ritos, como éste de desayunar juntos, que vaya más al centro de algo para lo que no existan las palabras adecuadas, o tal vez sí existan pero usadas de una forma que no sabemos.

Si se juega a ver la realidad como un continuo esfuerzo de la gente por comunicarse con palabras sospechando que esas palabras apenas dicen nada, los gestos cobran otro valor.

El uno : “Everything´s so visible, everything can be seen, the things that people hide with what they say, the things maybe they don´t even know about themselves. I see all of that”

¿Por qué, si no, en el momento de despedirnos nos dice que esperemos y se marcha un momento para regresar con dos tortas en una bolsa?

Un libro por la noche, unas tortas por la mañana.

El uno : “An image should say how something is because you just can´t say it any other way. That´s the whole point of it I suppose”

viernes, 19 de agosto de 2011

Una copa de Magno


Después de hacer una gestión en el banco, entro en la cafetería que acaban de abrir al lado. Está todo nuevo, recién pintado. Al acercarme a la barra tengo la impresión de que estoy ahí para sentirme en un sitio listo para estrenar. El cortado que pido, pienso, es lo de menos.

La chica que me atiende viste de negro. Es alta y delgada, con cierto aire a dependiente de una tienda de moda. Coloca la pequeña taza de mi cortado en la máquina y vuelve a una conversación que empezó antes de que yo entrara.

-¿Entonces le parece mucho?
-Por un Magno, sí.
-Pues es lo que pone en la lista de precios.
-Pero es que yo no he visto la lista de precios.
-¿Y cuánto le cobran por un Magno en otro sitio?
-Pues dos euros. Como mucho, dos euros.

En la barra están dos periódicos del día, doblados con cuidado, como las toallas en un cuarto de invitados. Leo los titulares, que se parecen a los de ayer y a los de mañana. Los periodistas parecen incapaces de contar lo que pasa porque siguen viéndolo todo desde las alturas de la macroeconomía. Vuelvo a la conversación, que continúa, lenta.

-Si quiere le devuelvo un euro.
-A mí me da igual. Yo no vengo mucho por aquí, pero si me tratan bien en un sitio, vuelvo, y si no, no vuelvo.

La dependienta va a la caja, la abre y saca una moneda, que deja junto a la copa del hombre. Mi taza sigue en la máquina. Miro la hora. Ya debería estar en el coche, camino del trabajo.

-Aquí tiene el euro. Con un euro no voy a ningún lado.
-Sí, pero un euro que le cobra a uno, y a otro y a otro, eso hacen muchos euros.

Otra chica, más joven que la que me ha atendido, me pregunta qué quiero. Le digo que ya he pedido un café y le señalo la pequeña taza. Ella, que parece haber estado pendiente de toda la situación, va a la máquina, prepara el cortado y me lo sirve con una pequeña chocolatina en el plato. Me pregunta si quiero algo de bollería.

jueves, 18 de agosto de 2011

Cereales


Uno de los objetivos que nos proponemos para el nuevo curso es cocinar más

Thermomix : ¡Ja! Eso no es difícil.

Cierto, porque, partiendo de cero, cualquier incremento resulta espectacular. El plan es bueno, pero, viendo lo que hay en la nevera, habrá que esperar para comenzar con las primeras recetas. Dejamos más cosas en la nevera del hotel que las que ahora veo en la nuestra

Lo que me encuentro sólo sería útil si me llamara Antonio López, que no es el caso, aunque ni apellido sea tan común como el suyo. Si te apellidas López, parece normal que te dediques a pintar un cuarto de baño. Si, por el contrario, te cae Van Gogh de apellido, lo que arregla lo de Vicente, nadie te va a decir nada si haces girar las estrellas en el cielo como si estuvieran a punto de caer por el sumidero de un gran baño espacial

Pero no he venido aquí a hablar de arte, sino de gastronomía.

Retomo la imagen del eco en la nevera, que se une al de mi estómago a las diez de la noche. María me ha dicho que se bajaba a tomar un vino y que subía en un momento pero ella no sube y la botella de la que le sirven parece ser que no deja de bajar. Sigo solo, con hambre y si me apellidara Van Gogh podría asomarme a la ventana para pintar algo, que la soledad y el hambre ayudan al arte, pero no al talento, no os engañéis

En vez de eso, me asomo a una caja de cereales que veo abierta. Cuando el mundo llegue a su fin, las cucarachas serán las reinas de la creación y, seguro, se alimentaran de paquetes de cereales, como hago yo. Los cereales no te fallan. Siempre están ahí, como las latas de sardinas, las de tomate frito, la última cerveza, los colines, los macarrones en el tarro de plástico de Ikea, el azúcar, la caja de bolsitas de sin estrenar, la botella de aceite, la tableta de chocolate a medias o el tarro con pimienta. Cosas, en fin, que ahora despreciamos y que alabaremos cuando se instale la nueva recesión (ésta o la siguiente o la que venga después, que vamos a tener todas las que queramos ahora que ya no queda dinero para prestar) y Arguiñano abandone la carne y nos enseñe a preparar macarrones con tomate, tomate con macarrones, macarrones solo y tomate en chupitos

Cojo un vaso de leche, echo los cereales y me marcho al salón. Repito la receta para el que quiera tomar nota : cojo un vaso de leche, echo los cereales y me marcho al salón.

Sólo falta un ingrediente para que no eche de menos a María ni a sus vinos, ni lamente lo común de mi apellido, ni piense en la gran debacle económica que se aproxima, ni recuerde la lamentable imagen de Mourinho quitándole las legañas a los demás. El ingrediente secreto, tomad también nota, es una sesión con los tres primeros episodios de la cuarta temporada de Breaking Bad.

Gracias, Internet.

miércoles, 17 de agosto de 2011

En terapia S0215 : "La memoria”



Gina-Paul, la memoria puede ser muy poco fiable. Sí. Nos gusta pensar que son recuerdos indelebles del pasado, pero cada vez que sacamos una escena jugamos un poco con ella antes de guardarla de nuevo. SI odiamos a nuestro marido, pues recordamos la boda como menos alegre o decimos “él no era el hombre apropiado para mí. Constantemente alteramos nuestros recuerdos para que el pasado no esté en conflicto con el presente.

Paul-Sí, mi memoria está jodida. Entonces, ¿Cómo fue realmente mi infancia?


G-No, por favor. No cuestiono los sentimientos que tienes de tu infancia. Son absolutamente precisos. Sólo me pregunto si esa noche en particular tal vez algunos hechos no fueron tal como los recuerdas.

P-Si, Gina, conozco muy bien el concepto de memoria de pantalla.


G-Claro que lo conoces. Entonces sabrás que tus recuerdos de esa Nochebuena nos hablan del periodo de toda tu infancia, no sólo de una noche. Estabas sobrecogido. Sentías que eras el único que sabía la gravedad de sus problemas.

P-Y mi padre. Pero le importaban una mierda.

G-¿Estás seguro de eso?


P-¡Si le hubiera importado la habría metido en alguna institución y la habría ayudado, aunque al final lo hiciera. Pero no antes de que yo me pasara cada día del instituto sin saber con qué me encontraría al volver a casa. ¿Estarían los cuchillos clavados en la pared? ¿Estaría la bañera desbordada, con un cable alrededor de la garganta? ¿O se habría decidido de pronto a ordenar y pintar todos los armarios del pasillo?

G-¿Por qué crees que no la metió antes en una institución?


P-No sé. ¿Porque necesitaba que alguien cuidara de los niños?

martes, 16 de agosto de 2011

En los huesos


Nadie me ha visto por dentro mejor que este hombre que ahora tengo frente a mí. Nadie. Y eso que es la segunda vez que le veo. La primera, hace unas semanas, me dijo :

-Hazte una radiografía y vuelves.

Y mientras me decía eso probaba su boli en un papel para ver si pintaba. No, no, escribía un mensaje al radiólogo en un volante, lo veo cuando me lo tiende. Así que le llevo el mensaje al radiólogo, que podía decir algo como “mata a este hombre, ya mismo”, pero parece que la cosa no llega a ese punto, que debía ser un texto más profesional, y menos literario, del tipo “hazle una radiografía a este hombre y después lo matas”.

El radiólogo me hace la radiografía (que es como una foto por dentro en la que no puedes respirar para que todos tus órganos aparezcan quietecitos) y salgo corriendo de la sala antes de que me mate.

-Tome, su radiografía.

Que agarro a la carrera, provocando en mi huida que las batas de las enfermeras (que sólo existen en mi imaginación) vuelen en preciosos pliegues, mostrando (en mi imaginación) esas partes en la que las imaginación se recrea en sí misma, como un niño cubierto de arena en la playa.

Unos minutos después le tiendo la radiografía al traumatólogo, que es el espeleólogo de los huesos, de ahí esa coincidencia final. La radiografía está calentita y es fiel reflejo de lo que soy por dentro. Tengo mucha curiosidad por ver qué pinta tengo de piel adentro. Mucha. También me preocupa ese dolor continuo cuando me duele e imperceptible cuando no lo siento, claro, pero a eso me he acostumbrado, sobre todo cuando no duele.

El traumatólogo, que me ha dado la mano sin fuerza, como si él se hubiera quedado sin huesos a fuerza de verlos, tocarlos y curarlos, enciende una pequeña pantalla que está a sus espaldas. Saca una radiografía y la encaja. Hace lo mismo con la segunda porque con la primera le ha salido muy bien y para qué cambiar. Digo yo.

Ahí estoy yo por dentro. Tengo que reconocer que encuentro los huesos de mi columna atractivos. La atracción es inmediata y sincera. Cuántas mujeres compartirían ese mismo impulso si estuvieran a mi lado. Qué huesos tan bien formados.

Parte de mi imaginación sigue cubierta de arena. Lo digo para que conste.

Unos segunditos de silencio, para darle algo de emoción al momento. Acostumbrados a tantas series de asesinatos, que no se vea el agujero de una bala o cinco se seis huesos rotos por varias partes convierte a la escena en algo costumbrista. Al traumatólogo también le deben parecer aburridas las radiografías porque coge un bolígrafo y lo acerca a la del coxis con la intención, estoy seguro, de dibujar un agujero de bala para que salgamos los dos corriendo por los pasillos del hospital buscando al asesino. Pistas seguro que no faltan.

No pinta nada, advierto. Rodea una zona en la que parece que hay algo evidente que no logro ver, lo que no me preocupa porque una de mis habilidades es la de ser inmune a lo evidente. Los daltónicos no ven colores y se les respeta porque se inventaron esa palabra, daltónico, que me suena, por culpa de Lucky Luke, a atracador de diligencias con problemas de vista, pero como no existe ningún término para los que somos ajenos a lo evidente no se nos toma en serio. A falta de algo mejor, nos llaman tontos, pero tampoco es eso.

Intento disimular que soy tonto asintiendo.El bolígrafo da vueltas alrededor del problema, siguiendo esa estrategia de acecho que pedía Ortega y Gasset. Un traumatólogo Orteguiano o Gassetiano, vaya.

Gira el bolígrafo como en los concursos. Puede pararse en la casilla de “nunca volverá a andar derecho” o en la de “esto no lo había visto antes” o en la de “hay que operar ya mismo” o en la de “yo no pedí una radiografía de esta parte”.

Así están las cosas a las diez menos cuarto, para situarnos, de este martes. Si salgo vivo de ésta decido tomarme cuatro churros grasientos y muy ricos con un café (2,40 € me costará el capricho).

La ruleta se para en una casilla inocente, inocua : “Contractura”.

Setecientas palabras escritas para una simple contractura. Para que vea que tiene razón, me encorvo un poco, así. Con la mirada busco un bastón que darle a mi mano, pero no hay ninguno por la sala. El traumatólogo con las mano sin huesos se sienta y yo le imito. Antes ha quitado las radiografías de su pantalla iluminada y las ha metido en su bolsa, que me tiende.

Los dos estamos un poco decepcionados, como si nos hubieran dado una prueba falsa en el caso del asesino al que ya queríamos perseguir. Pero qué le vamos a hacer, a estas horas la auténtica novela negra está durmiendo, la literatura de verdad está roncando y sólo estamos de vigilia y de guardia los becarios de las letras, los que escribimos posts cómo éste.

El traumatólogo vuelve a probar su bolígrafo, vuelve a escribir otro mensaje. Éste es para el fisioterapeuta al que tengo que ver.

-Y cuando termines con él vuelves a verme – me dice.

Está claro que soy un mensajero en medio de una extraña red de conspiraciones. Lo sé. Mi dolor de espalda es una excusa, y quien dice excusa dice pretexto, evasiva, subterfugio, rodeo, perífrasis, efugio, digresión, circunlocución o descarte.

Estoy tan seguro de que se trata de un mensaje en clave que me voy a la churrería y le enseño lo escrito a la mujer que me atiende, una mujer de mundo.

-Aquí dice cuatro churros y un café con leche.

Lo leo y es cierto. La realidad, en ese momento, se cierra sobre sí misma con la forma de ese churro que mojo en el café.

lunes, 15 de agosto de 2011

El castillo de Belmonte


Orza : Eran unas vasijas, normalmente de barro cocido, en las que se almacenaban los alimentos para su conservación.

Redoma : Es un tipo de botella con un cuello largo para contener líquidos, como por ejemplo aceite, que se encontraba en las mesas para condimentar los alimentos.

Alcuza : Era un contenedor de líquidos, una variedad de caldero que servía para transportar los caldos de la bodega a las cocinas y las mesas.

Lebrillo : Eran unos grandes barreños de cerámica que servían generalmente para almacenar los alimentos antes de los guisos.

Escudillas : Eran unos cuencos multiusos, donde habitualmente solían servirse los alimentos para comer

Hachero : La iluminación de un castillo del siglo XV se conseguía mediante candelas y velas que se colocaban en los diferentes candeleros, candelabros y hacheros distribuidos en todas las estancias.

Arqueta : Era un arca de pequeñas dimensiones, realizada en madera con incrustaciones de materiales preciosos como hueso, marfil o esmaltes.

Jergones : Eran unas finas colchonetas que al llegar la noche y una vez despejado el espacio de esta estancia, se estiraban y se utilizaban parar dormir.

Huso : Hilar era una tarea para prácticamente todas las mujeres durante toda la Edad Media. Para ello se utilizaban diferentes instrumentos como el huso, cuya parte interior tenía un disco donde se enrollaba el hilo cuando estaba retorcido.

Braserillo : Realizados en hierro forjado o en cualquier matea, resistente, se colocaban en las diferentes estancias y se alimentaban con las brasas de la chimenea para mantener el calor.

domingo, 14 de agosto de 2011

Transtempo



Hago ciento cuarenta kilómetros de ida y ciento cuarenta de vuelta para ir a ver “Transtempo”,de Cristina Sánchez Rodero, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, esta mañana de domingo.

Podría haberme quedado en la cama en una habitación en una casa en un pueblo en el que la gente, al atardecer, saca las sillas a la calle y se dedica a charlar, mezclando las palabras con las cáscaras de las pipas que comen.

Pero mi pueblo está en Madrid, escondido en esas calles que van desde Cuatro Caminos hasta el Rastro en un paseo que he hecho muchas veces una mañana de domingo como ésta. Quizás por eso no me cuesta madrugar y conducir, pensando en toda la energía que hay que gastar para que me pueda dar este capricho. Este tipo de caprichos también desaparecerán en el futuro.

Aparco en la zona de Bilbao porque los carteles de la M-40 anuncian cortes en el centro por las jornadas de la juventud. De ahí voy andando hasta sol, disfrutando del paseo. Que Madrid es una villa resulta evidente caminando por sus calles un domingo por la mañana. El incremento de las zonas vedadas al tráfico es un intento de extender el domingo al resto de la semana.

Llego al Bellas Artes y, en la sala Picasso, veo la exposición “Transtempo”. De la intruduccion escrita en una pared me gusta la palabra fijar. Supongo que todos, cuando hacemos una foto, aunque no lo sepamos, buscamos fijar ese momento. No se trata de recordarlo, sino de sacarlo de ese flujo temporal y conseguir que siga vivo como un pez fuera del agua. Ese tipo de foto que no arrastra al pasado para compararnos con él o para ver cómo éramos, sino que expone una pequeña verdad en forma de sentimiento que, al ser reconocido o experimentado por el que la observa, es capaz de unir el momento de la foto y el del que la observa hasta hacer desaparecer esa diferencia.

Describirlo es fácil, lograrlo con las fotos parecería imposible si no lo estuviera viendo en la exposición. Foto tras foto tengo la impresión de estar frente a un ejercicio de magia, porque parece increíble que Cristina pueda estar justo ahí donde se está contando algo.

Cada foto, un truco. Y de todas ellas, ésta es mi selección particular :

1-El señor cura y su madre – 1980
2-El desayuno – 1986
3-Aloitadores – 2010
4-Entrelazados – 2010
5-La rama – 1979
6-El alma dormida – 1981
7-El arrebato – 1993
8-Llamas de ofrenda – 1974
9-Los abuelos – 1986
10-Antoñito – 1981

Cuando vuelvo al pueblo después de la exposición me pregunto si Cristina sería capaz de aplicar su magia a estas calles, a estas casas, a esta gente que, aparentemente, no tiene nada que decir.

sábado, 13 de agosto de 2011

Sin rastro de Maigret



Poco a poco, es de esperar, desaparecerán estos expositores repletos de ediciones de bolsillo que encuentro en papelerías como La Cañaílla y en los que se han ido enrollando mis veranos. Me recuerdan a esa carne de los puestos de kebab que el dependiente corta con un cuchillo en lonchas y te mete en un trozo de pan. Literatura para comer con las manos.

Me gusta esa mezcla de géneros y autores que se presentan sin aparente criterio. Me gusta estar al lado de revistas, de periódicos, de cubos de plástico verdes, de gafas de sol, de cuadernos de caligrafía, de postales de la playa, de cajas de lapiceros, de cremas protectoras para la piel, de pegamentos con tapón amarillo, y de gafas para bucear.

En esa extra mezcla de autores, encuentro “El mar”, y descubro a John Banville.

Pero no hay ni rastro de Maigret. Su hueco parecen haberlo cubierto jóvenes escritoras suecas o noruegas o finlandesas de pelo limpio y sonrisa perfecta que son hijas de su tiempo. No hay sitio para unas historias con estufas, calvados, guardias frente a la casa de los sospechosos, paseos, llamadas desde teléfonos públicos o comisarías en las que no hay un ordenador que salve al escritor y le presente todas las pistas.

Se puede decir que han enterrado a Maigret para que surjan todas estas bonitas flores de plástico.

viernes, 12 de agosto de 2011

Anatomía del atún


En una de las paredes de la Taberna La Chanca, en Conil, hay colgado un dibujo con las distintas partes del atún :

Cabeza : Morrillo y Mormo
Tronco de cabeza : Solomillo, lomo, tarantelo e ijar
Tronco de cola : Cola negra y cola blanca.

Hemos comido bombas de atún (10 €) y atún a la plancha (12 €) en la Taberna La Chanca, lomo de atún (18,50 €) en el Doña Lola, pimientos con atún (7 €) y atún encebollado (10 €) en El Resbalón; degustación de atún (20 €) en La Mejorana, pincho de atún (6€) y atún encebollado (7 €) en El Patio de Cádiz, y mormo de atún (18€) y morrillo de atún (19,20 €) en Casa Varo.

Hemos comido mucho atún, pero, de todos los locales que hemos conocido, el que sabemos que vamos a recordar de estas vacaciones que terminan hoy y es Casa Varo, en Véjer. Ahí nos sirven dos platos de atún que llevan como nombre la parte de la que provienen. Sin florituras ni adornos. Mormo y Morrillo. En el resto de los locales no especifican a qué parte del pez pertenece lo que sirve, como si todo el atún fuera atún.

Y lo que aprendemos, en esta faceta gastronómica de las vacaciones, es que no todo el atún es atún. Estudiad las partes y, si es posible, elegid aquellos platos en los que se mencione a qué parte pertenecen. La diferencia, como uno aprende en Casa Varo, es grande.

Ya que el atún es cada vez más escaso, prepararlo con cuidado es una forma de reconocer su valor.

jueves, 11 de agosto de 2011

Belo y el susodicho



Estamos cenando en Piluso unas pizzas, unas empanadas, una ensalada y una botella de Azpilicueta en la que es nuestra última noche en Conil. En unos días tenemos que volver al trabajo porque, desde que nos hemos ido, la economía no ha dejado de golpearse la cabeza contra las paredes. Tiempo, pues, de poner las cosas en su sitio.

En lo que ese momento llega, nos bebemos el Azpilicueta y nos comemos las pizzas atendidos por una camarera argentina de las que levantan cada palabra que decimos para ver si debajo se esconde algún significado más o menos oculto.

En esas estamos, bebiendo vino y negociando con los enanos las porciones de pizza que tienen que comerse, cuando Belo y uno de los susodichos se preparan en una esquina para tocar tres temas, tres, a estas horas de la noche.

Y luego dicen que los artistas no trabajan. ¿Qué hago yo, si no, en esta esquina particular escribiendo a horas intempestivas? Menos economistas cabrones y más artistas es lo que necesitamos.

Belo prueba su micrófono y se presenta.

-Empezamos hace tiempo nuestra gira mundial en Conil y aquí seguimos.

El chiste tendrá ya sus años, pero funciona, no sé si por sí mismo o por el Azpilicueta. O por las dos cosas. Los tres temas que toca están bien, y, además, provocan en Lucía un extraño efecto. A saber : que, agarrando un trozo de pizza en una mano, se levanta de la mesa y se acerca hacia Belo y el susodicho (que toca la caja) para escucharle y bailar.

Eso, Belo, no lo ha logrado casi nadie.

Por eso cuando terminan los tres temas, cambio un billete de veinte en la barra del Piluso para llevarme un CD por diez euros. Diría que lo hago por solidaridad entre artistas, que yo, desde la esquina de este blog, sé lo que es dar lo mejor que uno tiene, pero la verdad es que me lo llevo porque tengo curiosidad por este Hamelin que ha conseguido que una niña de siete años le siga y se coma su cena sin rechistar.

Belo y los susodichos : “Aire, viento y dinamita” : 1-Aire, viento y dinamita ; 2-Borracho; 3-Ingenioso y demente; 4-Popeye sin Olivia; 5-Relativo; 6-No dejo de soñar; 7-La casa del cura; 8-María; 9-El último tren; 10-Con las manos vacías.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Siete


Poco antes de que el sol se ponga, los enanos soplan sus velas. Ha costado bastante conseguir que se mantengan encendidas porque desde hace unos días sopla el viento de levante. En cada una de las dos tartas, idénticas, hay dos siete, también idénticos para evitar problemas. Lucía sopla con fuerza y la apaga al primer intento. A Daniel le cuesta un poco más.

Aplaudimos y les hacemos muchas fotos. Tal vez demasiadas, sí.

Dejamos las velas encima de una mesa de la habitación, cogemos las dos tartas y un cuchillo y nos marchamos a la zona de la piscina. Las tartas son baratas, industriales, y las compré ayer en el Supersol por 3,40 euros cada una porque, como ninguno es goloso, las veo más como un soporte en el que poner las velas que como algo que después nos vayamos a comer. Nos sentamos en una tumbona y desde ahí vemos cómo se va poniendo el sol. Curiosamente, hoy los dos me piden un trozo tras otro, que les corto de sus tartas.

En todas las vacaciones, va a ser la primera y la última vez que veamos atardecer así. Lo normal es que hubiéramos estado en la zona de las construcciones hinchables, pero hoy, cansados, han preferido quedarse aquí. No es el mejor de los atardeceres porque el mar apenas cambia de color, como si el atlántico no se permitiera esos juegos de naranjas del mediterráneo, más para turistas. A pesar de todo, me parece una buena manera de celebrar su cumpleaños.

Cuando dentro de unos años quieran saber cómo fue cada una de sus celebraciones, ésta será fácil de recordar. De mi celebración de los siete años soy incapaz de recordar nada y lo cierto es que me gustaría mucho saber quién compró mi tarta y dónde, si pusieron siete velas o una representando mi edad, quiénes estaban conmigo cuando las soplé, dónde lo celebramos, si terminamos o no la tarta, si alguien me hizo alguna foto, si hubo algo especial en ese cumpleaños y si lo celebramos el mismo día en que caía o lo dejamos para el fin de semana siguiente.

Pero lo más sorprendente de la celebración ocurre después. Al regresar de la piscina, los enanos quieren lanzar los globos con los que hemos cubierto su cama esta mañana para que salgan volando. Se asoman a la terraza y los sueltan, pero en vez de elevarse, caen al suelo, donde los niños que están jugando en un parque vienen corriendo a recogerlos. Hay globos para todos, así que no se producen peleas. Los niños levantan los brazos pidiendo más y más. Los globos caen lentamente. El blanco de las paredes hace que sus colores destaquen mucho más.

martes, 9 de agosto de 2011

Sandía en el desayuno


Vacaciones.

En el desayuno, Lucía me pide que le prepare los trozos de sandía. Elijo seis o siete (seguramente seis u ocho porque prefiero los números pares) y los voy dejando en un plato que llevo a la mesa. Corto cada trozo en cuatro o cinco más pequeños y con la punta del cuchillo le voy quitando las pepitas. Lo hago sin prisas. Lucía espera tranquila. Sólo cuando no veo ninguna sombra negra dentro de la carne roja de la sandía dejo el trozo en el plato de Lucía. Lucía pincha cada trozo, se lo lleva a la boca y lo mastica lentamente, pensando en algo que, seguro, no tiene nada que ver con la sandía.

Estoy seguro de que en alguna mañana de invierno, calculando el tiempo que queda para despertarles, me acordaré de este desayuno.

lunes, 8 de agosto de 2011

Sísifo de habitación en habitación


Sábado 30 de julio : "Zapatero acorta la agonía"; Domingo 31 de Julio : “El fanatismo del Tea Party empuja a EE UU hacia el desastre”; Lunes 1 de Agosto : “EEUU negocia “in extremis” un acuerdo para evitar la quiebra”; Martes 2 de Agosto : “La anémica recuperación de EE UU lastra los mercados de medio mundo”; Miércoles 3 de agosto : “La crisis de la deuda asedia a España”; Jueves 4 de agosto “Bruselas pide a los países del euro que aceleren el plan de rescate”; Viernes 5 de Agosto : “El temor a la recaída hunde los mercados”; Sábado 6 de Agosto : “Berlusconi acelera el ajuste fiscal obligado por la UE y los mercados”; Domingo 7 de Agosto : “El mundo se asoma a otra recesión ante la impotencia de los Gobiernos”; Lunes 8 de Agosto : “El BCE se moviliza para defender a España e Italia en los mercados”.

Todo eso pasa en un nivel económico.

En otro, cada mañana dos mujeres entran en nuestra habitación para limpiarla, ordenarla y conseguir que, cuando volvamos, tengamos la impresión de que volvemos a estrenarla. John Banville, en su libro “El mar”, dice :

“Las habitaciones de hotel, incluso las más imponentes, son anónimas; todo en ellas muestra una absoluta indiferencia hacia los huéspedes: la cama, la neverita con las bebidas, incluso la prensa planchapantalones, colocada , de manera deferente, en posición de firmes de espaldas a la pared. A pesar de los tantísimos esfuerzos de arquitectos, diseñadores y la dirección, las habitaciones de hotel siempre están impacientes por que nos vayamos. Las habitaciones de hospital, por el contrario, y sin que nadie se esfuerce en ello, están para que nos quedemos, para que queramos quedarnos y estemos contentos” (Página 152)

Las dos mujeres logran con su trabajo que éste párrafo de Banville sea lo único que corregiría en el libro.

Cuesta creer que esas dos realidades, la de los titulares y la de las mujeres que van limpiando habitaciones, lo sean en el mismo sentido. Cuando termino de leer los periódicos los dejo en la terraza. Con la humedad y el sol pronto sus páginas se vuelven amarillas. No cuesta nada que pierdan esa arrogancia que tienen cuando cada mañana anuncian la realidad de sus titulares, la de todos esos organismos que parecen haber llevado al mundo a esta situación por querer buscar un atajo a la condena de Sísifo.

domingo, 7 de agosto de 2011

El avión


No todos los días están en la playa, pero cuando la recorren, de un lado a otro, a su paso van apareciendo pequeños aviones blancos en el aire. Cuento cinco aviones y les digo a los enanos que hoy andan por la playa. Los tres salimos corriendo hasta que les reconocemos : dos adultos con sombrero de paja, la piel morena y, junto a ellos, una gran caja.

Aviones a dos euros.

Hace unos días se nos escaparon porque no teníamos dinero, pero hoy está todo previsto. Lucía y Daniel corren apretando una moneda de dos euros en la mano. Los dos hombres nos ven llegar y, sin decir nada, parecen reprendernos con la mirada, como si con las prisas no se fuera a ninguna parte.

Uno, el menos alto, coge las piezas del avión y las monta, ajustando el resultado con un cuchillo que tiene en la mano. Le tiende el resultado al otro, que es el que habla. La cosa va en serio :

-El avión se coge por aquí (por la misma zona por la que se levantan los gatos). Ni por aquí (morro) ni por aquí (cola). De aquí a la derecha podéis correr, pero si vais en sentido contrario, sólo se puede andar. Cuidado con caminar los dos muy juntos porque se pueden unir los hilos. Soltad el hilo poco a poco y agarrad el carrete con las dos manos. Cuando os marchéis de la playa, lo mejor es que lo desmontéis y lo cuidéis para que no se rompa ninguna parte.

Un consultor, por decir esto, nos habría cobrado quinientos euros.

El hombre no bromea y no les entrega los aviones a los enanos hasta que ve que asienten varias veces. En otros tiempos, a uno le explicaban con menos detalle las cosas cuando firmaba una hipoteca. Se ve que vamos aprendiendo.

sí que Lucía va con su avión, feliz. A su lado, Daniel, con el suyo. Por alguna razón que quizás descubramos dentro de unos años, el tema de los aviones está muy presente estas vacaciones.

Les pido que me dejen coger el hilo para ver qué se siente. El avión responde a los movimientos del aire con pequeños tirones que me hacen pensar en el sedal cuando estás pescando. No sé qué se puede atrapar con un cebo como éste. Por lo pronto, unas cuantas fotografías, claro.

sábado, 6 de agosto de 2011

Un día en la piscina


Teniendo el mar al lado, pasar el día en la piscina nos hace sentir un poco culpables. Una culpabilidad más bien pequeña que se disuelve en pocos minutos. Digamos que cinco o seis, por no parecer demasiado ruines, al cabo de los cuales sólo queda un leve cosquilleo.

Desaparecido el cosquilleo, podemos disfrutar de la piscina, donde no hay arena que se pega a la piel, ni sal en el cuerpo, ni la obligación de hacer agujeros que se llenan de agua por las buenas (naturalmente) o por las malas (a base de echar en ellos la que hay que traer del mar), ni vendedores de aviones a dos euros, ni olas que hay que saltar y esquivar aunque estés muerto de frío, ni parejas jugando con las palas (una imagen un poco triste), ni pelotas de plástico que acaban a tus pies, ni cuerpos abandonados, ni cuerpos que sólo verás desde lejos, ni artículos leídos hasta el final del titular (terminado el cual siempre llega la misma pregunta : ¿juegas?), ni libros cuya lectura lo puedes retomar.

Aquí en la piscina es todo más práctico y tranquilo. El sonido de alguien tirándose en una piscina desierta relaja. Las tumbonas las ocupan parejas de alemanes que apenas hacen ruido. El padre lee cuidadosamente Die Welt sentado en el borde de una tumbona. La madre, alta y delgada, tumbada, lee un libro grueso. Un hijo, al que han llamado Maximilian, consulta algo en su móvil. El otro va y viene de la piscina tranquilamente.

El socorrista, vigila, que es lo suyo.

Y junto al vigilante hay dos veinteañeras que toman el sol con gafas puestas. Una lleva un bikini negro y la otra uno blanco. De vez en cuando se dan crema la una a la otra con una lentitud que debería estar prohibida en el undécimo mandamiento. Toman el sol sin moverse. Apenas el movimiento de una de ellas levantando una pierna como si comprobara que el bronceado es continuo y que toda ella resulta uniformemente deseable. Creo que el hotel las paga para que estén ahí, como al socorrista.

Y podemos leer tranquilamente, sólo preocupados por mover de vez en cuando las tumbonas para quedar en la sombra que el sol va cambiando de sitio.

Los alemanes aprece tranquilos porque su economía cuida de ellos. Nosotros deberíamos estar algo más nerviosos, pero hoy, lejos de la playa, los adultos jugamos a ser alemanes y a relajarnos sabiendo que nuestros bonos siguen siendo mullidos y deseados, el relleno perfecto de una almohada en la que colocar la cabeza mientras se sigue leyendo.

Hasta cuando descansan, estos alemanes parecen estar trabajando.

viernes, 5 de agosto de 2011

Los Bateles


Esos son mis pies. Lo buenos de mis pies es que no les importa madrugar. Les digo :

-Son las ocho menos cuarto.
-Vamos allá – me dicen.

¿Cómo no voy a querer a mis pies cuando el resto del cuerpo se agarra con lo que puede a la cama? Salimos de la habitación y nos vamos a la playa, que en ese momento no está del todo puesta.

Empiezo a andar, descalzo, sobre la arena, cerca de las olas. Mis huellas apenas duran unos segundos porque el agua las borra, lo que daría para una bonita divagación sobre la futilidad de nuestros esfuerzos, lo corta que es la vida y el ruido y la furia, pero el cerebro me lo he dejado en la cama y no doy mucho de sí. Ahora sólo soy, básicamente, unos pies que andan.

Chéjov decía que para escribir bien había que andar mucho. Eso sí.

Camino a buen ritmo porque no sé qué es pasear. En la ciudad esta velocidad llama la atención, pero aquí, con una playa tan amplia y con tanta gente corriendo no resulta extraño.

No sé si Chéjov decía que había que ir despacio o deprisa.

El caso es que esta playa, a estas horas, es distinta. En la radio, a las ocho en punto, ponen “The whole of the moon”, una gran canción. Poco a poco se va haciendo esta playa. Unos grandes tractores remueven la arena. La arena, me lo confirman los pies, es suave, como el cola-cao que les sirvo a los enanos en el desayuno. Detrás de los tractores van las gaviotas, que a falta de barcos a los que seguir, parecen conformarse con esto. Algo encontraran entre la arena porque de vez en cuando la remueven con el pico. Más cerca de la orilla los perros van y vienen con pelotas verdes en la boca. No sé si corren más ellos o su reflejo sobre las olas que se alejan, intentando en vano agarrarse a pequeñas conchas y piedras. Sus dueños caminan tranquilamente, disfrutando de una correa sin tensión. Sigo caminando y paso junto a unos pescadores. Las cañas, muy largas, están clavadas en la arena y al verlas asocio la paciencia con algo fino y puntiagudo. Los pescadores simulan que tiran pelotas a los perros para que no merodeen alrededor de ellos. Los perros parecen capaces de ver esas pelotas invisibles porque las siguen con la misma pasión con la que atrapan las verdes de sus dueños. Me cruzo con parejas jóvenes que corren, sudando en silencio, sin hablar con ellos. Me cruzo con ancianos que hablan tranquilamente mientras andan. Si me paro y me fijo en la arena puedo ver huellas de pies, de perros y de gaviotas, todas mezcladas. Llego al final de la playa y regreso para recorrerla de nuevo. Voy leyendo los nombres de los chiringuitos. Ahora están vacíos y en algunos hay alguien que remoja la entrada con una manguera. El sol empieza a salir y donde mejor se nota es en el brillo de la espuma que traen las olas. Las sombras de todos nosotros se estiran hacia el mar. Cada vez hay más gente caminando por la orilla. Un hombre mayor, apoyado en dos muletas, se ha metido en el mar. Su mujer, vestida de negro, espera a su lado. Las tumbonas están apiladas. Vuelve a pasar el tractor de nuevo y decido caminar por las huellas que dejan sus grandes ruedas. Lo de pisar las huellas de los demás es un juego compartido porque veo a una chica, que lleva unos cascos puestos, hacer lo mismo con las de una persona. Como debía tratarse de alguien mayor que ella, tiene que dar pequeños saltos para ajustarse a ellas.Cuando llego junto al pueblo, me detengo un rato a verlo. Los puestos de los hippies están cerrados, los hinchables en los que saltan los niños parecen ahora los cuerpos multicolores de una medusa y por las calles sólo camina la gente que vive aquí, que mantiene su horario a pesar del ritmo que imponemos los turistas. Casi todos llevan el periódico doblado bajo el brazo. Por las calles avanzan los camiones regando el suelo con un agua que huele a detergente. Eso es lo que veré cuando termine el paseo por la playa, pero todavía me queda llegar al final, donde están durmiendo, envueltos en toallas y con vasos y botellas de plástico alrededor, los que ayer estuvieron de fiesta. Algunos, sentados en la arena, recogidas las rodillas contra el pecho, miran en silencio el mar. Ahí termina el paseo.

jueves, 4 de agosto de 2011

La piel


Daniel se despierta con unos granos en el pecho y en la espalda. Dice que le pican un poco, buscando una descripción algo vaga que no le impida bañarse pero sí que le demos algo para calmarle.

Después de comer vamos andando al centro de salud. El médico del hotel puede cobrarnos, según nos explican en recepción, entre ochenta y cien euros. Daniel y yo caminamos despacio, como si así el calor fuera menos intenso.

Al pasar junto a un colegio se acuerda de un amigo suyo que este año ya no estará en su clase.

En el centro de salud nos recibe un enfermero que nos manda a la segunda planta, a la sala tercera, en la que se lee “desplazados” junto a la puerta. La doctora que nos atiende no lleva bata blanca y se inclina sobre la mesa para ver los granos de Daniel cuando le pide que se suba la camiseta. “I can´t be good all the time”, dice la camiseta.

-Puede ser algo de alergia – me dice.

Extiende dos volantes y me explica rápidamente las dosis que tenemos que aplicarle. Le pido que me o repita mientras lo escribo. Si no lo hago, sé que lo olvidaré en cuanto salga por la puerta. Me despido de la mujer con la sensación de que la auténtica doctora ha salido un momento y que ésta aprovecha esas ausencias para suplantarla.

Podríamos habernos pasado toda la tarde en la farmacia disfrutando del aire acondicionado, pero apenas hemos tenido que esperar, lo que nos obliga a salir a la calle. Sigue haciendo mucho calor, lo que provoca que las cuestas parezcan más empinadas. Llevo a Daniel de la mano. Normalmente va contándome cosas, pero ahora está callado, concentrado en los pasos que da.

Más tarde, María, después de ducharle, le aplica a Daniel la crema que le han recetado. Lo hace extendiéndola con un dedo y muy despacio, como si escribiera en su espalda. Antes le ha dado otra crema por el cuerpo, para que la piel no se le reseque, echándosela primero en las manos y repartiéndola rápidamente por piernas y brazos.

Estos son los días de la piel. La frotamos para que se aclare la sal, la protegemos con crema, la limpiamos con la ducha, la cubrimos con la toalla, la abrazamos, la fotografiamos, la tapamos con arena, la besamos, la miramos y escribimos sobre ella.

En el fondo, les decimos a las manos : tocad y recordad.