miércoles, 31 de octubre de 2012

De gira por lo cotidiano




De gira por lo cotidiano :

Cerdeña : Una mujer llega desesperada al grupo de turistas porque su marido, que se ha ido a nadar, no ha vuelto. El responsable coge una zodiac, monta en ella a todos los demás, y sale al mar. Avanzan varias millas. La mujer cada vez está más nerviosa y los demás no saben cómo tranquilizarla. El que pilota le grita varias cosas en italiano : ella no lo habla, pero todos lo entienden. Finalmente, cuando están a punto de darse la vuelta, ven al marido en la entrada de una gruta. No deja de reírse.

Vietnam : La mujer que les vende los billetes les dice que ese autobús va directo al aeropuerto y que no hace paradas. Al poco de subirse descubren que no es así. Va deteniéndose en distintos puntos. El conductor no dice nada, solo señala con el palillo hacia adelante, divertido. Deciden bajarse y coger un taxi, lo que sea. Van preguntando en varios coches hasta que en uno de ellos, la mujer que va sentada en el asiento de atrás les dice que sí, que ellos las llevan. Ellas responden que no, que no caben. Ella, que sí, y su insistencia acaba convenciéndolas. Descubren que los coches no pueden ir a más de treinta kilómetros por hora y que no van a llegar. Por toda respuesta a sus quejas, la mujer hace un gesto al conductor y al copiloto para que paren y ella misma se baja a comprar fruta en un puesto. Las dos viajeras empiezan a dar el vuelo por perdido. La mujer, con la bolsa de fruta encima de sus piernas, les asegura que no, que no se preocupen. Cuando están ya cerca del aeropuerto, la mujer hace una llamada por teléfono. Les pregunta a las turistas cuál es su vuelo. Al colgar les dice que el avión no saldrá sin ellas. Y es así : unas azafatas las esperan al bajar del coche. La mujer se despide de ellas y les entrega la bolsa con la fruta.

Nepal : Eso era frío. Cuando se quitaban los calcetines, se quedaban helados al instante. Las mantas parecían acumular todo el sudor de los que las habían usado antes, pero no importaba.

Con cada historia nos bebemos una botella de Hito 09. Croquetas. Quesadillas. Arroz caldoso. La carta de vinos es amplia, así que podríamos estar los cuatro bebiendo toda la noche y contando historias.

Trabajo-Casa : Me llega el turno de contar algo, pero no puedo aportar nada que esté al nivel de las otras historias. Además, lo que uno descubre al enfrentarse a lo cotidiano (con la creencia, tal vez falsa, de que debajo, o encima, de lo que ocurre siempre hay algo) sólo se pude expresar por escrito. Estas parecen ser las reglas. En el mundo de las narraciones orales, me limito a ser el que se asegura de que en todas las copas haya vino.

martes, 30 de octubre de 2012

Acelerando y frenando




Acelerando y frenando : Se suele ver la imaginación como algo que se emplea sobre algo externo, pocas veces sobre uno mismo. Entre la imaginación del que escribe un libro y la del que encuentra una forma diferente de vivir, me quedo con la segunda. Seguramente simplifico demasiado, pero tengo la impresión de que todos los que conducimos lentamente por esta carretera no hemos sabido aplicar sobre nuestras vidas mucha imaginación : si te dejas llevar, acabas así, de vuelta a casa de noche bajo esta lluvia, acelerando y frenando.

lunes, 29 de octubre de 2012

Nanotecnología




Nanotecnología : Hoy los mellizos visitan una fábrica de galletas y vienen encantados : les han entregado una bolsa con varios tipos de galletas y les han explicado cómo hay que comerse la Tosta-Rica :

-Se mete en el vaso, se cuentan tres segundos y te la puedes llevar a la boca sin que se rompa.

En la lista de cosas que hay que hacer con ocho años, conocer una fábrica de galletas no debería faltar. Es bueno que, usando algo tan inofensivo como una galleta, tengan el primer contacto con lo que es una máquina en una fábrica trabajando al máximo :

-Había una que hacía así y después las cortaba así y las dejaba caer en una caja así.

La fascinación por la producción en serie, la proximidad con ese poder para hacer galletas y galletas y galletas con el mismo tamaño y sabor. Galletas, pajitas, lapiceros. Mil, cien mil. Ya descubrirán lo importante : que se trataba de presentarles, ampliado como a través de un microscopio, aquello contra lo que, a todos los niveles, van a tener que competir. Con valor añadido. Con imaginación. Estas son las reglas del juego si no quieres ser la galleta que avanza por la cinta.

domingo, 28 de octubre de 2012

El primero de la fila




El primero de la fila : Antes de que sirvan los postres en la comida de cumpleaños de mi madre, a los cuatro primos les entregan unas máscaras de Halloween hechas en China. No siempre fue así : nos cuentan (es una mesa en la que se acumula mucha experiencia) que, hace mucho tiempo (también se acumulan años), todos los artículos como estos se fabricaban en Japón. Después los japoneses decidieron especializarse y centrarte en la tecnología, con el resultado que conocemos, dejando Halloween en manos de los chinos y las películas americanas.

Los primos no parecen muy interesados en las máscaras. Prefieren unas piruletas de chocolate con forma de calabaza o murciélago que les reparten después. Es indudable que ésta es una fiesta infantil.  Recuerdo una parte del “Bandera blanca”, de Battiato.

Nos preguntamos qué pasará cuando los chinos decidan imitar a los japoneses, convirtiendo esta economía de todo a cien en el prólogo de un auténtico tsunami económico. También en la mesa (acumulan lecturas) nos calman : en China no hay buenas universidades. ¡Ah, bueno!. Las máscaras parecen más inofensivas a pesar de la advertencia que traen (Eye holes may be too small and irritate eyes).

El problema, añaden las fuentes con el café recién servido (acumulan la sabiduría del que sabe que es mejor mirar las cosas de frente), es que en India sí tienen universidades de nivel y dentro de poco alcanzarán la población de China (1.350.647.000 vs. 1.236.750.000) . Cantidad y calidad. Ahí están, en silencio, formando una única fila para que sólo veas al primero y sin mandarnos una sola pista “Made in India”.

Piruletas, cafés, mi madre abriendo sus regalos (los paquetes parecen más pequeños conforme se cumplen los años), Battiato, que cantaba : “Yo prefiero la ensalada a Beethoven y Sinatra, a Vivaldi, uvas pasas que me dan más calorías” y esa línea que puede seguirse desde ese tranquilo saber de un extremo de la mesa a la urgencia inquieta de la otra.   

sábado, 27 de octubre de 2012

Un monumento energético




Un monumento energético : La verdad es que íbamos lanzados. Si nos llegan a dejar unos años más, habríamos llegado a un punto en el que, para mantener el ritmo, los pediatras habrían recomendado alimentar a los bebés con bebidas energéticas para no perder ni un instante.

Los bancos más saneados. La Champions League de la economía. Esas cosas.

El profesor  les obliga a esforzarse durante toda la clase. Los que no están practicando con la pala, tienen que ir recogiendo las pelotas en el cesto para aprovechar el tiempo. De vez en cuando les deja salir a beber agua de las botellas. No me extraña que los cuatro niños terminen la clase con la nuca empapada de ese sudor que se va a poner de moda.

A la salida veo una gran botella de Powerade junto a una pared. Parece un biberón gigante. Parece un monumento a otra época.  

viernes, 26 de octubre de 2012

La camarera cubana





La camarera cubana : Este restaurante fue antes un Sushi Itto al que nos gustaba venir. Había un plato de arroz con cerdo que casi siempre pedía (no parecía muy japonés) y la carta de vinos, aunque muy corta, salvaba la situación. Al principio se comía bien, pero poco a poco fueron reduciendo las cantidades y subiendo los precios. En el que hay ahora sirven raciones, en las paredes hay colgados varios jamones y las botellas se alinean sobre unas baldas inclinadas. Hay otras dos mesas ocupadas por mujeres, una de ellas por un grupo de japonesas.

Me acuerdo de una camarera alta, cubana (siempre la imaginé cubana aunque nunca nos lo confirmó), que nos atendía cuando íbamos. No encajaba con el ambiente, pero seguía ahí año tras año, como si ese fuera realmente su sitio y el resto estuviera fuera de lugar. A fuerza de vernos, nos saludábamos como vecinos. Venía a preguntar por los niños, que traíamos en su cochecito doble, y parecía realmente contenta cuando le decíamos que todo iba bien. Creo que elegíamos el sitio, entre otras razones, por ella.

Una de las japonesas se levanta, se acerca a los jamones y hace un par de fotos. Estudia cada una en la pantalla de su cámara con atención. Después vuelve a su sitio y todos nos sumergimos en un silencio ordenado, ministerial, como si estuviéramos en la sala de un palacio esperando al dueño.

Dentro de unos meses diremos que aquí había un restaurante en el que servían raciones y que estuvimos en él una noche en la que parecía que no pasaba nada aunque, como siempre, había muchas cosas en las que fijarse. Daniel se hace un bocadillo de lacón con el pan con tomate que traen para acompañarlo. Lucía enrolla una loncha de jamón serrano alrededor de un colín. Daniel aprieta su bocadillo con las dos manos. Lucía coge su colín envuelto con dos dedos. Daniel le da un mordisco grande. Lucía lo prueba.

El plato de arroz con cerdo, ahora que lo pienso, parecía más cubano que japonés.

jueves, 25 de octubre de 2012

Mobiliario de oficina



Mobiliario de oficina : Del catalogo 2010-2018 : Modelo "Lágrimas reales" (Ref : LGR01) : “Módulo básico para tiempos de larga transición integrado en un sistema de máxima flexibilidad que respeta la relación con los espacios abiertos. El enfoque está basado en nuestra creencia de que la eliminación de los objetos innecesarios favorece la productividad y estimula la creatividad. Es una forma de diseño que, además, reduce considerablemente los costes. Incluye los elementos fundamentales en tres tonos (blanco, menos blanco y sucio). 30% contante y 70%  sonante. La wifi se puede obtener de un hotel próximo. Regalamos dos libros “¿Quién se ha llevado mi Ferrari?” y “El monje que vendió su queso”.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Lo mínimo para ser rico




Lo mínimo para ser rico : Si tuviera mucho dinero, todas las mañanas podría hacer esta fotografía : una mesa de una cafetería, un cortado, un libro. La intensidad del momento, sin embargo, iría decreciendo hasta convertirse en rutina : otra mesa, otro cortado, otro libro.

Como no soy rico, estos quince minutos tienen un valor especial. Los elementos de la cafetería van rodeando el cortado y el libro, dándole más importancia, como si trajeran sus ofrendas. El debate de los presupuestos en la televisión, sin volumen; el hombre con barba que lee el periódico; el camarero que se asoma a la pequeña ventana por la que atiene a otros clientes; la gente que camina con el traje todavía sin arrugas; el olor de la maquina del café; los bollos ordenado en el expositor; las pequeñas barras de pan en un cesto junto a la tostadora.

Quince minutos en los que picoteo visualmente de lo que tengo alrededor. Es difícil ser especialmente ambicioso si momentos como éste sólo pueden llegar cuando se tiene cierta limitación en la ambición, como si se dudara de lo que hubiese al final del camino.

Cumplido el plazo, me presento en la Caja General de Depósitos con un aval firmado en Barcelona. La mujer que me atiende niega con la cabeza y en mi cerebro varias ideas, empujadas por el pánico, empiezan a dar vueltas como motoristas encerrados en una jaula redonda. Dice bastantes cosas que no entiendo. Sólo consigo agarrar una palabra de las que salen de ella, como si fuera un oso atrapando un salmón en el río. Bastanteo. Quince minutos antes no quería ser rico. Ese romanticismo de la literatura y tal. Qué va. Ni caso. Ahora quisiera tener dinero, mucho dinero, estar podrido de dinero y poder romper el aval y encongerme de hombros y decirle a la mujer : pues no pasa nada. Y lanzar los trozos de papel al aire envuelto por el aplauso de todos los que en la cola, pobres, no pueden permitirse estas excentricidades de millonarios, aunque les gustaría.

martes, 23 de octubre de 2012

La lista de la compra de Gulliver




La lista de la compra de Gulliver : (Esto que digo lo tengo que escribir entre paréntesis, medio oculto, porque tengo un hermano que está haciendo un importante curso de cocina y no quiero mancillar su honor. Esto que digo es lo siguiente : todas las mañanas abro un tarro de brócoli, una lata de atún, y lo mezclo todo para prepararme la comida. Esta es la base, pero suelo hacer modificaciones :

Lunes : Abro el tarro, la lata y vuelco la lata antes que el brócoli.
Martes : Abro la lata y el brócoli, pero echo primero el brócoli.
Miércoles : Abro la lata y el brócoli después, pero echo la lata.
Jueves : Abro el tarro, después la lata, y vacío primero el brócoli.

Como supongo que lo de la cocina lo llevo en la sangre, una vez echo mostaza a la mezcla y otros días, cosas de la creatividad, una salsa a base de vinagre de Módena.

Con esto quiero decir que los restaurantes de la zona por la que trabajo son malos y que tengo cierta experiencia con los botes de brócoli del Carrefour.

Esta mañana pago 1,452 € por el litro de Diesel. Esta mañana, al volcar el tarro de brócoli (la relación entre el brócoli y yo sigue siendo buena) vuelvo a darme cuenta de que cada vez traen más agua y menos brócoli. Dentro de poco sólo tendrán un líquido oscuro en el que flotará un pequeño trozo de brócoli, con si fuera el bote de algún malvado doctor Frankenstein vegetariano. La causa, me temo, está en el precio de la gasolina : para mantener la ilusión de que no afecta al resto de la economía en los precios finales, los productos y servicios en los que su coste es importante (no creo que los botes de brócoli lleguen rodando desde la fábrica) ven disminuida su calidad poco a poco, de noche, en silencio, intentando que el umbral de percepción del cliente no lo note. Pero mal empiezan a ir las cosas si yo, a las siete de la mañana, con parte de mis habilidades intelectuales todavía en función suspendida, soy capaz de darme cuenta de que la cantidad que cae del bote es cada vez más pequeña.

La parte mala es que esto no va bien. La buena es que ir de compras se vuelve un juego en el que hay que descubrir en dónde ha ahorrado el fabricante. Si lo descubres, te quedas molesto pero tranquilo, porque la otra opción es peor. Pero no hay que ponerse tampoco muy trágico, que las medidas vayan disminuyendo significa que nosotros en comparación somos cada vez más grande, más altos, más fuertes, como Gulliver. Cierro paréntesis)

lunes, 22 de octubre de 2012

Bienvenidos a Dublín




Bienvenidos a Dublín : 

“Por espacio de varios días, la niebla de febrero se había asentado y no daba el menor indicio de que fuese a levantar. En el silencio embozado la ciudad parecía presa del desconcierto, como un hombre al que de pronto le fallara la vista. Los transeúntes, como inválidos, avanzaban a tientas en medio de una oscuridad permanente, pegándose a las fachadas de las casas y a las barandillas y deteniéndose con incertidumbre en las esquinas, para pisar con cautela las aceras en busca del bordillo. Los automóviles con los faros encendidos aparecían de pronto como si fueran insectos gigantes, dejando a su paso un reguero lácteo de humo de escape. El periódico de la tarde traía a diario el cómputo y la relación de los contratiempos sufridos”

“A propósito de April” – Benjamin Black – Página 9

No sé si leer cambia, pero de lo que estoy seguro es de que por mi culpa, por la atenta lectura de “En busca de April”, una historia de Benjamin Black que transcurre en una Dublín cubierta de niebla, hoy Madrid amanece así .Yo también me hago el sorprendido para que no se me note, pero no hay ninguna duda de que esta niebla que nos rodea a todos es la misma  en la que, de forma solitaria,  llevo viviendo unos cuantos días.

La niebla de esta mañana amplia el escenario de la novela como en esos videos musicales en el que las paredes del cuarto caen y descubres al grupo (del que te olvidarás cuando empiece el siguiente tema) tocando en el campo. Hoy Madrid es esa Dublín de los años cincuenta : en el metro no me sorprendería encontrarme con alguno de los personajes de la novela al levantar la vista del libro.

No estaría mal que la intensidad del libro también se derramara sobre la realidad de este lunes como (aquí va otro como) el chocolate denso de un pastel. Benjamin Black (John Benville) es un gran escritor porque, entre otras cosas, te convierte a ti en mejor lector. Sus libros son una lección de cómo construir diálogos, describir actos, crear escenarios, trabajar con la información, manejar las elipsis y, sobre todo, construir personajes. En esto último, Banville (Black) es especialmente bueno. Pega el oído a cada uno de sus personajes (es fácil imaginárselo atento al fonendoscopio) para saber cómo les afecta los pequeños hechos de cada día. Todo, dice Benville, tiene una consecuencia y él está ahí para registrarla, para contar cada uno de esos ecos, ya sea grande como un trueno o leve como el sonido de una gota al caer en el tejado.

A propósito de Quirke, el protagonista, y algo que suelta amarras :

“Colgó el teléfono y pasó un buen rato recostado con las manos en el cogote, mirando trabajar a Sinclair, aunque sin verlo. Isabel Galloway seguía ocupando todos sus pensamientos. Su imagen, la fresca, alargada, pálida longitud de la mujer, lo tenía obnubilado. No era como las mujeres a las que estaba acostumbrado. Pasada aquella noche en su casa de Portobello, en la que los dos cisnes se deslizaban sobre el agua a la luz de la luna, había empezado a aflojarse en él algo que llevaba toda la vida preso, algo que había soltado amarras con un chirrido, con un roce, como un glaciar que avanza, como un iceberg que se rompe” (Página 182)

La realidad, dice Banville, al rozarnos (y no deja de hacerlo) provoca sonidos, reacciones, agita pensamientos, remueve el pasado, estimula el deseo y nos obliga a preguntarnos qué sabemos de los demás (ocultos tras esa niebla que existe en las relaciones) y de nosotros mismos (envueltos en nuestra propia niebla). Él lo va mostrando página tras página colocando todos los elementos de cada escena para que la presencia de cada uno de ellos adquiera valor y se lo dé a los demás, con lo que se tiene la impresión de que nada sobra y de que no solo estás leyendo una historia, sino viéndola desde fuera y desde dentro.    

Por eso no me sorprende esta niebla que hoy envuelve la ciudad. Bienvenidos a Benjamin Black.

domingo, 21 de octubre de 2012

Una lenta persecución




Una lenta persecución : No es cierto que todo el pasado esté quieto. Alguna parte se mueve y te sigue. No con los grandes pasos del saltador, no. Más bien con ese andar de puntillas de un cangrejo sobre la arena, como si la estuviera cosiendo. Tú vives tu vida a tu velocidad, creyendo que tomas distancia, pero te paras una hora (voy a ver el último capítulo de "Breaking Bad") o te tumbas a dormir (voy a dormir, que ya toca), y el cangrejo continúa con sus puntadas, acercándose.

Por ejemplo : “El gato”, de Simenon. Un libro sobre Maigret que busqué y que dí por perdido. Este gato empezó a caminar en 1966 y yo pensé que se habría quedado en el camino, derrotado por el ataque de un perro rabioso o de una gata en celo o de un perro en celo o de una gata rabiosa. Derrotado, en todo caso. Ya había perdido toda esperanza a pesar de haber leído muchas historias sobre mascotas que recorren miles de kilómetros para ser recibidos por sus dueños con otro cachorro, que había pasado mucho tiempo y que no te esperábamos y que podéis ser amigos. El tema me parecía imposible pero envidiaba esa lealtad, lamentando que la mascota que no tenía fuera incapaz de hacer cosas así.

Lo lamentaba porque no sabía que yo también tenía mi mascota, viajando, además, no por el espacio, sino por el tiempo, avanzando con cuerpo de gato, perseverancia de perro y patas de cangrejo por aprovechar la imagen del primer párrafo. Acercándose hacía mí mientras yo nacía, crecía, y hasta me reproducía, sin ser consciente de esa lenta persecución.

Y finalmente, un día, hoy, a las seis de la tarde, en la Fnac de La Castellana, el gato y yo nos vemos. Aunque no hay violines de fondo, las pruebas de sonido de la presentación que Marta Wainwright va a hacer de su disco "Come home to mama" a las nueve encajan bien. Desde fuera parece algo irrelevante, porque es un libro más entre todos los que están expuestos, pero me dan ganas de ponerme de rodillas y de besar el suelo . El gato ha crecido mucho. Ahora pesa diecisiete euros, que es mucho dinero si no ves más allá del precio, pero  si echas la vista atrás y calculas el IPC que ha ido acumulando ese gato año tras año no es gran cosa. Ahí van.

Además, es mi gato. Es mi Maigret. Es mi Simenon. Soy muy objetivo si digo que todo el que esté comprando un libro que no sea éste se está equivocando. 

sábado, 20 de octubre de 2012

Un pase de sofista




Un pase de sofista : Desde que tengo uso de razón (pongamos que desde la hora del desayuno), he estado en contra de Halloween. Firmes principios : es una fiesta extranjera, sin tradición, infantil, a la que solo le late ese corazón de un único ventrículo que es la caja registradora. Bolsas de gominolas de fantasmas en las gasolineras, gorros de bruja en los chinos, baratos disfraces de vampiros en el Carrefour : esa rutina de miedo deshuesado que cubre todo como hace la arena con una toalla olvidada en la playa.

Andaba yo sintiéndome como esa toalla (un existencialismo transparente que uno se puede quitar de encima con una palmera de chocolate) cuando por las paredes de la calle del Doctor Cortezo veo una forma distinta de proponer Halloween. En unos carteles aparece una chica frente a la puerta de su casa, más desnuda que vestida, y con la cabeza cubierta por una calabaza.

Las firmes convicciones están bien, vale, pero no nos vamos a poner tan serios. Que esta fiesta no quiera decir nada es algo a su favor, porque cualquiera puede celebrarla. Ni raíces, ni sentimiento colectivo, ni sentimentalismo histórico, ni pertenencia a la tribu. Te compras las gominolas, el gorro y el disfraz de vampiro y te vas a llamar a puertas como la del cartel sin miedo y sin dudar : lo que realmente quieres es que te den calabazas.  

viernes, 19 de octubre de 2012

Medusas de cristal




Medusas de cristal : Los dos camareros ejecutan el rito de la Burrata Italiana (13,50 €) como si fuera un número del que se sintieran orgullosos. Uno de ellos, el del bigote, se acerca al plato con un cuchillo y un tenedor como si fuera a hacerle la autopsia a una medusa. El otro, el que lleva gafas, sostiene en sus manos un pimentero inmenso (pimentero inmenso, en italiano) y se queda detrás, esperando. Lucía y Daniel los observan con atención, como si vieran la sombra de un truco nadando cerca de la superficie de este momento.

Es una escena que, puestos a elegir, me gustaría recordar en blanco y negro.

Los cubiertos descabezan a la medusa con elegancia y la abren. La piel, más consistente, se despliega con cada corte, dejando al descubierto la zona más líquida. Es una autopsia de cirujano experto. Es un resquicio para una imagen húmeda que neutralizo con el blanco y negro. La medusa guardaba un secreto y el camarero lo ha descubierto utilizando sólo la punta del cuchillo y la punta del tenedor, como el que, en silencio, abriera una caja fuerte rozando la combinación con los dedos.

En un silencio ahora satisfecho, el camarero del bigote se aparta para que el del inmenso pimentero espolvoree el cuerpo de la medusa. Son pequeños giros que realiza con su mano derecha (apenas podemos verla, allí a lo lejos) mientras orienta la pimienta que cae con la izquierda. Ahora la referencia es religiosa. Un fino polvo negro cubre el plato como un manto. Observa el resultado y se retira

Para compensar ese contraste entre el blanco y el negro, el camarero del bigote trae ahora dos pequeños frascos de cristal llenos de sal. Los abre con cuidado y se los pasa a los niños para que los huelan (A Lucía le gusta el primero; a Daniel, el segundo). Deja caer pequeños trozos por el plato. Minúsculas semillas transparentes a punto de germinar.

Los dos camareros dicen a la vez : “buen provecho”

Encima de nosotros tenemos una lámpara con lagrimas de cristal. Es posible que esos trozos pequeños de sal sean esa lágrimas pulverizadas. No vale cualquiera : tienen que ser las de días como hoy, con todas las mesas repletas, como si viviéramos diez años atrás, con dinero en el bolsillo, confianza en los ojos y la risa compartida del que nada en un mar sin medusas. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Dos cebras iguales




Dos cebras iguales : Hemos conseguido domesticar a todos los animales de plástico menos a las cebras. Con las cebras no hay manera. Cuenta Desmond Morris que una vez quisieron rodar en Africa una película sobre una princesa de la jungla y que como fue imposible que montara en una cebra, la tuvieron que convencer de que pintara con rayas un caballo blanco. Nosotros le damos la razón a Morris : llegaron a cocear a un Lego (jugador de baseball) que Daniel puso encima. Todavía hay piezas que no hemos encontrado.

Un día Daniel compró en los chinos ocho mosquitos (Warning : Choking Hazard : Small parts Not for children under 3 years) y empezamos a tener problemas con los caballos. Aunque los dejaras con cuidado, se caían hacia un lado. Una de esas extrañas enfermedades de los caballos de plástico que no pudo remediar un veterinario de plástico que compramos para la ocasión (van disfrazados de tales, pero no tienen el título). El mismo acabó cayéndose cuando le dejabas de pie (ahora hace de enfermo en su propia clínica). Las únicos que continuaron como si tal cosa fueros las cebras porque a los mosquitos les repele posarse sobre un dibujo tan contrastado en blanco y negro. Los mosquitos se debatían entre el deseo de picar y el rechazo y al final murieron de inanición (cuatro) y de hambre (los otros cuatro).

Desde entonces no hemos tenido ningún problema con los mosquitos. Ni se les ve. A cambio, las cebras pueden moverse por donde quieran. ¿Si abusan? Un poco. Comen, beben y descansan. Comen beben y descansan. Les gusta subirse a la mesa del salón porque es de madera y eso les recordará, supongo, la tierra en la que no han vivido pero que deben compartir con el inconsciente colectivo de las demás cebras de plástico.

Otra cosa : Dicen los libros que no existen dos cebras iguales, como éstas. De los libros hay que creerse la mitad. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Un terreno ideal con manchas de tomate




Un terreno ideal con manchas de tomate : Me gusta preparar pasta porque no es un plato que te deje en evidencia. En los demás se ve enseguida si no has tenido tiempo y has hecho algo rápido con lo que no te quedas muy convencido y a lo que llamas cena por cumplir el expediente. Unas salchichas son un sustituto de algo. Un plato de arroz, también. Nadie va a un restaurante a tomarse un arroz con tomate, pero sí que te das por satisfecho si te sirven un plato como el que preparo esta noche.

Así que, gracias a Marco Polo y a los italianos, en general, y a Nanni Moretti, y a Calvino, y a Pavesse, y a Indro Montanelli, y a Battiato, y a Gianni Rodari, y a Buzzati, y a Tacucchi, y a Sciascia y a Lampedusa en particular, por citar a diez. Ya puestos.

Escurro la pasta y la mezclo con el tomate. Tampoco me engaño : un auténtico italiano pondría reparos a este plato (veniales y capitales), empezando por el queso, que no sirvo. De acuerdo. No es perfecta, pero si conserva algo : ese aire festivo que rodea todo el proceso y esa evolución estética que va enlazando todos los pasos desde la tienda a la mesa. Preparar un plato de pasta es el arranque de una celebración. Hay algo lúdico en todo ello que quizás tenga que ver con el hecho de que todo el proceso tiene un toque infantil basado en lo fácil que es hacerla (con esa euforia que provoca lo simple cuando es capaz de crear algo pleno) y, aún más fácil, comerla. La pulcritud que se le supone a otras comidas aquí se pasa por alto : lo normal es mancharse la boca, la servilleta, el mantel y el pijama. Estamos sobre aviso.

Lo fundamental es que tengo una buena fuente de pasta y dos niños : perfecto.

A falta de un buen parmesano con el que espolvorear la pasta, echo mano de un texto de Pla que sirve para mostrar que aquí, en una improvisada cena, puede suceder algo importante :

“Hay cuatro cosas tangibles y concretas que no parecen de este mundo y nos transportan a un terreno ideal : la escultura griega, dos o tres cantos del Paraíso del Dante, la pasta asciutta y el amor filial”

Grito que la cena está lista. Mis palabras se van deshaciendo por el pasillo hasta convertirse en un susurro incapaz de atravesar las puertas. 

martes, 16 de octubre de 2012

Bróculi




Bróculi : Es un día extraño. En el titular del blog de un periódico leo “bicebersa”; en el post de un poeta que tuve como profesor, “desmallar”. Es como si la realidad que está al otro lado del perímetro de lo más cercano, aquella que suele mantenerse fija como el fondo de un paisaje cuando uno avanza, hubiera percibido la magnitud del seísmo y se hubiera desajustado, como la caja de bombones que se ofrece después de caerse al suelo.

El movimiento bajo los pies es perceptible. En medio del desconcierto, noto que todo está más vivo pero con una luz menos intensa.

Al guardar la compra por la noche (forzando a la rutina a volver a su cauce con los gestos decididos y algo violentos del guardia que parece empujar con sus manos a los coches que pasan junto al accidente)  veo que en los tarros pone “Bróculi”. Nunca me había fijado. Es una forma de llamar al vegetal que no conocía. También yo, como si fuera ropa en un cambio de estación, tendré que guardar unas palabras y empezar a usar otras que no sabía que tenía. 

lunes, 15 de octubre de 2012

Umbral y el edredón




Umbral y el edredón : Recomienda Umbral en su “Diario político y sentimental” (página 139), no caer en lo doméstico al llevar un diario, “que es otro de los peligros del género”. Eso está bien cuando se es Umbral o se lleva la vida de Umbral, lo que no es mi caso, qué más quisiera yo. Umbral, lo siento, pero es que estoy rodeado de cosas domésticas : es el campo en el que me toca jugar.

El edredón de Daniel, por ejemplo.

Lo estrena hoy. Es un edredón que lleva estampado un cómic, como si fuera una gran página de tela con la que cubrirse. Por lo que veo, es la historia de un zorro y dos niños. Los dibujos están bien hechos (nada que ver con la desgana del ilustrador de “cuentos por teléfono”) y animan a fijarse en los detalles. Los detalles, lo sé por el gran Ibáñez y su Mortadelo y Filemón, son muy importantes : con él aprendí la lección literaria (más allá de Escuelas de Letras) de que en cada párrafo, como en una buena viñeta, siempre debe haber algo en lo que detenerse.

El edredón queda bien (es el detalle que logra que todas los demás elementos del cuarto se unan, como la mujer que al entrar en una fiesta concita la mirada de hombres que no se conocen) y además tiene sentido en la habitación de un niño con tanta facilidad para dibujar. Lo primero que ve al levantarse y lo último antes de dormirse son esos dibujos. Algo así puede hacer más por una vocación que cien visitas al Prado. El acierto sería completo si la narración comenzara en una esquina y acabara en la opuesta. No cuesta mucho descubrir, al ver que hay viñetas que se repiten, que la historia es más corta que el espacio del que dispone. Los fabricantes del edredón lo tenían muy fácil para haber hecho un producto perfecto pero se ve que les entró la pereza. Lo que podía haber sido una vuelta al mundo en lo creativo se queda en una excursión a La Pedriza.

Esa decepción ante lo que habría podido ser si. Un si en este caso pequeño, minúsculo, un apretón de imaginación para ocupar un edredón infantil. Si fuera una manta para ancianos no importaría, pero aquí se trataba de mostrar que hay tantas cosas que contar, que ver, que experimentar, que la superficie de un edredón se quedaría pequeña : podrían haber impreso, de hecho, el capítulo de una historia más larga que hubiera obligado al niño a imaginarse el resto.

Podrían haber sido más ofensivos.

Podrían haber caminado por otros terrenos.

Podrían haber saltado unas cuantas vallas.

Esto es lo que pienso. No sé qué habría dicho Umbral de haber estado aquí. 

domingo, 14 de octubre de 2012

Oídos sordos al Universo




Oídos sordos al Universo : Nunca había estado en el hipódromo. Hoy aprendo que puedes comerte un bocadillo de panceta por cinco euros, que el tiempo es bastante inestable, que el prismático es a la carrera lo que la radio al fútbol, que hay amazonas en las carreras, que aquí el tiempo va deprisa, que hay más asientos vacíos que llenos, que puedes apostar a que un caballo llega entre los tres primeros pero no entre los tres últimos, que los caballos corren más deprisa cuando pasan delante de ti y luego parecen frenarse, que hay que tener bastante imaginación para ponerle nombres a los caballos y que también aquí hay paddock.

La caverna de Platón nos sirve para representar nuestro trato con las ideas, pero faltan imágenes que nos expliquen las relaciones sociales. De tener a Platón al lado, le habría sugerido que se fijara en el paddock del hipódromo : su estructura es significativa. A la zona central sólo acceden los que están acreditados. La rodea un pequeño pasillo circular por donde avanzan los caballos con sus jinetes en su camino desde la pista a los ensilladeros. Por último, abarcándolo todo, el público. Poder, espectáculo, gente corriente. La claridad con la que se expone ese equilibrio de fuerzas me gusta, un recordatorio de cómo funcionan las cosas. No es sólo el poder económico, porque por ahí veo a Fernando Savater y a Abraham García. Es la nuez del poder, a secas.

Después de ver varias carreras, apostamos en la última para romper la distancia con los caballos. Daniel elige a “Coudon”. Lucía, a “Morning Muse”. 5 euros, la cantidad mínima, por cada uno de ellos. Con dinero de por medio, hasta la actitud de los enanos cambia. Se acercan todo lo que pueden a la pista y no dejan de prestar atención a la narración de la carrera. De los trece caballos que aparecían en el programa, sólo corren nueve. Eso aumenta la posibilidad de que alguno de los que apoyamos quede entre los tres primeros. Pero pronto descubrimos que no vamos a tener suerte porque los dos se van retrasando. “Morning Muse” llega el octavo y “Coudon” el noveno.

Como ninguno de sus caballos ha ganado, los dos quieren que les devuelvan su dinero. No entienden que además de ver perder a tu caballo, te quedes sin el dinero. Deben pensar que el ganador ya tiene suficiente con ser el primero y que es al que llega el último al que habría que compensarle su derrota. Es una forma de verlo.

El ganador es “Avon Ferry”, una yegua inglesa. Durante un tiempo trabajé en Avon. Quizás todo ese periodo que estuve allí solo tuvo como razón que hoy, en mi primera visita a un hipódromo, en mi primera apuesta a un caballo, no lo dudara y me jugara todo mi patrimonio y lo adyacente (desde la casa de mi madre al coche del vecino) a esta yegua. El pasado se destilaba en ese nombre. Mi futuro de hombre rico estaba frente a mí : con solo un gesto podría saltar por encima del pasillo de los caballos y entrar directamente en el núcleo del poder (¡Hola, Savater!; ¡Hombre, Abraham!). Pero qué fácil. Sin dudar, así tendría que haberlo hecho. Pero no, no va a creer uno en estas cosas, en estas tonterías. Demasiado fácil, pienso, y después pienso otras cosas más objetivas hasta que, pensando y pensando, me quedo en una nada muy justificada.

Así que salimos de la última carrera cariacontecidos pero poco : hay una zona en la que tomarse unos vinos, unas tapas de jamón, y en donde quitarse los zapatos para sentir en la hierba bajo los pies la parte mullida del domingo.

sábado, 13 de octubre de 2012

Confesiones de un rottweiler de gimnasio




Confesiones de un rottweiler de gimnasio : Salimos a dar un paseo por el carril bici el sábado por la tarde. Los niños, en bici. Nosotros nos ponemos zapatillas para correr. Míranos, espejo, parece que fuéramos a rodar un anuncio para Activia, de lo sanos que parecemos.

El carril bici está bien. Es como correr por los anillos de Saturno. Limpio, cuidado y civilizado : rin rin hacen la bicicletas al pasar y todos nos esforzamos por seguir nuestro camino (por la derecha los que van y por la izquierda los que vuelven, al revés de lo que suele pasar en la vida). En el carril bici siempre es domingo por la mañana. En el carril bici todos somos deportistas y vamos a vivir más tiempo.

Aunque las ruedas de sus bicis son pequeñas, sus piernas son largas y me cuesta seguirlos. Aprovechan la inercia de las bajadas para subir las cuestas, por lo que para ellos no existe este sistema central, esta sucesión de cumbres que yo me voy encontrando. La lección que aprendo es la siguiente : el gimnasio no es el mundo real, el mundo real no es un gimnasio (la idea central se mueve entre las dos frases como un péndulo). Aquí hay cambios de ritmo, advertencias, sprints, sustos, paradas obligatorias, negociaciones, despistes, vigilancia. No hay nada parecido en el mundo virtual de ese gimnasio por el que ahora paso.

Hacer deporte está bien. Es muy bueno para las mujeres con dinero que viven solas con un caniche sin dientes (el caniche) porque si todos hiciéramos deporte no habría nadie que, con intenciones aviesas, llamara a la puerta de la dueña del caniche sin dientes (el caniche) con el propósito de robarla impunemente riéndose de un perro agarrado a un tobillo con esa triste ineficiencia de la llave que no logra apretar una tuerca que ya se ha dado de sí.

Menciono lo del caniche porque es en eso en lo que me he convertido. Comencé a correr sintiéndome un rottweiler en forma (de gimnasio, ahora lo veo) y poco a poco he ido pasando por diversas razas hasta terminar en esto. Un caniche con sed que ve sus patas cada vez más pequeñas, a los niños cada vez más lejos y las bicicletas más y más grandes.

No sé. Si lo que quieren es un perro, deberían haberlo pedido de otra forma.  Cómo les quiero. Qué cabrones son. 

viernes, 12 de octubre de 2012

Los dominios del rey




Los dominios del rey : Muy cerca de este cine desfila el ejército en conmemoración del día de la Hispanidad. Quizás por eso, cuando entramos en la sala en la que van a proyectar “Piratas” vemos que no hay nadie. Le digo a Daniel :

-Puedes elegir el sitio que quieras.

Es una frase con la que, por un momento, poseo la sala y dispongo de ella para ofrecérsela a Daniel. Hacer de padre es como avanzar en sentido contrario por una calle abarrotada : todo el esfuerzo se pierde en no dejarse llevar. Te engañas creyendo que eso es todo, pero hay que probar lo de una sala de cine vacía como ésta. No tengo que mirar las entradas porque me obedecerán : acabarán mostrando el sitio que finalmente elijamos, incluso los de la zona VIP.

-El que quieras – le repito.

Me quedo esperando a su lado mientras se decide.

jueves, 11 de octubre de 2012

Mensaje en un bote de plástico




Mensaje en un bote de plástico : Todo lo que se ofrece en la carta utiliza carne como materia prima. Para que la cena esté equilibrada, en los aperitivos sirven unas galletitas saladas con forma de pez. Los cuatro primos se pelean por ellas y después se centran en sus hamburguesas y sus perritos calientes.

El restaurante está limpio, tiene una luz blanca uniforme que borra las sombras y una pantalla plana en la que está puesto un canal infantil. Hay mil como éste, pero lo que lo diferencia es que las salsas se sirven en unos botes de plástico parecidos a los que los cocineros utilizan en los programas de televisión. Todos están llenos, como si hoy se inaugurara el negocio, con una oferta de salsas que no se limita a las habituales.

También los mayores pedimos carne, claro, y al echar la salsa en la hamburguesa me acuerdo de ese juego en el que de pequeño dejaba caer diferentes pinturas sobre una hoja que daba vueltas sobre sí misma. Coloco el pan en su sitio y la muerdo. La sospecha es ahora una evidencia : la salsa es el refugio del talento del cocinero.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Pequeño inventario de manías




Pequeño inventario de manías : Noto cómo se asoman nuevas manías con el mismo ritmo inevitable con el que percibo cambios en mi cuerpo. En ambos casos puedo tomármelo muy en serio o jugar a hacer un inventario con el que marcar distancia, como si le ocurriera a otro.

Aquí va una para la lista.

En el restaurante, después de decirle a tres amables camareras (tres), que vamos a esperar para elegir vino, acabo decidiéndome por un Ribera que cumple dos cualidades que en esta cena valoro : no lo conozco y es el más barato de la carta. En una cena de grupo conviene no cargar la cuenta final porque los hay que no beberán vino o que no consideren que merezca la pena gastarse el dinero en él.

Pero no es solo un tema de dinero. Si me decido por el “A0” es porque (y esto sepultará mi posible futuro como sumiller) muchas veces me dejo llevar por los nombres y las etiquetas y éste me parece muy sugerente. La primera letra (que parece actuar en nombre de las demás) y el 0 (como embajador de toda la serie). Perfecto.

Lo del A0, además, me suena a grupo sanguíneo : los que no desarrollan antígenos pero crean anticuerpos contra ellos. Por lo poco que recuerdo, el grupo 0 es donador universal, así que pedir una botella de este vino ahora es defender, en este momento de exaltación del terruño, a aquellas ideologías que pretenden abarcar en vez de excluir. Un gesto que se perderá, como levantar una escultura de hielo en una playa de Huelva.

Son, pues, dos razones subjetivas, muy subjetivas, las que finalmente me llevan a anunciar que vamos a acompañar la carne con este vino. La cuarta camarera que nos atiende lo escribe en su libreta y se marcha.

Y entonces, poco después, viene el dueño a charlar con nosotros. Alaba nuestra elección de carnes pero pone mala cara cuando ve lo del vino (como si la camarera lo hubiera escrito con be). Está a punto, lo sé, de hacer algo que no debe. Lo veo. Debería levantar la mano y adelantarme y decirle cualquier cosa para frenarlo. Me tiro a la escuadra para parar el tiro, pero me temo que llego tarde. Dice : “Este Ribera…”. Dice : “Si me permiten, les voy a recomendar uno de Extremadura”. Dice : “Uno que sale muy bien”.

El resto de la mesa asiente porque el dueño sabe expresarse, pero hay dos cosas que debería decirle. La primera es que nunca se debe proponer un vino del que no se sabe el precio. Es una encerrona : nadie, para no quedar mal, va a preguntar lo que cuesta. Segundo : yo tengo mis razones, tremendamente subjetivas, para elegir ese vino y no me veo con ganas para defenderlo porque no entran en lo etnológico. Se refieren únicamente a lo mío.

Sé que es una manía mía, pero es mía, son cosas de la edad y tengo que aceptarla para seguir llevándome más o menos bien conmigo mismo : no soporto que me cambien un vino. Es como una ficha que se ha movido en el ajedrez o una carta que ya se ha enseñado a los demás. No se toca. Si te parece malo, si tienes uno mejor, si acaban de darle una medalla de oro en Bruselas a uno que todavía no has incluido en la carta (En Bruselas hay siempre una medalla de oro para tu vino, como esos colegios en los que aprueban a tu hijo por pagar la matrícula), te callas. Cierras la boca. Asientes y vuelves con él.

En el reverso luminoso de esta manía hay una lección : las recomendaciones siempre se deben hacer antes de que el cliente elija y con la posibilidad de consultar los precios en la carta.

El vino que finalmente bebemos no es para tanto. Es posible que mis manías tampoco, pero son mías y las tengo cariño.

martes, 9 de octubre de 2012

Manual de supervivencia




Manual de supervivencia : Parece que la estrategia de algunos objetos para sobrevivir está en quedarse escondidos en una esquina por la que no pasamos. La muñeca del carrito sabe bien lo que hace : se coloca junto a unas cuantas cintas VHS apiladas y así se asegura de que, antes de que decidamos qué hacer con ella, tendremos que resolver ese otro problema. El tiempo, si no se mantiene la higiene necesaria, se acumula en lugares como éste que habría que limpiar para mantener un caudal fuerte.

No recuerdo haber visto a Lucía jugando con esta muñeca, pero sé que me preguntaría por ella si la quitáramos de ahí. Supongo que el vínculo con ella irá secándose hasta desaparecer. Fue el saliente en el que en un momento puso un pie mientras escalaba, pero ya va dejando todo esto atrás.

En las cintas hay grabados documentales de National Geographic y de Discovery Channel. Es lo que leo en las cajas, donde no dejé más detalles. En algún momento del pasado me imaginé con un futuro de tiempo libre y tecnología compatible. No acerté. Esos mismos documentales ahora estarían en formato divx, en la esquina de algún pen drive olvidado en un cajón. Cambian las tecnologías, pero no el concepto de esquina.

lunes, 8 de octubre de 2012

Desparejado



Desparejado : Mi colección de máscaras sigue perdida : me las encuentro en una caja o encima de una repisa sin que todavía me haya ocupado de ellas. Hubo un tiempo es que todas estaban expuestas en una pared, por parejas. Siempre que podía me compraba una, pensando que acabaría teniendo una gran colección. Ahora sé que hay objetos que, desaparecido su sitio original, parecen condenados a una eterna mudanza.

Hoy no ha sido un buen día. Cuando todos se acuestan me quedo en el salón y me fijo en esta máscara. Está encima de una caja que hizo Daniel. Busco la de la comedia por todas las baldas. Sé que aunque dedicara la noche a buscarla no aparecería. Hoy no es el día. 

domingo, 7 de octubre de 2012

Medio pollo para Norman Foster




Medio pollo para Norman Foster : El restaurante Tudanca no salió del estudio de Norman Foster. Tiene el diseño de todos los restaurantes de carretera : su aparcamiento, su barra para que te pidas un bocadillo, sula zona del self-service y sus manteles de papel recomendando el cordero lechal (su especialidad). No le falta su máquina de sorpresas a un euro ni sus petunias en las jardineras de la entrada.

En el restaurante hay mucha gente comiendo. Es la hora de comer y no es extraño. Esta frase tiene sentido (un poco de paciencia) porque, además, hay mucha gente trabajando. Eso es lo que sorprende. Mires donde mires verás a alguien haciendo su función, lo que tiene dos efectos positivos : que cada uno puede dedicarse a lo que tiene que hacer y que eso les libera de una tensión que les permite estar de buen humor. Es cierto que podrían haber elegido ponerse melancólicos, o contemplativos o introspectivos, allá cada cual, pero todos parecen estar de buen humor.

Un ejemplo : la chica que viene con la ración de morcillas a nuestra mesa, le quita el papel que envuelve el plato y nos la deja con un “que aproveche”. Más ejemplos : el hombre con camisa de rayas que abre y cierra el acceso al self-service quitando y poniendo un cordel de portero de discoteca; la que sirve los platos calientes, que sujeta su cuchara con la dignidad de un cetro; la que te cobra al final, capaz de calcular el precio de tu bandeja antes de que lo confirme la máquina; la que recoge las bandejas de las mesas con una eficacia que le permite seguir las noticias sobre el Barça-Madrid de esta noche en la televisión mientras pasa una gamuza por la mesa. No sé si es realmente una gamuza, pero tenía ganas de probarme esta palabra en la frase.

Bullicio de macarrones con tomate, mitad de pollo asado, cuajada, botellas pequeñas de vino, yogures y tortas de jamón serrano.

Si quieres ver algo de Norman Foster, sólo tienes que alejarte unos cuantos kilómetros. Todo el diseño de las bodegas Portia lleva su firma. Los dueños, que tenían treinta millones de euros, dijeron : veinticinco para las obras y cinco para Norman. Norman afiló el lápiz y dijo “vale”. Y se puso a ello.

La bodega es impresionante. George Lucas habría podido rodar la mitad de la Guerra de las Galaxias en ella (el tiempo dedicado a la otra mitad podría haberlo pasado bebiendo Ribera). En general, la estética va de la mano con lo práctico, aunque hay veces que, Norman es Norman, se impone lo estético. No importa. El diseño es espectacular : parece que estuvieras en un gran museo antes de que lleguen las obras para la exposición. Los pasos de la guía se pueden escuchar por pasillos y salas con ese eco que te permite medir la dimensión del dinero invertido.

Aquí también es la hora de comer (el huso horario no cambia en Burgos), pero lo que no se ve es personal. La cuenta 640 (guiño a los del gremio) está apretada como un corsé. La misma guía es la que te vende los vinos en la tienda, pero no hay nadie que la ayude si la lectora de tarjetas deja de imprimir el recibo y la cola de clientes se impacienta. Todo por ese pequeño rollo que ella coloca del derecho, del revés, del derecho, murmurando suaves lamentos con los que quiere convencer a la máquina de que haga su trabajo. Los veteranos ya sabemos eso de que “En el espacio nadie puede oír tus gritos”.

Mejor no están los que atienden la cafetería. Parecen la primera línea de defensa en Stalingrado antes de la gran ofensiva rusa. Prisas. Nerviosismo. Aquí parece que el tiempo se escape más deprisa, como si el reloj tuviera agujeros. De balas rusas, tal vez. Preguntamos por unas tapas. El camarero, que corta el jamón, que sirve la mesa, señala con la cabeza unos pinchos ya listos. No sabemos si tenemos que servirnos, si quiere que vayamos a la cocina a hacernos unos cuantos con estos como inspiración. Esperamos sentados en una terraza muy de Foster. Esperamos, digo. Foster, Norman, de quien vi el documental que controló su mujer. Impresionante. La hora de comer. Y los niños con hambre, que el reloj de su estómago no tiene fugas. Nos tenemos que ir, tanta arquitectura para tan poca gente.

Tudanca, pues. El sitio al que invitaría a venirse a comer a Norman Foster (que pida un poco más de salsa con el pollo) cuando le apetezca dejar de ser Norman Foster por un rato.

sábado, 6 de octubre de 2012

El epicentro de un silencioso bullicio



En el epicentro de un silencioso bullicio : La N-122 es la Ruta 66 del tempranillo, el camino que hay que recorrer si te gusta el vino. Desde Peñafiel a Valladolid se suceden las bodegas y las vides con ese juego, muy en plan Hollywood, de relacionar una construcción con un nombre que has pronunciado muchas veces en un restaurante. Ahí están las grandes referencias, las bodegas como castillos de diseño y las viñas, a sus pies, ejerciendo de tranquilos ejércitos mostrando en silencio su poder.

Pocas veces he experimentado con tanta fuerza la sensación de estar en el epicentro de algo como en Peñafiel. Basta con levantar la vista para ver en los cruces señales que marcan los diferentes caminos a las bodegas en una acumulación de referencias que acaba aturdiendo. Tantas bodegas, tantos etnólogos, tanto esfuerzo por seguir creando nuevas marcas, nuevas etiquetas, nuevos matices.

Estamos en Octubre : por los caminos se ven tractores con los remolques llenos de racimo. En Finca Villacreces, por ejemplo, la vendimia empezó el miércoles pasado, pero si visitas la bodega tendrás la sensación de que todo está detenido,: el suelo está limpio, la sala de la primera fermentación permanece en silencio y, aunque la busques, no encontrarás una sola uva. Se trata de mantener la luz y el calor lo más alejado de todo el proceso y la propia guía habla en voz baja, como si cruzáramos una sala repleta de recién nacidos durmiendo. Lo único que delata lo que está pasando es ese olor ácido que te recibe tan pronto entras en una bodega capaz de producir doscientas sesenta mil botellas. Se diría que el objetivo es que la uva pase por todo el proceso dormida, como si así su fermentación fuera a ser más reposada, más intensa. No es de extrañar que existiera relación entre los monjes (los cistercienses en este caso) y el vino : no por el vino en sí, sino por un proceso que, en muchos puntos, parece aplicable al propio tratamiento del espíritu, como si ambos se reforzaran.

Servido en la copa, el vino parece querer convocar todo aquello que le han alejado. El calor. La luz. La conversación. El ruido. La guía ha abierto una botella de Flor de Vetus y basta con el olor para reafirmarse en la impresión de que se está en el sitio justo : por la ventana se ve un césped cuidado y a tres niños jugando, el olor gana en intensidad después de agitar un poco la copa, la guía le quita el papel a un plato de queso para que lo probemos. Con la copa en la mano, ya no hay prisa.

Se pueden hacer planes ambiguos. Regresar a Peñafiel. Tomar más vinos con pinchos. Pasear por el pueblo y fijarse en esas tiendas que presentan, como reclamo, cajas vacías de vino de bodegas cercanas apiladas. Tentaciones.

No hay prisa.

viernes, 5 de octubre de 2012

Masoquismo científico




Masoquismo científico : Hay jornada de puertas abiertas en Cosmocaixa : un grupo de colegios ha colocando puestos científicos para hacer la ciencia más accesible, más amigable. Todo eso. Lo cierto es que parece que la estuvieran vendiendo a saldo. Este mercadillo del saber estaría bien en cualquier otro sitio, pero montarlo aquí es vender bisutería en Tiffany’ s.

Soy el primero en admitir que estoy siendo muy injusto con el esfuerzo de todos esos niños y de todas esas niñas. Qué injusto soy. Sigo :

Respeto a la ciencia porque no la entiendo. Las cartas encima de la mesa. Tuve unos profesores de mierda que no esperaban a aquellos que, como yo, intentaba mantenerse a flote en una barca con bastantes agujeros. Yo remaba (y remaba) mientras veía cóm, en la popa del gran yate del saber, el profesor de mierda y sus discípulos aventajados le metían mano a las más lujuriosas y excitantes leyes de la física o de la química. Yo remaba (y remaba) mientras el agua iba ascendiendo por mi barca hasta ahogar cualquier posibilidad de entender lo que se contaba en la pizarra.

Desde ese momento soy un cadáver científico y si sigo vivo es porque algún otro profesor, de letras, me sacó del agua y trató de salvar la parte de mi cerebro (pequeña) capaz de mirar al teclado y a la pantalla casi a la vez organizando palabras en frases, frases en párrafos y párrafos (los días afortunados) en ideas.

Cualquier otra persona habría guardado rencor hacia aquello que te ha matado. Yo no. Curiosamente, me sigue atrayendo este mundo aunque queda poco para que mis hijos sepan interpretarlo mejor que yo. Da igual. Mi autoestima científica también se ha muerto. Me gusta pasearme por Cosmocaixa y no entender la mitad de lo que leo (la otra la entiendo pero la olvido). Me basta con experimentar ese orden, ese esfuerzo por saber que hay detrás de cada experimento o exposición y percibir la grandeza de todo eso. Lo que los analfabetos sentían ante las pinturas religiosas yo lo noto al ver la fotografía aumentada de las garras ocultas de un pequeño gusano.

Como siervo capaz de obedecer cualquier orden de su caballero sólo por serlo, no admito que se rebaje la escenografía de la Ciencia, con mayúscula. Es el protocolo del saber que esos mercaderes tratan de profanar con sus aproximaciones infantiles. No quiero que me la hagan simpática, ni dócil. No quiero ese tierno punto Disney.

Exijo la otra ciencia,a  la que no le importa que la entienda o no, la que me pueda despreciar como un director a un violinista aficionado. Que coja altitud. Que conquiste. Indiferente como la nave que sale de la atmósfera ante aquellos que la observan con la mano protegiéndose los ojos. 

jueves, 4 de octubre de 2012

World Tour




World Tour : Llevan hablando del concierto varias semanas. No sé por qué, vuelven a ser más las excusas que encuentro para no ir. Exactamente igual que me sucedió la anterior vez que vino.

Hoy, paseando por el centro de Madrid, descubro, tarde, qué es lo que me faltaba para animarme : ver el cartel de la gira pegado en la pared y, en la cabecera, las palabras “World Tour” : esa excitación (seguramente un sucedáneo, qué importa) ante la caravana que recorre el mundo y que ahora para aquí, destacando unas fechas que aparecerán marcadas en la espalda de la camiseta oficial.  

miércoles, 3 de octubre de 2012

Razones para una capitulación




Razones para una capitulación : Puedo decir que han sido casi siete años inventándome cuentos para los mellizos. Siete años que han servido, sobre todo, para darme cuenta de lo difícil que es imaginar y para experimentar ese cansancio que nace de la impotencia de crear una historia interesante. La cabeza no deja de arrimarse a los tópicos, a los lugares comunes, a las moralejas habituales y es casi imposible alejarse y abrir un sendero nuevo por el que puedan caminar con otro ritmo el que cuenta y el que lo escucha. A veces parece que el cerebro no estuviera especialmente interesado en la imaginación, como forma de combinar de manera diferente los elementos habituales, y prefiriera, por un tema de supervivencia, la repetición y la constancia para protegerse frente a lo inesperado.

El caso es que he dejado de inventar cuentos y ahora leo los que escribió Gianni Rodari. Este escritor de cuentos infantiles, que llegó a publicar una “Gramática de la fantasía”, sabía cómo estimular la imaginación para producir historias sorprendentes a partir de combinaciones inesperadas. Y ahora, liberado de la presión de crear cuentos nuevos, el momento de contar el cuento se convierte en una actividad distinta en la que la atención se puede fijar en otros aspectos. El propio Rodari lo explica :

“Mientras el río tranquilo del cuento corre entre los dos, el niño puede finalmente disfrutar de la madre a sus anchas, observarle el rostro en todos los detalles, estudiarle los ojos, la boca, la piel…Escuchar, escucha,; pero se permite de buen grado distraerse de la narración – por ejemplo si ya conoce el cuento (y por ello, quizá ha pedido maliciosamente su repetición) y, por lo tanto, sólo debe controlar que avance regularmente. Mientras tanto, su ocupación principal puede ser estudiar a la madre, o al adulto, lo que raramente puede hacer cada vez que quisiera” Pagina 131

Ese juego del análisis no va solo del hijo al padre, sino del padre al hijo. Ahora puedo, leyendo la historia a mi ritmo, fijarme en las reacciones, detenerme ante las preguntas o disfrutar de las reacciones cuando llega el final. Es el cuento, sí, pero, sobre todo, lo que rodea al cuento.

Aunque lo cierto es que si he dejado de inventar cuentos es, básicamente, por un tema de egoísmo. Lo del cansancio es, como siempre, una excusa. Después de tantos años yo también quería que alguien me contara un cuento. La realidad empieza a ser agotadora (y aburrida) y necesitaba alguien que me estimulara con su imaginación. Les digo que les voy a contar un cuento, claro, pero en el fondo yo también experimento placer cuando leo el título y, como ellos, me dejo llevar por estas historias que casi siempre están a la altura de lo que prometen y que me dejan con el ánimo dispuesto para abandonarme a un sueño tranquilo. 

martes, 2 de octubre de 2012

Maigret falta a su cita




Maigret falta a su cita : Voy al Paseo del Prado a que me sellen una hoja. Es el último papel de un proceso bastante largo. Podría montar un Master en Papeleo. Es un edificio histórico, con paredes gruesas como las de un castillo. No sé por qué, me imagino una gestión larga, pero en el primer mostrador al que me acerco con mi papel me dicen que es ahí, que está correcto y que no tienen ningún problema en ponerme una etiqueta en la fotocopia.

Pretendía hacer de ello una descripción a lo Kafka (el papeleo, el proceso, el castillo y bla,bla) que me compensara el tiempo invertido (muchas veces la literatura se convierte en eso), pero todo el trámite es rápido como una carrera de Ratatouille por las cocinas del restaurante (le he dedicado más tiempo a Ratatouille que a Kafka, es cierto : así me va)

Así que salgo con un papel que es, básicamente, un salvoconducto para atravesar el año que viene entre las olas financieras cuatro metros. Soy como la lechera del cuento, haciendo cálculos de todo lo que podremos hacer no para no ser más pobres. Comparado con lo que se aproxima, ahora vivimos una calma chicha. No hay brotes verdes, sólo ese invierno que, en plan Juego de Tronos, se acerca. Y ya se sabe que la forma de reaccionar de un cuerpo ante la congelación es retirar la sangre de las extremidades y asegurarse el funcionamiento de los elementos básicos : antes el corazón que las manos. Eso es lo que pasa ahora con el dinero : antes el Estado que las empresas.

Entro en la librería del Círculo de Bellas Artes para olvidarme del año que viene. Recuerdo que los de Acantilado iban a reeditar los libros de Maigret a partir del dos de octubre, pero en la sección de novela negra, en la S, no los veo. Habría que desconfiar de la novela negra si Maigret no aparece en la S de Simenon. Y de las librerías. Y, ya puestos, de la literatura y de los lectores que no reclaman al Maigret de Simenon. ¿Qué coño lee la gente? Ni lee a Simenon ni a Kafka.Todo el día con Ratatouille. Cabrones.

Salgo enfadado de la librería (sí, cabrones todos) y retomo mi preocupación por el año que viene ahí donde la dejé. Estoy inmerso en mí mismo, chapoteando en un pesimismo fundamentado y sin motivos para agarrarme a un optimismo basado en una fe un tanto lejana. Y entonces veo a un turista haciendo una fotografía. Me giro para confirmar lo que ya sé : es el edificio Metrópolis, que pintó Antonio López, entre Gran Vía y Alcalá. Cómo me gusta. Consigue que recuerde lo importante : que estoy ahí mismo viéndolo y que en la mano tengo un papel con un sello oficial. 

Si no tuviera que volver a la oficina, seguiría a ese turista para recordar lo básico.