viernes, 31 de agosto de 2012

Racimos en espera




Racimos en espera : En los campos quedan las últimas balas de paja para que apures las fotos. Parecen puestas con cuidado : para el de fuero, la agricultura es algo básicamente estético. Para el que sabe leerlo, el panorama es un mapa de las subvenciones que permite saber cuáles han sido las directrices que han desfilado por los despachos de Bruselas con la colección para esta temporada. Si no llegas a tanto, puedes acudir a algún bar del pueblo para que alguien te explique cómo, moviendo los cultivos con dedos de trilero, los bolsillos se van llenando. Lo hacen con el orgullo del que sabe cómo funcionan las cosas y puede aprovecharse de ellas. Yo escucho los primeros pasos y luego desconecto por una suerte de cansancio moral, por sentir que en algunos temas seguimos sin movernos del sitio.

En la superficie, pues, las balas de paja. Hago una fotos con las que me despido del verano porque la misma semana que empiezan los colegios, los camiones recogen las balas y las apilan en sus remolques, con cierto aire de última función. Es ya inminente el mes en el que los días se hacen más cortos, las distancias, por culpa de los colegios, más largas y en el que nuevos programas te ofrecen la misma televisión.

Tampoco nos vamos a poner tristes, porque se acerca el momento de la vendimia con su mensaje : que todo fermente.    

jueves, 30 de agosto de 2012

De Sicilia, al cielo




De Sicilia, al cielo : “Sapori di Sicilia” es un restaurante italiano situado en la calle Francisco Ricci, pintor del Barroco e hijo de un artista italiano que llegó a España. Nadie se fija en estas cosas, pero la calle ya sugiere términos como emigración, viaje, cultura, intercambio y, claro, italiano. Llegamos tan pronto que podemos elegir cualquier mesa, excepto la de la cocina en la que trabajan. El camarero nos sugiere una que para él es la mejor y que no desvelaré aquí.

El camarero es doblemente italiano, y eso me gusta. Por mucho que haya gente en, pongamos, El Burgo de Osma, que haga buenas pizzas, lo italiano, por sí mismo, tiene que ser un ingrediente más de una comida. No es una observación científica, más bien sentimental, pero si empezamos a separar las cocinas de sus raíces acabaremos con la civilización, seguro, viviendo en cuevas y gruñendo para comunicarnos : no me cabe duda. Italiano, decía, por su acento e italiano, de nuevo, por la forma en la que nos anuncia que va a bajar la luz para que el entorno sea más romántico. Mentalmente anoto la obligación de recordar en el RAE qué quería decir romántico.

El local está decorado con ciertas premisas estéticas que Francisco Ricci seguramente no aprobaría. Yo tampoco lo hago porque creo que rebaja las expectativas de la comida. Pizza cuatro quesos y espaguetis boloñesa. Eso pienso poco tiempo porque tan pronto abro la carta de vinos y veo una selección amplia de marcas italianas, lo que Ricci piense de la decoración me da igual. Este sitio va en serio. Y cuando paso a leer los platos, mi alianza estética con Ricci vuela por los aires : qué más da la decoración.

Todo lo que leo me apetece porque tengo la impresión de encontrarme frente al texto original del que muchos falsos restaurantes italianos hacen una mala traducción. No nos engañemos : en el fondo buscamos cierto tipo de viaje con la comida extranjera que muchas veces nos deja en el mismo sitio. Es el famoso “efecto noria” gastronómico que nadie conoce porque acabo de bautizarlo ahora mismo. Aquí, a través del menú, me asomo a un paisaje siciliano, como hacía Leolo desde la ventana de su piso en Montreal.

Lo quiero todo, decía, y el camarero no ayuda a mejorar las cosas con las sugerencias que, anunciadas con ese fino acento italiano y una pasión reconfortante, brillan como un perfume navideño en las manos de una modelo. Voy a comerme Sicilia entera. Y si se presenta la modelo, también.

Finalmente, por cuestiones físicas, elegimos una Burrata tartufata, un plato de pasta con bogavante y otro con distintos quesos. La burrata, con un fino chorro de aceite, me recuerda que yo debería haber nacido en Italia. El plato de pasta con bogavante resulta ser de bogavante con pasta. El de la pasta fresca con tomate y queso podría lograr que perdonara a Materazzi por su cabezazo a ZIdane. El vino va uniendo platos y conversación.

Poco a poco nos vamos acercando a Sicilia. Es evidente. Basta con seguir las indicaciones de los largos trozos de pasta para evitar al minotauro creado por la crisis, por el IVA que subirá pronto, por el final de las vacaciones y, sobre todo, por el adiós a un mes en el que es fácil aparcar en Madrid, y salir del laberinto y acercarse a la costa de Taormina, con ese teatro con el que soñaba Leolo. Cuando ya nos sabe cerca de su tierra, el cocinero sale a preguntar cómo va todo y a darnos la bienvenida. Todo va muy bien le decimos. ¡Bien!, dice él, un hombre al que, es evidente, le sobran las exclamaciones. ¡Habéis tenido suerte!. ¡Mucha suerte!. ¡Hoy todo era fresco!. ¡Y eso se nota en los platos!. ¡Los hago con pasión!. ¡Cocino con pasión!

¡Vaya recibimiento!. Se está bien en Sicilia. De la cocina (el restaurante es pequeño) llegan risas y conversaciones en italiano. En el móvil suenan los mensajes de bienvenida de las operadoras italianas. El aire es húmedo, pero no importa, porque anuncia que el mar está cerca. Podríamos coger un coche en Palermo y recorrer la isla. Visitar Agrigento, recorrer las playas, tomar atún.

Hacemos ese tipo de plan fantástico que tiene como combustible una buena comida aunque sabemos que no tenemos todo el tiempo. Nuestro paseo por la isla es corto pero aprovechado. Intentamos estirarlo un poco pidiendo un postre y bebiendo a cortos sorbos el limoncello, suave, tan distinto del que normalmente tomamos, pero hay que regresar. Poco a poco voy abandonando la fase de la felicidad y, cuando nos traen la cuenta, entro de la de la envidia por todos aquellos que siguen comiendo y, sobre todo, por la pareja que entra ahora para cenar. Afortunados cabrones.

El precio está por encima de la decoración del local y por debajo del nivel de la comida. Una vez pagado, el recibo se convierte en el documento que entregas en la aduana al regresar. Se acaba el viaje, se termina la velada. Afuera, ya, un Madrid al que le queda un rayo de Agosto.

miércoles, 29 de agosto de 2012

El delantero de las botas frías




El delantero de las botas frías :  Llega pronto el primer gol en la Supercopa, pero es de Higuaín y eso nos rebaja las expectativas a pesar del completo dominio del Madrid. Hay delanteros que tienen barra libre de goles en sus botas y otros a los que parece haberles asignado sólo una cantidad, como esas tarjetas de prepago de las que se va detrayendo lo gastado. Ronaldo pertenece al primer grupo. Higuaín, al segundo, y lo sabe o, por lo menos, lo sospecha.

Hay algo psicoanalítico en su juego, como si temiera que por cada alegría obtenida le esperara un castigo para compensar. Ese miedo, imbatible como un francotirador bien oculto, provoca que, una vez metido un buen gol como éste, su cabeza se desenganche de su cuerpo y aunque las piernas sigan disparando a la portería, de su cabeza salga la orden de fallar. Dicho de otra forma, Hinguain te invita a su fiesta pero los besos que reparte son de despedida : marca un gol y suena la señal de que ya no se sirve más alcohol.

Por eso no sé si alegrarme o no con este primer gol. Es una sensación rara. Mi cuñado y yo lo celebramos con gritos y saltos neandertales, sí, pero con un poso de alegría falso, como el que saca un sobresaliente en un examen en el que ha copiado. Hasta ese momento, el partido ha ido tirando de nosotros : del sofá a la mesa con las pizzas, de ésta a la pequeña mesa de plástico donde mi sobrino aprende a sumar y, finalmente, acabamos pegados a la pantalla con nuestra copa de Equus en la mano. Ahí estamos cuando marca Higuaín.

Ojalá hubiera marcado otro. Ojalá, y que Bernabéu me perdone, no lo hubiera hecho Higuaín. Los suyo son los goles terminales, los que se obtienen cuando se marchan los primeros aficionados , los que entran por esa rendija que deja el marcador a punto de dar el minuto noventa. Con esos Higuaín no tiene ningún problema porque no se comen parte de su cuota y le dejan libre para el siguiente. Se podría decir que es el fútbol óvulo : soltando uno cuando toca.

Sería bueno que nadie reaccionara al gol de Hinguaín, que el estadio se quedara en silencio, que la madre le quitara el papel de plata al bocadillo de su hijo, que un socio de Toledo mirara al cielo por si empezara a llover, que una japonesa se hiciera una foto con su entrada y su cámara, que una de las que vigilan a la grada se volviera a hacer la coleta, que Florentino dedicara unos segundos a pensar en ACS e Iberdrola, que el único que se sigue llevando una radio de pilas y la escucha pegada al oído cambiara de emisora y en todo el estadio sólo se escuchara un tema antiguo de Paco de Lucía. Sí, sería bueno que los jugadores reaccionaran como si aquello no hubiera entrado y regresaran a sus posiciones rápidamente, echándose un par de gritos.

Pero es un gol al Barça y estamos programados genéticamente para retroceder evolutivamente unos cuantos miles de años para celebrarlos. La alegría es contagiosa y recorre toda la ciudad : te limitas a transmitir ese grito que te llega al que está un poco más lejos para que hasta el último madridista del país, aunque se encuentre en una cueva catalogando hongos, sepa que hemos tomado la delantera y que el tipo que va a escribir el nombre del ganador en la copa ha empezado a practicar con la erre.

En el Barcelona saben leer las señales y, sobre todo el marcador, y ahí dice Higuaín, así que saben que, virtualmente, el Madrid acaba de echarle el cierre a su portería. Dejan que una de sus naves se queme en el rojo de una tarjeta y, sin otra opción, convierten en obligatorio un plan que era opcional : jugar como si el que tuviera diez fuera el contrario.

Así van las cosas sobre el campo cuando Ronaldo le demuestra a Hinguain que los goles se llevan en las botas, no en la cabeza, y que si se quiere, se puede, aunque haya que hacer una jugada con un toque de talón que eleve el partido hasta un punto que no volverá a alcanzar.

Luego a pesar del gol de Messi, el marcador parece ya definitivo, como si el resultado se hubiera escrito sobre un cemento casi solidificado : el gol de Ronaldo ha sido como la señal que da el comandante para que el avión saque el tren de aterrizaje y enfile hacia la pista con una maniobra de aproximación a la pista que puede llevar más o menos tiempo.

Es lo que nos pasa a nosotros. Resta tiempo por jugar pero en las cajas de las pizzas sólo quedan los bordes y la botella está vacía. Esta podría haber sido la noche de la goleada si algunos jugadores de fútbol no fueran tan complicados y no se les enfriaran tan pronto las botas.

martes, 28 de agosto de 2012

Aquí y allí




Aquí y allí : Estamos en un restaurante caro leyendo una carta de raciones junto a la barra. No pensábamos que fuera a tener unos precios tan altos. Algo, quizás la forma en la que los camareros se movían con las bandejas, nos animó a entrar para conocerlo: a veces puede ser algo tan subjetivo como esto. Sentados en una mesa alta, cerca de la ventana, vemos que tenemos que pensar mucho lo que vamos a comer.

La otra opción era ir “Al quinto vino”, que está al final de la calle. Habría sido como visitar a un viejo amigo del barrio. Un amigo con una casa más desordenada pero acogedora, con sus cajas de vinos amontonadas, los recipientes de cristal con corchos y las pizarras con nombres de vinos y precios por copa que te recuerdan, básicamente, que el mundo es más amplio de lo que tú te crees y que está ahí para que lo pruebes. Una copa, en fin, y un plato con una gran croqueta.

Estamos en dos sitios a la vez. Aquí, con unas albóndigas de calamares y allí, con un pincho de solomillo. Aquí, casados y hablando de las lámparas que hay que poner en los cuartos de los enanos, y allí, despreocupados, pensando en encontrar un hueco para ir a ver una película de Woody Allen. Aquí, comparando lo que vemos del barrio con lo que recordamos de cuando vivíamos en él, y allí, simplemente disfrutándolo.

La mujer mayor que atiende los pedidos de los dos camareros parece muy cansada. Pasa un paño con cuidado, como si limpiara una pieza de plata. Se acerca a la ventana de la cocina a hablar con alguien y vuelve con el paso de quien camina sobre barro. Tiene, a pesar de todo, la presencia de una directora que mantiene afinada a su orquesta. En ese reino en el que gobierna, me llama la atención los periódicos doblados que hay en un extremo. Son el punto de unión entre el aquí y el allí, porque es probable que allí estén los mismos periódicos, agotados después de pasar por tantas manos.

En la calle seis policías charlan junto a un coche patrulla. Parecen despreocupados, como si se hubieran encontrado con una falsa alarma. Un gato, una anciana. Las mesas de la terraza están ocupadas por gente que, me fijo, mueve los cubiertos mientras habla. Es de las últimas noches con buen tiempo. Al fondo hay otro allí, la esquina en la que me despedía de mi padre cuando volvíamos del fútbol.

El camarero que nos atiende se acerca con dos pequeños vasos con una mezcla de helado, granizado de manzana y una gota de regaliz. Esto, hay que reconocerlo, no te lo servirían en “El quinto vino” : es la traducción de su famosa croqueta y la chicheta que clava este momento. Este aquí será, dentro de un tiempo, un allí, y será bueno tener este postre como indicación para orientarnos en aquella noche en la que es posible que “El quinto vino” estuviera cerrado por vacaciones.

lunes, 27 de agosto de 2012

La plaza de la cárcel




La plaza de la cárcel : Al ver las zapatillas secándose al sol (después de girar en la lavadora, como un hámster en su rueda), recuerdo una recomendación de Chejov para escribir : Unos buenos zapatos (No ahorrar en las botas). El consejo lo saca Pietro Brunuello de una carta de Chejov a María Chéjova entre el 14-17 Mayo de 1890

“Partimos… Barro, lluvia, un viento furioso, frío…y botas de fieltro en los pies. ¿Sabes lo que son unas botas de fieltro cuando están empapadas? Parecen unos zapatos hechos de gelatina : van de un lado para otro”

Tengo el libro “Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas : Cómo hacer un reportaje” entre otros de Chejov. No lo he abierto nunca. Miro la segunda recomendación : Un cuaderno de notas (Tener siempre un cuadernillo en el que anotar datos, observaciones, modos de decir, y en el que transcribir declaraciones y eventuales entrevistas)

Los consejos que voy leyendo son obvios y se pueden resumir en unos versos de Carver, de su poema “Ondas de radio”, dedicado a Antonio Machado.

                                                         “Hoy me llevé tu libro cuando fui a dar
                                                           un paseo. “Presta atención”, dijiste,
                                            cuando alguien se preguntó qué hacer con su vida”

Pero hay algo más. Es eso que hay entre la recomendación “Usa el oído” y el texto :

“Cuando se atraviesa la plaza, la fantasía te hace oír los rumores de una animada feria, las voces de los gitanos de Uskovo comerciando con caballos; te parece sentir el olor de la brea, del estiércol y del pescado ahumado; escuchar los mugidos de las vacas y los estridentes sonidos del acordeón mezclándose con las canciones delos borrachos. Pero ese pacífico cuadro se esfuma cuando de pronto escuchas el odioso tintineo de las cadenas y los pasos sordos de los presos y de los guardias de la escolta, que atraviesan la plaza en dirección a la cárcel” 

El camino hasta llegar a un párrafo como éste es largo. Veo las zapatillas limpias: me parecen un buen punto de partida.

domingo, 26 de agosto de 2012

El cerebro de los corderos




El cerebro de los corderos : ¿Es probable que Hannibal Lecter pase unos días de Agosto por La Mancha? Hace apenas unos días me preguntaba eso acerca de Banksy y hoy, por motivos bien justificados, me acuerdo del bueno de Hannibal, que igual está de vacaciones por la zona. Sé que estoy haciendo mención a un personaje y que los personajes no son reales, pero alguno, como Hannibal sí que existen, claro que existen.

Vamos a la comida. La comida llega en un momento de saturación gastronómica típico de la región, que es austera porque, básicamente, aquí se come y se bebe todo lo que se puede y en el paisaje sólo queda lo que no aporta calorías : piedras y nubes. Comer es celebrar, aunque no se recuerde muy bien el qué. Deberíamos pedir pavo con queso de Burgos, en un platito pequeño, para compartir los once que estamos en la mesa. Eso sería lo más sensato, pero en vez de ir hacia donde señala nuestro buen juicio, nos marchamos al punto contrario y empezamos a pedir platos y más platos por evitar esa melancolía que deja una mesa en la que se ve un poco de mantel. Como la carta tiene platos de la zona, se eligen unos cuantos para mantener viva la cocina local.

La camarera anota todo y no dice nada. Debería, en un momento específico, haber dejado de escribir en su libreta y, con voz de docente experimentada ante alumnos obedientes, explicar un par de cosas. Habría bastado con un par de frases. No le habría llevado mucho tiempo. Como cuando pides que te lleven a Atocha y el taxista se da la vuelta para ver la cara del tipo que le pretende que cruce la Castellana una noche de Copa de Europa. Pero la camarera no dice nada y nosotros seguimos a lo nuestro.

Echamos mano de trozos de otras conversaciones de las que todavía se puede aprovechar algo porque les queda un poco de carne junto al hueso. Por pasar el rato más que por alimentarnos. Que si esto, que si lo otro, pero sin mucha energía, para evitar el silencio. El tema es como un globo al que se le da un toque cuando te llega y al que todos siguen con la mirada hasta que otro vuelve a golpearlo suavemente. En ese plan.

Los niños miran sus platos calculando las quejas que les va a llevar dejarse la mitad. Muchas, calculo. Son platos enormes. Van a ser unas negociaciones largas y agotadoras. Ellos se colocan la servilleta encima de las piernas y yo me sirvo una copa de vino.

Traen atún escabechado. Traen foie con mermelada. Traen pimientos rellenos. Nos vamos repartiendo la comida como si al final de cada ronda ganara el que menos tuviera en su plato. Así de educados somos. El globo se mantiene inmóvil encima de nosotros mientras comemos y rememoramos otros platos que estaban  un poco mejor o un poco mejor que éstos. Al fin y al cabo, comer es recordar.

Y es entonces cuando la camarera que no quiso ser profesora pide que le hagamos un hueco, que le hacemos, y deja encima de la mesa un plato con unos pequeño cerebro, perfecto, encima de un revuelto. El globo explota y todos notamos cómo el estómago se nos encoge. Estamos en la mesa de un forense al que le han traído las pruebas de un nuevo caso. La camarera interpreta bien ese silencio.

-Son los sesos. Los duelos y quebrantos llevan sesos de cordero.

Yo no veo sesos, sino un cerebro que parece todavía palpitar, como si estuviera terminando sus últimos cálculos antes de desconectarse del todo. Algunas neuronas, estoy seguro, siguen lanzándose pequeños mensajes eléctricos que chisporrotean dentro de una gran sala que, ya a oscuras, va quedándose en silencio. Nuestro silencio rodea ese otro silencio blanco y suave.

Nadie dice nada. El cerebros se convierten entonces en el castigo que debe comerse todo aquel que no sabía que ern parte de los duelos y quebrantos. Supongo que todos pensamos que deberían haberlo servido ya mezclado, que eso habría sido lo normal. Pero ahí está ese diminuto cerebro, desafiante.

Por eso es posible que Hannibal Lecter ande por la zona y se haya aficionado a este restaurante donde descubrió que podía pedir los duelos y quebrantos con el cerebro enteros y jugoso. Tal vez esté en otra mesa, mirándonos con interés. Sorprendido por nuestras reacciones cuando nos encontramos con las cosas como son, con su nombre.  

Me sirvo vino, esperando a ver quién es el que se atreve a clavar el cuchillo. El primer paso es llamar seso a lo que es un cerebro y pasar así de la mesa del forense a la del cocinero. 

sábado, 25 de agosto de 2012

El sapo y la tumba




El sapo y la tumba : Dicen que visitar ruinas es ir a ver piedras, y eso en Segóbriga es cierto. La guía, con un gorro de paja y gafas de sol, nos espera junto a una piedra grande que hay al inicio del recorrido. Si dejas de lado esta piedra no habrás entendido nada. Me gusta ese gesto inteligente de dejar esa piedra ahí, casi sin importancia, como si fuera un resto más de los que han aparecido sin gran valor arqueológico. Me gusta también que alguien vaya al núcleo de todo, sin rodeos, sin historias. Hay que fijarse en esa piedra, nos dice, se trata de lapis specularis, un tipo de yeso que los romanos utilizaban como cristal para sus ventanas y para cubrir los suelos.

El ochenta por ciento de Segóbriga está por descubrir y esa proporción entre lo que se ve y lo oculto va a seguir así mucho tiempo porque, por la crisis, estos dos últimos años no ha habido trabajos arqueológicos. La crisis también afecta al pasado. A esto hay que añadir que lo que se ve ha sufrido el efecto del pillaje de varios siglos (empezando por los visigodos, que debían recorrer la ciudad abandonada con sus ovejas como por un pasillo de Ikea, pasando por los constructores del Monasterio de Uclés, que se encontraron la cantera ya hecha, y terminando por los vecinos de la zona en cuyo jardín, junto al balón pinchado del Barça te puedes encontrar un capitel corintio) y que, además, muchas partes que se cubren con arena para que los brutales cambios de temperatura no quiebren una piedra tan caliza siguen ocultas por la ausencia de arqueólogos.  

¿Qué queda entonces? Pues dos cosas : un anfiteatro pequeño y coqueto (el tiempo, que aprieta pero no ahoga, lo ha conservado bien, lo que justifica la visita) y esta guía.  Insisto en lo de la guía porque desde la primera frase se expresa con una precisión de ideas que me seduce. De nuevo, ese placer de escuchar a alguien hablar con pasión de algo que le gusta : no va a hablar de unas piedras, ella, en cierto modo, es esas piedras. Estás aquí y también en la Segóbriga que empieza a desarrollarse por el comercio de ese yeso que se exporta a todo el imperio romano y que permite la acumulación de riqueza en la ciudad : cuantos más edificios se construyen, más profundas son las galerías de las minas que, en los terrenos de alrededor, se cavan para conseguir el mineral. El árbol y sus raíces.

La ciudad tuvo una vida de tres siglos, hasta el III después de Cristo. De esa savia que sacaba con sus raíces vivió una sociedad de unas dos mil quinientas personas que reproducía, a un nivel más pequeño, el esquema de una ciudad romana. Fuera de su muralla tenía un teatro (dos mil quinientas personas), un anfiteatro (cinco mil quinientas personas) y un circo (diez mil personas) que sirve para descubrir que la guerra entre cultura y espectáculo ya lleva pedida dos mil años. Pretender lo contrario es engañarse.

La guía va dejando la información cuando la pide el entorno. En cierto modo es como la vendedora que te va describiendo cada cuarta conforme te lo enseña. Va explicando la historia necesaria para que vayas sintiendo (este es el mejor término) la necesidad de lo que te vas encontrando : por qué es así y no de otra forma. Apenas hay sitio para el capricho. Todo es una respuesta a un problema. Se puede decir que te explica la obra no desde el punto de vista del espectador, sino desde el del tramoyista, para que sientas la casa como tuya.

Fíjate en el pequeño pasillo por el que el gladiador, que se enfrentaría a un jabalí o a un toro, recorría para acercarse al pequeño altar dedicado a su diosa. No era gente alta. Tampoco era gente mayor : entre los romanos, la esperanza de vida era de unos treinta y cinco años, pero en Segóbriga no se superaban los treinta años. Un veinte por ciento moría antes de los diez años, el ochenta por ciento antes de los cuarenta y solo uno de cada cinco personas superaba esta edad. Si fueras romano, sólo podrías ver esto como fantasma.

El discurso de la guía es como el agua que llegaba a la ciudad por un acueducto permitiendo que la vida se desarrollara. Como en toda visita, lo que ves es sólo el veinte por ciento y el resto es un tema de imaginación, que es lo que hay que ejercitar en todas las ruinas. Gente que no superaba los cuarenta años y que, quizás por eso, le daba a la vida una intensidad y un sentido que se percibe en lo que hacían. En sus calles ordenadas, en sus avenidas principales, en el cuidado con el que diseñaban sus termas, en esa especie de identificación arquitectónica en la que cada cosa tenía un sitio y cada sitio era una cosa. El foro, la basílica civil, el mercado, el templo, los circos, las murallas.

La visita es corta pero intensa porque la narración marca los tres tiempos fundamentales. En la piedra del principio hemos visto la exposición; entre las ruinas hemos sentido el nudo y, como en toda buena historia, aquí también hay un desenlace que cierra y justifica todo. Ya he dicho que la guía es muy buena. Lo que acabó con Segóbriga no fueron los enemigos, ni el agotamiento de las minas, ni las enfermedades, ni su propio desarrollo. Es algo más sencillo y definitivo. Fue una innovación tecnológica : el descubrimiento de la técnica del vidrio soplado que hizo inútil ya el yeso.

No es difícil imaginarse a la gente de la ciudad pensando que el golpe no iba a ser tan definitivo, que los dos métodos convivirían, que lo nuevo no tenía las mismas ventajas de lo antiguo, que lo antiguo era más…discusiones que tal vez se produjeran en la casa de Cayo Julio Silvano, el encargado griego que trajeron a Segóbriga después de gestionar una mina de oro. No podían imaginarse que una ciudad así pudiera desaparecer, que acabara expoliada, deshabitada, cubierta de arena.

La visita termina junto a las termas pequeñas, más cuidadas, a las que se invitaban a los jóvenes de las tribus vecinas para que se fueran incorporando a las doctrinas del imperio hasta asimilarlas y hacerles inofensivos. El Canal Disney de la época. La guía se despide recomendándonos que aprovechemos que hace un poco de brisa para subir a la colina y disfrutar de la vista. Nos recuerda que en el camino a la entrada, largo y con tumbas a ambos lados, tenemos tres fuentes potables. Puede parecer el desierto, pero no lo es. Y se marcha.

Le pedimos entonces a Daniel, que ha estado sin quejarse durante toda la visita, que nos indique cómo está de cansado. Con los dedos simulo uno de esos marcadores de energía que aparecen en los videojuegos. El índice izquierdo marca el rojo. El derecho, el verde. Daniel acerca el índice al rojo, así que dejamos la toma de la colina para más tarde.

En el camino que seguimos nos saca de la ciudad y del pasado. Daniel insiste en meterse en algunas de las tumbas y salir de ellas imitando a Michael Jackson. Thriller ha hecho mucho daño. Esa es una de las cosas que más le gusta de la visita. La otra es un sapo que nos encontramos junto a una de las fuentes. Tumbas y sapos, será su resumen.

Dejamos el siglo II D.C. y nos vamos acercando paso a paso a nuestra época : en algunas papeleras del camino hay anuncios. Restaurante Las Termas. Quesería Chaves. Suministros hosteleros. Hay que aceptarlo. Ese ochenta por ciento oculto depende del dinero que llegue, sea como sea.

En el museo, antes de terminar con la visita, es posible pasar de la gran historia a la cotidiana. Lo grande casi ha desaparecido, pero lo pequeño sigue ahí, objetos que, en su gran mayoría, se han encontrado en las tumbas. Las ruinas exponen la historia de los años; estos objetos, la de los días, la de los minutos, la de ese instante en el que se coge, por ejemplo, esa aguja para recogerse el pelo.

O esa muñeca de marfil, o ese objeto de bronce para el aseo del oído, o ese dado, o ese aplique de bronce para los muebles, o esa cuchara de hueso, o esas pinzas para depilar, o ese removedor de perfume, o ese vasito para uso cosmético, o esa tapa de cajita de hueso con grafito Successi, o esos pendientes de plata, o esas fíbulas para el vestido, o ese camafeo con dos gallos enfrentados.

viernes, 24 de agosto de 2012

La noticia



La noticia : La luz va subiendo por las paredes hasta que se queda atrapada en una esquina. Ahí resiste hasta que pasa un pájaro cerca y salta a su pecho. Un grupo de ellos vuela bajo mientras los niños corren en bicicleta por las calles, repartiéndose por el pueblo como si fueran a dar una noticia urgente.

jueves, 23 de agosto de 2012

La última planta



La última planta : Algo deberíamos haber sospechado cuando los edificios empezaron a ponerse el traje de espejos para que, en vez de fijarnos en lo que pasaba dentro, disfrutáramos con las nubes. Tan bonitas las fotos y tan líquido todo.

miércoles, 22 de agosto de 2012

La era del hámster




La era del hámster : Pronto entraremos en la era del hámster. Esta costumbre de definir las épocas con animales es muy china y me parece más cercana. Pasamos la del pez (de acuario), más mal que bien (hubo algunas bajas), cruzamos la de la araña (película y tebeos), la del murciélago (más películas y más tebeos) y en unos días nos instalaremos oficialmente en la del hámster trayendo uno a casa.

Amor a primera vista. Hace unos meses, mientras yo compraba carbón para el filtro del acuario, Daniel se fijaba en un pequeño hámster marrón que debió ver que Daniel era el niño que le convenía. Por parte el hámster también hubo amor a primera vista. Costó bastante separarlos. Daniel le dijo que volvería, que lo de convencer a sus padres era fácil, que los hámster no dan trabajo y el hámster le dijo que le esperaría comiendo pipas y cagando, que son, básicamente, las dos cosas que debe hacer un hámster. Amaral habría hecho una canción muy bonita con esta escena.

Tan claro lo tiene Daniel que se ha pasado el verano buscándole un nombre al hámster.

Veo esta tarde en un cartón de leche un anuncio que te anima a adoptar una vaca. Puede ser una opción. En vez de comprar un hámster, pequeño y aburrido, apadrinar una vaca de Asturias, grande y llena de leche. Puede ser un buen cambio : en Asturias se come bien. ¡Toda una vaca! Cambiaríamos la era del hámster por la de la vaca.

Me imagino llevando una foto suya en la cartera, recibiendo de vez en cuando unas cuantas jarras de leche, leyendo alguna carta suya contándonos cómo es eso de ser vaca y que hay un toro que la mira con buenos ojos, y pensando en traerla a Madrid para que vea esto y conozca a sus hermanos adoptivos. La idea me gusta, básicamente, porque ya nadie manda felicitaciones por Navidad y así me aseguraría una con algunas palabras de cariño, de esas que dicen las vacas por Asturias.

Intento buscar argumentos para convencer a Daniel y no los encuentro. Leo el tetrabrik por si aparecieran consejos para convencer a un niño de ocho años. Nada. Ni siquiera un teléfono al que llamar para que alguna psicóloga infantil logre que un niño vea con buenos ojos cambiar un gato o un pájaro por una vaca de ojos azules rodeada por corazones silbantes, como los del dibujo. Vaya vaca bonita y qué pena que el Fary ya no pueda hacerle una canción, con lo bien que le quedó la del toro.

Pero el vínculo con el hámster es demasiado fuerte. Está en esa edad en la que parece más fácil querer a un animal pequeño que a uno grande. Ya se ha informado sobre lo que le importa : qué come un hámster y qué se hace con él cuando se muere. Se lo imagina ya corriendo como un condenado por su rueda. Y nos ha asegurado que no se le escapará, que le cuidará, que le llevará al veterinario. Esto, no nos engañemos, hace que lo de la vaca sea complicado. Más aún porque Daniel toma leche sin lactosa y no creo que sea fácil encontrar una vaca que de leche así.

Una pena. Voy a por naranjas.

martes, 21 de agosto de 2012

Bonheur




Bonheur : Pasamos la tarde buscando lámparas para los cuartos de los mellizos, que este curso van a tener sus habitaciones propias. Los cables que ahora cuelgan del techo no son bonitos y no dan luz : la electricidad pide una bombilla como el agua su jarra. Tanto la electricidad como el agua parecen incómodas en el cable o la cañería.

Maison du monde. Pórtico. Admeluz.

Yo no sé qué lámpara me gusta porque no la tengo en la cabeza. Todas llevan colgado su precio y mi “no”. María se desespera. María me dice que eso no puede ser. María se confiesa : esto es agotador. María no sabe, en fin, que hay teólogos que han definido este camino como apropiado para llegar a Dios : describir dónde no está hasta arrinconarlo. Si así se puede descubrir a Dios, cómo no va a ser también apropiado para dar con una lámpara. También la arrinconaremos. Que luego esté Dios o no en esa lámpara es lo de menos. Tendremos lámpara y luz y los mellizos podrán estudiar cuando anochezca en vez de utilizar un candil, como antes.

Es una cuestión de paciencia, pero tengo la paciencia muy larga y la de María es muy corta. Y en esa distancia, como en un solar abandonado, crecen rastrojos y maleza y la gente tira los sofás de su casa en los que se ven los muelles saliendo. En un solar así no está Dios ni el amor. Mal sitio es ese para vivir, eso tengo que admitirlo.

Lo de que no tengo una lámpara en la cabeza es mentira. Está una que aparece en un cuento de Fred Vargas. La coloca un vagabundo junto al banco en el que se sienta para observar y ser observado desde la comisaría de Adamsberg. Me imagino una lámpara alta, de pie firme, que se curva sobre sí misma como un anciano vencido, para dar una luz administrativa, de esa que te anima a cuadrar balances o a escribir serie negra sueca. No es una lámpara bonita y, menos, la apropiada para un cuarto infantil, junto a una mesa en la que el año que viene se va a aprender a dividir. La división merece otro tipo de recibimiento, que es un heraldo importante de las matemáticas al que hay que tomar en serio.

-¿Entonces?
-Un heraldo.
-¿Un qué?

Soy un mal compañero de compras. Tan malo que no me fío de mí mismo para ir solo. María me mira como si fuera una tarjeta de la que se le hubiera olvidado el pin : con potencial, pero inútil. Yo lo entiendo. Me alegro de que no me pregunte qué me llevaría de esta tienda porque le respondería que esos maniquíes femeninos sin cabeza que tienen la palabra “Bonheur” escrita en el pecho. Algo que aparentemente no sirve para nada pero que resulta sugerente. No una, las tres. Las pondría en el salón para pensar qué hacer con ellas. Tal vez nada. Tal vez sean útiles como esas esculturas de diosas sin cabeza y sin alas que, quizás por eso, conservan su fuerza. Esa utilidad potencial, que deja el ser del objeto abierto, me tienta frente a tanto objeto bonito pero definitivamente inútil. Me meto en un extraño lodazal : ¿puede un objeto que no sirva para nada ser útil? A mi me bastaría con encontrarme con ese “Bonheur” por triplicado por las mañanas, antes de poner la casa en marcha con el sonido del exprimidor.

María y yo seguimos en el solar del sofá. Recapitulo. Es posible que mi táctica de aproximación a Dios no me acerque ni siquiera a una lámpara. No es justo que la electricidad no encuentre su jarra. No es justo que los niños no puedan estudiar cuando se ponga el sol. No es justo que María comparta mis dudas sobre lo útil y lo que sirve. Le propongo como solución que elija ella las lámparas. ¿De verdad? De verdad. ¿De verdad? De verdad. ¡Vale!

lunes, 20 de agosto de 2012

La trágica disfunción de los tomates




La trágica disfunción de los tomates : El de la crisis no es el último piso al que uno desciende por la escalera de caracol de las quejas. Qué va. Trabajo (escalones), política (escalones), y crisis (más escalones). Hay que ser valiente y no detenerse en la crisis, a pesar de que sea como una gran sala en un hipermercado chino repleta de opiniones de todo a cien. La queja une mucho y permite que el que ha estado callado en la reunión también se anime a hablar, por eso el grupo, ya en las copas, acomodados en el salón con la misma indolencia con la que se han dejado los abrigos en la cama del dormitorio, se queda en ese tema hasta que el último rayo de la reunión desaparece. Hay que dejar ese piso y seguir por la escalera.

¿Qué hay abajo? Tomates. Una reunión sube intelectualmente de nivel si baja unos escalones y se enfrenta al tema de los tomates. No hay que confundirse. Toda esta construcción de quejas debe llegar al núcleo y el grupo debe estar plenamente agradecido al que, no se sabe cómo, logra reconducir la conversación hasta que alguien dice :

-Ahora es imposible comprar tomates que sepan a algo.

Ahí hay que detenerse. Si los tomates no saben a nada, ¿cómo nos vamos a tomar en serio lo demás?. La realidad es ese elefante de circo que hace su número sobre una pequeña pelota roja que, tras un breve análisis, representa, sin duda (creedme), al tomate. Con esto convendría hacer algo.

-Da igual que compres los más caros.
-Sí.

En esa melancolía está el origen de nuestro descontento. Si al comerse un tomate al cerebro no le llega el mismo mensaje desde los ojos y desde la boca, se acaba produciendo una disociación que, poco a poco, va poniendo en peligro la representación coherente de la realidad como un todo. Un terrible gusano ontológico se come lo que encuentra a su paso : las cosas son y, a la vez, no son.

Hoy a mediodía, un amigo italiano, al que llamaré amigo italiano para mantener su anonimato, me prepara un plato de pasta italiano. Los ingredientes que utiliza son comunes (la albahaca es del Mercadona, ya está todo dicho) y, además, veo, sentado en una silla, con un vaso de vino blanco en la mano, cómo lo prepara. No hay trampa. Estos italiano son curiosos:

-Mira, huele la albahaca.

A eso me refería. El la huele como si fuera el perfume de una amante. Tampoco hay cartón. La trocea y la mezcla en un cuenco con mozarella (Del Mercadona, insisto), aceitunas negras y tomates cherry. Mientras la pasta se hace, bebemos vino blanco, sin prisas. Mi amigo italiano habla de mujeres, parando un segundo antes de definirlas para buscar el rasgo más apropiado. Hay suficientes mujeres en su vida como para que la pasta se haga. Muerde un trozo y asiente. Lo mezcla todo.

-Corriendo al plato antes de que la mozarella se deshaga – me dice.

Salimos corriendo al salón como si en el cuenco lleváramos la llama olímpica. Una vez dispuesto y probado, me doy cuenta de que, siendo los mismos ingredientes, su plato es muy diferente al que yo lograría. Lo ha vuelto a hacer.

No hablamos mucho mientras comemos. Escupimos los huesos de las aceitunas en la mano y los vamos dejando en una pequeña bandeja. Parecen las cuentas de un collar. Al acabar, hablamos del “Gears of war”, de lo mala que es su cámara de fotos, de cómo se complican los deberes en tercero de primaria, de un par de cosas más y, de nuevo, de mujeres.

Al dejar los platos de nuevo en la cocina, me señala una bolsa blanca.

-Está llena de tomates. Cógete unos cuantos.

Selecciono cuatro. Por su peso y textura ya sé que son tomates con sabor a tomate. Ahora entiendo por qué durante todo este tiempo con mi amigo italiano he tenido la impresión de subir por la escalera en vez de bajar. Ni crisis, ni política, ni trabajo. De todo eso pasábamos de largo hasta llegar a ese punto, en lo alto de la torre, en el que estás a gusto escupiendo huesos de aceituna en la mano y hablando de cualquier cosa. 

Me llevo los cuatro tomates a casa como si fueran un antídoto. Si todos nos hiciéramos para cenar una ensalada con tomates como estos habría un antes y un después en la historia universal. 

domingo, 19 de agosto de 2012

El coche escoba



El coche escoba : Es la hora del aperitivo. La camarera anota el pedido de los demás en una libreta grande con una escritura lenta, como si en vez de poner un palo por cada coca-cola que le piden, escribiera la palabra una y otra vez, cumpliendo un castigo de colegio. De hecho, tiene el gesto de estar castigada. Mientras pienso qué me apetece, me fijo en un perro callejero que muerde los huesos de las alitas de pollo que la gente arroja al suelo. En San Marcos tiras la comida para pájaros que venden en los puestos para hacerles una foto a las palomas que se acercan, pero San Marcos queda muy lejos. Aquí nadie repara en el perro, aunque la foto sería mucho mejor

Estamos sentados alrededor de una mesa, añadiendo sillas conforme llega la gente en lo que parece una cadena alrededor de un plato pequeño. La imagen me resulta evidente cuando alguien comenta que se levanta muy pronto para recorrer en bicicleta el camino entre dos pueblos y desayunar una botella de agua en un bar. Lo del sudor y el agua tiene algo de rito de purificación, pero no lo digo.

Dicen que se viene al pueblo a descansar, pero llegamos como piedras incandescentes que sólo consiguen enfriarse un poco por fuera mientras el centro continúa ardiendo, pidiendo que, como el corazón de una máquina, le arrojemos combustible : se bebe mucho y se come mucho y se sale mucho y se lee mucho, pero eso no basta. Ahora todos se han aficionado a la bicicleta  porque la máquina también acepta los kilómetros que le des. Cuanto más kilómetros empapados en sudor con el paisaje avanzando cada vez más deprisa, mejor.

Los vasos y las botellas que trae la camarera se mezclan con los que ya están vacíos. Parece ese juego de repisas móviles en el que se acumulaban monedas. El perro golpea con el hocico unos huesos de aceituna y se marcha. Como la acera es estrecha, las madres salen de la conversación cuando se acerca un coche y le gritan algo a sus hijos antes de regresar a la charla. Los coches avanzan despacio, como si llevaran a una novia detrás.

Quieren convencerme de que yo también me compre una bicicleta. Ahora que estás en forma, dicen. Las pesadas bicicletas del garaje, sin marchas, no sirven; tienen que ser ligeras y con unas ruedas de dibujos bien marcados como dientes encajados para comerse kilómetros y kilómetros. En pueblo te las venden envueltas en plásticos, como prueba de virginidad, y si quieres, te añaden el casco con una led para que puedas salir a hacer rutas de noche.

El problema es que me he acostumbrado al sudor industrial del gimnasio, al ritmo de las series y al hecho de poder dejarlo en cualquier momento porque no me muevo del sitio. No me da pereza el esfuerzo, sino la distancia.

Además, si fuera en bicicleta, me pararía cada pocos metros para hacer una fotografía : me daría igual ir en bici que andando. Es difícil trabajar con el paisaje, pero no importa. En mi caso, la máquina aprecia la cantidad y, lo que es mejor, la calidad. Con una buena foto obtienes la sensación de haber llegado a un sitio y de poder echarte a dormir a la sombra, como un gato, mientras por las carreteras del fondo pasan más y más ciclistas.

Nadie mira la hora. Cuando empieza a llegar el olor a comida de las casas, la gente se levanta al reconocer el suyo. Sacan unas monedas del bolsillo y se las entregan a la chica, que tacha con fuerza algo de su libreta : lo que hemos bebido; nosotros; su trabajo.

De vuelta a casa, siguiendo nuestro rastro, le pido a María que pare el coche. Tras la cosecha, el campo se ha convertido en un mar de estáticas olas marrones. Voy caminando despacio, buscando el mejor encuadre. María, paciente, avanza a mi paso, en silencio.     

sábado, 18 de agosto de 2012

Banksy en La Mancha




Banksy en La Mancha : Este pueblo no cae bien. Dicen que son chulos porque tienen mucho dinero, el que les tocó en la lotería y el que han ganado, sobre todo, dos familias con dos empresas importantes. ¡Un pueblo de chulos!, me advierten.

Esa chulería debería ser evidente, pero yo no la veo. Esta mañana pongo un esfuerzo antropológico que no da sus frutos por mucho que mire. La gente sale del Ahorramás, o cruza la calle, o se busca las llaves del coche en el bolsillo, o se niega realizar a las peticiones de un niño de cinco años al que llevan de la mano igual que yo. Igual. La chulería no deja ninguna muesca.

Nos relacionamos con los lugareños para que el estudio de campo, nunca mejor dicho, sea más completo. Primero, el compramos dos tartas a una mujer. Quiero que sea chula, que diga que ella no sabe si las tartas son buenas, si van a gustar, si serán suficientes para un grupo grande de personas. Quiero que estropee las tartas al meterlas en sus cajas, que no deje de resoplar mientras trabaja, que en cada gesto quede claro que su sueño no era éste. Quiero que no abra la boca, que coja el dinero sin sonreír y que me devuelta la vuelta sin mirarme. Qué chula. Sería un buen ejemplo del que hablar ya en casa. Pero no. La dependienta hace justo lo contrario y salgo contento y decepcionado.

Así, contento y decepcionado, vamos a cumplir el encargo de comprar dos kilos de gambas, que aquí son muy buenas a pesar de que el mar parezca esforzarse por poner mucha tierra de por medio. Nos tomamos dos coca-colas para detener un poco la mañana. Nos las sirven acompañadas de un plato de patatas fritas perfectas. No hay ninguna rota : como una vajilla recién estrenada. Después, nos dividen las gambas en dos bolsas para que no nos pesen mucho. Estas no son formas si uno quiere mantener la fama de chulo. Debería hacérselo notar para que la próxima vez nos pongan un cuenco de huesos de aceitunas y nos entreguen las gambas en una red de las que llevan naranjas para ir perdiéndolas por el camino.

Sólo tenemos la mañana para movernos por el pueblo. Me digo que es poco tiempo, pero con menos hay gente que visita Nápoles y vuelve al crucero con una idea clara, diáfana y completa de la sociedad italiana, de su arte y de las débiles relaciones entre la estructura económica y el poder político. El caso es que yo no encuentro chulos por aquí.

Tal vez sea que, como observador, no soy muy imparcial. Vamos a ser honestos y vaciarnos los bolsillos. Lo cierto es que aquí hay dos restaurantes que me gustan mucho. En uno celebré un premio que, entonces no lo sabía, supuso el fin de mi carrera de escritor de relatos : quizás porque para hacerle hueco tuve que quitarle sitio a la vocación (por eso espero que nunca premien este blog). En el otro tienen una carta de vinos de la región que nos serviría de guía para recorrer la zona de bodega en bodega, sin tocar el suelo, como una ardilla fanática del tempranillo. Y tengo que admitir todo esto porque los argumentos que entran por el estómago son los más efectivos, que en los restaurantes del Bernabéu es posible que algún culé haya suavizado un poco sus posiciones.

A esas dos razones tengo que añadir otra. Esta mañana, al salir de la estación de autobuses (éste es el objeto de la rivalidad, y no otro) me he encontrado con un grafiti que, por su estilo, me ha recordado a Banksy. Aquí, en un pueblo de La Mancha. He paseado alrededor de la zona buscando algún grafiti más, pero no he tenido suerte. Parece ser el único y el hecho de que esté junto a la estación de autobuses me ha hecho pensar que, joder, a lo mejor Banksy es un enamorado de la tempranillo y pasó por aquí en una gira de incógnito por la zona, con una camiseta del Madrid de cuando ponía “Teka” en el pecho. Mientras los demás vaciaban la vejiga en el baño, él vaciaba su talento en esta pared, antes de coger un autobús.

El contraste entre el dibujo y el entorno me ha puesto de buen humor y me ha convencido de que aquí no hay chulos, que el problema lo tienen los demás. Seguro que vas a uno de esos pueblos que hay al lado y te encuentras las calles llenas de envidiosos.

viernes, 17 de agosto de 2012

Un lugar de peregrinación




Un lugar de peregrinación : ¿Por qué escribo? Para desenterrar. Es lo más parecido que hay a coger una pala y clavarla en la tierra para sacar cosas valiosas. Si no lo hago, pasa el día y acaba disolviéndose en la nada. Pero si trabajo un poco van saliendo objetos preciosos que recupero. Hay que quedarse en silencio y marcar el sitio que se destaca levemente en esa espera sin prisas. Es una frase, o una imagen, o una idea. No se trata de adivinar, no es eso. Es algo más sencillo y tiene que ver con recordar : en el momento en el que pasaban las cosas, ya sabías qué merecía la pena y qué no, aunque pensaras que lo interesante estaba en otra parte y ahí dirigieras tu atención.

No, ya en serio. Escribo por dos razones. La primera es ser muy famoso y muy rico y un día poder decirle a mi agente o como se llame : “agente, llama a Zidane”

-Zidane : ¿Sí?
-Sisú : Hola, Zidane, soy yo, Sisú.
-Zidane : ¡Vaya, Sisú! ¿Sisú? ¿No será una broma?
-Sisú : No, Zidane, no lo es, soy yo.
-Zidane : Jo
-Sisú : Oye, ¿Puedo pedirte un favor?
-Zidane : Tú dirás.
-Sisú : Verás, tengo una camiseta del Madrid con el cinco a la espalda, ese cinco que tan bien llevaste.
-Zidane : Gracias
-Sisú : Es que es verdad. ¡Qué grande eras! Pues verás, me gustaría que me la firmaras.
-Zidane : Es que me pillas lejos.
-Sisú : ¿Lejos? ¿Lejos?
-Zidane : Muy lejos
-Sisú : No pasa nada. Me sobra el dinero porque soy un escritor famoso y me leen, me leen mucho. ¡Hasta los zurdos!. Mira lo que vamos a hacer : te envío un avión o dos a donde me digas, te traen, firmas la camisetas y te devuelven. Y si quieres, te mando una profesora de yoga, que sé que practicas.
-Zidane : No sé qué decir.
-Sisú : No digas nada. Voy a buscar un bolígrafo. Asómate a la ventana y agita la mano para que el avión sepa dónde estás.

La otra razón es que quiero hacer de este McDonald´s en el que estoy cenando un McWrap (de pollo) un lugar de peregrinación para futuros seguidores (me gusta mucho el McWarp de pollo y me lo como solo porque Daniel siempre se arrepiente de lo que se pide y me lo cambia por mi McWrap). Lo del Café Gijón está bien (para ellos), pero ahí no puedes llevar a los niños y, como sé lo difícil que es mezclar lo lúdico con lo educativo, estoy convencido de que muchos padres estarían encantados de tener un sitio como éste. Ya : uno no puede ser un escritor maldito si buscar ser recordado por esta mesa en la que me he sentado, pero los malditos cansan. Además, mira, han puesto un montón de globos en una pared, como si estuvieran celebrando un cumpleaños. Es un truco simple, pero funciona. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Shakespeare da hambre



Shakespeare da hambre: Esta es mi aportación al corpus académico sobre su obra porque es lo primero que pensamos al salir de ver “Las mujeres de Shakespeare”, del Brujo. La muestra es reducida, de acuerdo, que sólo somos tres, pero dos son mujeres, de las que elevan hasta la media. Hay que tomarlas en serio. Antes de ver la obra pensábamos en cenar de tapas, un picoteo suave, de diseño, algo intrascendente que ver y que comer. Un local con el nombre del arquitecto en la puerta, pongamos, y unas mesas pequeñas con un menú corto pero cuidado, como un caniche recién salido de la peluquería. En eso estábamos de acuerdo y con ese consenso tranquilizamos al estómago y entramos a ver la obra de teatro. Ahí, en el escenario, el Brujo, al que hasta el mes pasado conocía de referencias y al que desde entonces he visto ya dos veces. La vida guarda estas sorpresas. No ha cambiado mucho el Brujo en dos semanas : sigue con el pelo de genio y con ese estilo con el que consigue que lo que él quiere contar se convierta en lo que a ti te apetece escuchar. En ese sentido, es como el camarero que se presenta para decir que no hay menú porque sólo se va a servir lo que hay preparado en cocina. ¿Y lo de “Mujeres de Shakespeare”, maestro?. El camarero asiente, que sí, que lo dice el título, y que él va a hablar de las mujeres de Shakespeare, de algunas mujeres de Shakespeare, bueno, de unas pocas mujeres de Shakespeare. Lo que va a ser el plato principal se convierte en el cuenco con pistachos del que él y los demás vamos picando toda la obra. ¿Es eso malo?. Pues no, porque el trabajo sobre Shakespeare ya lo ha hecho Bloom en su libro “La invención de lo humano”, que pesa, lo acabo de comprobar, un kilo. Un kilo de saber. Ahí está. El Brujo lo menciona bastante en la obra, indicando que sabe cuál es el camino, qué es lo que debe decir, pero que se pierde, que sus intenciones son otras, porque lo que él busca es que entremos en Shakespeare por la puerta de la imaginación más que por la de la información. Reconoce la importancia de lo académico, pero, mediante juegos de palabras, breves representaciones, comentarios e historias, crea la atmósfera que permitió que nacieran las mujeres de las que va a hablar. Ese mundo en el que tanto las virtudes como los defectos parecían estar perfectamente acotados, reconocibles, identificados, asimilados. Y quizás sea eso lo que atrae de Shakespeare, el gran catálogo de perfiles que ofrecía en sus personajes y que después pulía en sus matices. Ese oferta que echamos de menos entre tanto personaje actual de cliché. El Brujo logra que sus mujeres estén vivas en su época y en la nuestra y eso, lo descubrimos al salir, nos da hambre. Es un hambre que busca cantidad, que quiere que se impliquen todos los sentidos, un hambre que quiere comerse también parte de la obra para poder asimilar a través del estómago lo que no hemos podido digerir en la cabeza. Así que salimos y pensamos en carne. Vendría bien un plato de venado o de jabalí o de corzo. Y vino en abundancia. Pero por la zona de Chueca lo más parecido que hay son los osos y con ellos no nos atrevemos. Por eso callejeamos, calmando unos instintos que están muy estimulados. Vamos mirando locales hasta que damos con uno en el que se ofrecen hamburguesas y donde pedimos hamburguesas. Las sirven grandes, de las que hay que coger con las dos manos y empezamos con ellas, abriendo bien la boca, comiéndonos a Rosaline, y al bosque en el que Shakespeare se perdió, y los higos que se mencionan, y el vino, y las palabras con doble sentido, y los disfraces, y las menciones al sol y a la luna, y las palabras de amor, y las amenazas, y la destreza femenina y la torpeza masculina. Todo nos lo vamos comiendo bocado a bocado hasta no dejar nada. El mundo de Shakespeare, nos recuerda el estómago mordisco tras mordisco, es el que se celebra, sobre todo, en una mesa, no en una silla. Palabra de Falstaff.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Sombras luminosas




Sombras luminosas : Voy a la exposición de Hopper y soy muy aplicado. Alquilo la audio guía y recorro las salas deteniéndome ahí donde aparece el símbolo de los auriculares. Hay siete millones de personas conmigo a pesar de que son las diez de la mañana de un día de fiesta.

El problema de Hopper es su éxito : que ya te lo sabes. América a principio del XX, casas con tejados a dos aguas, habitaciones de hoteles, ciudades vacías, farolas iluminadas, ventanas sin visillos, camas desechas, hombres que leen el periódico, maletas cerradas, atardeceres en los que se combinan la luz natural y la artificial, amaneceres silenciosos, gasolineras sin coches, , sombras alargadas, noches de ventanas negras, mujeres que reciben el sol en su cara y sus conexiones con Hitchcock Sam Spade, Walker Evans, Wim Wenders, Walt Whitman, Robert Frost, Renoir, Pisarro, Sisley, Frank Sinatra y Degas, por citar algunos nombres. Y la soledad, claro.

Me propongo salir de la teoría académica de la soledad y todo lo demás para crearme una propia, que es lo que importa. Si uno se cae, se levanta.

Dicho y hecho : tomando como base esta exposición y los dieciséis cuadros comentados, creo que Hopper se pasó su vida persiguiendo lo mismo : ese instante de cambio (la luz del atardecer, la gasolinera en la que no pasa nadie, la pareja que ve correr a su perro por el campo) en el que los objetos, incluida la luz, influyen en las personas haciendo de ellas lo que son, quizás por pasar por un momento vulnerable y ser más receptivas. El mundo sigue su curso, pero en ese período de transición, sin interés por el pasado o el futuro, dejamos que los objetos sean : una sábana en una cama, unas telas en una mesa, un papel en el suelo o un visillo en una ventana.

Esa presencia de los objetos, repleta de sentido, influyendo en nosotros, la hemos experimentado todos alguna vez y por eso nos gusta que Hopper nos lo cuente de nuevo y nos sugiera escenas en las que sentiríamos lo mismo. Dependemos del entorno mucho más de lo que creemos y si somos un poco receptivos podremos ver que todo parece estar ahí para algo. Cierta calma debajo de las olas.

Para llegar a esta conclusión necesito dos horas y pico y un recorrido lento. Esa es la parte de Hopper que me gusta.

Lo que no me gusta ya tanto es lo que Hopper hace con las personas en esos instantes. Por lo general, todos aparecen desorientados, ensimismados, vencidos. El mensaje de Hopper parece ser “si te paras un momento, te darás cuenta de que no sabes muy bien qué estás haciendo con tu vida”. No hay gente plena, o sonriente o con energía. Me parece el punto de vista de un quinceañero que haya leído un par de novelas existencialistas. En las camas de Hopper parece que sólo duerme gente enferma. En sus cines sólo importa la acomodadora que espera a que la película termine. En las estaciones de servicio, que no aparezca ningún coche. No es una visión nada optimista, pero el contraste con los colores que utiliza es un recurso que parece funcionarle.

Tengo la impresión de que Hopper es un autor que te gusta durante un periodo de tu vida y al que vas dejando un poco de lado cuando te empiezas a tomar menos en serio ese trasfondo de pesimismo que se quiere defender en la vida. Que sí, que nos vamos a morir, que envejecemos y todo eso y que vivimos incomunicados y que la relación con el otro es imposible y que siempre te toca la cola con la cajera más incompetente. Eso lo hemos entendido. Pero dibujar una fiesta al atardecer, con gente bebiendo y sonriendo, también hubiera sido un motivo para celebrar esa luz que tanto le gustaba y de la que aprendió en su etapa en Francia : “todo reflejaba la luz, hasta las sombras eran luminosas”. Pues eso, hombre. 

martes, 14 de agosto de 2012

404 Not Found




404 Not Found : En la cena, mi madre me comenta que han cerrado los cines Lido. Camino del coche me acerco a comprobarlo y me encuentro con las taquillas cubiertas por una plancha y las puertas tapadas. Entre los carteles veo el de "Brave", estrenada el pasado diez de agosto, por lo que tengo la impresión de ser el policía que llega a la escena del crimen con los platos calientes encima de la mesa, la televisión encendida y un cazo de tomate borboteando al fuego : aunque los cuerpos estén en el suelo, parece que exista la posibilidad de arreglar la situación y de que todo vuelva a ser como antes. Sé que es una ilusión y para asegurarme tecleo la dirección de los cines, donde aparece su esquela informática :

404 Not Found / The requested URL / was not found on this server.

Hay dos motivos por los que la noticia me jode bastante. El primero es sentimental, porque es el cine en el que empecé a ver películas en sesiones dobles, de cuando éstas se anunciaban con grandes carteles pintados a mano y podías merendar mientras las veías. Es el cine que me convirtió en un admirador incondicional de "Alien" precisamente porque la S con que se anunciaba me impedía verla y me obligaba a buscar información sobre ella donde pudiera, animándome a dibujar al Alien con la fidelidad del que traza un mapa que le permita llegar a la película lo antes posible. Es el cine en el que vi toda la saga de los Bud Spencer y Terence Hill. Es el cine al que he ido con mis hijos a ver sus primeras películas. Es el cine que siempre me ofrecía una excusa para aprovechar el tiempo cuando no sabía qué hacer con él. Era, respecto a mi infancia, como ese pequeño charco que te hace creer en el lago cuando éste prácticamente se ha secado.

La otra razón es práctica, porque el barrio se está llenando de tiendas de supervivencia, que, como las trincheras, no persiguen lo estético sino lo práctico, lo que te ayuda a sobrevivir. Frente a ellas, el Lido, después de su última remodelación, con el estilo de los Renoir, era un fuerte estético en el que todo se cuidaba, haciendo que ir al cine fuera no solo ver una película, sino asistir a un lugar. Entrabas en un espacio que creía que funcionaba como avanzadilla y que, ahora me doy cuenta, era ya sólo retaguardia.

La noticia, pues, me jode. Creía que esto les sucedía a los demás y que los Lido, no sé por qué, estaban al margen, que si habían aguantado tras la desaparición de los cines Europa y los Cristal, lo peor ya se había quedado atrás y sólo quedaba aguantar, peleando estreno tras estreno. Vuelvo a fijarme las películas : “Cuando te encuentre”, “Los vengadores”, “Sácame del paraíso”, “MIB 3”, “Sombras tenebrosas”, “MS1”, “Miel de naranjas”, “La mujer de negro”, “Brave”, “13/01/12”, “Hugo”, “Luces rojas”, “Madagascar 3”, “Ghostrider”. Títulos que se han convertido  en el último esfuerzo de alguien que, finalmente, no ha podido alcanzar la meta.

Me jode. Este está dejando de ser mi barrio. Cómo me jode.

lunes, 13 de agosto de 2012

"Prometheus" : Cuestión de cabeza




“Prometheus” : Cuestión de cabeza : Salgo de ver “Prometheus” un poco desorientado: en la señal ponía Ridley Scott y al final he acabado, después de dos horas de camino, en una tierra extraña en donde las ranas podrían soltar frases bíblicas. Entré optimista en la sala, como Pep antes de una rueda de prensa, y he salido crispado, como Mourinho después de responder a los periodistas, con la cabeza llena de porqués : hemos recibido cien piezas de puzle para descubrir el mapa de la historia, pero cada una venía de una caja diferente, así que darle coherencia a todo lo visto es un poco imposible, y añado lo de poco por respeto a Ridley Scott.

Ya ha anochecido cuando vuelvo a la calle, cabizbajo, silencioso, encajando una pieza con otra a base de martillazos mentales mientras camino.

Me paro frente a un escaparate porque veo a una maniquí decapitada, la patrona de los guionistas, que tal vez pueda explicarme qué pinta la gran cabeza que aparece en la nave. Es una pregunta tan válida como cualquiera de las cientos que tengo en la cabeza. Cientos. Podría estar más tiempo del que dura la película haciendo preguntas sobre ella. Eso sí que tiene mérito, Ridley.

Pregunta : ¿Qué pinta esa cabeza gigante en una nave de guerra? ¿Es que los ingenieros son artistas? ¿Es que quedaba bien? ¿Tiene una función religiosa? ¿La van a colocar a la entrada de alguna discoteca de la zona del Hipódromo? ¿Es el busto del rey de los ingenieros? ¿La han comprado en una tienda de antigüedades en una parada técnica anterior? ¿Se la van a vender a algún guionista?

La maniquí descabezada no contesta, claro. La que tiene al lado, inmóvil y sin muchas ganas de trabajar, la patrona de los funcionarios, se encoge de hombros.

-Te ayudaría, pero te falta el impreso oficial para plantear la pregunta.

Sigo igual de perdido. No sé nada. Viendo la luz del escaparate sobre dos figuras desnudas, de noche en una calle, me acuerdo de un cuadro de Hopper y entonces descubro que algo sí qué sé. Es ese cuadro de una chica sentada en la cama en la habitación de un hotel, con la maleta cerca de ella, su vestido, todavía tibio, sobre una silla, y un papel en las manos. No, no son los horarios de los trenes, por mucho que lo afirme la mujer de Hopper. Se trata de la crítica de Oti Marchante sobre la película. La mujer, que acaba de ver la película, vuelve a leerla. Que pinche Ridley Scott está mal, pero que además lo haga Marchante es ya la señal de que estamos perdidos, muy perdidos, sin referencias, solos y abandonados en un espacio frío en el que nadie puede escuchar tu grito.

domingo, 12 de agosto de 2012

Boceto para una escultura




Boceto para una escultura : El coche ya está cargado. Sólo falta una bolsa, la excusa para volver a la habitación y hacer una fotografía a las camas de los mellizos. La de la izquierda es la de Lucía; la de la derecha, la de Daniel. La puerta de la terraza está abierta y llega el olor del mar con una intensidad que sólo tiene cuando llegamos y nos marchamos. Los pliegues de las sábanas parecen la espuma de las olas al alejarse.

Estas son las camas que cubrimos con globos la mañana de su cumpleaños, las camas  en donde han leído con ganas (por fin) los libros de Kika la bruja, donde se han tumbado para ver algunas competiciones de las olimpiadas, donde han montado los Lego que les regalamos, escondiéndose y apareciendo entre sus arrugas algunas piezas, donde se han peleado y saltado y remoloneado cuando llegaba la hora de salir a desayunar, las camas en las que se tumbaban con la piel cubierta de crema. Son las camas en las que se acostaron con siete años y se levantaron con ocho.

Me gusta esa consistencia de escultura que tiene la imagen en la fotografía : a veces hay suerte y obtienes mucho más de lo que esperas.