jueves, 31 de octubre de 2013

Ni vivos, ni muertos




Ni vivos, ni muertos : Subo con un esqueleto en el ascensor. Un esqueleto algo narcisista (le gusta mirarse los huesos en el espejo) que lleva una calabaza de plástico repleta de caramelos. Parece que lo de jugar al “truco o trato” ha funcionado, y muy bien, porque todos abren ya la puerta aceptando el trato. Sería más pedagógico que en algunos casos todas estas brujas y esqueletos que han recorrido las casas se hubieran encontrado alguna oposición. Alguien que debajo de su negativa algo cabrona a entregar dulces escondiera una lección: a veces no se logra lo que se quiere. Yo mismo, ya puestos, me propongo hacer ese papel en el vecindario a riesgo de que algún padre proteccionista acabe pinchándome las ruedas. Todo por saber qué es capaz de hacer como truco uno de estos niños cuando en estas rondas de aires napolitanos alguien no pague por su tranquilidad.

El fantasma se baja en mi planta, me sigue, entra en mi casa, se sienta en el sofá y abre la calabaza para compartir sus dulces. Hay fantasmas así de majos.

Al rebuscar entre las chucherías (un placer tan grande como el de comérselos), descubrimos caramelos duros, con publicidad, del Metro de Sevilla. Al final sí que hay una lección en todo esto, quizás la más importante : la de que hay gente que no elige ni truto ni trato y se queda en el medio después de rebuscar caramelos en los bolsillos de las gabardinas, en los cajones con los relojes sin pilas o en los tarros de plástico que están en la parte de atrás de los armarios. Esa gente, en fin, que anímicamente vive en los huesos, ni vivos ni muertos.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Cuatro dientes afilados




Cuatro dientes afilados : Por mucho que insista Daniel, no creo que acabemos vaciando la calabaza para iluminarla por dentro. Eso solo sale bien en las series de Disney, donde todo, menos los guiones de mierda, es perfecto. Además, a mí la calabaza me cae bien, con esa recomendación que tiene pegada en la cara : sonríe mucho, pero enseña, por lo menos, cuatro dientes afilados. Más que suficiente para una fiesta que se supone sin significado y que me dice más que las oficiales, vacías como un cráter en la luna.

Tal vez, pasados los días, y cuando la calabaza empiece a perder consistencia, hagamos trozos con ella con la idea de preparar una buena crema. No será por un tema gastronómico, sino de puro conocimiento, para que su mensaje forme parte de mí siguiendo la máxima de que la letra con cuchara entra.

martes, 29 de octubre de 2013

El email es cosa de adultos




El email es cosa de adultos : No seguí el consejo de María y en la lista de la clase de Daniel puse mi dirección de correo electrónico en vez de la suya. Pensaba que daba igual y lo seguí pensando todo el tiempo que la bandeja estuvo en silencio, como si en esta historia no fuera a haber un hasta que. Hasta que, claro, se empezó a organizar el primer cumpleaños y algunas mañanas podía percibir, lentamente, cómo el suelo comenzaba a temblar con una estampida de mensajes que, ya desde lejos, levantaban nubes de arena en el teclado. Seguía pensando que no sería para tanto. ¿Quién no ha tenido un día complicado en el que se cruzan los mails y ha salido vivo?. Nada a lo que no pudiera hacer frente, pensaba, que a veces pensar es la mejor forma de actuar irracionalmente. Y un buen día, por fin, señales hasta entonces dispersas se acumularon. El agua vibraba. Los tubos fosforescentes se agitaban y parpadeaban. Los lapiceros se movían hacia los bordes de las mesas. El ratón daba pequeños saltos. El cursor avanzaba tres, cuatro posiciones, tres. El Excel se cerró. La papelera se cayó y derramó algunos archivos sobre el fondo del escritorio. El cristal de la pantalla hizo clac y un pequeño hilo se dejó caer desde una esquina. Súbitamente, el silencio. El silencio, como el margen ancho en un libro de poesía. Solo un mail con el texto “cumpleaños”, que se quedó en negrita en la primera línea de la bandeja. Todo se calmó y el margen se ensanchó. Nada que temer: una gota no hace lluvia. Pero a los pocos segundos una de las madres que estaba en copia contestó a todas. A ese comentario siguió otra respuesta y después otra. Y otra. Y otra. Comenzó un diálogo de palomitas en el microondas que a las pocas horas ya me había desbordado. Guardaba mi turno, pero ese huracán de mails cobró tanta fuerza que ya me resultó imposible hacer cualquier comentario. Me quedé fuera. El huracán se llevó mi orgullo y me dejó con la vergüenza intacta. De vez en cuando leía algún mail para saber de qué se hablaba, pero era necesario haber seguido toda la historia. La vergüenza y la humillación. Traté de recuperar toda la información posible para cuando María acabara enterándose de la organización y quisiera saber dónde se celebraba, cuánto costaba, qué niños estaban invitados. Esas cosas. Lo intenté varias veces, pero cuando me asomaba tenía la impresión no de estar en un capítulo nuevo, sino de haber saltado de temporada. Y poco a poco me fui alejando hasta que una tarde, como si no pasara nada, María me preguntó por el cumpleaños. Y sin decir mucho, qué iba a decir (en los bolsillo solo tenía una colección de peros inútiles como tiques de aparcamiento), arrié la bandera con mi dirección de email y la cambié por la suya, concediéndole de nuevo poder en la plaza.

Esta tarde veo una invitación a una fiesta de Hallooween en la mesa del salón. La leo desde lejos. No me atrevo ni a tocarla. El huracán tampoco me ha devuelto el amor propio.

lunes, 28 de octubre de 2013

Diez años después verás tu despacho desde fuera



Diez años después verás tu despacho desde fuera : Al retrasar la hora, la noche llega antes, haciendo que destaque la luz de los despachos en los que todavía se trabaja. Como en los edificios que se ven por las ventanas de Mad Men nada cambia, me gusta fijarme en los de verdad para ver si alguno se lo piensa y se va. Hace diez años yo era de los últimos en marcharme de la oficina. ¿Y para qué?

domingo, 27 de octubre de 2013

Los tres intérpretes



Los tres intérpretes : O la santísima trinidad de la mesa. Cuchillo, cuchara y tenedor. Cualquier propuesta comestible que te llegue emplatada de la cocina es traducida por ellos a las funciones básicas (cortar, pinchar, recoger) para que puedas disfrutarla en la boca. En ese silencio brillante y luminoso de una mesa dispuesta, la primera mirada debe dirigirse a estos tres y darle gracias a la Historia por, entre tanta cagada, haber encontrado esta solución tan perfecta y elegante.

sábado, 26 de octubre de 2013

El sello de corcho




El sello de corcho : De las botellas queda el corcho, como el sello de los sobres. En ambos acabas olvidando el contenido: cómo era el vino, qué decía la carta. Que en el corcho de la botella que abrimos para comer, un Berceo Selección del 2009, el nombre de la bodega esté escrito en un recuadro dentado es una indicación de que también la botella llevaba una historia.

Ésta: fueron los hijos del dueño los que, en un viaje de esquí a los Pirineos, sugirieron a su padre que registrara la marca Berceo en honor al escritor al que entonces estaban estudiando. Al padre la propuesta le pareció bien, pero se encontró con la prohibición de registrar el nombre de Gonzalo de Berceo entero. La opción más práctica hubiera sido la de elegir cualquier otro nombre, pero se decidió seguir con Viña Berceo. No se levanta una bodega si no se ha aprendido a plantar batalla, sobre todo contra uno mismo. Ese rodeo tampoco fue fácil porque le pidieron que comprara viñas en el pueblo de Berceo y que obtuviera una autorización por parte del Ayuntamiento. Se compraron las tierras, se obtuvo la autorización: se registró la marca. Hasta que muchos años después un cliente de la bodega les ofreció la marca completa que él había conseguido.

También hay otra historia debajo de ésta. La de ese maestro que un día habló de Berceo en una clase, pensando quizás que esa hora sobre el primer poema en castellano pasaría como la demás, sin dejar su sello.  

viernes, 25 de octubre de 2013

La hora de los planes viables



La hora de los planes viables : A la hora de las copas, las dos mujeres van exponiendo sus ideas para montar su negocio. Las dos son financieras, así que están acostumbradas a trabajar con números y a saber que, al final, lo que importa es lo que ellos digan. El camarero espera detrás de la barra, con los brazos cruzados, y con el gesto del que trata de pensar en cualquier cosa menos en lo que le queda hasta cerrar, marcharse a casa, y acostarse. Las ideas son originales y divertidas, pero no creo que sobrevivieran fuera de esta hora, de este ambiente que compartimos dentro del local y en el que cualquier proyecto parece viable, capaz de asegurarte la vida fuera de una gran empresa. Los dos hombres, que nos hemos pasado la tarde hablando de cine, vamos desechando cada proyecto con cuidado, como el que le anuncia a un niño, atento a un televisor, que ha llegado la hora de irse a la cama. Puede que el camarero haya escuchado muchos planes como éstos. Es probable que él mismo tenga uno que llevar a cabo. Es difícil dar con esa idea capaz de mantener viva cierta vocación y sacar la cabeza para tomar aire en un cash plan. En cualquier caso, me parece una buena manera de emplear este rato, de reírnos, de proponer pequeñas dificultades. Así estamos hasta que salimos a la calle a despedirnos de los demás. El camarero, con rápida eficiencia, va metiendo dentro del local las mesas, las sillas, los pesados pies de las estufas verticales.

jueves, 24 de octubre de 2013

La tregua del marcapáginas




La tregua del marcapáginas : Al salir del trabajo, me gusta que ya sea de noche y que llueva porque eso equilibra el día dentro de la oficina con lo que hay fuera. Las mismas reglas para todos. Y todavía me queda suficiente energía para enfrentarme al escenario sin que me afecte al humor, lo que me permite  fijarme en cómo atraviesan las gotas el haz de luz de un foco en el garaje mientras sube la barrera.

No añoro ni el calor ni el buen tiempo. Frente a la larga exigencia de una tarde de sol que nada parece calmar, la tregua que ofrece un tiempo así, donde basta con un libro de Tizón para llenar, como el aire en un globo, las horas que quedan.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Amarillo primaria




Amarillo primaria : Aunque el partido sea contra la Juve y se juegue a las diez menos cuarto, eso no convierte esta experiencia en la clásica noche europea. Hay algún destello, pero me parece estar frente a una actividad extraescolar, con los de la Juve jugando con una camiseta amarillo primaria y el estadio en un silencio de cabaña nevada con algunos gritos aislados, seguramente de padres que practican para cuando lleguen los partidos de verdad : los del colegio de sus hijos.

No dejo de agitarme sin encontrar la postura anímica : me muevo entre el pasado y el presente sin saber en dónde dejar caer al ancla de mis cuarenta y cuatro años. O en las aguas de "el problema soy yo, que he cambiado" o en las contrarias de "qué coño, el problema es lo demás, que ha cambiado". Del pasado al presente, de lo particular a lo general, de lo psicológico a lo social, en un centrifugado mental de ideas del que no me saca el fútbol, que es a lo que uno viene.

La solución a lo que pasa dentro la encuentro fuera al terminar el partido, en el andén del metro. Fíjate, dice mi hermano, todos mayores. Supongo que la crisis (poco ayuda que la entrada esté tan alta como el palco del presidente), está impidiendo el necesario relevo generacional. Mala cosa. Si no se aplican estrategias para rejuvenecer a los aficionados, en la próxima reforma del estadio habrá que incluir prismáticos, desfibriladores, cojines mullidos y un cajoncito para las pastillas. Eso y celebrar los partidos de Copa de Europa a las seis para que todos tengan tiempo de volver a casa o a la residencia con el tiempo suficiente para ver a Melendi y sus programas de rock.

martes, 22 de octubre de 2013

Un acuario de chucherías




Un acuario de chucherías: Sobre la encimera de la cocina hay dos cucuruchos de golosinas de algún cumpleaños que han celebrado hoy en el colegio. Como los mellizos no son golosos, hubo un momento en el que llegamos a tener una zona de la cocina con varios de estos cucuruchos sin abrir, como recipientes que conservaran ambiente de fiesta y de los que echar mano en momentos enrarecidos.

Celebrar un cumpleaños un día de trabajo es nadar contra la marea, pero supongo que veinte niños de nueve años son capaces de domesticar la corriente si se lo proponen. La de un martes como éste. Cojo la bolsa  y la levanto, como se hace con la que te dan en el acuario con el pez recién comprado, y busco en ella algo que me apetezca. No está mal pasar de la ambición desenfocada del deseo a la precisión del capricho, no señor.

Y por un instante, corto, tengo la impresión de que se trata de una prueba porque todo encaja: el silencio, el cucurucho sin abrir, la encimera despejada. Con menos habrán caído experimentados ladrones de guante blanco. Pero le quito el nudo a la cinta azul y no pasa nada: no se escucha ningún tic-tac en la bolsa ni dentro de mi cabeza, así que en este momento ni a mi familia ni a mi conciencia les preocupo mucho.

Le arranco el papel a un palote. Parece fresco y se pela bien. Después pienso comerme una moneda de chocolate y una nube. Tal vez la profesora reparta los cucuruchos diciendo que no deben abrirse, que son para los padres que llegan del trabajo : deshacer un nudo, curiosamente, puede hacer que un día no se desmorone.

Mientras me como la nube se me ocurre que podríamos recuperar el acuario, seco desde que se murió el último pez, y llenarlo con todas estas chucherías. Sería una buena forma de darle una segunda oportunidad.   

lunes, 21 de octubre de 2013

La extensión de la frontera



La extensión de la frontera: Todo el tiempo que perdí en los atascos provocados por la construcción de las cuatro torres de la Ciudad Deportiva (y fue mucho) me parece bien empleado ahora. Desde uno de los pueblos de los alrededores de Madrid reconozco las altas siluetas y tengo la impresión de que la ciudad llega hasta mis pies. El tamaño de las torres reclama para sí todas estas tierras, así que no estoy lejos: estoy. Otros opondrán resistencia, pero yo me quedo encantado porque por ahí andan mi vida, mis recuerdos, los sitios, en fin, en los que pienso cuando tengo un rato libre.

domingo, 20 de octubre de 2013

Nervios en el cine



Nervios en el cine: Sinceramente, la película me da igual. Pago por todo lo que la rodea : el camino en el coche (ajustando la velocidad para llegar en el instante justo); el momento en el que digo “ah, mira, un hueco” y coloco el intermitente para decirle al de atrás, educadamente, que se joda, que ahí lo voy a dejar yo y Daniel hace clic con su cinturón al quitárselo; clic; la puerta al cerrarse, clac; el reloj que dice “bien chicos, pero no podemos dormirnos, que hay que hacer muchas cosas insignificantes pero imprescindibles, venga, pues, chicos”; esa mirada rápida a todos los carteles que anuncian futuros estrenos (que es la forma que tiene el cine de decir : yo estoy bien, no noto ni los síntomas de los Lido ni los de los Renoir de Cuatro Caminos); la penumbra del hall; el olor a palomitas; la disposición de todas las sesiones y ese instante en el que veo anunciada la nuestra; las cintas que señalan por dónde tenemos que avanzar (que me gustan porque me recuerdan a las de los aeropuertos); las cintas que señalan por dónde tenemos que avanzar porque no hay cola y las recorro con la sensación de ser importante; la pregunta de la chica que me atiende y sobre la que descansa el cine “¿centradas?”; Daniel que se marcha a ver algo y vuelve, que se marcha a ver otra cosa y vuelve, que se acerca y me dice “estoy nervioso” porque venir al cine le pone nervioso; los nervios de Daniel, joder, qué envidia; esa firma pequeña que hago en el pequeño recibo que me enseña la chica de las entradas; el gesto con el que guardo las entradas en la cartera; el gesto con el que compruebo que tengo un billete al lado para comprar las palomitas y el agua; Daniel, que va y que viene, que va y que viene y que me dice que claro que quiere palomitas; el movimiento preciso de la chica con gorra y coleta que con dos paletadas llena el envase de cartón con la cantidad exacta: una palomita más y todas caerían; el cuidado con el que Daniel coge las palomitas y empieza a andar con la atención de un desactivador de explosivos; el mensaje del cartel, que pasa del rojo de “espere” al verde de “pase”; la parada en el cuarto de baño, los dos meando a la vez en silencio; los dos lavándonos las manos; los dos secándonoslas en los pantalones; el camino de las escaleras, atentos a los brillantes números que señalan las filas; el cuidado con el que revisamos los respaldos de los asientos hasta dar con los nuestros, los mejores de la sala; los abrigos en el asiento libre; la botella de agua en su sitio; las palomitas intactas; Daniel en su sitio; yo en el mío. Sinceramente, la película me da igual. Si fuera por la película.

sábado, 19 de octubre de 2013

Tres puertas que se cierran




Tres puertas se cierran : La bodega tiene a la derecha el sol, poniéndose; a la izquierda, un pequeño pueblo con iglesia; enfrente, el viñedo, y detrás otras bodegas. No es la orientación exacta del plano pero puede servir. Depende de hacia dónde mires, tienes algo en qué creer. No se está mal en este atardecer que no parece pensar en el observador y que estimula pero engaña al fotógrafo, que no llegar a atrapar lo que tiene delante, que se queda en una eterna sugerencia.

Sentados en un pequeño muro, los tres hablamos de proyectos. Detrás, abajo, se abre una puerta y un hombre, con el cansancio  orgulloso del que ha hecho algo útil y lo sabe, se apoya contra la pared y fuma despacio junto a unas cajas vacías de la vendimia, amontonadas como en una pescadería. Parece el profesor que ha expuesto un problema difícil y deja tiempo para que lo resuelvan antes de regresar a la clase.

Los proyectos suenan bien. El gerente de la bodega los escucha sin poner pegas, participando de ese juego en el que todo sale bien y llegamos a una estación donde todos somos bien recibidos. ¿Por qué no?. Escucho la puerta de abajo cerrarse. Dentro de la bodega ya se están apagando las luces para que la uva empiece ya a fermentar en esa oscuridad roja de levadura y burbujas lentas.

Una mujer abre la puerta de la entrada (una especie de pagoda por la que se accede a la bodega, enterrada) y pregunta si vamos a volver. Dice que ya no queda nadie, que si puede cerrar con llave, que buenas noches. El gerente se despide de ella por su nombre y ella lo agradece cerrando la puerta con cuidado.

Es entonces cuando pienso que, como esa puerta, a veces el pasado no está cerrado del todo. Se queda esperando. Esa sensación de no haber disfrutado todo lo que debería haberme exigido, de no haber sido el último en salir de algunos locales de copas desaparece, como peces tragados por una ballena, por la evidencia de que acabamos de cerrar una bodega con las tripas repletas de vino.

También en los silencios en los que nos detenemos seguimos conversando.

viernes, 18 de octubre de 2013

Un pasillo de tierra y madera




Un pasillo de tierra y madera: El hombre corta rápidamente los racimos con el corvillo, un pequeño cuchillo de hoja curva, y los deja caer en un cesto negro. Esta no va a ser una buena añada: ha habido heladas y últimamente han caído unas lluvias que ha rebajado el azúcar de las uvas. Eso es lo que dicen, pero estos racimos parecen perfectos, con unas uvas tensas, incapaces de contener la pulpa. El primer paso de una cata debería ser caminar por este viñedo, limpiar con los dedos las uvas, llevarse unas cuantas a la boca y hacer esas fotos que son una forma de reconocimiento y que hoy están por todas partes. 

El hombre del cuchillo deja detrás un pasillo de tierra y madera. Hace una gran mañana que también pide su cosecha.

jueves, 17 de octubre de 2013

La primera casilla de la calle Laurel




La primera casilla de la calle Laurel : Llegamos pronto a Logroño y nos da tiempo a ir a la calle Laurel de vinos. Me gusta este turismo que prescinde de pruebas culturales (que si una catedral, que si un museo) y te planta donde tiene que ser: frente a una copa de vino. Del punto de salida al de llegada con un solo gesto al camarero para que desenfunde una botella y te sirva como el que te aplica un chorro benéfico a una herida. El cabrón suelta la botella y consigue que las dos copas se queden exactamente al mismo nivel. Tanino arriba, tanino abajo.

La calle Laurel es un buen sitio para mostrar lo que sabes de vino. En otras plazas serás el entendido, el que se atreve a pedir un vino y asiente en silencio cuando alguien le alaba la elección, pero aquí tienes que esforzarte para no soltar un comentario que provoque un silencio contagioso que se expanda por las demás calles como las piezas caídas de un domino. El que pasa por delante puede ser el dueño de una bodega, la que habla por teléfono en la barra seguramente tenga un curso de cata y la pareja que charla en la calle es posible que haya estado de vendimia todo el día. Si quieres medirte, éste es el sitio.

Brindamos. Huelo el vino. Lo agito. Lo vuelvo a oler. Y cuando estoy a punto de decir no sé qué de los aromas, traen una tortilla de patata jugosa, con el pedigrí de un premio recién ganado, que me borra las cuatro palabras que tenía en la cabeza. La tortilla provoca lascivia: apetito inmoderado de algo. El contenido se derrama en una lenta sensualidad que borra todo alrededor. Me extraña que con ese plato ahí, el mundo no se haya detenido un par de segundos a regocijarse por obras como ésta. Yo me regocijo. A lo lejos me preguntan que qué tal el vino, a lo lejos me escucho decir que muy bueno, a lo lejos se produce un violento silencio de radio que pide alguna aclaración más, a lo lejos devuelvo un gesto que no es ni un brindis ni un reconocimiento, a lo lejos, en fin, me quedo mudo. Toda mi atención está aquí, junto a la tortilla, y sé que por culpa de ella y de mi atenta dedicación, no paso la prueba inicial y que me voy a quedar en la primera casilla de la calle sin poder avanzar, obligado a ver los demás bares desde la distancia del que no se ha ganado el derecho a seguir avanzando.

La tortilla da más de lo que ofrece.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Insistimos e insistimos



Insistimos e insistimos : La niebla envuelve los focos del coche y las farolas atrapando la luz. Es como moverse por el sueño de un día que todavía no se hubiera despertado. El tráfico avanza en silencio y los edificios se muestran para volver a desaparecer. Todo dice que es demasiado pronto pero insistimos e insistimos.

martes, 15 de octubre de 2013

Las migas de Barrio Sésamo




Las migas de Barrio Sésamo: El plato con los restos de la tarta de cumpleaños está lleno de migas. En estos días vuelvo a comprobar que una tarta en la que se han soplado las velas tiene un sabor especial y se conserva mejor. Deberían tomar nota los pasteleros para incluirlas en su oferta. Levanto el papel de aluminio, corto un trozo fino y vuelvo a cubrirla.

La lección del Monstruo de las Galletas era que no puedes comer galletas sin hacer migas, muchas migas. Luego aprendes que también lo llaman entropía y aunque el tema es para tomárselo en serio, ya no puedes abandonar el aire lúdico de las migas de Barrio Sésamo. ¡Las migas son divertidas, el orden se desvanece, pero donde hay migas hay alegría!

Levanto de nuevo el papel y corto otro trozo más fino que el anterior. Ya podemos enfrentarnos la tarde y yo.

lunes, 14 de octubre de 2013

La primera punta del invierno




La primera punta del invierno : Ver puesto el edredón en la cama me anima. Esa nieve de plumas es la señal de que, en lo que a mí respecta, ya ha llegado el invierno, por mucho que el otoño, como un oficinista puntilloso, reclame con el calendario en la mano los días que le quedan. Bah. Las cosas funcionan para mí de otra manera : la lona de la piscina para el verano y el otoño; el edredón, para el invierno y la primavera.

Abro la puerta del dormitorio y me encuentro esa blanda consistencia en la que estoy deseando meterme para ver si el sueño se vuelve más denso y bajo ella alcanzo ese descanso tranquilo y profundo del gato junto al fuego. El calor del verano es incapaz de disolver un cansancio que se vuelve persistente; tampoco deja que los sueños se desarrollen, se compliquen, ofrezcan historias en las que dejar lo que nos preocupa como el que se asoma al cuarto de basuras para arrojar unas cuantas bolsas y salir más ligero.

Esta sorpresa del edredón, para la que no hay una fecha fija, debería estar en los primeros puestos de mi lista personal, aunque sería incapaz de escribirla si me pusiera a pensar en ella. 

domingo, 13 de octubre de 2013

Los campos ya cosechados




Los campos ya cosechados: La celebración del cumpleaños se va repartiendo a lo largo del tiempo en pequeños campamentos que levantamos para reunirnos. Se pierde esa intensidad algo impostada de la fecha oficial y a cambio obtenemos estos encuentros en los que solo falta encender un fuego, hablar del precio de las materias primas y hacer planes para la próxima feria con esa tranquilidad de los campos ya cosechados.

Preparamos una mesa grande con la tabla de quesos y los vinos. Siempre vinos nuevos porque aquí levantamos la casa por el tejado de los vinos para compensar nuestras limitaciones en la cocina. Un “Románico”, un “Pasión”, un “Nabal” y, para acabar, un “Moscato D’Asti”.

En la pequeña están las cosas de picar. Relleno los cuencos con cacahuetes, patatas, bolas de queso y kikos. Es el mismo gesto que hago cuando, al acabar de limpiar su jaula, le pongo al hámster su mezcla en su pequeño comedor verde y, curiosamente, la sensación es la misma: todo está ordenado, todo está limpio, todo está listo. 

sábado, 12 de octubre de 2013

Los minutos previos a los postres




Los minutos previos a los postres: Es un placer ver la mesa llena de platos de los que servirte guiándote solo por el capricho, sin orden, como el paseo del gato que camina por debajo de las sillas y después se va deteniendo en esos puntos en los que el sol debe tener un matiz especial que solo él sabe apreciar.

Abrimos tres botellas de vino. Cada una, en uno de esos milagros desacostumbrados, es capaz de atender todas las copas que la reclaman, vaciándose solo cuando se propone la siguiente y todos aceptamos a la vez. Tenemos todo el vino, el sol, el tiempo que queramos: estamos aquí para experimentarlo sin el corte de la urgencia.

Solo nos detenemos antes de que se sirvan los dulces. De manera gradual, todos nos levantamos con una excusa que no damos y la mesa se queda vacía. Después veo que cada uno tiene su motivo. Acariciar al gato. Buscar unos hielos. Asomarse a ver qué hacen los niños en la plaza.

Yo me acerco a un barreño con el agua afilando el borde. Me fijo en las gotas que se van llenando de tiempo hasta que se sueltan y caen. Y otra vez. Este es mi plan para ese rato mientras terminan de preparar la bandeja de los postres.

viernes, 11 de octubre de 2013

Palabras con dos decimales




Palabras con dos decimales : Después de cenar en el Gino´s, cuando se anuncia que tocamos a diecisiete euros por cabeza y nos levantamos para rebuscar en los bolsos y bolsillos, un grupo de lectoras rodea a Eloy Tizón. Son tizonistas confesas, de las que entre plato y plato han declarado que no leerán el libro de Guadaluppe Nettel ni volverán a beber Ribera, que ahora aprovechan el momento para elogiar el libro de Tizón.

Eloy pregunta si ya se lo han leído y veo por el gesto que pone que la respuesta afirmativa de todas ellas lo incomoda un poco. Debe resultar extraño que un lento trabajo de siete años, pensado para una lectura pausada, se agote en unas horas. Yo, tan lejos del Hotel Kafka, me vengo un poco arriba cuando descubro que soy el único que solo se ha leído un cuento, hace unos minutos, en un viaje en metro de ida y vuelta a casa mientras Tipos Infames se iba vaciando después de la presentación del “Técnicas de iluminación”, el último libro de Tizón.

El metro le sienta bien a ese cuento. “Fotosíntesis”. Lo leo despacio porque Tizón es un escritor de frases perfectas que me provocan esa euforia que genera la evidencia de que, como ocurre con los animales, quedan miles de combinaciones brillantes por descubrir (a través de las que ver la realidad) y que el uso cotidiano que le damos al lenguaje no es sino una rendición, como meter animales de peluche en una jaula y llamar a eso zoo.

Así que es un viaje corto pero eufórico.

“La tarjeta del buzón es la confirmación de un fracaso”. “Una mujer tranquila, con sus orillas húmedas”. “Tan hermosa que uno no sabía por dónde empezar a quererla”. “La luz está de nuestra parte”. “Hay como un borde de agua en los corazones”. “Sin una pizca de épica, todo se vendría abajo en un segundo”. “La felicidad es un lugar solitario”. “Vivir es vibrar”. “Milagro es lo que acaba”. “Mirar es también una forma de rezar”. “Mejor vivir tranquilo, con su moneda de plata en el bolsillo del chaleco”

Eloy es un tipo educado. Su queja se limita a un leve gesto que desaparece pronto. No lo sigue ningún discurso, pero ese silencio de barricas en bodega es suficiente para que retrase la lectura del siguiente cuento unos cuantos meses. No va a ser fácil porque cada uno de los cuentos crea una necesidad que parece que solo va a calmar el siguiente, hasta que llegas al último y tienes que esperar a que Eloy se tome siete años para ofrecerte el siguiente. Pero tiene que ser así.

Si el escenario fuera otro, más que hablar de libros o de cuentos, habría que hablar de frases. De aquélla con la que yo me hice, a mi manera, tizonista : “A esa hora, en el otro extremo del mundo, una espiga cae tronchada por el peso de la calma”, de “Los viajes de Anatalia”. Si el escenario fuera otro.

El voluntario que se ha hecho cargo de la larga cuenta y nos ha pedido diecisiete euros tiene delante de él un plato con monedas. A su lado están los billetes ordenados con devota precisión. Parece que no faltara nada y que la cuenta estuviera pagada hasta en los decimales. ¿Cómo no iba a estarlo si estamos con alguien capaz de lograr esa precisión de céntimo con el lenguaje?            

jueves, 10 de octubre de 2013

El sillón de la consulta




El sillón de la consulta: La cocina es pequeña: si se abre la puerta de la nevera, no nos vemos. El cocinero, más alto que yo, prueba la salsa, agita la pasta, me sirve vino, corta unas rodajas de chorizo, me mira, coloca dos platos en la mesa, aparta su móvil y habla. Parece que el resultado del plato dependiera tanto de los ingredientes específicos como de los que le rodean: la conversación, que me encuentre bien, que la copa no esté vacía. Los dos tenemos que volver a trabajar, pero esa urgencia no afecta a sus movimientos. Hay un ritmo que obedecer y me parece perfecto aunque sé que no habremos terminado a la hora que nos hemos fijado. Conforme charlamos, la silla se va haciendo más cómoda, el vino mejora, la mesa aumenta de tamaño y llegado un momento somos nosotros los que le señalamos al reloj cómo se marca el tiempo. Es ese instante en el que el brócoli, con una leve salsa con anchoas, reposa mezclado con la pasta en el plato. Solo hacía falta esto, alguien que te dé conversación y que al final, como argumento definitivo, te sirva la comida que te ha preparado.   

miércoles, 9 de octubre de 2013

Tirolinas caseras para arañas



Tirolinas caseras para arañas: Sin que nos explique el motivo, Lucía empieza este año a decorar su cuarto con adornos de Halloween que ella prepara. Me sorprende porque no le suelen atraer las manualidades. La araña, que cuelga de un hilo naranja como si hiciera tirolina, sonríe. Mientras le decíamos a Daniel que este año no íbamos a tirar el dinero en otro disfraz, por muy barato que fuera, ella escuchaba en silencio.

martes, 8 de octubre de 2013

La contundencia del hormigón




La contundencia del hormigón: Una de las calles que permiten salir de la zona del colegio es muy estrecha (simbólico) y ahora está taponada (lo que es más simbólico). Afortunadamente ahora no llevo a los mellizos, por lo que no quedan expuestos a este tóxico correlato que a mí ya no me afecta. Cambio de emisora, bajo la ventanilla, miro al conductor de atrás por el espejo, subo la ventanilla.

Delante de mí hay una hormigonera. Parece un dinosaurio de la raza de los activos tangibles vagando por las calles tras la caída de ese meteorito económico que ha ocultado el sol del crecimiento ilimitado. Esa impresión le quita algo de poder a su imagen como todo aquello que pierde utilidad, vale, pero quien tuvo, retuvo, sobre todo si por las venas le corría un hormigón denso capaz de hacerle una buena transfusión a cualquier edificio.

Que algunos la veamos como el símbolo de una época en la que todas las palabras terminaban con varios ceros y la critiquemos me da igual ahora. Esa contundencia me gusta y sin dejar de estar en el bando de los críticos, me paso a la vez al de los defensores por ese cansancio ontológico que provoca el que la producción virtual de ceros y unos a la que me dedico (tanto por obligación como por devoción) no sea más que el simple polvillo digital que deja el tiempo al frotarse con mi vida y que el error de un disco duro puede hacer desaparecer.

Como esa incertidumbre en lo externo también afecta a lo interno, si hubiera tiempo antes de que el semáforo cambiara a rojo le pediría al conductor que me diera una pequeña ducha de hormigón. Lo justo para ganar algo de consistencia.

lunes, 7 de octubre de 2013

Las hojas caen como piedras




Las hojas caen como piedras: Primero llega el mail con la noticia del despido de un compañero y, cuando la diferencia horaria lo permite, la llamada. Las hojas secas deberían seguir el ciclo y convertirse en abono, pero todas caen en la acera o en el asfalto. Pronto las hojas cubrirán todo el árbol.  

domingo, 6 de octubre de 2013

La enzima holandesa




La enzima holandesa: Las mesas bajo la carpa están llena de holandeses que llevan celebrando la boda desde el viernes. Ellas mantienen el maquillaje perfecto; a ellos el nudo de la corbata no se les ha movido. Empiezo a pensar que la enzima que hace tolerable el alcohol está muy mal distribuida en el mundo y que toda la que falta en China está aquí, a mi alrededor. Cualquiera de ellos podría enhebrar una aguja con un ojo cerrado, haciendo equilibrio sobre tres sillas.

La boda se ha retrasado para ser precisa: la novia empieza a avanzar por el camino que la lleva hacia las sillas, junto a un gran árbol, cuando el sol, dejando en sombra a los invitados sentados a la derecha, resalta ese breve paseo en el que ella nos deja compartir su alegría y nos hace sentir que también se ha puesto ese traje para nosotros. Ahí la recibe el novio, que conoció en Malasaña, la única palabra que reconozco de los discursos que después se pronuncian en holandés, un idioma que parece más lejano que su país. Pero no importa: tienen en sol detrás, que es donde debe estar, calentándoles las espaldas. Delante solo sirve para cegarte.

En la comida, los holandeses se van convirtiendo en españoles callejeando tranquilamente por la zona del Penta y nosotros, sin llegar a Holanda, nos quedamos en ese país sin lugar en el mapa en el que a las ocho te esperan los baños, la tortilla francesa y media hora de dibujos animados. Sí sabemos que nosotros somos la única mesa en domingo mientras a nuestro alrededor sigue siendo viernes.

Esa delegación de nacionalidad, en la que nadie nos pide que ejerzamos de locales, es relajante. No hay que buscar palabras con las que expresarse, ni alabar los museos, ni comentar lo buen chico que era Van Nistelroy, ni elogiar el vino. Es una boda que se va disolviendo poco a poco, convirtiéndose en una reunión en la que, básicamente, hay tiempo para hablar mientras los niños se divierten con una alegría controlada.

Así estamos hasta que levanto la vista y la carpa, que parecía acumular el sol como el agua de la lluvia, ya está vacía. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Una biografía discontinua



Una biografía discontinua : Gracias a Daniel, que insiste en venir a nadar, conozco la piscina del gimnasio. La imaginaba con las calles ocupadas con el nadar lento de los que vienen siguiendo las órdenes de un geriatra y bajaba con paciencia de ministerio. Pero las calles están vacías y solo hay dos nadadores recorriéndolas con la perseverancia del que va tejiendo una larga bufanda a lo largo.

La piscina mantiene la misma profundidad en todas partes. Daniel asume que está haciendo algo de adultos y nada más ducharse se quita las zapatillas con cuidado japonés y se mete en el agua. Se coloca las gafas y empieza a nadar antes de que le pregunte quién sale el primero.

Cada vez que lo espero al final de la calle, me trae un recuerdo distinto de cuando yo nadaba con mi padre. Hasta que llega un momento en el que soy a la vez mi padre y quien avanza hacia mí. Tengo la sensación de que si estirara esta calle llegaría a unirse con precisión a aquella otra. Dos líneas discontinuas que trazan un camino que, en el fondo, no sé a dónde me lleva.      

Estamos una hora nadando. Daniel insiste en que aguantemos hasta que se ponga el sol, lo que me parece un gran plan. Dejar que desaparezca la luz del exterior hasta que podamos nadar en ésta, metálica y ondulante. 

viernes, 4 de octubre de 2013

El territorio entre dos párrafos




El territorio entre dos párrafos : Algún día, los baños serán las puertas de enlace entre distintos espacios: recién limpios todos se parecen, por lo que bien se podrá entrar en el baño de una gasolinera de Cuenca y encontrarse al salir en la segunda planta de la Entreprise.

En lo que se logra ese avance tecnológico, lo que sí es posible (y recomendable) es cambiar mentalmente de lugar. La verdadera visita al baño debe cumplir el doble objetivo de vaciar la vejiga y la cabeza. Lo primero se da por supuesto, pero lo segundo, que solemos pasar por alto, resulta aconsejable: pocas veces en el día vamos a estar solos, sin un aparato tecnológico en las manos, envueltos por el color blanco y rodeados por el sonido del agua al caer. Se trata de, en lo que el cuerpo ajusta líquidos, poner un punto y aparte en la cadena de pensamientos y quedarse un rato en ese territorio que hay entre dos párrafos.

Decirse: afuera está la familia, es viernes, vamos a ver un musical para el que llevamos tiempo ahorrando. Decirse : soy el rey meón. Y salir del baño para meterse en el siguiente párrafo.

jueves, 3 de octubre de 2013

La precisión del viento




La precisión del viento: Ya no queda rastro de esa línea curva del verano por la que se deslizaba el sol en una brillante gota densa. El otoño se acumula en las esquinas, que vuelven a estar presentes. Se va amontonando lentamente hasta que el viento, cortado por la arista de un muro, se vuelve más ágil y preciso y alcanza a levantar todas las hojas.

Se acabó el reposo del calor: las ideas vuelven a agitarse.

miércoles, 2 de octubre de 2013

La caja desvalijada




La caja desvalijada: Aprovecho el silencio de estudio (cuentas con lapicero a derecha e izquierda) para leer el periódico que alguien ha dejado doblado encima de una silla. Se cuelan algunos ruidos -la máquina del café, tazas en platos, conversaciones en voz baja- al que añado el que causo yo al pasar las páginas. Lo hago lentamente para que el movimiento no provoque una pequeña corriente que eche abajo las construcciones matemáticas que los mellizos mantienen en equilibrio antes de alcanzar la solución y escribirla.

Nada interesante, nada, hasta que llego a esa esquina en la que el periódico publica lo irrelevante y me encuentro con lo que se convierte en mi titular de portada: los Renoir de Cuatro Caminos cierran con una última sesión el lunes pasado. Suelto un mecagoenlaputa bajito para no romper la concentración de goma de borrar y números que me llevo. El cierre de los Lido dolió, pero que ya no abran los Renoir es como encontrarte abierta la caja fuerte en la que guardabas algunos de tus recuerdos más apreciados: el estreno de Leolo, por ejemplo.

Así que cierran los Renoir para no abrir nada y que su fachada acabe cubierta de anuncios de conciertos de músicos latinos. Deberían haber avisado para poder hacerle una última visita a sus salas y recorrer de nuevo un escenario que a pesar del paso del tiempo no envejecía. Que cierre está mal, pero que lo haga con una sesión a la que solo acuden tres personas es humillante.

Para qué seguir leyendo. Vuelvo a doblar el periódico con cuidado, como borrando las pistas de mi precipitada lectura, y regreso a esas cuentas en las que ningún número se parece a otro. Yo tampoco soy el que entró en esta cafetería hace unos minutos. 

martes, 1 de octubre de 2013

La cola de la novia




La cola de la novia: Por todas partes de la casa hay lápices y gomas de borrar. Los lápices son lo último en desaparecer cuando pedimos orden y los primeros en regresar en cuanto dejamos de ponernos estrictos. No me parece mal porque la inspiración pasa rápidamente, como una novia buscando un artista con el que casarse, y a veces la única forma de detenerla es coger un lápiz afilado y atrapar su cola entre la punta y el papel. Si se quiere reaccionar con un ordenador o una tableta siempre es tarde.

A veces estamos viendo la televisión dócilmente, sin esperar nada, y Daniel se levanta.

-Voy a dibujar algo.

Pero cuando miro alrededor ya no hay ningún rastro de esa cola alejándose como una ola volviendo al mar. Lo que ha pasado sólo lo ha visto él, que se va decidido a por uno de esos lápices.