sábado, 31 de diciembre de 2011
Adiós. Hola.
viernes, 30 de diciembre de 2011
La maleta
jueves, 29 de diciembre de 2011
La definición del problema
miércoles, 28 de diciembre de 2011
Norcoreanos bajo la nieve
-Estoy con “Los enamoramientos”, de Marías. No sé, no termina de engancharme.
martes, 27 de diciembre de 2011
Lo estrictamente necesario
lunes, 26 de diciembre de 2011
Botella de Damana 5
domingo, 25 de diciembre de 2011
"Pánico en la granja", de S. Aubier y V. Patar
sábado, 24 de diciembre de 2011
Mucho que celebrar
viernes, 23 de diciembre de 2011
Lo mejor del año
jueves, 22 de diciembre de 2011
El otro lado del cristal
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Un fino charco de agua
martes, 20 de diciembre de 2011
La realidad.zip
lunes, 19 de diciembre de 2011
Cambio de jinete
domingo, 18 de diciembre de 2011
Jornada Castizo-japonesa
sábado, 17 de diciembre de 2011
"El gato con botas", de Chris Miller
Vuelvo a cerrarlos.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Paloma de metal : 1,5 euros.
Este post aparecerá a la vez en dos blogs, como prueba de esa mudanza, todavía más mental que física, que estoy haciendo de “Los diez del día” a “El coste de las cosas”. Siguen los diez puntos de referencia y la anécdota del día, como exigen las reglas de “Los diez del día”, pero el título ya vuelve a la estructura de “El coste de las cosas”, centrado en un objeto y su precio. No sé si me mudo de la residencia de invierno a la de verano o al revés. Si dejo el centro para vivir en la periferia o al contrario. La verdad es que, aunque parezca raro, no es un cambio fácil. Uno también puede cogerle cariño a las cosas, aunque sean tan virtuales como ésta.
1-El teléfono : En el metro, camino de Sol, le pregunto a Daniel el móvil de María. Le digo que si se perdiera, lo que tiene que hacer es buscar a algún adulto y decírselo, que llorar no sirve de nada. Lo normal cuando uno se pierde y tiene siete años es llorar, pero la mejor manera de arreglarlo todo es acordarse bien del número. De las cuatro veces que se lo pregunto, sólo se equivoca una. Tenemos un 75% de posibilidades de que, en el peor de los casos, todo vaya bien.
2-Lluvia : En el centro de Madrid llueve. No sabemos si ponernos las capuchas o no porque tenemos que elegir : con ellas, no nos mojamos; sin ellas, podemos ver las luces ya encendidas. “Esta lluvia no moja”, le digo a Daniel y él se echa la capucha hacia atrás y acepta la mentira sin decirme nada. Las mentiras compartidas unen bastante.
3-El centro : Salimos a la Puerta del Sol, con lo que se puede decir que, geográficamente, estamos en el centro de Madrid. También me encuentro, en cierta forma, en el centro de mí mismo, por todos los recuerdos que tengo de esta zona, por lo que me gusta pasear por aquí.
4-Los puestos : Los puestos de la Plaza Mayor están dispuestos este año de una forma distinta, quitándole menos espacio a la Plaza y permitiendo que la gente pasee sin aglomeraciones. Parece una plaza del norte de Europa.
5-Deja vu : Tener tanto sitio para caminar es más cómodo, pero, al haber poca gente, parece que la Navidad hubiera pasado ya y sólo quedaran los restos : turistas, desorientados, gente que no tiene nada mejor que hacer.
6-Móviles : Buscamos puestos con figuras para el Belén. Daniel no quiere, después de ver el de mi madre, que sigamos con uno en el que hay figuras de Playmobil. Tiene bastante claro qué es lo que necesitamos. Nos paramos en todos. En muchos de ellos, los vendedores, chavales que parecen estar ahí obligados por sus padres, consultan los móviles. Es lo único que les importa.
7-Etiquetas : Los precios de las cosas son de cuando España iba muy bien y los billetes olían a ladrillo. Parece que estuviéramos en lo alto de una montaña prácticamente cubierta por la crisis, tratando de conservar el pasado usando como escudos esas etiquetas con precios que pocos pueden pagar. En unas pequeñas cajas hay animales diminutos. Cada uno lleva pegada una etiqueta más grande que él. Una pequeña paloma de metal que Daniel quiere cuesta un euro con cincuenta céntimos.
8-La chica que se interesa : Ve a Daniel dudando entre una caja con el misterio y tres pastores y otra más barata sin pastores. Se ofrece a acercarle las dos para que las compare. Parece agradecida de que un niño se interese por lo que expone. Daniel se lo piensa, sabiendo que tiene que dejar dinero para un puente, una pequeña casa, dos palomas, un pollo y un pájaro sin identificar. Le compramos un misterio a la chica que se interesa.
9-El viejo torero : Después de estar una hora y media entre puesto y puesto. Vemos a un hombre disfrazado de torero esperando que alguien eche una moneda en una caja que tiene delante. Daniel me pide una moneda para saber qué hace. Se la doy, la echa, y el torero da unos pases con el capote. Al terminar se quita la montera y saluda a Daniel. Veo que tienen una pequeña charla.
10-Diptongo : De vuelta en el metro, jugamos a Diptongo. Pierde el que responda cualquier otra cosa que no sea "diptongo" a las preguntas del otro. Parece fácil, pero no lo es. Por eso es tan divertido.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Una canción a las seis y veinte
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Un plan de defensa
En una cadena dan la noticia de todas las Navidades : la merluza y los percebes suben de precio cada día. Le preguntan a una señora, que dice lo mismo, que el pescado y el marisco suben, claro, cosas de la oferta y de la demanda. Un día van a mandar un reportero a narrar un amanecer. Dirán que el sol va a salir y después le preguntarán a algún lugareño o lugareña.
-Sí, el sol ha salido.
Y aparecerá una imagen del sol asomándose por el horizonte.
Es obvio, pero no me parece mal. Creo que estamos llegando a un punto en el que recibir más información no implica saber más: la realidad se va haciendo más y más compleja, demostrándote que cuanto más avanzas, más se aleja aquello que quieres saber. ¿Qué hacer? Pues en vez de atacar el campo contrario, defender el nuestro, antes de que lleguen a hacernos dudar de que la merluza sube en Navidad y de que el sol sale por el este.
Poner trincheras y sacos de arena en lo fundamental : Las cosas caen por su propio peso, el zumo de cebolla no es buen colirio, no conviene cortar la hogaza con el cuchillo hacia ti, dos más dos son cuatro, los animales con colores brillantes son los más peligrosos, si gastas más de lo que ganas tienes un problema, en Invierno hace más frío que en Verano, Clara se cura y vuelve a andar, el Madrid tiene más Copas de Europa que el Barça (y puede que también algún chupito) y los mamíferos no son ovíparos.
Todo lo esto lo pienso en el gimnasio mientras estoy el la cinta. El monitor se acerca a hablar conmigo
-Esta mañana todas las máquinas estaban en marcha menos una. Viene una señora y, ¿en cuál se sube?
Tal vez sea demasiado tarde.
martes, 13 de diciembre de 2011
Despedida
Sí, como suena. Oficialmente hablando, la despedida definitiva será a final de año, pero quiero adelantarla ahora para no darle más vueltas y dejar el tema cerrado.
1-¿Por qué hoy?
Pues porque hoy me he encontrado con otra despedida en el blog “La medicina de Tongoy” y me ha dado un poco de envidia.
2-¿Por qué envidia?
Porque me he imaginado sin la obligación, decidida por mí y sólo por mí, de escribir todos los días y me he sentido relajado.
3-¿Relajado has dicho?
Sí, o descansado. Escribir cada día, sobre ese día, destacando diez aspectos relevantes para mí y presentarlos para que también lo sean para los demás es agotador. Puede llamarse también castigo.
4-¿Responde ese castigo a un sentimiento de culpa?
¿Responde ese castigo a un sentimiento de culpa? Vaya mierda de preguntas que me estoy haciendo. Ni culpa ni leches. ¿Cómo me iba a plantear esto como un castigo? Me pareció, cuando hace un año le daba vueltas a la idea de crear este blog, que me vendría bien para fijar momentos, para hacer lo que Nicholson Baker hace sin esfuerzo.
5-Entonces querías ser tan alto como él. ¿No?
Sí, quería hacer de Nicholson Baker un poco a lo bestia, trabajando el día antes de que se enfriara, como recomendaba también Umbral al hablar de sus diarios.
6-¿Y lo has logrado?
Mira, esta sí que es una buena pregunta, pero la respuesta no da la talla : a veces sí y a veces no. Creo que cuando uno escribe debe pretender dos cosas. La primera, y aún más clara en el tema de un diario, es fijar un momento, de manera que al volver a él, pasado el tiempo, parte de lo que fue siga ahí. La segunda, de puertas afuera, es provocar en el lector cierta euforia, la sensación de que siempre hay cosas valiosas alrededor y que lo que nos falta es la capacidad de mirarlo de forma apropiada; una especie de rodeo que haga que lo trivial sea distinto por la forma de verlo.
7-El ego también tendrá algo que decir.
Correcto. Aquí también influye el ego, porque, entre otras cosas, se escribe para el ego y para ganar dinero y ser reconocido. La página no me ha permitido dar con una cantidad de lectores lo suficientemente grande como para establecer una relación con ellos y saber lo cerca o lejos que estaba de conseguir lo expuesto en el punto seis.
8-O sea, que con diez mil seguidores no hablarías de cansancio.
Un cansancio amortiguado, que es como tirarte de un edificio en llamas sabiendo que los bomberos han puesto debajo la colchoneta. No ser leído cansa bastante.
9-Así que se terminó lo de escribir.
Pues no. Me vuelvo al blog original “El coste de las cosas”, porque las reglas que me puse son más fáciles de cumplir y se resumen en una : escribir cuando me apetezca. Si me apetece mucho, pues mucho; si poco, pues poco. También quiero darle un empujón a una novela que anda por ahí y, para no quedarme con hambre, me meteré con una obra de teatro porque ahora se dan las circunstancias adecuadas.
10-¿Algo más que añadir?
Nada más. Bueno una cosa : Si por mi fuera, perdonaría a Guti y le haría un hueco en el Madrid.
Y muchas gracias a los fieles. Pocos, pero fieles.
lunes, 12 de diciembre de 2011
Un último esfuerzo
domingo, 11 de diciembre de 2011
Cómo perder una corona
“Aunque dibujo continuamente, pese a todo, tengo siempre la íntima sensación de no saber dibujar; en mi fuero interno, albergo muchas dudas. Un día haré un dibujo que, de una vez por todas, me hará sentir capacitado. Pero por qué precisamente ese dibujo, es algo que no puedo responder con seguridad” – Jimmy Liao “Hermosa soledad”
Pequeñas, idénticas y colocadas con el mismo cuidado que los bombones en una caja, no sé si llevarme una de esas figuras navideñas a la boca. Sería la mezcla perfecta en unas fiestas dedicadas a beber y a comérselo todo día tras día.
El Niño Jesús repetido en la misma postura, dejando que asome el dios que lleva dentro en dos dedos que parecen bendecir o advertir o tal vez pedir ayuda. Y el pastor que carga un saco al hombro para que el resto de las figuras parezcan más leves. Y la anciana que asa castañas como la de la Plaza de los Cubos. Y la joven que limpia la ropa en un río que tiene que imaginarse. Y el soldado romano que permanece rígido como si guardara la entrada de un restaurante caro. Y el Rey Mago que podría tener tu cara. Y un pato, la figura más barata. Y un ángel al que sus alas rígidas clavan en la tierra. Y la Virgen, que parece saber ya cuál va a ser el final de ese hijo al que mira. Y San José, con el gesto del que no se da cuenta de nada de lo que sucede, lo que le convierte en el eterno secundario.
Daniel se queda mirando esa serie de figuras que se repiten en todos los puestos de la Plaza Mayor.
-¿Por qué no las compramos y las cambiamos por las de Playmobil?
Respondes lo mismo que te respondieron a ti, como si también las explicaciones vinieran repetidas en cajas, para que sólo tengas que quitarles el papel, que este año puedes comprar una figura y el año que viene otra y el año siguiente otra.
He tenido mi oportunidad y la he desperdiciado.
sábado, 10 de diciembre de 2011
El poder de los elfos
En los puestos venden ponchos para protegerse de una lluvia que no molesta y en la que la gente que rodea el estadio no parece fijarse, alimentada por cierto calor interior que la hace inmune al frío o a las dudas. Los ultras aclaran sus gargantas con cerveza y comienzan a ensayar sus cánticos cerca de la puerta cero, con el tono festivo del que ya está celebrando algo a pesar de que quedan veinte minutos para que empiece el partido. Todos hemos escrito nuestra carta a Papá Noel y se la hemos echado en el buzón a Mourinho con la seguridad de que éste nos va a traer lo que queramos.
En medio de esa euforia contenida, que comparto, veo dos detalles que me inquietan. Uno es un cartel en el que leo “El sueño de una noche de verano”. El otro es la tranquilidad con la que se mueven los caballos de la policía, como si anticiparan que esta va a ser una noche sin problemas en la que la gente se va a retirar pronto a casa, cambiando el plan de la copa con los amigos por la sopa caliente en la cocina.
Dentro del estadio todo se desarrolla como siempre. La alineación del Barça se anuncia sin presentar las fotografías de los jugadores, lo que tiene cierto toque infantil o, analizándolo un poco más, protector, como si se nos quisiera evitar ver de frente a un rival que, todavía no lo sabes, se ha hecho con las cartas a Mourinho y las va a romper una a una. Los jugadores del Madrid si aparecen en las pantallas con su imagen, acompañados por el grito del locutor que los va nombrando con la contundencia del gorila que se golpea el pecho.
Al salir los equipos, unos son recibidos con aplausos y los otros con insultos que cruzan el cielo como guirlandas. Y antes de que la última guirnalda haya caído sobre el césped, Benzemá, a los veinte segundos, marca el primer gol, haciéndonos creer a todos que la Navidad, como dice la canción, va a ser blanca, alejados los enemigos a la distancia de nueve puntos.
Entonces el Madrid mira al marcador y ve un resultado. El Barça se fija en el 10 y apenas le presta atención, como si marcara la hora. El Madrid cree que ya está todo escrito y el Barça, al que se le ha negado su imagen, empieza a jugar como si tuviera que ganársela. Digamos que uno cree en Papá Noel y el otro ya sabe la verdad.
En ese momento la victoria del Barça se pagaba a seis euros, lo que nos habría hecho ricos a los madridistas si hubiéramos hecho más caso a lo que veíamos que a lo que sentíamos. El día que se cuente un partido con los comentarios de los hinchas se descubrirá que de puertas adentro uno no se engaña. Y entre los de mi zona empieza a aparecer pronto cierto malestar con lo que se ve abajo.
A pesar del calor del primer gol, el césped está frío. Bastan unos pocos detalles para saber que esta noche el Madrid no funciona. Lo que vemos abajo parece el resultado de unas consignas que han ido más allá de lo apropiado, como el que te cuenta los viajes de Marco Polo cuando le preguntas por una calle del barrio. Mourinho parece haberles hecho creer a cada jugador que el partido depende de él y sólo de él, para motivarles, y ahí están, jugando como si sólo existieran ellos y el resto del equipo fuera invisible. Mourinho le ha echado demasiados fideos a la sopa y esta se ha vuelto espesa. Guardiola, con ese toque de monje avispado, sabe que es mejor dejar el caldo ligero y así se lo ha hecho beber a los suyos.
El Barça ve pronto el cortocircuito del Madrid, que parece jugar hoy con su marca blanca y empieza poco a poco a aumentar su ritmo. No es que hagan un gran fútbol, pero digamos que saben cómo desactivar al Bernabéu. Primero nos mandan un mensaje a los hinchas, que captamos pronto, diciéndonos que esto es sólo cuestión de tiempo. Después, una vez instalada la duda en las gradas, los de Guardiola se dedican a decirles a los del Madrid que la grada ya no está con ellos y que Papá Noel no existen.
Ese es el planteamiento y hay que ser muy ciego o muy fanático para no darse cuenta de que el que está agitando el árbol es el Barcelona. El Madrid no reacciona porque juega once partidos a la vez, incluyendo a un Casillas cuyo reloj interno parece volver al ritmo de los demás mortales, que vemos las cosas cuando han sucedido, no tres segundos antes. El Barça sólo necesita de un fútbol ordenado, de un partido que comparten todos y que no brillará en las hemerotecas digitales del futuro, pero para qué más.
Y llega el segundo, claro. Y el tercero, normal.
Salgo del partido con mi hermano antes de que acabe. Afuera nos debía esperar un bullicioso sábado por la noche y nos encontramos con una noche de martes. La policía apenas se ve. No quedan ya puestos. La calle está limpia. Los camareros de los bares miran la pantalla mientras calculan el dinero que van a perder esa noche. La gente camina despacio, con las manos en los bolsillos. El murmullo del Bernabéu va desapareciendo. En el metro no hay cola para pasar el control. En el andén esperamos ordenada a que llegue el metro. Alguno manda mensajes por el móvil con la cara seria. Y, sobre todo, no nos hemos terminado la bolsa de pipas.
Los elfos, ya lo hemos visto, son culés y llevan un diez en la espalda. Como advertían, han roto todas nuestras cartas y nos han dejado un poco desconcertados, sin saber muy bien qué pedirle ahora a Mourinho.
viernes, 9 de diciembre de 2011
"Arthur Christmas : Operación regalo", de Sarah Smith
Iba resignado a ver esta película. Cuando hace siete años María entró en la habitación tumbada en una cama, con un enano a cada lado con los ojos cerrados y un gorro en la cabeza, nadie me dijo :
-Te vas a hartar a ver películas de Navidad.
No estábamos entonces para esas cosas, pero razón lo le habría faltado. Llega la Navidad y, con ella, las películas para el público infantil realizadas en su mayoría por mentes infantiles contando historias infantiles a precios de adulto.
Así que Diversia, seis y cuarto, y, en la pantalla, “Arthur y no sé qué”, que mucho interés en la película no tenía. Decía el resumen algo de un regalo que Papá Noel se dejaba sin entregar y que la niña estaba triste y tú con la niña. Las seis y cuarto y tantas cosas que hacer un viernes que casi no merece la pena pensar en ellas. “Arthur Christmas : operación regalo”. Vaya título.
La Navidad tiene estas cosas. La paternidad también.
Entonces llega Sarah Smith, la directora, con su historia y ya en los primeros minutos te das cuenta de que vas a tener que hacerle un hueco en la estantería junto a la fotografía de John Lasseter. ¿Dónde estabas entonces, Sarah, cuando tanto te necesité? Nadie es mejor que nadie, pero tú creíste vencer.
Cojo la toallita que entregan a la entrada, como la que acompaña la segunda ración de gambas para que las manos no te huelan a gambas (y que huelen, porque la gente se la guarda en el bolso, yo me la guardo en el bolso, tú te la guardas en el bolso) y vuelvo a limpiar las gafas 3D porque esto no es lo que me esperaba.
-Gracias, Sarah. Gracias, Sarah.
Párrafo futbolero : esperaba una película tipo Guardiola, ONG, suavizante qué bien deja mi ropa de Qatar y he aquí que la película rasca, que es bronca, que tiene un humor Mourinho que te mete el dedo en el ojo y que te obliga a reírte cuando no deberías reírte porque tienes un enano al lado al que deberías explicarle cosas para las que no tiene edad.
-Gracias, Sarah. Gracias, Sarah.
Gracias a Sarah y a su abuelo o a ese abuelo que ha creado saltándose como una campeona todas esas líneas rojas que se le ponen a una historia infantil porque ella sabe que al lado de cada enano hay dos adultos que han pagado la entrada y que también tienen su derecho a un rato de ocio en lo que llega el Madrid-Barça de mañana.
Párrafo cinéfilo : Rompiendo con la tradición Disney, Sarah crea un universo propio en el que, sirviéndose de algunas licencias, desarrolla una historia que tiene, como trasfondo, una clara evocación a Shakespeare y a su “Rey Lear”. Aunque vestida con las simbología navideña y ceñida a las obligatorias reglas de un discurso infantil, la película trata con honestidad el dilema del padre ante la elección de a quién cede su reino.
Párrafo mío : Me basta esa escena inicial de la niña, cruzando la calle de una plaza nevada para echar su carta, para tener la certeza de que ahí hay un equipo que es capaz de cuidar el detalle de una carta que cae en un buzón o de reflejar la magia de una gran nave sobrevolando el cielo.
La película es indudablemente buena por dos razones, y esas dos razones os las voy a dar : ni piden agua ni piden palomitas.
Hay un humor rudo que me gusta mucho, algo salvaje, indecente, políticamente incorrecto que Sarah lleva por toda la película con ese empuje de un equipo de fútbol infantil que trata de ganar el partido desde el principio sin preocuparse por los tobillos, las narices o los brazos de los rivales.
Y, dicho todo esto, también hay sitio para una historia tierna, infantil, dulce, optimista, alegre, sorprendente, distinta, animada, pelín canalla y trabajada que aceptamos sin rechistar porque todos necesitamos una de cal y otra de arena, somos así, qué le vamos a hacer. Queremos a un viejo Papá Noel en un cubo de basura tirado por un reno desorientado (tal cual) y queremos al aprendiz que es todo corazón y lucha por mantener la ilusión de una niña. Lo peor de la Navidad es que te mete el corazón en remojo y llegas a descubrir que algunas partes siguen blanditas y sensibles, con ganar se echarse encima una historia como ésta.
¿Hay que ir, en fin, con la cabeza agachada hacia la chica de la ventanilla? No. No. Y otra vez no. Os vais a sorprender con la película y con tal cantidad de detalles en la realización y en el guión que, aunque paguéis siete euros, Sarah y su equipo os van a dar la vuelta de un billete de cincuenta. Animo, buscad a un enano, y al cine. Nada de bajársela o esperar a que la den por el Plus. Hay que verla a lo grande y dejar que las carcajadas llenen el cine y aplaudir al final y salir contentos, agradecidos de que haya gente que se tome muy en serio lo de contar una historia.
Gracias, Sarah.