viernes, 30 de septiembre de 2011

"Maigret en la pensión", de Georges Simenon


Termino este libro en mi McDonalds favorito. Puede parecer un sitio extraño, pero es lo suficientemente tranquilo como para que, unas mesas más allá, dos hombres estén echando una partida de ajedrez. En la televisión juegan el Celtic y el Udinese en un partido que comenta Maldini, lo que da igual porque no tiene volumen. Ver un partido en silencio tiene un efecto terapéutico.

También lo tiene leer a Simenon en estas novelas de Maigret en las que no hay ni teléfonos móviles, ni ordenadores, ni asesinos en serie, ni persecuciones, ni crímenes macabros, ni conspiraciones, ni análisis de ADN, ni punkies psicópatas con un collar de perro en el cuello, ni pistas con forma de puzzle, ni grandes poderes en la sombra.

Leer novela negra de Simenon es como ver el fútbol sin volumen, lo que puede provocar muchas reacciones, algunas entusiastas y otras alérgicas. En mi caso tengo que admitir que mi admiración por el estilo de Simenon y sus historias se parece ya bastante a la veneración, con lo que entro en lo más profundo de la subjetividad, rozando ese tipo de experiencia mística de la que los entendidos salen incapaces de decir una palabra.

Antes de quedarme sin palabras ,tengo que elogiar la capacidad de Simenon de elegir personajes, de crearse un escenario y de fabricar un crimen en un ambiente casero, donde no huele a sangre ni a pólvora, sino a tabaco de pipa, vino blanco y guisos caseros. Leer a Simenon es como comer en Casa Paulino, con manteles de papel pero con una calidad en las materias primas que atrae toda tu atención.

En este caso, Maigret tiene que pasar unos días en una pensión de París para buscar pistas sobre el intento de asesinato de sus hombres. Las mujeres salen a la compra, para llamar por teléfono hay que dejar una moneda en una caja, en el restaurante ponen cordero dos días seguidos, la dueña de la pensión no deja de reírse, todos los inquilinos viven sus vidas esperando la oportunidad de mejorar y por la noche Maigret es capaz de reconocerlos a todos ellos por los ruidos que le llegan desde sus cuartos antes de dormir.

La acción : Maigret se dedica a tomar notas en su cuaderno sin llegar a ninguna parte porque, afortunadamente, aquí no existe internet y sólo se puede mirar y mirar hasta que llegue una pista que quizás no se presente. Sin prisas. Cómo me gusta cómo maneja Simenon el tiempo, la poca prisa que le mete. Parece un niño comiéndose un caramelo con cuidado, para que dure todo lo que haga falta.

Admiro tanto a Simenon y a Maigret, y no sé en qué orden, que no voy a decir nada más de la historia. Solo añadiré, claro, que la pista acaba apareciendo como un premio a la atención, a la paciencia, a la esperanza. Un simple detalle que están a punto de pasar por alto y que sirve para tirar del hilo.

“Maigret tenía el extremo del hilo y notaba un hormigueo en el pecho. Su único temor era que la mujer que tenía delante se encerrase en el mutismo”´

Detrás de esa pista hay una historia que justifica la paciencia de Maigret y el tiempo que le dedicamos al libro. Con Maigret uno va aprendiendo que, aunque la realidad tenga la apariencia de una pensión, debajo o enfrente hay una relación que contar en la que, ya ves, aparece el sexo, la codicia, la pobreza y la estupidez. Una relación que en esta novela termina en un final elegante, ajustado, perfecto.

Veo que el Celtic ha metido un gol, de penalti. Y que el McDonalds se va llenando de niños, que es lo suyo. Ahora suena una versión de Tracy Chapman. Una camarera va regalando globos de colores a los niños. Y el olor de las hamburguesas me recuerda que empiezo a tener hambre. Pero hay que ser paciente y esperar a que me llamen para ir a recoger a Lucia, que está pasando la tarde con una amiga, dejándome que yo pase la mía aquí con Simenon.

Uno de los jugadores de ajedrez le hace una fotografía al tablero. El otro guarda las piezas. Se marchan hablando entre ellos, de buen humor.

Si Simenon hubiera vivido en esta época habría podido titular uno de sus libros "Maigret en el McDonald´s”. No habría podido tomarse un vino blanco, pero con un café de un euro habría pasado la tarde como yo, sin ser molestado.

La llamada para recoger a Lucia no llega. Como el niño de al lado se descuide le quito la hamburguesa.

jueves, 29 de septiembre de 2011

La versión del director

Sería bueno tener la oportunidad de ver nuestra propia vida explicada por nuestro subconsciente, narrando las verdaderas razones por las que hicimos lo que hicimos y no aquellas que nos dimos para justificarlas. La versión del director, para resumir.

Esta noche, por ejemplo, preparo unas costillas para cenar, donde el verbo preparar debe tomarse en su acepción más básica, su versión demo, pues me limito a calentar el horno, quitarle el plástico que las envuelve, y meterlas diez minutos a 200 grados con dos últimos minutos de grill.

María, mientras tanto, también prepara a los enanos en el baño para que la combinación con las costilla dé como resultado una cena con niños con el pelo limpio.

Ese pelo limpio. Al pelo limpio le dedicare algún post para no salirme por la vía de servicio que este tema ofrece.

A las ocho y media los enanos están sentados en la mesa de la cocina con un plato con costillas y salsa barbacoa. Y es aquí donde me hago la pregunta que debería responder mi subconsciente en la versión revisada de mi vida. ¿Por qué hay esta noche costillas para cenar? la respuesta evidente, y poco ilustrativa, es que les gustan las costillas y que así hacemos algo diferente.

Aquí acabaría un post más bien correcto que tendría como único mérito el no presentar faltas de ortografía.

Pero lo cierto es que puede haber otras razones.

1-Cierta rebelión frente a la tristeza de esas compras en el Mecadona. Las costillas las compro en el Hipercor, en una sección que dedican a la comida alemana, donde también me llevo tres salchichas al curry. En el coche voy pensando en la compra, algo que nunca hago al salir de Mecadona.

2-Ver cómo Lucia deja las costillas limpias, como me imagino que hará con los problemas intelectuales que se encontrará en su vida, analizándolos para después ofrecer una solución lisa, perfecta, ordenada.

3-Ver cómo Javier se mancha las manos, la boca, el pijama.

4-Imaginarnos por un rato haciendo de alemanes, por si llega el momento en el que, sin posibilidad de devolver las deudas, se cambie la Constitución el nombre y la lengua oficial de este país.

5-Usar el horno para que la cocina se llene de olor a comida.

6-Usar las manos.

7-Cierto aire a fiesta : sí, nos conformamos con poco.

8-Algo sobre el tamaño de las salchichas al curry de lo que no puedo hablar aquí

9-Es que hay que ver el tamaño de las salchichas.

10-La imagen de las costillas en el plato, como algo definitivo , contundente, frente a cierta sensación de provisionalidad de las demás cenas, en las que, más que tomar la iniciativa, tenemos la impresión de defendernos con el arroz, la pasta o el pollo desde el fondo de la pista.

La respuesta puede estar en una de éstas o escondida, tal vez por alguna conexión de la que nunca seré consciente. A veces uno tiene la sensación de vivir una versión censurada de sí mismo.

Cuando terminan las costillas, sí, les obligamos a caminar con los brazos elevados hacia el cuarto de baño, bajo pena de cadena perpetua si tocan algo. No bromeamos con lo de la cadena perpetua.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Receta para una noche de insomnio


La receta para una noche de insomnio es fácil. Basta con unir en un párrafo las siguientes palabras : Páncreas, artefacto, centímetros, área, hipoecogénica, recomendación, etiología, proceso, uncinado y TAC. El orden da igual.

Una vez que se hayan mezclado, el siguiente paso para garantizar la noche de insomnio es consultar en Internet algunas de ellas. Qué de cosas se aprenden en Internet. Después de la lectura del tercer artículo, puedo sentir el sudor correr por la espalda. Parece una frase hecha, pero no lo es. Lo bueno de Internet es que no hay intermediarios entre tú y tus miedos.

Es, lo aseguro, una receta simple pero efectiva. Como la de las magdalenas.

Al día siguiente, por la tarde, acudo al médico, que lee la misma hoja que yo sin que se le cambie la expresión de la cara.

-Siempre que se busca, se acaba encontrando algo, pero es que yo no buscaba nada en el páncreas. Los análisis no decían nada del páncreas. Y el páncreas es muy chivato. Además, está bastante escondido y resulta complicado verle bien con este tipo de ecografías.

No puede ser que le tenga tan poco respecto a mi noche de insomnio.

-Haremos el TAC para quedarnos tranquilos, pero aunque apareciera algo, yo no me preocuparía.

Tengo otra frase hecha de la que, no sé por qué, me suelo reír cuando la recuerdo : Una palabra tuya bastará para sanarme. Ahora la recuerdo de nuevo, pero no tengo ninguna gana de reírme.

El sobre con la ecografía y su comentario pesan menos cuando salgo.

martes, 27 de septiembre de 2011

La medalla de oro


La profesora de Daniel nos cita a todos los padres y todas las madres para explicarnos cómo va a ser este año escolar, qué es lo que van a aprender.

Tenemos que acudir a las cinco y cuarto, poco después de que los niños hayan dejado la clase, para que, cuando nos sentemos en sus sillas, sintamos todavía un poco tibios los pupitres y así nos centremos más en este momento. No nos encontramos ni en casa ni en el trabajo ni en el sitio en el que tal vez nos gustaría estar. Se trata de tener la cabeza aquí, uniéndonos a la clase y al momento, de que, sin dejar de ser los padres, seamos también un poco nuestros hijos.

Las madres analizan el estuche que cuelga de cada mesa y cuando reconocen el de su hijo se sientan ahí. Sacan los libros del cajón y los hojean, buscando pistas.

Yo no sé cómo es el estuche de Daniel, lo que me hace sentir culpable. Con razón. Ese estuche es un tema entre María y Daniel en el que yo no entré. Sé cómo es su mochila, pero no el estuche que lleva dentro de ella. Ahora veo las consecuencias de quedarse al margen de la vida de algunos objetos. Una lección que me llevo de esta clase. Si hubieran venido todos los padres, habría acabado, por eliminación, en la mesa de Daniel, pero no es el caso. Me siento en una libre.

Cojo un libro de la cajonera para leer el nombre de una niña cuya madre no ha venido a la reunión. Creo que hay pocas razones para perderse una reunión como ésta. Aunque sólo sea por asomarse a la vida de tu hijo y poder imaginarse mejor cómo pasa el tiempo aquí : esa es la pizarra en la que se fija, ésas las perchas en las que cuelga su abrigo, ésta la pared en la que se muestran sus trabajos.

La profesora concede dos minutos de plazo y comienza la reunión lamentándose de lo bien que nos entregó a nuestros hijos antes de vacaciones y lo mal que se los hemos devuelto. Silencio tenso, culpable, que ella rompe para anunciar que, a pesar de todo, gracias a sus esfuerzos en un par de semanas se ha solucionado todo.

La aguja de mi culpabilidad abandona la zona roja pero sigue en la naranja por el tema del estuche de Daniel.

La mayoría son madres, lo que me hace pensar que, no sé por qué, que ésta es una reunión de mujeres porque ellas son las que se fijan en los detalles, las que tienen la pregunta o la queja justa.

-¿Por qué no se les insiste en que cojan bien el lápiz?

o

-¿Tienen que seguir utilizando el lápiz rojo para las sumas?

o

-¿Es recomendable que se limpien los dientes después de comer?

o

-¿Por qué llegan con la ropa tan sucia a casa?

o

-¿Es bueno que se les acompañe con los deberes o hay que dejarles solos?

o

-¿Tienen que leer en voz alta?

o

-¿Hay algún tipo de castigo si dejan de hacer una terea?

o

-¿No deberían tener una clase de música?

o

-¿Quién decide y cómo si un niño va a clase de apoyo?

o

-¿Es verdad que la comida que les sirven está fría?

Los pocos hombres que estamos en la clase apenas hacemos preguntas. Ni apenas : no hacemos preguntas. Si por nosotros fuera, no se habría comentado nada. Habríamos escuchado las explicaciones de la profesora y nos habríamos marchado. Los hombres, para esto, somos muy aburridos. Se nos da muy mal hacer de madres.

Yo, por ejemplo, tomo nota de todo, porque al estar sentado de nuevo en un pupitre me entran ganas de copiar todo lo que aparece en la pizarra. Absolutamente todo. No puedo evitarlo. Echo mucho de menos esa relación en la que alguien al que reconoces que sabe más que tú, te enseña algo que va a ser interesante y útil para ti.

(Aprenderán ortografía, aprenderán a leer con entonación y velocidad, aprenderán a escribir pequeños textos y narraciones, aprenderán las tablas de multiplicar del 1 al 10, aprenderán a conocer los números hasta el 999, aprenderán a dominar sumas y restas con llevadas, aprenderán a multiplicar por una cifra, aprenderán a resovler operaciones de cálculo mental, aprenderán a realizar series, aprenderán a resolver problemas de sumas, restas y multiplicaciones de dos operaciones, aprenderán a averiguar qué término falta en una operación, aprenderán a conocer el cuerpo humano, aprenderán a clasificar los animales y las plantas, aprenderán as profesiones, aprenenderán los medios de comunicación y aprenderán a conocer, observar y explorar las características del entorno social y cultural. Entre muchas otras cosas, aprenderán todo esto que anoto)

Echo tanto de menos esa relación que estaría ahí sentado toda la tarde y toda la noche, para sentarme junto a mi hijo al día siguiente y colorear con él las partes del cuerpo humano, como veo que han hecho en los dibujos que están colgados en la pared.

El Excel nos ha arruinado la vida.

Una mujer pregunta y las demás asienten al escuchar la respuesta. Hay una unión entre ellas que queda en evidencia cuando al terminar la charla forman grupos para seguir comentando temas pendientes. Me despido y me marcho hacia el coche pensando en que un padre nunca estará tan próximo a sus hijos como una madre. Podrá quererles lo mismo, pero en el cuello tendrá la medalla de plata, no la de oro.

También pienso en la respuesta a la pregunta sobre la limpieza de los dientes :

-Si hubierais visto lo que hacen en el baño con los cepillos de dientes, ni os lo plantearíais. Yo tengo un hijo en el colegio y no le dejo que se los limpie.

Hay cosas de las que es mejor no ser testigo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Su primera poesía

El Otoño

Una mañana

Doña Castaña salió,

miró al cielo y se mojó.

¿Qué está pasando?

¿Qué está cayendo?

¡Es sólo agua,

está lloviendo!

Es el otoño,

que ya ha llegado.

¡Que loco el tiempo!

¡Cómo ha cambiado!

Anónimo

Dejamos la poesía en la nevera. Los enanos la repiten mientras preparamos la cena, mientras caminan por la casa, durante la cena, después de la cena, viendo la televisión, cepillándose los dientes, poniéndose el pijama, haciendo pis, antes de escuchar el cuento y, creo, en sueños.

La repiten sin equivocarse, incluyendo lo del anónimo.

Recuerdo los elogios de Pennac hacia ejercicios de memoria como éste en su libro “Mal de escuela”. Voy a buscarlo para leer algún párrafo sobre la memoria pero no lo encuentro. Parece un mal chiste : no recuerdo dónde lo he dejado.

domingo, 25 de septiembre de 2011

De su padre y de su madre.

Ella : Sandwich de pollo, a mi lado, con sus pegatinas, su vaso de agua y sin salsa.

El : Hamburguesa, al lado de María, con la cerda de juguete, su vaso de fanta de naranja y el ketchup.

Cuando terminan, la camarera les trae unos pequeños cucuruchos helados. Los dos se dedican a lamerlos por fuera, disfrutando de la escarcha.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Goles y neutrinos

Los neutrinos, dice el periódico, van más deprisa que la luz. Eso tiene una serie de implicaciones tremendas en el campo de la física, según dicen, porque podría viajarse al futuro.

Yo puedo viajar al futuro o al pasado sin necesidad de grandes gastos. Lo hago, sin problemas, en el Bernabéu. El chaval que está sentado detrás de mí soy yo hace veinticinco años. Así que, desde mi punto de vista, estoy viajando al pasado. Desde el suyo, lo que tiene enfrente es su futuro.

Sorprendente. Y, en el césped, el Rayo le mete un gol al Madrid en el segundo cuarenta. La lógica, la física y la economía, por los aires.

Bueno, al viaje en el tiempo. Ese de atrás, sin ser yo, soy yo. Hace veinticinco año yo era así : Insultaba al árbitro, coreaba los gritos de los Ultra Sur, me ponía de pie, sabía quién era cada jugador por la forma de correr, celebraba cada saque de esquina, les decía dónde tenían que pasar el balón, gritaba eso de “eeeeeeeeee….¡cabrón”” cuando sacaba el portero, me unía a los cánticos, “illa, illa, illa, Juanito maravilla” y me comía el bocadillo de no sé bien qué sin quitarle el papel de plata (vamos, todo para adentro)

Así era yo.

Y el yo del futuro, con veinticinco años más, se gira al yo del pasado cuando celebra el empate del Madrid como si hubiéramos ganado la Copa de Europa.

-Que no hemos ganado la Copa de Europa – me digo.

-¡Hay que salir del bache! – me respondo.

El yo del futuro desea, en silencio, que gane el Rayo. El futuro, le explicaría al yo del pasado, es algo complejo. Empata el Madrid y, realmente, me jode. Me hubiera gustado que ganara el Rayo porque es capaz de plantar cara y porque me gusta ese lateral que vuelve loco a Marcelo.

-Lass – me dice el yo del pasado.

Lass. Es bueno ese Lass.

Ah. En el partido de neutrinos solteros contra rayos de luz casados, el resultado es : Luz 2,40000, neutrinos 2,39994.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Bienvenida al otoño

Hay algo que rompe nuestra rutina a las ocho menos cuarto.

Hasta que ese algo aparece, la mañana es la misma. Dos zumos de naranja en la mesa. Una taza de Disney con leche. Una taza de Spiderman con leche. Una cuchara. Un bote de Cola-cao. La ropa de los enanos en la mesa del salón. Sus zapatos en el cuarto de baño. Las mochilas. El cepillo del pelo. La colonia.

Entonces, justo cuando los enanos van por el pasillo camino del cuarto de baño, María me llama.

-¡Corre!

Y corro y me fijo en la zona que señala con su dedo índice. Ahí, pequeña y algo nerviosa, una araña avanza deprisa, como si supiera que ha elegido mal momento para aparecer.

-¡Mátala!

Voy a matarla pero dudo. Dudo porque me acuerdo de un párrafo de Juan Carlos Suñén en su post “Cuatro renglones”

“Las arañas empiezan a entrar en casa y eso significa el final del calor y vaticina un otoño felizmente previsible. Aquí lo del cambio estacional no es pura formalidad: poco a poco, pero rápidamente, el invierno cierra las puertas y agita las contraventanas y no es raro que pasemos sin vernos unos a otros unos cuantos meses; así que la frontera del frío justifica, si no un examen de conciencia, no un exhaustivo recuento, sí un mínimo recordatorio que impulse al ánimo hasta el tramo siguiente, un adiós al verano más formal del que recibe en latitudes más cálidas, donde es el calendario laboral quien dicta su finiquito.”

Hay momentos en los que sé lo que quiero contar pero no recuerdo cómo se hace. Para acabar con ese bloqueo visito varios blogs, entre los que está el de Suñén, de lectura obligatoria. Los leo, los disfruto, y me vuelvo al mío con los músculos ya listos y los dedos ágiles. Hay pocas cosas que disfrute más que ese momento en el que la idea ya ha encontrado el tono en el que expresarse. Lo que llaman fluir. Sólo por alcanzar ese punto merece la pena esforzarse en escribir.

Así que ahí está la araña, temiendo que llegue la zapatilla que acabe con ella y yo, en busca de esa zapatilla, me dedico a pensar que nosotros, aunque no vivamos en Magaz de Abajo, también una araña que ha entrado en casa. Quizás en otoño lo hagan en todas las casas sin que lo sepamos.

Para eso están los poetas, para fijarse en esos detalles.

Voy despacio al dormitorio porque no sé si quiero matar a esa embajadora del otoño. Es pequeña y está asustada. Hago como que busco las zapatillas sin mucho interés. Una desgana ecológica. Le doy tiempo a la araña para que corra y se esconda. Hay muchos stios en los que hacerlo.

-¡Ya está!

Me asomo al pasillo y veo a Daniel con el pierna derecha adelantada. Debajo de su chancla está la araña. El amante de los animales no ha tenido ninguna duda.

-Para que no nos eche su veneno – me dice.

Sólo espero que el otoño no se vengue de nosotros.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Despachos y garajes

En el estrado están Agustín Delgado, de Iberdrola, Javier Santiso, de Telefónica, Alfonso Ochoa, de Adif, Regino Moranchel, de Indra y Antonio Arena, de Molecor.

Entre los que escuchan, estoy yo, tomando notas con mi iPad, que para algo estoy en un evento organizado por el CDTI : “Compra, capital y ayudas en la nueva política de innovación”. Se trata de demostrar que nuestra economía puede avanzar por otros caminos distintos al del ladrillo. Eso dicen y yo, no sé por qué, recuerdo la imagen de Virginia Wolf metiéndose en el río con los bolsillos llenos de piedras.

Pero aquí nadie habla de Virginia Wolf. Se habla de cogestión, de empresas tractoras, de la necesidad de cooperar, de internacionalizarse, de invertir parte de la facturación en innovación, de la necesidad de liderazgo en este tipo de programas, del apoyo de la administración, del dinero que se ha invertido y el que se va a invertir, de la ambición y de Gladiator.

Correcto, me digo, y anoto todo esto porque es importante.

El problema de este acto, que suena a despedida del equipo gestor del CDTI, es que huele a despacho, a corbata y no a vaqueros y a garaje. Esto parece una reunión alrededor de la chimenea recordando viejos tiempos, cuando uno era pequeño y tenía la cabeza llena de ideas.

No sólo no huele a garaje. Es que tampoco se cuela entre tanto discurso una de esas ideas que hacen que la realidad se eleve, arrancando sus pilares y moviéndose hacia otro lado.

Con todo el respecto para la gente que había ahí, ese escenario tendría que haber estado ocupado por las ideas de los emprendedores. Uno tras otro deberían haber expuesto sus proyectos todos los que, en empresas recién creadas e inestables, como ciervos recién nacidos, luchan por convertir su idea en un producto o servicio que llegue al mercado.

Eso es lo que me habría gustado y lo que eché en falta. Parecía una fiesta en homenaje a alguien a quien no se hubiera invitado.

Así que me marché como llegué, sin tener una idea de qué es lo que los nuevos emprendedores tienen en la cabeza.

Claro que, tener una idea está bien, pero si de verdad quieres que el Estado ponga dinero, mucho dinero, lo suyo es montar un banco.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mi magdalena es un sandwich

Cuatro lectores.

Encima de la encimera (qué poco me gusta esta palabra, pero es que estaba encima de la encimera). Encima de la encimera. Empezamos bien. A ver si con el segundo intento nos centramos.

Tres lectores.

Sobre la encimera veo un sándwich envuelto en papel de plata. El sándwich es rectangular. Podría haber tenido forma triangular, pero es rectangular. No sé por qué, pienso que, manteniendo las demás variables iguales, engorda más un sándwich rectangular que otro triangular.

Dos lectores.

Con la mierda de la disquisición sobre las calorías y la forma he perdido otro lector. O lectora. Qué susceptibles están. Igual andan de lleno en la primera fase de proteínas de la Dunkan y no han querido seguir leyendo de sandwiches. O igual se han levantado a comerse un sándwich, mandando al Dunkan a la mierda.

Un lector.

Querido lector. Querida lectora. Dirigirse directamente a ti, rompiendo esta cuarta pared que también hay entre nosotros, supone cierto atrevimiento estilístico que…

…que…

Pues me he quedado solo.

Sólo yo y el sándwich. Puta encimera. Si hubiera elegido otra palabra, si hubiera puesto el sándwich de las narices en otro sitio, el tono de este post habría sido diferente. Lo era antes de escribir ese paréntesis en el que he encerrado mi queja.

Más que escribir sobre el sándwich y sobre el papel de plata y sobre cómo me gusta hacer una pelota con él y tirarlo a la basura y sobre la nocilla y sobre el placer de pasarse el cuchillo por la lengua para rebañar la nocilla que se queda pegada (sí, también pienso en esa escena de Drácula) y sobre la sucesión de colores de un sándwich (blanco, marrón, blanco, la bandera de la merienda) y sobre la seguridad de que Proust habría cambiado la magdalena por un sándwich de nocilla si lo hubiera probado, hombre, que no tuvo oportunidad, y sobre el pasado, y sobre el hecho de que hay algunas cosas que parece que no cambian, pero es mentira, porque nosotros sí cambiamos y, al hacerlo, lo demás no puede permanecer igual, piénsalo, ya verás que sí...

(tomo aire)

...más que escribir sobre todo eso, digo, me apetece comerme el sandwich. Voy a comérmelo antes de que alguno de mis hijos me vea y me diga que se lo estaba guardando de postre.

Mira, en dos bocados.

Y aquí se queda la cuarta pared, con migas y ya sin escritor.

martes, 20 de septiembre de 2011

Por las buenas o por las mulas

Simenon sabe que lo intenté por las buenas, que busqué y busqué, que mi idea era comprar los libros que me faltan de Maigret, pero ahí donde debía estar Maigret sólo había autores suecos, o finlandeses o noruegos o qué sé yo.

Ni rastro de Maigret.

Y, como no pudo ser por las buenas, fue por las mulas.

Y ahí está, en el iPad. “Maigret en el pensión”. El ritmo de Simenon desde la primera página.

“Instalados en su rincón habían tomado un primer aperitivo mirando al vacío, como hacen las gentes que han terminado su jornada” (Página 1)

“Hay cosas que, al ser comentadas, resultan exageradas, cuando en la realidad son mucho más sutiles” (Página 1)

“Y había usado el verbo “aprovechar” sin darse cuenta, sin que aquello reflejase lo que realmente pensaba” (Página 1)

“¿Qué le apetecía cenar? Como estaba solo y podía ir a cualquier sitio, se planteó gravemente la pregunta, pensó en los diferentes restaurantes capaces de tentarlo, como para una ocasión excepcional” (Página 2)

“El camarero lo miró con algo de asombro, de reproche. Estando solo, no podía tener una buena mesa, y lo colocaron en una especie de pasillo, contra una columna” (Página 2)

“No se atrevió a pedir un vino muy fino, siempre por no parecer que se aprovechaba” (Página 2)

“En resumidas cuentas toda la tarde había sentido la sensación de no estar en su sitio y, si bien no había hecho nada censurable, sentía en algún repliegue de su conciencia una especie de remordimiento” (Página 3)

“Estuvo seguro, en el momento mismo, que su malestar de toda la tarde iba a quedar explicado con alguna notica desagradable” (Página 3)

“Corrió hacia la entrada del Cochin y sintió el vaho de todos los hospitales que había conocido en su vida” (Página 4)

“¿Por qué aquella luz, a la vez pobre y cruel, que solamente había allí y en cierto tipo de locales administrativos?” (Página 4)

Creo que descatalogan estos libros de Maigret para que los cojos puedan salir al campo.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Ya sabes lo que pasa


De él sólo sabía su nombre, la empresa en la que trabajaba y su mail. Por la forma de escribir, diría que tendría uno treinta y pocos años. Y me lo imaginaba, no sé por qué, delgado. Sería curioso descubrir qué es lo que hizo que me lo imaginara así. Delgado.

Era poca la comunicación entre los dos. Me limitaba a mandarle las facturas y a preguntarle si había algún problema con ellas cuando, llegado el plazo, no veíamos el ingreso en la cuenta. Respondía rápidamente, diciéndome, educadamente, que se iba a poner en contacto con los de contabilidad y me lo imaginaba mandando un mail al instante para preocuparse por el pago de esa factura.

Las cosas iban bien entre nosotros porque, efectivamente, a los pocos días veía el dinero en el banco. Un tipo eficiente.

Una vez tuvimos que solucionar un problema relacionado con el tema de la prevención de riesgos. Faltaba uno de esos documentos que demuestran que has hecho esos ridículos cursos en los que te enseñan a no coger dos cables pelados que echan chispas si tienes los pies desnudos metidos en el agua.

Aprovecho para recomendaros que, aunque suene divertido, no lo hagáis en vuestra casa. Sólo, eso sí, si sois especialistas y gilipollas. Las dos cosas a la vez.

Conseguí en un par de días ese documento y él me lo agradeció con las palabras justas. Sin decirme nada, me imaginaba que le habían estado pidiendo esos papeles cada media hora y que pensaba que yo le iba a dar largas varias semanas. Pero todo se dio bien (a veces sale el sol durante unos minutos en el mundo de la burocracia) y pude devolverle sus favores.

Una buena relación que no daba para escribir “Cumbres borrascosas 2”, lo sé, pero teníamos la confianza de que el otro iba a hacer las cosas bien. El apasionante mundo administrativo del que tan pocas cosas buenas se han escrito.

Hoy, al mandarle una nueva factura, el sistema me ha devuelto un mensaje de error. Qué error ni qué cojones. Reenvío. Y u nuevo error. Y la comprobación de que el mail es el correcto y un nuevo reenvío. Así, peloteando en la red. Hasta que llega el tercer mensaje y ya sospechas que algo pasa.

Ya sabes lo que pasa.

domingo, 18 de septiembre de 2011

"El mar", de John Banville


Encontré “El mar”, de John Banville, en "La atalaya", una pequeña papelería de Conil en la que había entrado para ver si daba con algún libro de Maigret. No había ni rastro del comisario, pero lo de ver que un libro se titulaba así, cerca de una playa, me pareció una coincidencia interesante. Y me llevé el libro.

Y me quedé deslumbrado por él. La clase de libro en el que te puedes refugiar como lector y como escritor. De hecho, ahora voy a buscarlo y me sorprende ver que se trata de un libro fino. Lo recordaba grueso, tal vez porque cada palabra tiene una razón para ocupar su sitio y porque con el tiempo ha ido creciendo en mi cabeza.

“En cualquier caso, a lo que hago tampoco lo llamo crear. Crear es un término demasiado grande, demasiado serio. Los creadores crean. Los grandes crean. En cuanto a los que somos medianías, no existe palabra que resulte lo bastante moderna para describir lo que hacemos y cómo lo hacemos” (Página 41)

Esta cita, por ejemplo, no la busco. Simplemente abro el libro y ya encuentro qué destacar. Todo el libro es una gran cita. Hay un cuidado en la escritura que me recuerda a esa advertencia que hacía Harper Lee sobre la paciencia y el trabajo de artesanía que todo libro debería llevar. Y este es pura artesanía. Basta leer para darse cuenta del trabajo que hay detrás, de todas las palabras que se han eliminado para poner exactamente las que tienes delante. Dentro de un estilo que no busca gustarse a sí mismo, el lenguaje por el lenguaje, sino que ha sido construido para que la historia avance, emocione y termine con un gran final. Un gran, un grandísimo final para cada época de la historia.

La historia, por centrar un poco el libro, presenta a Max Morden, un hombre derrotado, que acude, después de la muerte de su mujer, al pueblo en el que pasaba las vacaciones de pequeño. Ahí recuerda, con todo el cuidado que puede, los detalles de un verano especial en el que conoció a los Grace, una familia totalmente opuesta a la suya.

“La señora Grace está sin aliento, y se hincha la tersa ladera de su pecho, color arena. Levanta una mano para apartarse un pelo que se le ha quedado pegado a la frente mojada y fijo la mirada en la secreta sombra que hay bajo la exila, azul ciruela, el tono de mis húmedas fantasías en noches venideras. Chloe se enfurruña. Myles vuelve a escarbar violentamente en la arena con su palo. Su padre dobla el periódico y mira al cielo entrecerrando los ojos. Rose examina un botón flojo de su blusa. Las pequeñas olas se levantan y rompen, y el perro anaranjado ladra. Y mi vida ha cambiado para siempre.

Pero, entonces, ¿en qué momento, de entre todos los momentos, nuestra vida no cambia completamente , totalmente, hasta el cambio más trascendental de todos” (Página 35)

Sigo leyendo más allá de esta página. Me dan ganas de dejar aquí este comentario y seguir leyendo.

“La felicidad era diferente en la infancia. Entonces se trataba tan sólo de acumular, de coleccionar cosas – nuevas experiencias, nuevas emociones – y aplicarlas como si fueran relucientes azulejos en lo que algún día sería el maravillosamente acabado pabellón del yo” (Página 124)

El recorrido de Max Morden por ese especial verano se detiene en los tópicos del primer beso, del erotismo, de los días largos, del descubrimiento, pero con el contraste de una mirada dura y sincera que trata de no engañarse. Parece que parte de su empeño estuviera dedicado a acabar con la fascinación de ese verano sin apenas lograrlo, como si lo que la memoria guarda de él tuviera la consistencia que su vida, en el momento actual, no tiene.

Ese verano no se termina ahí. Se puede decir que tanto el pasado como el momento presente tienen un final que lo cierran y que obligan a leer el libro para quitarle una capa más y adentrarse más en su significado. Por respeto, no diré nada más.

De hecho, no pensaba decir nada de este libro hasta pasado más tiempo. Un año. Dos. No sé. Mi intención era comentar el titular de El País de hoy : “La crisis obliga a la UE a sanear otra vez las cuentas de los bancos”. Una frase que debería ser analizada palabra por palabra, sobre todo ese verbo, sanear. ¿Quién, salvo algún hijo de puta, va a oponerse a una operación que quiera sanear algo, aunque se trate de un banco?. Buena elección del verbo.

Quiero tirar del verbo y me marcho a la página 30, donde se dan más detalles de la pupa de los bancos y de las medicinas que hay que darles. La quita de la deuda griega puede llegar al 50%, en un país en el que el PIB se ha contraído un 7,3%, el consumo un 7% y la inversión un 17% en el segundo trimestre. Los bancos, que han comido mucha deuda pública en mal estado, por unos 100.000 millones de euros, pueden llegar hasta necesitar 200.000 millones para recapitalizarse (cubrir el dinero que no van a obtener de la deuda perdida) según el FMI. Si la zona euro cae, las cosas se pondrían mejor : los bancos necesitarían de dos a tres billones para recapitalizarse. Una cantidad que implicaría un coste de 10.000 euros por persona durante el primer año más unos 3.500 euros adicionales en los años siguientes. En ese caso, el PIB de Grecia podría caer un 50%.

Muy divertido.

Acudo a la página 30 y al principio del artículo que firma C. Pérez se citan unas palabras de Benville.

“Empieza a ser peligroso dejar Europa en manos de políticos, economistas y banqueros. Muy peligroso”. Parece que C. Pérez estuviera él también cansado de todas estas cifras, de dar unos datos que no sirven para nada al lector y que, en el fondo, quisiera hablar de otra cosa. Empieza un párrafo volviendo a mencionar a Benville : “Ese perfecto desastre al que alude el autor de la fascinante "El mar"…” Y en ese fascinante se abre una rendija por la que esconderse. Es el momento de volverse lagartija (que huelen a hierba, como bien sabe Cristina Sánchez-Andrade) y escaparse por ahí a libros como el de Benville.

Dejar detrás toda esta mierda que se nos viene encima y no parar hasta ver al fondo, por fin, el mar.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Nuestro Moby Dick particular


No hace falta mirar el calendario. Hoy es el último día de piscina, así que, oficialmente, para mí se acaba el verano. No sé para qué quiero unos cuantos días más de propina si ya no me puedo bañar en la piscina. Quizás, lo admito, no fuera a bañarme más, pero hay una gran diferencia entre no bañarte y poder hacerlo y no bañarte porque no puedes hacerlo.

Así que aquí, desde esta misma frase, ya es otoño. Oficialmente y con todas sus consecuencias.

Antes de que llegue el otoño, no obstante, voy a contar cómo ha sido nuestro último baño. ¿Le importa al mundo cómo ha sido nuestro último baño? No. ¡Qué coño va a importarle! Pero el mundo anda mirando a Grecia, a Libia, a Japón, a Bruselas, a Lisboa. Hay tantos sitios en los que fijarse que el que haya llegado a este párrafo seguramente querrá, seguramente deseará, seguramente necesitará que alguien le cuente algo tan intrascendente como esto.

Porque intrascendente va a ser.

No puedo hacer milagros con Daniel, una ballena gris y una lancha de Playmobil con un tipo que la conduce con unas manos que parecen de pato, no de persona, que no tienen dedos las manos de los de Playmobil.

Total, que con esos elementos nos montamos en la piscina Moby Dick. Así, a lo grande. Clásicos infantiles en la piscina. Instruir divirtiendo, como dice el padre de los del programa “Melodías pizarras”. Con un par y apostando por lo bueno, a ver si evito que de mayor lea cosas como “Los hombres que no querían a las mujeres…” y se crea que tiene literatura.

Jajajajajaja. Por encima de Melville, Simenon, Berger, Bernhard, Ortega, Woolf, Coetzee, Banville…anda que no vamos a hacer una buena muralla para que no se acerquen los pelagatos.

Es cierto, eso sí, que nuestra adaptación es un tanto, un poco, algo alejada de la realidad. La ballena es gris y Acab tiene las dos piernas y estamos en una piscina y nadamos de un lado para otro y la ballena echa agua encima de Acab y se come a Acab y vomita a Acab y la ballena salta por encima del agua y Acab parece desorientado y Acab apenas tiene tiempo de sentarse en la popa de su barco a fumarse una pipa porque no fuman estos de Playmobil.

Lo único que se mantiene fiel a la novela es que, al final, Moby Dick gana. En fin, que alguna de las funciones de Propp, el bueno de Vladimir Propp, habremos desarrollado a nuestra manera, lo que no está nada mal.

El agua está tan fría que me empiezan a doler las piernas.

Apenas acabo de salir cuando María baja con Lucía para que se bañe conmigo. Muy bien. No hay dolor. Afortunadamente, Lucía viene a lo que viene. Hacemos unos pocos largos y al rato se sale para secarse con mi toalla. Creo que ésta es la parte que más le gusta, cuando me ve a su lado apenas cubierto con la suya.

Nos quedamos los tres sentados en este falso césped. Las nubes empiezan a cubrir ya el sol, al que, de todas maneras, sólo le quedaban unos veinte minutos más.

Tengo frío pero no les meto prisa para subir. Me fijo en la ballena, en la barca, en las gafas de bucera, en sus chanclas, en sus toallas y en ellos.

Y ya está.

Ya podéis volver a Grecia, a Libia, a Japón, a Bruselas, a Lisboa. Este año el mundo va a girar muy deprisa en el sentido contrario. Tal vez nos saltemos el otoño y nos instalemos directamente en el invierno.

viernes, 16 de septiembre de 2011

El escaparate o el inventario

Recorremos los pasillos del Toys 'R' Us con Lucía y Daniel. Los dos tienen el dinero de su cumpleaños en el bolsillo y quieren gastárselo, como si temieran que fuera a perder valor conforme pasan los días.

Toys 'R' Us es, para ellos, la tienda de la jirafa, porque tiene una grande en la entrada. Nosotros les corregimos y le decimos que no, que se llama Toys 'R' Us, como si los de Toisarás (estoy cansado ya de escribirlo bien) nos pagaran por mantener limpio su nombre. Pero qué obedientes somos. Tan obedientes en estas cosas, ¿cómo no vamos a portarnos tan bien con los bancos, que no nos dan dinero, no, pero le pagan la gasolina a Fernando Alonso para que llegue el tercero?. ¡Échale Red Bull en el motor, hombre, que de tan evidente hace daño!

A lo que vamos. En los pasillos, con los miles de juguetes en el toisarás (sí, también le quito la mayúscula) y dos niños con dinero en el bolsillo. Intentamos desarrollar un poco de empatía y les decimos, casi, casi de corazón :

-Tomaos el tiempo que queráis.

Lo que hace que sonrían, claro, que a veces las buenas obras tienen su recompensa. Paciencia. Ellos lo ven todo, como si, en el fondo, fueran inspectores comprobando algo. Para que el placer sea completo, tenemos que estar a su lado. Empiezan por la zona de los Playmobil y, sin dejar nada si ver, pasamos de sección en sección.

Siete años, viernes por la tarde en una tienda de juguetes. Intento encontrar la traducción de esa frase empezando con “Cuarenta y dos años”. No es difícil. Cuarenta y dos años, viernes por la tarde, una copa de un vino nuevo y un libro de Pennac por comenzar.

Seguimos a los enanos como fieles escuderos o sirvientes de un rey, atentos a los caprichos, a los comentarios. Prestos a repetir una exclamación o a compartir la admiración por lo que se expone. Intento ser fiel, pero en el fondo no dejo de pensar en la cantidad de juguetes estúpidos que se fabrican. Tantos recursos para esto.

-¿Deciáis?

-Nada, mi señor, esa pista para coches es muy bonita.

¿Pista para coches? ¿Para qué quiere una pista si tienes un pasillo? Un coche de juguete es feliz con un pasillo, eso lo sabe cualquiera. Si le metes en un circuito donde al final se lo come un tiburón se deprime. Los coches se deprimen. Tú te deprimes. Aunque no lo parezca, el coche es feliz chocándose por las paredes del pasillo, perdiendo ruedas, puertas y cristales. Lo pienso pero me lo callo, por respeto a los reyes.

Terminamos donde empezamos, donde los Playmobil, que es algo que todos sabíamos pero no habíamos dicho. Ellos ven las ilustraciones de las cajas y nosotros les damos la vuelta para ver qué es exactamente lo que contienen. Es lo mismo que ver un espectáculo de magia o que te cuenten el truco. Ellos están a un lado y nosotros a otro. La cigarra y la hormiga. La fe y la razón. El sol y la luna. La imaginación o la deducción. La inspiración o la ley. El plato o la receta. El escaparate o el inventario. El arte o la vida. Siete años o cuarenta y dos.

Todo nos parece caro por lo que ofrecen, pero eso es algo que ellos no valoran. Si traduces esos precios a pesetas, para poder echar mano de tu memoria, te dan ganas de precintar la zona y pedir a alguien que levante acta o lo que sea. Es su dinero, nos decimos, así que no tratamos de que cambien de opinión porque es posible que amenacen con otra vuelta más lenta por el toisarás.

Lucía se lleva una casa. Daniel un hidroavión con una ballena y un delfín

Y, para que este post sea educativo, diré que Julio César se trajo la primera jirafa a Europa de sus campañas por África. Esto seguro que no lo saben los de toisarás. Lo pone en la wikipedia, lo sé, pero a ver quién, por las buenas, va a teclear jirafa en el wikipedia y se va a leer el artículo.

Todavía queda tarde para ese vino y ese libro de Pennac.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Los pájaros de madera


No se me ocurre ningún cuento. Me da la sensación de que todo lo que pueda decir después de “había una vez” ya lo he contado antes. Estoy en blanco. Los enanos esperan. Les oigo moverse en sus camas. De vez en cuando me llaman para saber si me he dormido o no.

Y de repente se me ocurre uno. En un instante veo cómo empieza y cómo acaba.

Es la historia de un hombre que no hacía otra cosa que trabajar. Se pasaba la vida en el trabajo sin ni siquiera ir a su casa a dormir. Su único deseo era tener más y más dinero para comprarlo todo. Su ambición no tenía límite. Como no hacía otra cosa, veía cómo, día tras día, su fortuna iba creciendo y cuando llegó al punto que esperaba, empezó a comprar.

Al principio compraba lo que todos compramos, con la diferencia de que él lo hacía en más cantidad. Cien coches. Doscientas casas. Mil cinturones. Cuatro mil relojes de pulsera. Diez mil cucharillas de plata. Treinta mil calcetines negros. Ochenta mil sobres de azúcar. Cien mil bombillas. Doscientas mil cajas de pañuelos.

Comprar esas cantidades no era fácil, requería su entrenamiento. Y este hombre, que solo trabajaba, fue practicanto hasta llegar a comprar un millón de palitos para sujetar la pelota de golf. Lo pasaba tan bien comprando que, llegado a este punto, se dio cuenta de que tenía que dar un salto.

Hasta ahora, había comprado cosas que todo el mundo, en menor cantidad, podía comprar. Así que el reto en ese momento era comprar lo que nadie había comprado. Y eso hizo. Compró todas las farolas de la ciudad, las aceras, las alcantarillas y los buzones de correo. Animado, compró la ciudad entera. Y una montaña que había al lado. Y todas las montañas. Y un río. Y otro río. Y se atrevió con un par de nubes, aunque se le deshacían.

Compró todo su país y lo que contenía. Todo.

Y siguió haciendo lo mismo con los otros países. Primero uno, después otro y al final el continente era suyo.

Comprado un continente, llevarse otro ya no le costó tanto. Se hizo con todos. Y con un lago, y con otro, y con los afluentes y, al final, con los mares. Empezó con el mar rojo, que le parecía asequible, se llevó el mediterráneo y, al final, se declaró poseedor de todos los mares.

El mundo era suyo.

La gente, claro, se veía obligada a dejar los sitios que ya no eran suyos, viajando de una zona a otra hasta que se tuvo que refugiar en un bosque que, por un pequeño problema legal, no había comprado el señor que trabajaba tanto.

Una tarde, el señor fue a ver a la gente del bosque para decirle que lo sentía pero que en un par de días ya tendría la autorización para comprarlo y que tendrían que buscar otro sitio en el que vivir. Lo tenían difícil, lo sabía, porque todo era suyo, pero algo tenían que hacer. Les daba un día para pensarlo porque al día siguiente volvería para saber su respuesta.

Mientras todos, desesperados, buscaban una salida, un carpintero cogió su hacha y derribó un árbol. Se pasó toda la noche tallando unas pequeñas figuras que ocultó bajo unas hojas. Cuando al día siguiente regresó el señor que tanto trabajaba, el carpintero estaba en el grupo.

-¿Qué habéis decidido?

La gente no tenía una respuesta porque esa era una pregunta a la que no se podía contestar. Todos se quedaron en silencio. Fue entonces cuando el carpintero dio un paso adelante. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño pájaro de madera. El pájaro parecía estar vivo. El señor lo cogió, lo sostuvo en la palma de su mano y se quedó maravillado por el trabajo del carpintero. Hasta las plumas parecían reales.

-Si vuelve mañana, le daré otro.

-¿Cuánto cuesta?

-Nada. Es un regalo.

Sin dejar de mirarlo, el señor que trabajaba tanto se alejó. La gente celebró que el carpintero les huiera conseguido un día más de plazo. Todos querían saber cuántos pájaros había hecho el carpintero, pero este no dijo nada. Permanecía en silencio, pensando.

Al día dia siguiente, el hombre que trabajaba tanto volvió a por su pájaro. El que le dió el carpintero era más bonito que el primero, así que les concedió un día más. La escena se repitió varios días más hasta que, una mañana, el carpintero recibió al hombre con una jaula cubierta por un manto rojo.

-El que tengo aquí es el pájaro mas bonito que he hecho – le dijo.

-¿Puedo verlo?

-No. Sólo podrás verlo cuando me pagues por él. Este no es gratis.

-¿Y cuánto pides?

-Todo lo que tienes.

El hombre se quedó pensando. No podía haber un pájaro mejor que el que le había regalado el día anterior. Tenía tanta curiosidad que, casi sin quererlo, dijo que sí. Cogió la jaula y se la llevó a su casa. Allí, al quitarle el manto, vio un gato de madera. Era un gato que parecía vivo. Tenía hasta los bigotes hechos. Lo sacó de la jaula, sorprendido, y lo dejó en el suelo. En ese momento, el gato cobró vida, igual que todos los pájaros que había en el salón. Uno tras otro, fue comiéndose todos los pájaros hasta que no dejó ninguno. Después, con la tripa llena, saltó por la ventana y se alejó corriendo en buscar del carpintero.

Creo que esta es una historia que me cuento a mí mismo, aunque a los enanos les haya gustado. Me quedo un rato en el cuarto, pensando si soy el señor que trabajaba tanto o el carpintero.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La envidia no es sana

La barra de la cafetería la atienden dos mujeres jóvenes. Alrededor sólo estamos hombres. Como caballos que vinieran aquí a beber, pienso. Pido un café con leche y una tostada con tomate. Miro la hora porque sólo tengo quince minutos.

Quince minutos para coger el periódico, apenas leído, y ver algún titular. El periódico, una pantalla grande de televisión colgada en lo alto de una pared, la conversación de las dos camareras, el taburete alto en el que estoy sentado, la forma que tiene de echarme la leche en el café, haciendo pequeños círculos con la mano, el sol que entra por los cristales, el ruido de la máquina de café, el recipiente cuadrado en el que sirven el tomate, la cucharilla del café, la mirada del cocinero, quizás filipino, que por el pequeño cuadrado que une esta zona con la cocina, trata de ver si le queda mucho trabajo.

Nada es tan grave si el tipo de letra que se utiliza para hablar de las crisis es igual al de la sección de deportes. Busco a David Gistau y no lo encuentro, así que me quedo sin la lección de estilo de hoy. Cierro el periódico y me centro en el café y en el pan. Untar el tomate en la pequeña rebanada tiene algo de estético. De eso también nos alimentamos.

Los quince minuto pasan rápidamente. Cuando voy a pagar (2,40 €), entran nos treinteañeras charlando. Dejan de hablar un segundo para elegir un sitio, que señalan las dos a la vez, y siguen con su conversación. Llevan los brazos doblados como si cargaran ya con las bolsas que, dentro de un rato, irán acumulando de tienda en tienda.

La envidia no es sana.

La mañana que me espera en la calle no es la misma que hay dentro de la cafetería.

martes, 13 de septiembre de 2011

"El toldo rojo de Bolonia", de John Berger

Me leo este libro de John Berger de una sentada porque es finito y en algunas páginas sólo aparece una frase. En la página 98, por ejemplo : "Se pasa el pulgar lentamente por el labio inferior". Otra, en la página 40 : "Pregunto dónde puedo comprarla". Sí señor. Es un buen libro para vagos o para amantes de John Berger.

Voy a decir que me ha gustado mucho por si a continuación no me centro o no tengo la inspiración hoy para decirlo de otra forma. Me ha gustado mucho, vuelvo a repetirlo.

Ahora debería ir el resumen de la obra, algún comentario más o menos gracioso y un cierre a la altura del resto, pero he de reconocer que, en este momento, tengo cierta reticencia a arremangarme y comenzar a escribir. La razón es que, básicamente, con un libro tan finito, lo que puedo decir de él ocuparía más que el propio libro, lo que es claramente un despropósito. Si es al revés, no hay problema. En mi caso, no me cuesta nada decir que “Los hombres que no amaban y bla,bla,bla”, me merece un único comentario : Vaya mierda. Frase de la que sobra, si nos ponemos, la primera palabra. Con este librito la situación es la opuesta, como digo. En fin. Vamos allá.

Berger cuenta en este libro un viaje que realiza a Bolonia después de la muerte de un tío suyo, Edgard, como homenaje a él. Se habla de Bolonia, claro, pero como excusa para recordar la figura de Edgard, que se acerca bastante al concepto de fracasado que podemos tener. Alguien que no tiene un duro, que vive en casa de su hermano y que no tiene pareja. No estamos hablando, como se ve, de Steve Jobs.

Sin embargo (y este sin embargo es importante, porque realmente es el centro de este libro) hay algo en lo que destaca el tío Edgard : su amor por los viajes como forma de buscar la sorpresa. En eso, por lo que nos cuenta Berger, el bueno de Edgard destacaba. No era un talento natural, sino el resultado de un esfuerzo continuo que le llevaba a prepararse los viajes concienzudamente para descubrir esas sorpresas.

Esas sorpresas que seguían siendo sorpresas aún descubiertas. El tipo de paradoja que Berger tan bien sabe definir.

Berger y Edgard comparten varios de esos viajes, en los que se crea una relación especial entre ellos. No es lo mismo, por decirlo rápidamente, un guía que te lleva a ver la Torre Eiffel que otro que te sube a un taxi para llegar a tiempo a la meta de una etapa del Tour y poder aplaudir a los corredores cuando llegan. Con alguien así, comprendemos a Berger, uno ha de sentirse próximo, salvo que se tenga algún tipo de problema para relacionarse o ande por la vita embotado.

Por lo que se intuye (en esta novela hay más espacio en blanco que escrito) los dos tenían la intención de ir juntos a Bolonia, de la que Edgard estaba enamorado, pero la muerte de Edgard se llevó por delante ese plan. Ese y otros, suponemos.

Así que Berger realiza ese viaje y nos va contando lo que hace, que no es mucho. Básicamente, comprarse un trozo de tela rojo e ir a visitar un Compianto en Santa María della Vita.

¿Y ya está?

En otro, sí. En Berger, no. Como se trata de una novela tan corta, todo tiene sentido. Si fuera por escribir, tendríamos en la mano “Los hombres que bla,bla,bla…” donde se puede escribir y escribir sin decir nada, ya lo sabemos. Aquí, lo que se dice es importante, por eso la visita de Berger a Santa Maria, al final de la novela tiene su justificación y enlaza con ese Sin embargo con el que abría un párrafo anterior. El quinto, que hasta lo he contado.

En Santa María della Vita, Berger, después de seguir el consejo de su tío y de tomarse un Blue Montain en una tienda de la Via Porta Nuova, se encuentra con la figura de María Magdalena. Una mártir, como la define. Los mártires, entre otras cosas, logran, según Berger, que toda su vida tenga sentido. Con lo que, recapitulando, en un lado de la historia, tenemos a Edgard, que parece que no ha hecho nada con su vida, y en otro a María Magdalena, que parece haberle dado sentido a cada minuto de su vida. La cara y la cruz, por decirlo claramente.

Vale.

¿Y ya está?

Pues no. Berger da un paso al frente y, en defensa de su tío, afirma que las vidas de los dos se parecen mucho y que esa diferencia sólo está ahí para el que no sepa verla. Así es Berger cuando da la cara por sus tíos.


"Los opuestos se tocan. Entre los mártires se da la misma provocación y la misma modestia que la que existe en la búsqueda de los pequeños placeres refinados. A niveles distintos, claro. Pero la coincidencia no deja de estar ahí. No dejan de tocarse. El martirio y la búsqueda de los pequeños placeres desafían por igual la crueldad de la vida"

¿Y ya está?

Sí, ahora sí. Aunque para hacer un comentario completo habría que hablar del estilo y ahí es donde prefiero callarme. Ya he hablado mucho. He dicho lo que cuenta, el cómo es muy importante para que todo tenga sentido. Y aquí lo único que puedo decir es que hay que leer a Berger. El libro es caro, lo sé, que once euros por estas páginas duelen, pero aún así lo defiendo.

Y ya está.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La lista




Es lunes y estamos cansados. El cansancio del lunes, aunque sólo fuera por un tema de acumulación, debería ser menor que el del viernes, pero no es así. El del lunes es más rotundo y pareciera que, conformen pasan los días, fuera deshaciéndose, convirtiéndose en un suave polvo, como el que levanta el viento al recorrer la playa.



Es lunes y todo parece evidente, sin oportunidad para la sorpresa, sin hueco para la mirada.


Aún así, conviene hacer el esfuerzo, aunque tenga la sensación de que esto no tiene mucho sentido, de que hay mejores maneras de emplear la energía.


La cena de los enanos está en la mesa, servida en unos platos que deberíamos tirar ya por infantiles. Spiderman y Hello Kitty. He preparado pollo empanado y han salido mucho más filetes de los que me esperaba, como si el envase tuviera algo de mágico. Un plato con huevo, otro con pan rallado y uno más grande para los filetes empanados listos para freírse. Me gusta ver este plato con todos los filetes dispuestos. También me gusta el sonido del aceite al caer de la garrafa en la sartén y el olor que llena la cocina cuando se va calentando. En la televisión pasan un video de Keane, otro de Travis y otro de Coldplay. Bronce, plata y oro. Supongo que para los dos primeros las cosas habrían sido distintas de no haber aparecido Coldplay. Frio los filetes de tres en tres y al sacarlos los cubro con papel de cocina para que absorba el aceite, como si fuera una parte más de la receta. Me gusta ver la parte tostada en el borde de cada filete. Llamo a los enanos y les digo que pueden ver Bob Esponja sólo si el capítulo es nuevo. Es nuevo, me dice Daniel y le pregunto a Lucía para confirmarlo. Lucía asiente. Les parto los filetes con tijera porque las veo en la encimera y puedo terminar antes. No es algo de lo que estar orgulloso, pero es rápido. El episodio de Bob Esponja es repugnante : un monstruo radioactivo que suelta babas y un olor desagradable se hace amigo de Patricio. Algo falla si esto es lo que puede ofrecer una televisión pública a los niños. Daniel coge el bote de kétchup y cubre todos los trozos. Daniel es como esos edificios que cambian según les va dando el sol. Esta mañana estaba tan preocupado por si no recordaba el camino a su nueva clase que parecía a punto de llorar. Ahora está feliz, riéndose, pinchando los trozos de pollo de dos en dos. Me cuesta creer que sea el mismo niño. Lucía, por el contrario, no cambia. Se podría decir que ella es el sol. Juega con los trozos, golpeándoles suavemente con el tenedor como si fueran insectos y quisiera saber si están vivos o no. En la balda de arriba está el paquete de cereales con el disco de animales acuáticos de regalo que nos faltaba. Ha sido la sorpresa del día, que me esperaba en la tienda a la que he entrado para comprar el postre de los enanos. De repente una parte de mi cerebro se ha activado y me ha recordado que tenía como tarea pendiente encontrar esos cereales. El plan de marketing de la marca de cereales funciona perfectamente porque al pasar por la sección me agacho y voy apartando las diferentes cajas, como hago cuando busco la copia perfecta del libro que me voy a llevar a casa. Al principio temo que la nueva promoción, una de cromos, haya desplazado a la de los cedés, pero al quitar dos cajas me encuentro justo con la que busco : un disco con la figura de un delfín. Al volver al coche, donde me espera mi madre con los enanos, los tres observan la caja. Los enanos, sin que les diga nada, saben de qué se trata. Mi madre me da la llave del coche, que le he dejado aunque ella no sabe conducir. Me siento con ellos en la mesa de la cocina y me sirvo lo que queda de una botella de Finca Antigua. Si fuera un poco más exigente, debería tirarlo al fregadero porque ya hace bastante tiempo que la botella está abierta, pero no tengo ganas de serlo. Los trozos grandes de pollo los como con cubiertos, los finos o pequeños, con las manos. Se me ocurren muchas cosas que decir de Bob Esponja, pero prefiero quedarme callado, ser también menos exigente con los dibujos esta noche. Llega entonces María del trabajo y parece relajarse al ver que los enanos ya están cenando. Daniel le deja un beso de kétchup en la mejilla. Lucía sigue jugando con los bichos de su plato. Se sienta en su silla y se queda mirando el plato con el pollo.


-He tenido un día horrible – me dice - Horrible.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El patio de atrás

La programación de hoy en el canal del National Geographic :

09:35 Mi 11 de Septiembre : “El 11 de Septiembre de 2001 el mundo, tal y como lo conocíamos, cambió para siempre. Las imágenes del brutal atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el Pentágono en Washington quedaron grabadas en nuestras retinas”

10:27 Giuliano : el alcalde del 11S : 2010. R.U. El alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliano, revive por primera vez en televisión el día en el que la ciudad que gobernaba fue víctima de una grave atentado terrorista”

11:16 Segundos catastróficos : “¿Se pudo evitar el 11S?” 2010. R.U. Este documental reconstruye y analiza, segundo a segundo, los trágicos acontecimientos y los fallos de seguridad que hicieron posible el peor atentado de la historia de los Estados Unidos.

12:05 George Bush : La entrevista del 11S : 2011. EEUU. El ex presidente George W. Bush ofrece una entrevista exclusiva a National Geographic sobre lo que hizo, sintió y pensó el 11 de septiembre.

14:39 El 11 S y el sueño americano : 2009. Este documental, realizado para conmemorar el décimo aniversario , es un homenaje a todas las personas de diferentes países a las que afectó el atentado del 11S.

16:25 11S: La historia : El nacimiento de Osama : “El nacimiento de Osama”. EEUU. Este primer episodio comienza a rastrear la hsitoria del atentado terrorista del 11 de septiembre.

17:20 11S: La historia : La cuenta regresiva al terror : “La cuenta regresiva al terror” : Mientras el reloj se acerca a la hora cero, sucesos aparentemente aislados y desconectados comienzan a unirse.

18:15 La historia : La hora cero : “La hora cero” EE.UU. Análisis detallado y conmovedor de lo que ocurrió exactamente ese trágico 11 de septiembre.

19:11 La historia final : El Final del juego : “El final del juego” EE.UU: El último, y tal vez el más intenso episodio de esta serie, comienza en medio de varias crisis.

20:06 La historia : La guerra continúa : “La guerra continúa” 2011. EE.UU. Este documental nos cuenta la evolución de la guerra del Islam radical contra Occidente.

Mientras, en el patio de atrás : "Al margen de que Grecia acabe arrastrando al resto del continente o no, parece claro que a España le esperan años de decisiones muy duras...Con este panorama y con el empeoramiento de la coyuntura económica en los países desarrollados, se esfuma la recuperación que hace meses parecía al alcance de la mano. En el mejor de los casos y aunque no se produjese el desastre, el futuro no es nada tranquilizador". Luis Doncel. El País.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Restaurante "El cocinillas"


Diez razones personales para ir a “El cocinillas”, San Joaquín 3, Madrid..

1-Está al lado de la librería “Tipos infames”, en la que puedes tomarte un vino mientras paseas entre las novedades. Si consigues salir de esta librería sin un libro, o tienes mucha fuerza de voluntad o es que eres de los que se lee todos los premios Planeta.

2-La carta está escrita a mano. Que es una razón un tanto absurda, lo sé, porque yo puedo montar un restaurante y hacer lo mismo, pero como sé cómo termina la película, este punto es importante.

3-El camarero que nos atiende, que tiene la pinta de ser el dueño, nos pregunta si tenemos reserva y aunque le decimos que no mantiene un poco el suspense antes de darnos a elegir una mesa cerca de la ventana que da a la calle. Me gusta ese suspense.

4-Las croquetas de fungi (8,75 €) están buenas, la burrata de buffala (8,75 €) está buena, los huevos estrellados (8,75 €) están buenos, bien presentados y con una interesante mezcla de queso, chorizo, patatas y huevos, las albóndigas caseras (10,50 €) también están buenas, igual que el magret de pato a la plancha (12,75 €). Sé que el adjetivo bueno se queda escaso, pero esto no es una crítica gastronómica. Que venga otro a afilar este adjetivo. No sé ni siquiera si esto puede llamarse crítica.

5-La camarera sirve cada plato con una sonrisa. Esa sonrisa que se te pone cuando te cuentan un buen chiste. No, mejor, esa sonrisa que aparece cuando recuerdas algo de la noche anterior, de esos minutos que transcurren desde que te acuestas, acompañada, hasta que te duermes.

6-A nuestro lado hay tres gays idénticos a Pep Guardiola. Idénticos, con su barba muy cuidada y sus buenas maneras y su educación y su conversación pausada. Qué buen rollo. Yo, tengo que reconocerlo, que no me afeito desde el jueves, más bien parezco Mourinho. Pero un Mourinho suave, rebajado, porque cuando disfruto de una buena comida me pongo de buen humor.

7-La carta de vinos te permite descubrir nuevos nombres. No diremos que es barata, aunque tampoco es cara. Nos quedamos en los precios más bajos y, por 17 €, pedimos un Cabaña El Abad roble que está bueno. Digo de este bueno lo mismo que del bueno del punto cuatro. No aporta mucho, lo sé, pero ya habrá expertos que encuentren matices, sabores, referencias, taninos, olores, recuerdos, trozos del pasado, regaliz, tierra tostada, cacao, café de Jamaica y todas esas cosas. Yo hago como los niños : muestro la botella vacía. Y lo que nos cuesta dosificarla para que nos quede vino para el magret y las albóndigas.

8-Voy a volver a las albóndigas. Un restaurante que ofrece albóndigas me parece de fiar. Pone albóndigas, pides albóndigas y te sirven albóndigas sobre un lecho de verduras y aceitunas en el que no hay ni rastro de tomate.

9-Al entrar tienen puesta a Carla Bruni. Me gusta Carla Bruni menos cuando actúa con Woody Allen. Midnight in Paris me parece muy aburrida aunque aparezca Carla Bruni, pero ahora sólo la escucho. Y me gusta ese momento en el que María se lleva a los enanos al baño para que se laven las manos y yo me quedo a solas con Carla Bruni y ese camarero con pinta de dueño que me trae los menús y me ve en la cara el placer que siento en ese breve momento de tranquilidad y soledad con Bruni, como digo, y con él. El camarero, barra dueño, me dice que se está pensando lo de tener hijos. No soy quién para animarle. Tengo razones a favor, razones en contra y de las otras.

10-Una vez pedido el cortado, y cuando me lo estoy terminando, veo que el camarero, barra dueño, pasa con un tiramisú. El tiramisú tiene muy buena pinta. Tan buena que hago algo que nunca he hecho. Nunca. Le hago una señal a la camarera de la sonrisa satisfecha y le digo que quiero un tiramisú. Impresionante el tiramisú. Qué bueno el tiramisú. Y después le pido otro cortado al camarero, barra dueño. Dos cortados en una comida. Lo nunca visto. Y como no quiero que esta crónica, o lo que sea, parezca pagada por los de “El cocinillas”, que no es el caso, aunque espero que alguno se anime a pasarse por el local, que soy así de desprendido, voy a poner un pero. Y el pero es éste : qué bien habría quedado el señor camarero, barra dueño, si me hubiera invitado a ese cortado. Habría sido un gran detalle, aunque este post habría sido el mismo

Y ya está. El local abrió hace dos años y, por lo que me contó el camarero, barra dueño, les va muy bien, lo que me alegra. Cualquier otro se habría echado atrás en medio de la crisis, pero esta gente se anima a montar un restaurante para que los demás podamos disfrutar de una agradable comida.

Menos mal que hay gente así por el mundo.