lunes, 30 de septiembre de 2013

Un museo de nosotros mismos




Un museo de nosotros mismos : Con la lluvia, la casa se llena de perchas con ropa, convirtiendo los cuartos en un museo de nosotros mismos en el que solo falta añadir una breve descripción y una fecha a cada una de las prendas. Durante el tiempo en el que se secan, adquieren esa tristeza administrativa de las cosas que no van a volver a usarse, a las que se les da la vuelta para mostrar todos sus detalles en el gesto definitivo de lo que se cae y nadie recoge.

La seguridad de que es algo momentáneo me permite detenerme sin riesgos en esa sensación de cierre y de ausencia de tiempo, idéntica a la que queda dentro de la vitrina de cualquier exposición, sabiendo que no me va a hacer daño. Puedo jugar a encontrar ese borde afilado que oculta cada objeto que estaba esperando ser utilizarlo otra vez y acariciarlo sin cortarme.

De ese precipicio (que nadie volviera a ponerse las prendas) puedo alejarme dando un par de pasos atrás porque toda esta instalación es temporal. Una parada en el trayecto que llevará todas estas prendas a los cajones, al prólogo de cada día.

domingo, 29 de septiembre de 2013

El jardinero carnívoro



El jardinero carnívoro : Las plantas que mejor se nos dan son las que no requieren ningún cuidado. Nos ha costado descubrirlo porque antes aplicábamos nuestra mala mano con todas, con lo que ahogábamos a la que apenas necesitaba agua o dejábamos con sed a la que pedía más. El resultado, siempre el mismo, ha terminado por secarnos la ilusión y apartarnos hasta de las lechugas. Pero ese descenso hacia la absoluta falta de esperanza ha sido, precisamente, lo que ha salvado a este esqueje que nos dieron y que dejamos ahí, atrapado por las lógicas limitaciones de quien tiene que buscarse la vida plantado en un tiesto. Al darlo por perdido ya desde el principio, le ofrecimos ese abandono que él necesitaba para crecer y que tan bien ha aprovechado, apañándose muy bien. A veces, viéndolo así de sano, me da por ir a por un poco de agua y echársela, pero al instante me paro y me bebo el vaso para regar la espera. A su salud.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Medio rito de paso




Medio rito de paso : Juega el Madrid contra el Atleti (luego veremos que es al revés) en el Bernabéu y antes de que empiece el partido y después de que caiga una tromba de agua capaz de arrancarle el color a las cosas para llevárselo a las alcantarillas, Daniel y yo buscamos una bufanda del Madrid que funcione como rito de paso: la primera bufanda, el primer partido serio en el horario adulto de las diez de la noche.

Daniel tiene el extraño poder de elegir una bufanda en el segundo puesto que vemos sabiendo que es la que más le va a gustar. Como hay tiempo y los ritos de paso tienen su liturgia, le animo a que recorramos unos cuantos más para ver si encuentra una mejor. Su buen humor es la correa que tira de mí de uno a otro, donde vemos más bufandas expuestas como pieles de serpientes. La oferta no varía y cuando los alrededores del estadio comienzan a llenarse de madridistas confiados, como yo, volvemos al puesto de la bufanda perfecta y pago diez euros por ella y otros diez por otra rosa para Lucía.

Levanta la bufanda con las dos manos y le hago una foto con el escudo iluminado del Madrid detrás. Sale sonriente y contento porque con nueve años los dos adjetivos suelen ir juntos. Entonces tengo la duda de si he hecho bien en contarle que aquí las derrotas del Atleti se suceden como los chorizos en una ristra y que, básicamente, aquí venimos a comer y  salir con la tripa llena de goles. Un madridista racional, un padre ejemplar, habría incluido en la fabulosa narración blanca esa página negra de la final de Copa, por si acaso. Pero uno se hace madridista y se rodea de los suyos para saltarte esos por si acaso y creerse que en la ruleta de estos partidos todo es blanco.

Luego resulta que las cosas cambian y que el Atleti, con una ordenada estrategia de cuaderno de caligrafía, saca adelante un partido en el que el Madrid solo da una lección : once tíos juntos no hacen equipo. Daniel no tarda en aburrirse de lo que ve y de los insultos que escucha. Me pregunta si me importaría que nos fuéramos en el descanso justo antes de que yo le haga la misma pregunta. Seguir aquí no tiene sentido porque éste es de los partidos que empiezan por el final, dándote en los primeros minutos las claves del asesinato: quién, por qué, cuándo y para qué.

Nos marchamos cuando termina la primera parte, caminando por esa línea imaginara del partido que al doblar nos daría dos partes exactas. Nunca he hecho esto antes y me parece una gran experiencia que compartir con Daniel. Concha Espina, La Castellana, el metro de Santiago Bernabéu para nosotros dos. La derrota tiene estas recompensas y, por lo que se ve, vamos a disfrutarlas bastante a menudo.

Lo único que me molesta es que el recuerdo de estas bufandas no vaya unido a una gran victoria, como un párrafo brutal y definitivo capaz de marcar él solo el tono de una historia de tres mil páginas. En vez de eso, en la cabeza nos aletean unas cuantas imágenes del partido sin mucho peso que acabarán desvaneciéndose. Una pena.

O tal vez no. Llegamos a tiempo para ver a una entrevista a Butragueño en la televisión. Habla tan bajo que para intuir lo que dicen sus labios quitamos el volumen. Se le ve seguro, confiado, como si este resultado fuera parte de una estrategia a largo plazo que los madridistas de a pie somos incapaces de adivinar. Quizás, pienso, sea un plan en el que, llevando al colchonero de la alegría a la derrota y de la derrota a la alegría, como quien salta de la sauna a un jardín nevado, se busque su colapso físico y mental para acabar atrayéndolo al cálido refugio madridista, acabando así con esta eterna lucha de vecinos. Según esta teoría, la siguiente será una victoria rotunda como la pisada de un elefante en un hormiguero para poner de nuevo todo en su sitio. Siendo así, éstas serían las bufandas que compramos el día que el Atleti ganó antes de volver a su oscuridad, como el agua de la tarde a la alcantarilla, y acabar desapareciendo. Bueno, así, sí.   

viernes, 27 de septiembre de 2013

Botellón mineral




Botellón mineral : A menos que seas un zoquete, ser padre en el campo debe ser más fácil: mientras paseas con tus hijos puedes ir enseñándoles los nombres de lo que va apareciendo, las costumbres de los pájaros o la forma de leer las nubes. Esas cosas. En la ciudad ese espíritu pedagógico es más difícil. Siempre puedes comentar algo sobre las pérdidas de la Caja por la que pasas, repetir las críticas que has oído de un restaurante que te encuentras o lamentar que en las tiendas haya más empleadas que clientes, pero nada de eso ayuda a darle consistencia al paseo. Y menos aún cuando vas con una niña de nueve años.

Quizás por eso aquí el paseo suele terminar con una bolsa en la mano que trate de compensar  esa falta de recompensa en forma de experiencia que debe dar la Naturaleza cuando no tienes que pagar una entrada para verla. Compramos para no volver con la cabeza vacía. Y esta sospecha se cumple en el caso de Lucía, que antes de salir de casa quiere saber con exactitud dónde vamos a terminar. No entiende el concepto del paseo por el paseo.

Acabamos en una de esas tiendas que son como sucursales de Ikea en el barrio y que te ofrecen toda la brillante chatarra que necesitas para llenar los cajones de los muebles que acabas de comprar. Sigo a Lucía en su recorrido con paciencia de mayordomo inglés. No miro el reloj. Solo hago comentarios favorables. Me muevo cuando ella se mueve. Y pago sin quejarme lo poco que coge: en la compra es tan selectiva como con la comida.

Una vez fuera le propongo que nos sentemos en un bloque de piedra que nos encontramos delante y que suelen utilizar para practicar skate. Podemos improvisar una tranquila merienda a base de mini pretzels salados y de barritas suecas con pipas. Lucía acaba aceptando cuando me ve disponer lo que tenemos para empezar a comer. Se sube al bloque, cruza las piernas y comienza a picar mirando alrededor.

Nos rodean los rascacielos de la zona de Azca que reflejan una nubes negras que avanzan cada vez más despacio. Los pretzels dan sed, pero la Naturaleza es sabia y nos ofrece un Starbucks al que Lucía se acerca a por una botella de agua. Tengo que insistir en que coja las monedas que le ofrezco, excesivas para el precio, pero prefiero no quedarme corto. La veo alejarse, entrar en al tienda, salir con la botella. Nuestro picnic urbano, nuestro primer botellón juntos.    

jueves, 26 de septiembre de 2013

Un cepillo para amansar la tarde




Un cepillo para amansar la tarde: Solo hay un momento en el que Lucía, que suele hacer un movimiento elusivo estilo Matrix cada vez que ve acercarse un abrazo o un beso o una caricia, baja la guardia. Después de desenredarse el pelo me deja que se lo seque con el secador mientras se lo cepillo.

Sin girar la cabeza se lleva las manos a las puntas para ver si están ya listas. Le digo que espere un poco más y bajo la potencia del secador para alargar este rato.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La buena salud de la casa




La salud de la casa : La mujer de la limpieza nos deja escritos los artículos que necesita en la hoja de un cuaderno que hoy vuelvo a encontrarme al llegar a casa. La hoja es pequeña y tiene ese borde de dientes rotos que quedan cuando la arrancas de las anillas.

Siempre que la veo tengo la misma impresión: más que una lista, se trata de la receta que extiende alguien que conoce bien la casa (mejor que nosotros) para que siga con buena salud. Quizás sea esa impresión la que hace que la guarde en la cartera y que ya en el supermercado empiece la compra con lo que señala como si todo lo demás fuera accesorio, irrelevante.

martes, 24 de septiembre de 2013

De espaldas a la pantalla que nunca se apaga




De espaldas a la pantalla que nunca se apaga : La del libro de Shaun Tan es una gran portada: un perro está subido encima de una televisión que, a pesar de estar desenchufada, emite una imagen distorsionada. Algo atrae su atención detrás de esa televisión por la que ha perdido todo el interés, pero no sabemos qué puede ser porque no se nos muestra.

En el libro hay historias largas y cortas. Es adaptable al cansancio con el que llegues a la hora del cuento, por lo que se convierte en un comodín del que echar mano cuando sientes los brazos de arena y pensar es como pedalear sin cadena. Pero, como ocurre con los bombones de una caja, los cuentos más cortos y jugosos ya los he contado y solo quedan historias que requieren un esfuerzo que no puedo hacer. Podría salir a correr, pero me veo incapaz de saltar de una hoja repleta de palabras a otra: este tipo de esfuerzo.

Pero Shaun Tan también ha previsto una salida para casos de emergencia como éste. Daniel tumbado. Mi cabeza como una sábana mecida por el viento. El tiempo que pasa. La solución la tengo delante, en la historia condensada de ese perro subido en la televisión. Se la enseño a Daniel y los dos repasamos cada detalle con una tranquila meticulosidad que nos acaba convirtiendo en perros. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Una conciencia limpia no necesita puertas




Una conciencia limpia no necesita puertas :

La cena, grito al pasillo.

Para crear una situación inquietante, al final del pasillo Kubrick habría colocado a dos niñas (igualicas), pero aquí, en una casa no muy grande, el truco no habría funcionado porque estamos acostumbrados a encontrarnos a los mellizos por todas partes.

 Lo raro habría sido justo lo contrario. El salón vacío. La cocina. Sus cuartos. Eso es lo que provoca desconcierto. Tan afectados nos deja el tema que en las películas de miedo no nos quedamos tranquilos hasta que aparece el espíritu vengativo de un asesino múltiple que no descansa en paz (pobriño): en el momento en el que los demás gritan nosotros nos relajamos porque el espacio ya está habitado y eso es lo importante.

Uno de los dos está en el baño. Le grito que es hora de cenar. Deberían cerrar la puerta, pero desde que aprendimos en Escocia que el que tiene la conciencia limpia no pone ni cortinas en su casa para ocultarse, aquí hemos dado un paso más allá.

La cena, vuelvo a gritar. 

domingo, 22 de septiembre de 2013

La bisutería del anzuelo




La bisutería del anzuelo : Los pendientes están expuestos como anzuelos capaces de atrapar dos presas: la primera es la mujer que los compra, después el hombre que se fija en ellos. Supongo que las mujeres que curiosean en el puesto hacen esa valoración y que en su elección también influirá el tipo de hombre al que suponen apreciándolos.

Sin apenas darme cuenta de que lo estoy haciendo, en los pocos segundos que paso mirándolos me imagino qué clase de mujer llevaría unos pendientes así. Ese pequeño momento de consciencia es una indicación de que dentro del inconsciente las ramificaciones de esas combinaciones de formas, colores y materiales van hundiéndose como un árbol que fuera desarrollando sus raíces a la velocidad de la luz. Es posible que ahí cada uno de ellos tenga ya una ficha sobre el perfil de la posible compradora: unas impresiones sobre su carácter, su forma de divertirse o su tenacidad. Todas esas operaciones permanecen ocultas y sólo dejan salir a la superficie una opción que resume todo en un “me gusta” o “no me gusta” como una indicación, aunque no sepamos de qué.  Básicamente,  la decisión ya la han tomado por nosotros.

Seguimos caminando.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Es el cansancio lo que nos hace valientes




Es el cansancio lo que nos hace valientes: Antes, los comentarios en la sobremesa eran como piedras rebotando varias veces en la superficie. Pequeños, pulidos por el ingenio, rápidos. Las cosas ya no son así y esta tarde, con el café servido, nuestras aportaciones tienen más de ese bloque de cemento con el que solían calzar a las personas a las que se quería hacer desaparecer en el fondo del mar. Son los efectos de ese cansancio que compartimos y que es la máxima expresión de la ley que dice : la energía que pierden los padres es directamente proporcional a la que obtienen sus hijos. Regla que me creo viendo cómo todos los niños corren alrededor de la casa como si la mera acumulación de metros recorridos fuera ya en sí un premio.

Los adultos pasamos de la comunicación verbal a la no verbal y nuestra mejor forma de demostrar el respeto y la fidelidad al resto del grupo es no ocupar la tumbona que se nos ofrece, dispuesta, en el jardín. La tentación de un sueño denso y compacto como el relleno de una almohada nos llama a todos, pero no, gracias, nos servimos otro cortado y volvemos a lanzar un tronco al fuego débil de la conversación, que no acaba de coger fuerza.

Así pasa la tarde, necesaria pese a todo. En el fondo, lo que tenemos que decirnos lo expresan los niños corriendo por el jardín. Ese es el discurso. Alguna pelea, algún juguete roto, algún balón en la casa del vecino. Pocas cosas. Desde fuera debemos parecer esos leones incapaces de atrapar ya a una presa rápida pero que, con su presencia, mantienen unido al grupo: o eso parece en los documentales. O eso quiero creerme yo.

Cuando llega la noche, en el fondo del jardín se enciende una libélula hecha en China que aprovecha la energía que ha acumulado durante el día para iluminarse e ir cambiando de color. Energía verde, y rosa, y amarilla y vuelta al color verde. No saben explicarnos por qué, pero parece la señal que espera un  puñado de murciélagos para salir a estrenar la noche. Algunos niños se asustan pero pronto se tranquilizan al ver cómo hacemos pasar por valor lo que no es sino cansancio. Para qué correr si tienen pinta de ser inofensivos. Tal vez tan falsos como la fascinante libélula del jardín.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Las virtudes de la propaganda comunista




Las virtudes de la propaganda comunista: Cerca del colegio están construyendo una nueva sede para uno de los grandes bancos que quedan. Lo de grande debe entenderse en sentido meramente económico. Por encima de la pequeña colina que está enfrente de las puertas de acceso, pueden verse unas cuantas grúas. Me parece una escena apropiada para el colegio: una buena mezcla de imágenes occidentales con cierto espíritu de propaganda soviética, como diciéndoles a los niños que llegan con sus mochilas “el presente sigue en marcha para haceros un hueco en el futuro. Estudiad. Dad lo mejor de vosotros. La banca y la construcción os esperan”. O alguna consigna parecida.

Luego están los chinos, un poco más lejos, con sus tiendas de ropa, sus supermercados, sus peluquerías y su regreso al capitalismo individual. Basta darse un paseo por Bravo Murillo desde Cuatro Caminos a Plaza de Castilla para ir viendo, casi secuencialmente, el proceso que ha seguido la economía estos últimos años. Puede ser una impresión personal, pero ahí está Laila Guerrero contándolo en uno de los artículos de “Frutos extraños”

“Ale es chino, y sabe muchas cosas de mí. Cuándo estoy en casa, cuándo salgo de viaje, cuándo se termina mi dinero y cuando no hay más comida en mi heladera. Técnicamente, y desde hace cinco años, Ale es el hombre que me alimenta. Lo veo más que a cualquiera de mis amigos, hablo con él dos o tres veces por semana, sabe que me gusta el queso estacionado  que no como nada que tenga ajo. Cuando hago un pedido por teléfono y olvido algo –pan, leche – me lo recuerda :

-¿Hoy no pan, hoy no leche?

Si le pido cuatrocientos gramos de jamón crudo se alarma:

-Muy caro, ¿Tanto quiere?

Conoce mi nombre, mi número de documento, mi profesión, el nombre del periódico donde trabajo, la dirección exacta de mi casa y la cantidad de gaseosa y pasta dental que consumo por semana.


Es el joven dueño de un supermercado que permanece abierto de lunes a sábado de 9 a 22, domingos de 9 a 13 y de 17 a 22, sin feriados nacionales ni días de guardar”

Las puertas se abren. El rito: el beso, el deseo de que pasen un buen día, el beso de vuelta, los momentos de duda hasta que encuentran un amigo con el que entrar y el ruido de las ruedas de las mochilas por la rampa. Y cerca de la rotonda donde me espera el atasco, entre Telefónica y Vodafone, el edificio de Huawei, donde es posible que se aplique la misma estrategia de supermercado. 

jueves, 19 de septiembre de 2013

Los últimos momentos de la letra ge




Los últimos momentos de la letra ge : La ge de “Gas” se ha despegado de la pared y solo se agarra a ella con el pequeño trazo horizontal antes de caer al suelo. Es como si la crisis de la letra impresa se hubiera extendido fuera del papel, transmitiendo la duda sobre su utilidad a las palabras que estuvieran en otros soportes. Sin la inmunidad que les daba tener una función clara, se vienen abajo con cualquier excusa. Un mal pegamento, por ejemplo.

Por lo demás, se trata de una ge que, liberada de la pared, no sale volando: se ha limitado a transportar el significado sin hacerlo suyo, como el camarero que se mueve con una bandeja entre la gente sin probar bocado. Tanta profesionalidad para nada. 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Una descarga en el pecho




Una descarga en el pecho : Entre las cosas que necesito para empezar el día están el zumo de naranja, el café, y los post o columnas de Jabois, Montano, Ruiz Quintano, Gistau, Tongoy, Marchante, Malherido, Salvación, Suñén, Cristian Campos o Bustos. Hasta que no los termino, y puede que para el último de ellos solo encuentre un hueco antes de irme a dormir, no puedo dar por comenzada la jornada porque, si no, mi cerebro no se pone a tono y ando desafinado.

Queda algo que añadir a la lista anterior: ver a los niños correr hacia las clases cuando abren las puertas del colegio. Una imagen que se repite todos los días y que es una pequeña descarga aplicada en el pecho del optimismo, ese auténtico Frankestein que hay que construir día a día con lo que se va encontrando. La excusa oficial de que tantos padres estemos a las puertas del colegio es que vamos a dejar a nuestros hijos, pero ahí no acaba todo. Yo mismo, cuando ya no haga falta en esa puerta, es bastante probable que me acerque solo para mirar. Para sentir la corriente.

Es un buen contraste enfrentar la escena de los niños corriendo con el caminar lento de los que cruzan por el paso de cebra camino del trabajo. Algunos incluso parecen ir hacia atrás, como si ejecutaran su particular moonwalk laboral. Esa diferencia es la prueba de que en algunas cosas (solo las importantes), como la forma de enfrentarnos al día, no hemos sabido mantener aquel ánimo que teníamos de pequeños. En ciertos temas se alcanza la plenitud con nueve años. 

martes, 17 de septiembre de 2013

El camino hacia la literatura se hace a lápiz




El camino hacia la literatura se hace a lápiz : Después me voy al cuarto de Lucía y le ofrezco contarle un cuento. Lo normal (la excepción tuvo un día y una hora) es que me diga que no. Podría darle un beso y no preguntárselo, pero con los mellizos me siento en la obligación de repetir todo dos veces. Dos veces. No hacerlo sería caer en alguna clase de favoritismo que podrían echarme en cara dentro de veinte años, cuando tenga una edad en la que ya dispondré de suficientes cosas que reprocharme yo solo.

La negativa de hoy le da más valor a aquella excepción.

No deja de escribir en un pequeño cuaderno mientras niega con la cabeza. Utiliza un lápiz con el que traza una caligrafía que ni tuve ni tendré (esto también me lo reprocharé). Con la izquierda tapa lo que escribe con la derecha.

-¿Qué?

Nada. Nada. Ni una pista de lo que escribe. Puede ser la lista de cosas que ella no hará cuando llegue la hora de contarles los cuentos a sus hijos. O puede ser un diario. O una de esas series con las que le gusta llenar los cuadernos. En cualquier caso, algo que merezca el esfuerzo que se toma en escribir. Si a los demás nos dieran un lápiz cada vez que nos entran las ganas de contarle algo al mundo, la producción sería menor, la calidad más alta y, sin duda, en los blogs no se escribiría con la impunidad con la que yo lo hago. Algo que, sinceramente, espero no reprocharme en el futuro. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Los disfraces de la serpiente




Los disfraces de la serpiente : La manzana está encima de la mesa, pero la serpiente ya no se encuentra a su lado: me espera en el cajón de los dulces, contenta al descubrir que vuelvo a abrirlo con cara de hambre. Ha evolucionado mucho la serpiente. La veo, con diferentes disfraces, en los dibujos de las cajas de las galletas con chocolate blanco, y en los de las barritas con cereales, las galletas que llevan canela, los batidos y en los que aparecen en las cajas de las galletas variadas. Frente a este mundo tan divertido, la manzana se queda asociada al castigo, al régimen, a la privación. Nadie se pelea por la última manzana, pero sí por las galletas que quedan en el fondo de la caja.

Es posible que haya que empezar a recordar historias sobre la manzana para que pueda competir con las de la publicidad, que parece tener la batalla ganada. Es cierto que no ayuda mucho lo que sucedió con Eva ni que, en manos de Paris, dieran origen a la Guerra de Troya. Eso es quedarse en el principio. La manzana ha sido capaz de superar ese mal arranque con finales excepcionales: Hércules logró la inmortalidad al robarles a las ninfas las que custodiaban y fue en Avalon (del galés afal, manzana), ese paraíso de huertos de manzanas, donde Arturo y Merlín renacieron. Así que es posible que por culpa de las manzanas existan lunes como hoy, pero también guardan la promesa de una eterna sucesión de domingos si se vence la tentación del dulce y se le da un bocado. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

La siesta de mármol




La siesta de mármol : Me siento un tanto inquieto dentro de una catedral porque todo lo que veo me anima a que le ponga una fecha y un estilo y de mí solo obtiene un silencio culpable. El espacio en el que me encuentro es, exactamente, el tamaño de mi ignorancia, lo que es algo desolador pero ofrece, por lo menos, la posibilidad de darle una dimensión a mi incultura.

-Soy tan bestia como la nave central de la catedral que Burgos.

La de Burgos, por ejemplo, es un buen reto para ponerse a prueba porque, en ciertos momentos, uno tiene la impresión de que no es solo una muestra de arte, sino un gran trastero en el que distintos estilos han ido dejando lo que les ha ido sobrando. Todo ahí reclama un comentario ajustado, una cuña histórica que fije lo que se ve en un momento preciso como la aguja de un sastre en la prueba de un traje. Sobre todo cuando se acompaña a dos mellizos de nueve años.

Pero nada. ¿Dónde fueron las clases de arte?. Ni idea. Seguramente las clasifiqué en mi cabeza dentro de la carpeta de física con esas explicaciones que ni me molesté en memorizar (no lograba entenderlas, así que para qué) y que convertía en pequeños trozos de confeti cuando cambiaba de año. Adiós a la tabla periódica y a las diferencias entre el románico y el gótico. Adiós al conocimiento, así, en general.

Esta incultura personal debe estar más extendida de lo que me creo porque en la entrada te entregan, sin preguntar, la parte de arriba de una ducha para que vayas escuchando una explicación sobre lo que ves. Debe ser que, cansados de las caras que ponían los visitantes, decidieron repartir esas guías a todos, las pidieran o no, para que al llevarlas no te sintieras más tonto que el que se guiaba por lo que ya traía de serie en su cabeza.

Agradezco el esfuerzo, pero me temo que ya es tarde. Lo que yo necesito es una introducción a la introducción de la historia del arte. Escucho un par de explicaciones de una voz neutra y me dedico a planear. A mirar, sin más. Me digo, como los incultos, no nos engañemos, que lo interesante está en los detalles y a ellos me entrego sin mucho criterio y sin saber qué tiene valor o qué es una mera chapuza de mantenimiento. Con espíritu new age abrazo todo como manifestación del trabajo humano y tal.

Y es en ese deambular errático, por zonas en las que no hay nadie, cuando descubro unas cuantas estatuas yacentes que comparten el mismo detalle. No deben ser muy importantes porque están en algunos pasillos, como enfermos en un hospital sin camas, pero eso me da igual. Todas sostienen un libro en el que un dedo marca el punto en el que han dejado de leer, como si más que morirse, hubieran decidido echarse una siesta en mármol antes de continuar con la lectura. Esa lectura detenida me parece la mejor representación de la inmortalidad que he visto. Algo en plan “me muero pero en cuanto me quite de encima el papeleo del cambio de cuerpo a no cuerpo, sigo con este libro”. Sólo los que seguimos con libros tradicionales viviremos para siempre, riéndonos con suficiencia de los que ajenos al consejo de estas estatuas se pasaron al kindle y demás artefactos diabólicos.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El exoesqueleto del artista




El exoesqueleto del artista : Con todos los programas de Punset que he visto, sólo recuerdo su anuncio del pan de molde y una reflexión sobre el endoesqueleto y el exoesqueleto que quizás venga de un libro suyo: el primero es el que viste por dentro (el nuestro) y el segundo el que se lleva por fuera (los cangrejos).

Todavía no había encontrado dónde compartir este conocimiento, información meramente narrativa, hasta que la experiencia hoy lo ha convertido en algo más rico y expresivo (sugiriéndome así que el sujeto de esa información era yo mismo). Ese cambio se produce viendo en Burgos el espectáculo que David Dimitri realiza en su propia carpa. Como ya han hecho también los Kikolas, Dimitri pertenece a esa clase de artistas que levanta su exoesqueleto para ser así algo menos vulnerable a los vaivenes económicos del exterior. Lo que en el caso del circo era tradición, ahora es necesidad.

Pero esa estrategia funciona si dentro, claro, hay algo que proteger, y en este caso no hay duda de que es así. Dimitri hace en sus números lo que gente como Nicholson Baker con la literatura: pegarse a la realidad. Por eso no es raro que la pista al entrar tenga cierto aire de trastero, con objetos que, ahí tirados, parezcan sugerir que, más que a un espectáculo de circo, vas a acudir a un mercadillo. Un acordeón. Un plinton disfrazado de caballo. Una cinta de correr.

Dimitri se sirve de todos ellos para hacer números que has visto mil veces antes, pero nunca con ese estilo con el que él los ejecuta. Eso es lo fascinante. Si con gente como Dynamo cambias de canal al ver repetido un truco que conoces, lo que te engancha con Dimitri es todo lo contrario. Lo que quieres es que ejecute esas tareas cotidianas (como la de ponerte unos calcetines de pie o correr en una cinta) para verlas con un estilo distinto, para descubrir que no son los objetos los que se agotan, sino tu forma de tratar con ellos.

Para lograr eso, Dimitri desarrolla cierta ingenuidad con los objetos que proviene, como ocurría con gente como Harold Lloyd o Buster Keaton, del dominio que tiene sobre su cuerpo en el terreno físico y expresivo. No es alguien que pretenda tapar limitaciones con esa inocencia en blanco y negro, sino un artista que regresa a estos números después de haber hecho todo el camino para que tú los veas de otra forma, con más posibilidades : igual que tu madre cuando le daba la vuelta al pollo y te enseñaba dónde te habías dejado un buen trozo.

La euforia que queda después del espectáculo es una prueba de que su trabajo funciona. Y los que quieran pueden crearle, incluso, una propuesta narrativa a todo el número: la evolución de ese hombre que empieza corriendo sobre una cinta, sin una meta, y acaba abandonando todo eso debajo de él cuando al final se marcha sobre una cuerda a varios metros de altura. Supongo que Punset también diría algo de todo esto. 

viernes, 13 de septiembre de 2013

Un cortometraje iraní




Un cortometraje iraní : A Lucía le gusta el agua, a Daniel la Fanta de naranja; A Lucía el cruasán, a Daniel el donut; a Lucía el salmón, a Daniel la pasta rellena; a Lucía el huevo revuelto, a Javier el huevo frito.

Daniel estira el pasado con su charla desbordante y Lucía anticipa el futuro con su silencio cerrado. El resultado es que tratar con Daniel suele ser fácil porque sus gestos con como esos tráilers largos que te cuentan la película; mientras que en el caso de Lucía te enfrentas a un corto iraní en el que en veinte minutos no se mueve una sola hoja del árbol que aparece.

Así que para acceder a Lucía hay que dar rodeos alrededor de ella y suponer que en todo lo que hace hay una pista fundamental sin la que, como en un videojuego puntilloso, no podrás pasar al siguiente nivel. Nos aplicamos a estas normas con algo de resignación porque solo en esos juegos las pistas te llevan claramente a algún sitio y nada nos asegura que sea así en la realidad, pero éste es el único camino.

En este tiempo nos hemos acostumbrado a valorar los silencios, a pesar las miradas, a analizar los gestos, a darle más importancia a la sombra que al original por esa inercia un tanto platónica que llevamos dentro. No es que avancemos mucho (nos faltan referencias), pero a veces logramos adivinar qué le pasa y decírselo, como si ella misma no lo supiera y en esa especie de paseo solitario por la nieve en el que anda metida ella fuera la primera sorprendida.

A Lucía le gustan los mini babybel para merendar. Coge uno y se lo lleva a la terraza para comérselo. Sus dedos parecen más finos y largos en la sombra de la pared.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La paseadora de perros




La paseadora de perros : Cuando llego a casa veo la mesa de la cocina cubierta de pulseras de colores mientras Lucía selecciona cuáles va a llevar. No sé ni el criterio por el que las va eligiendo ni por qué ha decidido ponérselas hoy. Como esos estudiantes que se ofrecen a sacar los perros de los que no tienen tiempo para hacerlo, Lucía se pasea con ellas por la casa.

Quizás sea su forma de despedirse del verano.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Derrota a los puntos




Derrota a los puntos : Las sombrillas, cerradas y con una cuerda alrededor, ya están listas para la mudanza. No entiendo las prisas. Es como si, antes de que terminara la película, encendieran las luces y la chica que se encarga de barrer las palomitas del suelo te pidiera que levantaras los pies.

-El final no vale la pena.

Pero es que el final es importante. Por eso venimos a rebañar el verano con estos últimos baños. Esa conciencia de enfrentarse a algo que va a terminarse es necesaria para ejercitarse. Es una pena no tener a mano una palabra alemana de veinte letras que ilumine esta idea y haga asentir a los escépticos.

Puedes rendirte al agua fría, al sol que se pone cada día un poco antes, a la pereza que te traes del trabajo y a ese dolor de cabeza que asoma a los pocos minutos de meterte en la piscina. Hay otra opción, que es la nuestra : convertir la piscina en un cuadrilátero y defender el verano todo lo que podamos. No hay mucho que hacer porque la sombra va avanzando y nos tenemos que ir replegando a la esquina en la que el sol lentamente va perdiendo terreno, como si fuera disolviéndose.

Ahí aguantamos inventándonos ejercicios absurdos en los que lo importante es salpicar mucho. Estamos los dos solos. Terminaremos perdiendo, pero no es lo mismo ser derrotado por un KO que a los puntos. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Los tres, a la puerta del colegio



Los tres, a la puerta del colegio : Una grieta recorre la calzada de lado a lado con el dibujo del que rasga una hoja de papel con las manos. Las dos líneas blancas continuas que marcan los carriles  se cruzan con esa cicatriz, como manteniendo unidas las dos partes.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Romance bajo cero




Romance bajo cero : Cuelgo los bañadores en el tendedero como si fueran dos trofeos que nos hubiéramos  ganado Daniel y yo por habernos bañado en una piscina de agua helada.

La verdad es que tanto frío me sorprende porque, objetivamente, no hay nada que lo justifique, así que sospecho que el vigilante por la noche deja su trabajo en su caseta, se marcha a charlar con el vigilante de la gasolinera (ahí hay esperando una obra de teatro o un cuento o una tesis) y aprovecha para llenar el maletero del coche con todas las bolsas de hielo que quepan.

Ya de vuelta me lo imagino haciendo cientos de viajes del maletero a la piscina con un cubito en la mano (el silencio es fundamental) para dejarlo caer en el agua con ese cuidado preciso del que mete una moneda en una ranura.

No hay que darle muchas vueltas para descubrir los motivos. Cuando Daniel y yo subimos a la vacía piscina, la socorrista tiene que dejar de hablar con el vigilante en la caseta y venir a protegernos por si el frío nos volviera rígido algún miembro y nos fuéramos hundiendo poco a poco en una criónica muerte de andar por casa.

Los dos bañadores están rígidos, como banderas en el Polo Norte. Cualquier otro desistiría, pero nosotros volveremos a bañarnos mañana, aunque eso frene el romance de ese vigilante, que debe estar deseando romper la hucha para disfrutar de golpe de lo ahorrado. Yo lo entiendo y le pondría las cosas fáciles, pero hay que aprovechar que es la última semana de piscina y, sinceramente, creo que ese hombre no sería capaz de hacer feliz a la socorrista.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El primer Mortadelo




El primer Mortadelo : No es lo mismo comprarle a un niño unos pantalones que un tebeo de Mortadelo y Filemón. Lo de los pantalones es bastante sencillo: se los pruebas y al instante ves si le quedan cortos o largos, con lo que o cambias de pantalones o de hijo. Así de sencillo. Aún así, cuando María llega con una bolsa que deja en el suelo, aliviada, como si dentro llevara los pecados de toda la humanidad, tengo que asentir lentamente al escucharle decir que lo de comprar ese pantalón ha sido una odisea. Eso, y no la excursión de Ulises a casa.

Lo del tebeo, sin embargo, no tiene ninguna trascendencia. Parece entrar en la categoría de compras que podrías hacer dormido o con el coeficiente intelectual de un koala : una docena de huevos, una bandeja de pechuga de pollo o el papel higiénico. Cosas sobre las que no puedes contar nada porque no admiten una narración y que provocarían una extraña sensación si de repente tu interlocutor apagara la tele, le diera la vuelta al móvil y pegando la espalda al sofá, las piernas contra el pecho, quisiera saber todo, todo, sobre la compra del bote de mostaza

Pero me gustaría que estuvieran en la tienda de cómics como yo, con un tebeo de Mortadelo y Filemón de tapa dura en las manos. Tiene que ser tapa dura porque no es un tebeo cualquier: es el primero que le voy a comprar a Daniel de Mortadelo. Daniel anda saltando de una zona a otro, fascinado. Desde la distancia lo miro y trato de calcular si este Mortadelo es de su talla. Es un problema serio. Si es demasiado pequeño para él, se obligará a que le guste después de todo lo que lo he elogiado y es posible que no entre con buen pie en el mundo de Ibáñez.. Si ya es mayor, el humor ya no le hará gracia y lo verá como algo infantil que ya se le quedó atrás.

Le doy vueltas (literales) al tebeo hasta que decido enfrentarme al problema con un espíritu Mortadelo. La indicación no tarda en presentarse : “Ante la duda, tapa dura”. Así que lo compro y se lo doy. Al salir a la calle veo dibujos y pegatinas por todas partes. Un Mortadelo es, también, un anexo a la asignatura de conocimiento del medio.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Una bandada de pájaros




Una bandada de pájaros : Vamos tirando porque somos superficiales. Si no, la vida sería muy complicada. Mejor seguir creyendo en la capa brillante de la palabra democracia o en la belleza de un paisaje a sospechar que detrás de la primera hay un ejército de gusanos que lo devora todo y debajo del segundo un antiguo vertedero que se tuvo que cubrir con tierra cuando no cupo más.

Esa superficialidad también la aplico al vino, del que nunca sabré gran cosa porque me entretengo con la mosca de la etiqueta mientras el profesor da la clase sobre el proceso de la uva al fondo del aula. Etiqueta veo, etiqueta quiero, este es mi lema. La conquista del paladar por lo estético (como si la cata se limitara a levantarse las gafas para fijarse en los detalles de la etiqueta)  no es una estrategia con la que uno se presentaría a un concurso de sumilleres, pero ése no va a ser nunca mi caso. Por eso me alegro cuando me recomiendan dos vinos y uno de ellos tiene una etiqueta bonita. Ya está.

La de “La Garnacha Salvaje del Moncayo”, que abrimos hoy, es buena. Un gran árbol del que se ven sus raíces desplegadas por la tierra, recordando la ilustración de un libro sobre la naturaleza. Eso es todo. Ni un texto. Ni una pista. Todo en silencio, como si te dieras un paseo por ese bosque a primera hora de la mañana y respetaran tu tranquilidad sin dejarte al paso carteles sobre el roble, sobre la graduación o el impulso altruista de los dueños de la bodega. Silencio, botella y copa.

No sé (ni me importa) si el vino es bueno, porque está bueno. Acompaña bien a la comida, como es su deber, pero, sobre todo, asienta el tiempo, dándole importancia a ese rato y a todo lo que cae dentro de él. La botella, la conversación, los que estamos en la mesa, la comida o la inevitable mancha de vino en el mantel. Todo. Este vino lo logra a base de garnacha, pero a ver quién incluye esto en una cata.

También consigue que salga el buen humor como el que restaura el color de un cuadro al que la vida va estropeando poco a poco. En mi caso, viendo de nuevo la etiqueta, no sé si mi humor está bajo tierra, permanente, de donde lo recogen las raíces, o en las hojas, caprichoso como una bandada de pájaros que saltara de un árbol a otro. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

El tenedor en el aire




El tenedor en el aire : Si le dejas elegir a una niña de nueve años, la cena se compone de patatas bravas, tortilla de patata y ensaladilla rusa. Perfecto. Antes de probar las bravas se queda con el tenedor en el aire.

-¿Me van a gustar?

Las patatas bravas no van a aparecer en la relación oficial de las 10 mejores de Madrid, ya lo sé, pero yo las incluyo de cabeza en mi lista particular. Lucía y yo cenamos solos. Antes, me ha leído las dos primeras páginas de un cuento que está escribiendo. Volvemos a repetir en la mesa que más me gusta del restaurante, desde la que se ve la esquina del local argentino de las empanadas por donde se cruza la gente de este barrio. Un auténtico desfile de formas de vivir. No puedo dejar de mirar. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

No cualquiera puede ser del norte




No cualquiera puede ser del norte : El agua está helada: ya no es una piscina del Mediterráneo, sino del Cantábrico. Empezamos el verano en el sur y hemos ascendido hasta este punto en el que solo estamos Daniel y yo en el agua. Los que antes ocupaban todo el césped artificial a estas horas, dan vueltas alrededor, como si caminaran por el paseo marítimo.

Cada poco tiempo tengo que dar unos cuantos largos para quitarme el frío de encima, pero la estrategia va teniendo menos éxito. A Daniel el frío no le afecta, lo que demuestra que en el árbol genealógico hubo un momento en el que se coló alguna foca.

Aunque ya no se bañe nadie, deberían dejar la piscina abierta. Cubrirla es como tapar el sol : nos castiga al quitarnos la posibilidad de asomarnos a la terraza solo para ver cómo brilla la superficie o de bajarnos una fría mañana de diciembre a leer un libro al lado.  Cada largo se convierte en una queja y en la reivindicación del que con el uso pretende defender una cañada, pero una pancarta no hace manifestación y la cabeza ya me duele del frío. No cualquiera puede ser del norte.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Ideas en blanco y negro



Ideas en blanco y negro: Al mirar por la izquierda y fijarme en un árbol, esperando que el semáforo cambie, tengo la impresión de que el atardecer se está produciendo en tonos grises. No estaría mal que, desde ese momento, la realidad siguiera así unas cuantas horas. Sería como vivir dentro de los matices de una fotografía en blanco y negro, con el descanso de no sentirte culpable por tener ideas en las que no aparezca ningún rastro de color.

martes, 3 de septiembre de 2013

Con Walter White hasta el final




Con Walter White hasta el final : Es difícil no estar del lado de Walter White. Ya en la primera escena de la serie, memorable, los guionistas de Breaking Bad nos invitaron a subir a la historia a través de ese personaje (el primer capítulo no era sino una gran alfombra roja para meternos dentro de él). Y, capítulo tras capítulo, no han hecho sino ir echándole madera a la máquina para que coja más y más velocidad, asegurándose de que en su recorrido pase de escenarios agradables a otros en los que ya solo se ve el vacío de los que han ido abandonando sus principios morales en cada estación

Creo que estoy atrapado por Breaking Bad porque, más que saber cuál va a ser el final, trato de descubrir en qué momento, como espectador fiel, voy a tener que saltar de ese tren que es Walter White y que probablemente acabe cayendo al precipicio al ver cómo se destroza el puente bajo él. Se puede decir que frente a cada capítulo atiendo a lo que ocurre en él mientras me observo para descubrir el instante en el que me tenga que separar de él admitiendo, en una ruptura definitiva, que ya no puedo seguir apoyando a un hijo de puta tan grande.

Termino de ver hoy "Perro rabioso", el capítulo doce de la quinta temporada. No sé si con los demás funcionará, pero, por mucho que se esfuercen los guionistas de Breaking Bad, me temo seguiré del lado de Walter White hasta el final, sea cual sea. Me hice incondicional de Walter White (y de Gus Fringe), a la manera en la que uno se hace seguidor de un equipo, en aquella conversación en la que se habló del principal objetivo de un padre: proveer. Algo que tanto Walter como Gus hacían. No puedo dejar de reconocer la fascinación por esa revelación que nadie, ni tus propios padres, te han formulado de una manera tan directa. No se trata de pagar la comida de tus hijos, de comprarles medicinas, de asegurarte de que tienen ropa. Todo esto son manifestaciones de algo que las agrupa como una misión y que les da sentido, como el título de una película a la secuencia de imágenes. Proveer.

Desde entonces eso es lo que he visto, la historia de un padre por cumplir ese mandato. No niego que, en el camino, se ha convertido en alguien despreciable, pero ¿habría sido un buen padre si se hubiera limitado a ser alguien que recibe una nómina en vez de ponerse a ganar dinero para asegurar el futuro de su familia cuando el cáncer se lo lleve por delante?. ¿Podría haber conseguido el dinero que necesitaba sin haberse convertido en Heisenberg?

¿Y tú?, pregunta la serie, ¿qué habrías hecho? 

lunes, 2 de septiembre de 2013

La inaprensible voluntad de los objetos.




La inaprensible voluntad de los objetos : No sé si los objetos tiene alma, pero de lo que sí estoy seguro es de que poseen voluntad. En casa aparecen y desaparecen sin avisar, como si el lugar les perteneciera y tampoco tuvieran que dar ninguna explicación. De los platos blancos que tanto nos gustaban ya no queda ninguno: una noche, en la cena, descubrimos que solo quedan los negros. Ni rastro de los blancos. Elaboramos un par de hipótesis rápidas sobre lo que puede haber pasado y continuamos con la cena sin pensar más en el tema.

También hay objetos que aparecen. La botella de agua de plástico, al lado del bote de aceite, es un buen ejemplo. Siempre hay una. Quizás sea algún tipo de intercambio entre casas y ahora en una en la que echan de menos sus botellas tienen, a cambio, una buena colección de platos blancos, levemente hondos, perfectos para servir cualquier tipo de comida. La botella cambia de tamaño cada día. También varía la cantidad de agua que tiene. La miro, le quito el tapón, me la bebo y la tiro a la basura sabiendo que mañana habrá otra botella de plástico en el mismo sitio. También pienso en un par de teorías, pero no insisto demasiado en ellas.

No vamos a pretender entenderlo todo.  

domingo, 1 de septiembre de 2013

La bicicleta rosa




La bicicleta rosa : El McDonald´s que me gusta está esta noche abarrotado. Todos hemos llegado de vacaciones y nos hemos visto con la nevera vacía, los niños con hambre y sin dinero para repetir la que debe haber sido la frase típica de vacaciones: ¿dónde cenamos hoy?. El resultado es que la cola de los pedidos llega hasta la puerta y una mezcla de conversaciones eufóricas y de saludos, también eufóricos, inunda el local, como si todos estuviéramos esperando para embarcar de nuevo. La gente está muy contenta de regresar a casa a pesar de haber dejado detrás experiencias como la que le escucho al que me precede:

-¡Cenábamos unas pizzas enormes por tres euros!

Y rodea con los brazos una imaginaria pizza en la que todos, incluido yo, nos fijamos.

Hay muchos McDonald´s en los que una conversación así es bien recibida. Aquí las cosas son diferentes y si alguno de los que hoy han convertido éste en una caseta de la Feria de Sevilla se pasa cualquier otro día lo descubrirá. Verá que el fútbol se ve en silencio, sin gritos, con cierta distancia, como si el partido fuera de una liga extranjera; que los pedidos se entregan después de un cruce de ojos entre la dependienta y el cliente; que la gente respeta el silencio del que come solo y tranquilo; que puedes venir a leer sin que nada te desconcentre; que los niños no corren por los pasillos y prefieren quedarse en las mesas con sus padres. De todo doy fe.

No sé por qué será así. Tal vez se deba al resultado de un proceso lento en el que los clientes vamos sedimentándose poco a poco, formando un nicho específico sin la voluntad expresa de crearlo. Piensas en una mesa silenciosa y al instante te ves aquí.

Avanzo lentamente, experimentando la sensación de que mis vacaciones, viendo la euforia contagiosa del resto, han sido un fracaso. Los demás han sabido encontrar la mejor opción y parecen encantados de compartirla. Ni rastro en ellos del cansancio que tengo, ni del temor a que la vuelta a la rutina se lleve algo de lo que me he traído y se cobre intereses, obligándome a retroceder unas casillas respecto a la que ocupaba antes de las vacaciones. Esta gente sigue celebrando la Copa del Mundo.

Ya en el aparcamiento veo que todas las plazas están ocupadas. En la zona dedicada a las bicicletas están las cuatro de una familia: me fijo en la más pequeña, de color rosa.