martes, 31 de diciembre de 2013

Una uva en la recámara




Una uva en la recámara : Me gusta ver las uvas preparadas en los platos de los niños. Ya peladas y sin pipas para que, en ese recorrido de anticipación que son las campanadas, puedan comerse sin problemas la uva que cada mes les va a ofrecer y regresar después al presente con el mensaje de la boca llena: que delante tenemos un tiempo fértil al que no hay que temer.

Pero todos estamos pendientes de la parte técnica de la operación, como siempre. Los cuartos, el sonido de la bola al caer, las campanadas. Me acuerdo de que mi padre disponía una moneda de quinientas pesetas delante de cada uva y que las iba arrojando a su espalda conforme se las iba comiendo. Mi hermano y yo nos lanzábamos después a buscar esas monedas sabiendo que esa carga simbólica que adquirían las hacía inservibles para el comercio, como el caballo que ya no sirve para correr y se utiliza de semental para atraer la riqueza.

Las campanadas. Este año va apareciendo en la pantalla de la televisión el número de la uva que tienes que comerte. Es el karaoke navideño definitivo. Trato de mantener el orden porque sé que un pequeño error dejaría una rendija abierta que se convertiría en una advertencia, en una profecía doméstica. Creo que todos lo pensamos y por eso, debajo de las bromas, hay una determinación seria para no cometer ningún fallo.

Mantengo bien el ritmo, pero antes de comerme la última uva me planteo la posibilidad de guardármela en un bolsillo sin decir nada. Es una intuición fugaz. Un experimento. Si lo hago, acabaré con este año y entraré en el siguiente cuando yo quiera. Podría congelarla, secuestrando así al 2013, y dejarla ahí el tiempo que haga falta. Vivir sin pensar en ella hasta que una desgracia, o un revés, o un problema se cruce y una vez superado me coma esa uva para liquidar el año y comenzar el nuevo limpio, sin manchas. Ya que no hay monedas que recoger, mejor guardarse una uva en la recámara. Por si acaso.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Una doble capa de barniz




Una doble capa de barniz : Esta mañana veo el sitio perfecto para celebrar la llegada del año nuevo con casi dos días de adelanto : una parada de autobús que recibe la luz de un sol que parece derrocharse en todos los objetos barnizándolos con una doble capa, seguro de que tiene toda la luz que va necesitar para el día.

Debería haberme sentado. Debería haber adelantado el reloj. Debería haber pensado en un par de proyectos serios a los que entregarme en el 2014. Creo que era el sitio preciso para este rito. Pero está la obligación de ser fiel al reloj, a las campanadas, a ese otro rito que, como muchos otros, se parece al cazador que primero dispara y luego apunta.

¿Cómo presentarse en la celebración oficial diciendo que la real ya se ha vivido? Lo sorprendente es que coincidan el momento y el lugar. No verlo así es engañarse. 

domingo, 29 de diciembre de 2013

Una cierta obligación




Una cierta obligación : A la salida de la exposición en la Sala Canal de Isabel II con una selección de fotografías de Nicolás Müller veo a una vigilante discutir con una mujer mayor que tiene una cámara en la mano. Una quiere hacer fotos y la otra le recuerda que está prohibido hacerlo.

La vigilante debería tener paciencia con los aficionados a la fotografía que salimos de la exposición. Después de este auténtico repaso que Muller nos da (cada fotografía es una lección y un reto: “Trabajadores en el drenaje del río Tiszla”, “Narrador de cuentos”, “Redes” o mi preferida, “Vendedora de Vilar Formoso”) hay dos opciones : o dar un paso atrás o darlo adelante. O se es realista o se sigue pensando no sé qué de esa urgencia que de repente se siente.

Esa urgencia de la que debería decirle algo a la vigilante. Esa sensación de que la realidad vuelve a abrirse, que nunca ha dejado de ofrecerse, que sigue esperando, que el que se ha secado eres tú.

“El artista que tiene en su mano una cámara fotográfica tiene un instrumento único para poder expresar con ella su pensamiento, sus ideas, creo que eso significa una cierta obligación. Todo artista la tiene” (Nicolás Müller)

sábado, 28 de diciembre de 2013

La absolución de la cámara




La absolución de la cámara : Doy una vuelta por el jardín buscando una fotografía y la encuentro en un sitio por el que he pasado antes muchas veces sin pararme. Es la parte de la construcción de la chimenea que sobresale de la pared. El contraste de las sombras la vuelve más precisa. Vaya. El atardecer se está tomando su tiempo aquí

Dentro de la casa ya arden los troncos, y se va pensando en la cena, y la televisión está encendida, y alguien coge un dulce de una bandeja, y alguien pide que se cierre la puerta para evitar que el frío, y se hace una llamada, y alguien baja por la escalera delatándose por sus zapatos, y se dice algo de la primera ronda de la Liga, y alguien ofrece una cerveza, y alguien abre la nevera y se queda un momento apoyado, y alguien dibuja en una hoja con un lápiz, y alguien abre los cajones buscando un cuchillo, y alguien recoge del suelo un juguete y lo deja en su sitio, y alguien pronuncia un nombre en voz alta varias veces, y alguien se agarra las rodillas, y alguien pregunta sobre un programa, y alguien cierra un momento los ojos, y alguien atiza el fuego para que no se duerma.

La proporción de las sombras me parece perfecta. También el año se va ocultando y todos podemos ver nuestras sombras en la pared y descubrir que son necesarias para reconocer con más precisión lo que somos. Lo estético por encima de lo moral. Eso es lo que pienso si me creo lo que veo después de hacer la fotografía.

viernes, 27 de diciembre de 2013

La salamandra en la pared



La salamandra en la pared : Desde nuestra mesa, veo a una mujer en la barra con una copa de vino tinto de la que todavía no ha bebido. De vez en cuando consulta el móvil y lo deja caer con desgana. Con un móvil al lado uno parece estar menos solo. Debe tener unos cuarenta años y una forma de estar sola que muestra a cualquiera que es algo que ha venido a buscar justo aquí, en este restaurante en el que solo nosotros ocupamos una mesa. Es posible que en el móvil aparezcan los mensajes de alguien que la espera en otra barra con dos copas de vino blanco ya servidas.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Una exposición fugaz




Una exposición fugaz : Están siendo unas navidades en las que no deja de llover, como si las nubes quisieran empezar el nuevo año completamente vacías. Basta con mirar unos cuantos segundos por la ventana para que la tinta de todos los planes acabe corrida e ilegible, mezclando unos con otros, y dejando como única opción algún plan improvisado en casa.

Las treguas que se ofrecen entre lluvia y lluvia compensan. El cielo sigue cubierto, pero el aire pesa menos y las distancias parecen más cortas. Es entonces, caminando por las calles, cuando se vuelve a experimentar que el concepto de casa y el de espacio en el que se vive no coinciden exactamente. Hay zonas de la casa que parecen rechazarte y algunos lugares de la ciudad de los que no te moverías.

Los charcos no se han evaporado y se convierten en lienzos líquidos que te obligan a andar de puntillas. Mirando al suelo en esta exposición fugaz puedes fijarte a la vez en lo más próximo y en lo que hay allá arriba.   

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Cada árbol es una invitación




Cada árbol es una invitación : El final del día se presenta con todas las tiendas cerradas, el frío enredado en la garganta, agazapado dentro de los guantes, y las ramas de los árboles más desnudas y finas. Contra el azulado cielo esas ramas parecen los pasadizos que en los pulmones llevan el aire. Tengo la impresión de que los árboles están ahora ahí para que respiremos la tarde a través de ellos.

Durante todo el paseo, cada árbol es una invitación. Bastaría con imitar a cualquiera de ellos en esa representación escueta de sí mismo para entender algo de lo que se conmemora hoy, pero vamos caminando cada vez más deprisa hacia el calor, el movimiento, el sonido y el color de una película que han puesto muy bien. 

martes, 24 de diciembre de 2013

Ni un trozo de césped libre




Ni un trozo de césped libre : Los entrenadores han vaciado sus banquillos, presionado a los médicos para que firmen partes de alta, han llamado a casa a las viejas glorias y subido a los chavales de las categorías inferiores para que no exista ningún hueco en el Carrefour en el que puedas moverte libremente sin que haya alguien que te marque y te ofrezca una muestra. Si la materia se puede reducir a los átomos que la componen, los artículos del Carrefour se pueden descomponer en su unidad mínima : la muestra.

La presión va funcionando y me voy llenando los bolsillos de muestras, la boca de aperitivos, la nariz de olores, el pelo de acondicionadores, anticaída, tintes y cremas para fijar el pelo que ya no tengo. Yo venía a imponer mi ritmo y veo que cada línea que atravieso me va desviando de mi objetivo, que solo es añadir un juego de la Wii a la lista de Papá Noel. Solo eso.

A mí lo que me gusta es moverme por el Carrefour cuando acaban de abrir y tener esa impresión de que todo se ha dispuesto para mí, como si fuera una infanta a la que le cerraran el Corte Inglés para hacer sus compras sin problemas. En esos momentos me creo un tipo importante con privilegios que no voy a utilizar, como el billete de un país exótico que jamás visitarás pero que queda bien en la cartera. El dependiente está ahí para orientarme, el gerente para asegurarse de que todo está en su sitio, la cajera, que habla de vacaciones con la de al lado, para cobrarme sin que tenga que esperar cola. Y, si quisiera, podría salir por una de esas puertas pintadas de azul que dan directamente al aparcamiento.

Hoy, en medio de esta avalancha de gente que aprovecha los últimos momentos para hacer la compra que se ha olvidado, me doy cuenta de que soy un don nadie. Soy una cifra de ésas con varios decimales que no sabes si redondear al alza o a la baja. Estoy a punto de desarrollar una tesis en ciento cuarenta caracteres sobre los males del consumismo para colgarla el twitter y acabar con ese picotazo de inteligencia con esta terrible estructura. Me queda energía para atacar también estos ritos que nos obligan a mostrar el amor con nuestras compras con otro tuit, pero en ese momento encuentro el juego que buscaba. Por un momento parece que no. Por un momento temo que todos a mi alrededor lleven uno guardado, como puñales alrededor de César, bajo sus capas para acabar con mi autoestima. Por un momento siento un cansancio que me desborda, el cansancio que toda la especie ha experimentado en una situación así. Pero no, busco con criterio y encuentro el juego.

El juego. Me reconcilio al instante con todo. Borro mentalmente los tuits. Y, elegantemente, voy esquivando a las chicas que ofrecen sus productos con ese giro con el que Zidane se llevaba el balón en un pase de baile que hacía parecer todo fácil. Vamos a por esta Nochebuena como si lleváramos el cinco tatuado en la espalda. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Escultura al periodista desaparecido




Escultura al periodista desaparecido : Voy perdiendo la costumbre de comprar el periódico. Como ha bajado a la vez la calidad de lo que se escribe y el tiempo que tengo para leerlo, no encuentro ningún motivo para ir al  quiosco a por él salvo ése, el de ir al quiosco a por él, lo que tampoco tiene mucho sentido. Ese paseo es ahora virtual, por algunas páginas de internet.

Pero Daniel me deja la figura de un periodista que ha hecho con plastilina y me voy a por uno de los últimos que he comprado para usarlo como fondo de una fotografía. Aprovecho para leer algunas noticias hasta que me descubro saliendo de una entrevista a Cándido Méndez igual que entré y recupero esa sensación de que la información, por su creciente complejidad, ya no se encuentra en los periódicos, atados por las limitaciones del espacio y del tiempo que se les dedica a las noticias.

Pienso entonces en ese libro de reportajes de Leila Guerriero que he dejado por la mitad y al que debería volver.

El periódico hace bien su función de escenario. Le voy explicando a Daniel los detalles de la figura que ha hecho imitando lo que ha visto en algún dibujo animado. El sombrero. La gabardina. La tarjeta de prensa en el sombrero. Un auténtico homenaje al periodista desaparecido. 

domingo, 22 de diciembre de 2013

Una semilla en la cabeza




Una semilla en la cabeza : Desde hace poco, mi calle favorita de Madrid es Espíritu Santo, en el trozo que va desde la Plaza de Juan Pujol a la Corredera Alta de San Pablo. Cuando me muevo por ella ya no pienso en el siguiente punto del paseo: me da igual. Se convierte en el epicentro, aunque no exista ninguna tienda o local favorito que justifique esta predilección. La elección se debe al efecto acumulativo de lo que voy viendo, al esfuerzo de cada escaparate, propuesta o menú por distinguirse del anterior con un estilo propio que transmite la impresión de que, sobre todo, la gente ha montado el negocio que quería.

Procuro incluirla en todos los paseos, de forma más o menos justificada, porque la gente con la que me cruzo parece ir con la semilla de una idea creativa en la cabeza, algo que no suele producirse a menudo. El entorno influye en la gente y ésta, a su vez, comprando en las tiendas, parándose a comer algo o charlando en la acera, le da sentido también al escenario. Si vas atento a ese juego y te dejas llevar, no es difícil notar cierta estimulación en las ideas: el final de una obra de teatro ya no parece tan lejos, ni los proyectos tan difíciles, ni la realidad tan estéril. Aquí el camino entre el proyecto y su ejecución parece muy corto.

Por eso trato de venir por aquí con los mellizos con la excusa de comer en un restaurante o de ir fijándonos en los grafitis de las paredes. Se trata de que su memoria se vaya enredando por toda esta zona para que, en el futuro, algo tire de ellos y les empuje a regresar por aquí para tratar de identificarlo. 

sábado, 21 de diciembre de 2013

El cine que alimenta




El cine que alimenta : Cualquier productor al que le hayan presentado un resumen de “Lluvia de albóndigas 2” para financiar el proyecto, habrá tenido que pegar mucho el oído para escuchar latir el corazón de la historia. Las hay que nacen con el corazón muy débil. Un par de latidos. Silencio. Otro par de latidos. Y, aunque como guionista duela, lo mejor hubiera sido abandonar el proyecto y retomar alguna carrera de bien que se abandonó por esto de la escritura.

Pero no: el productor pensó que lo que oía era suficiente y puso dinero en la mesa para que esta tarde podamos ver la película en el cine. Y, mientras la veo, pienso que películas así hacen que el cine sea muy caro. Ni siete guionistas, siete, según IMDB, son capaces de que la película no se les vaya de las manos pasada media hora y caiga en una parada de la que no se podrá reponer.

Tal vez por eso a la salida, en la zona de chucherías, puedes servirte corazones de gominola. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

Urnas de juguete




Urnas de juguete : Los mellizos escriben sus cartas en unas hojas impresas de Toys R Us con textos en inglés y los sellos dibujados. En el mundo de las cartas a los Reyes Magos estamos al mismo nivel de los restaurantes que imprimen fotografías de los platos en los menús para que te limites a señalarlos. El siguiente paso será hacer una cruz en lo que vayan eligiendo en un catálogo de juguetes y meterlo, tal cual, en un buzón de correos.

Habría que cuidar estos detalles.

Habría que cuidar los detalles, en general.

Porque luego, siguiendo esta inercia, marcarán unas casillas en una hoja y, mediante el mismo pensamiento mágico, creerán que bastará con meter el sobre en una urna para que los reyes de la democracia les traigan todo lo que han pedido sin plantearse el precio de lo que quieren, si depende de ellos cumplir sus deseos, o si, en fin, ya tienen decidido qué les van a dar antes de que ellos lo pidan. 

jueves, 19 de diciembre de 2013

Clase para usar cupones por un céntimo




Clase para usar cupones por un céntimo : Tengo la impresión de que si el sudamericano que me atiende en el Burguer King me contara todos los trabajos que ha hecho en su vida, la cola que se montaría daría varias veces la vuelta al mundo. Es delgado, con la cara afilada, y esa mirada atenta del que va a lanzar una falta y calcula cómo le tiene que dar al balón.

He ido a recoger a Daniel a un cumpleaños y su buen humor se me ha contagiado. Aunque el parque infantil ya estaba cerrado, un amigo y él no dejaban de correr, como si se hubieran propuesto recorrer una distancia  mientras los padres hacíamos de percheros. Ya en la calle los dos se han sentado en un muro a hablar. No importa que compartan clase y que se vuelvan a ver a mañana: ahora están juntos y eso es lo que importa. Envidio ese valor que le dan al presente y que después desaparece. Es la madre del amigo la que acaba insistiendo para que se separen.

Y es para alargar ese momento por lo que propongo lo de cenar los dos juntos en un sitio en el que podamos comer con las manos, mancharnos, beber con la boca llena y robarnos la comida.

El dependiente aleja la mirada del balón, se ajusta un poco la gorra, y me dice que hay una oferta para lo que he pedido. Me pregunta si tengo el cupón por mero formalismo, porque de alguna forma debe ser evidente que soy de los que se acuerdan de ellos cuando han caducado. Mientras hace la pregunta, saca un folleto del que arranca el cupón apropiado. Me lo enseña y me lo explica con tranquilidad, como si le pareciera extraño que exista gente que no aproveche estas ocasiones de saltarse una casilla, por pequeña que esa. Me lo entrega. Se lo devuelvo. 9,99 €. Me dice que no puede darme el céntimo de vuelta. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Levántate y huele




Levántate y huele : Al terminar la cata de cava, uno de los organizadores se acerca al micrófono. Lo agarra como si acabara de llegar del futuro y tuviera un par de cosas interesantes que decirnos. Parece un profeta bromista, de los que solo va a hablarte de los flecos que cuelgan del gran tapiz  de la verdad y no de lo que en él está escrito. Se sube las gafas con el índice y levanta la botella que tiene en la mano izquierda para pronunciar una frase definitiva :

-No habéis olido un vino como éste.

Y tras la frase no se rasga el velo de ningún templo: es posible que a una señora de Albacete se le enganche la manga con el pomo de la puerta. Como mucho.

Dos chicas van sirviendo el vino en este ambiente hipster de música indie y cultura enológica. El profeta añade que estas botellas son de su pequeña bodega, que ha mimado mucho el vino, que lo que produce acaban bebiéndoselo los amigos, que así no va a hacerse rico.

Mientras espera a que todos estemos servidos, el profeta huele su copa y hace unos cuantos aspavientos de personaje de ópera. Los hipster de guitarra y barba le miran un poco desconcertados. Si se arranca un poco más, podríamos tener al Freddie Mercury de Rock in Rio frente a nosotros. Demasiado personaje para tan poco escenario, pero no tengo nada que decir.

Espero obediente a que me sirvan. Está claro : el vino es tinto o no es. Lo vuelvo a pensar al ver cómo cae en mi copa. Me lo acerco a la nariz y lo huelo. El profeta tenía razón. No he olido un vino como éste en mi vida. Yo, que pensaba que no tenía olfato, descubro que mi nariz cobra vida como una noria de juguete a la que enchufaran a una central nuclear. A esto yo lo llamo un pequeño milagro. No puedo de dejar de oler la copa como si ahí dentro estuvieran las pistas para dar con algunos sitios secretos. Qué lástima no ser perro.

El profeta disfruta con nuestras reacciones. Levanta la botella de “I´m the mocker” como si fuera un premio que se hubiera concedido él mismo. Un premio merecido.     

martes, 17 de diciembre de 2013

Interferencias navideñas



Interferencias navideñas : Fue Lucía la que colocó la estrella encima del árbol. Sigue igual de firme. Por mucho que adornes el resto de la casa con un belén, coloques la cabeza de un reno en la puerta, cubras de espumillón la cesta del gato o despliegues una selección de felicitaciones por los estantes, resulta imposible sintonizar con estas fiestas si no coronas el árbol con esa estrella que hace de antena. Conforme te acercas al árbol, desaparecen las interferencias.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Dos cruasanes intactos



Dos cruasanes intactos : No tenemos mucha experiencia desayunando juntos y nos cuesta hacerlo al mismo ritmo. María y yo terminamos antes, mucho antes, de que Lucía le dé un bocado a su cruasán de jamón y queso, lo que hace más evidente esa indolencia con la que se enfrenta a su zumo, a su chocolate, a su plato. Quizás quiera retrasar el inicio de ese día que parece esperar a que los platos estén ya vacíos para arrancar. Esta demora podría marcar un terreno de nadie entre dos días para el que no existe nombre, ni urgencias, ni reglas, ni prisas. Esa zona en la que te puedes encontrar a gente buscando la inspiración, inmóvil con las manos en los bolsillos, o descansando con los pies metidos en el agua, o volviendo a la página de un libro para releer una frase, o levantando una palabra hacia el sol para ver en qué colores descompone la luz, o desmontando un reloj para perder metódicamente todas sus piezas, o bajando al sótano de los antepasados por la escalera de los apellidos, o apreciando el valor de esas sombras que no varían. Ahí todo lo que llega de fuera es rápidamente traducido a un lenguaje extraño. O es posible que se desintegre si lo que dices no tiene mucha importancia. Así que da igual que le diga cariño, venga, que todos hemos acabado, que hace un día muy bueno, que se enfría esto, que se calienta eso, que hay que desayunar. Cuando quiera, regresará de ese territorio al que no es difícil entrar: basta con fijarse en esas mesas puestas, en la luz que cae por los manteles, en los platos y las tazas ordenados para hacerlo.

domingo, 15 de diciembre de 2013

El freno de emergencia



El freno de emergencia : En cada página de “Gilead” escucho el sonido de un grillo  como fondo de todo lo que ocurre. Es un buen libro para leer en la nieve y dejar que el contraste perfile mejor cada detalle. Imagino unas gotas de sudor, un vaso de agua a mano y sombras que no refrescan. Sé que debería leer más despacio la confesión que este reverendo le deja a su hijo de siete años, pero el libro me gusta y tengo que aprovechar el tiempo. Hay gatos bautizados, y comuniones que se ofrecen con una galleta quemada y bendiciones que se otorgan en el banco de una estación. Gestos que adquieren su fuerza de la realidad externa a la religión, como si ahí estuviera su verdadero significado. Muchas escenas las veo sin bajarme del tren, pensado: aquí tengo que venir cuando tenga tiempo, que es una forma de mentirme. Pero hay otras que me obligan a tirar del freno de emergencia para obligar a que el tren se detenga y poder bajar a mirar. Y son muchas.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Sísifo en telesilla




Sísifo en telesilla : Una razón para defender el esquí es que es un deporte en el que la gente disfruta y eso elimina cualquier sentimiento de culpa por estar mirando con un somontano y un pincho en la mesa. Hay esfuerzo, claro, pero queda escondido frente a esos otros deportes en donde es lo primero que se ve y se valora. Aquí no hay sudor que se convierta en reproche.

Además, es bueno fijarse en esos esquiadores de todas las edades que bajan porque no dejan de transmitir un mensaje : no todo en la vida es cuesta arriba. Aquí han sustituido la imagen de Sísifo y su roca por un telesilla, acabando de un plumazo con ese capítulo del existencialismo y bla, bla, bla. No es difícil imaginar lo que se debe sentir dejando a Camus y Sartre en la cima para experimentar que la vida puede ser esa superficie limpia bajo tus pies al final de la cual te espera un vino y una tapa.

Uno viene aquí a esquiar y a construir zonas en el cerero que funcionen como pistas para que las ideas que andaban atascadas también se deslicen. Si el sol no se escondiera tan pronto, pediría otro somontano para seguir con mis pistas particulares. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

Gaviotas sobre la nieve




Gaviotas sobre la nieve : Una máquina ha dejado en la superficie de la nieve las mismas estrías ordenadas que encontraba en Conil al ir a pasear a primera hora junto al mar. Así que en lo primero que pienso al pisar la nieve es en la playa. Esas máquinas lentas que escribían en la arena líneas de pentagramas con las sombras de las gaviotas como notas aleatorias. Ese recuerdo no me deja que la primera impresión sea plena.

Pero no importa. La primera impresión no es la que se presenta al principio. O no estás donde tú la esperas. Seguimos caminando y dejamos detrás esta parte de la estación para meternos en la dedicada a los novatos. Las máquinas han dejado de lanzar nieve hace poco y es pronto, por lo que podemos ir dejando nuestras huellas en la nieve. Caminamos en silencio, disfrutando. El brillo del sol hace daño en los ojos, pero no importa. ¿Cómo no aficionarse a este deporte que cada mañana te ofrece la posibilidad de estrenar la montaña? Me alegro de que estemos aquí aunque lo más razonable era no venir.  

jueves, 12 de diciembre de 2013

Nunca más de dos bombonas



Nunca más de dos bombonas : Para no retrasarnos en el viaje y ahorrar dinero, paramos en la primera gasolinera que encontramos una vez que descartamos la opción del restaurante en Huesca. No es una de las que se encuentran junto a la carretera, sino dentro de un pueblo en el que nos metemos un tanto desconfiados, temiendo que solo haya un surtidor y un mostrador con bolsas de patatas fritas.

La gasolinera es grande y nos permite elegir entre dos tipos de sándwiches. El hombre al que le entrego el billete no me dice nada al devolverme el cambio, como si recelara de alguien capaz de pagar tres euros por un sándwich por el que él no daría ni la mitad. Entro limpio y salgo con la carga de ser sospechoso de algo. Los efectos opuestos de un confesionario.

Pero ese sentimiento se borra pronto gracias al aire frío y limpio. El olor de la gasolina llega puro. Una hormigonera para a repostar. En una jaula con candado hay bombonas de butano con un cartel “Les informamos que por razones de seguridad únicamente está permitido cargar en vehículos particulares un máximo de dos botellas”. Veo una aspiradora con instrucciones, la tercera es “No aspirar objetos de tamaño superior a la medida de la boca”. Al lado, con pinta de llevar mucho tiempo rota, una máquina para limpiar las alfombrillas que en su momento a alguien le pareció una gran idea. Nos comemos los sándwiches tranquilamente, disfrutando de esa sensación del viaje que empieza. El conductor de la hormigonera le comenta al que le atiende que una de las cargas de hormigón salió mal, pero por el tono tranquilo con el que lo cuenta, parece que fuera algo con lo que hubiera que contar. También hay tiempo para mirar al suelo y fijarse en las rejas, en las que se lee “Fundicio ductil Benito-Manlleu”.

Los coches llegan y se marchan despacio.

Al lado de la tienda hay un cuarto con una pared cubierta de clasificadores y dos personas trabajando enfrente de su ordenador. Tienen una gran ventana hacia el exterior que no ocultan con ninguna cortina. Ahí dentro parecen vivir en ese eterno lunes de las tareas administrativas. Es mejor no verse desde fuera.

El hombre que me ha vendido los sándwiches sale a la calle, se pone las gafas y se fija en una bicicleta que alguien ha dejado junto a la pared. Es la mirada del que busca pistas. Se acerca su compañero, el que ha atendido a la hormigonera, y se une a ese silencio análitico.

También nosotros nos vamos despacio.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

La terapia del aparcamiento




La terapia del aparcamiento : Definitivamente, hay que pasarse por el Carrefour antes de ir al trabajo. Aunque solo sea para ver el aparcamiento vacío y todos los carros en su sitio.

Seguimos con el tópico de imaginarnos en una playa vacía con una hamaca y una copa en la mano, pero ése es solo un deseo inducido: a los que hemos visto este mismo escenario repleto de coches, sin carros libres, y con el violento nerviosismo de los que han gastado más dinero y tiempo del que deberían, ésta es la imagen del paraíso. Sientes que hay partes de ti que todavía puedes estrenar.

Para que el momento sea perfecto, hay que entrar en el hipermercado nada más abrir las puertas, sin prisa, darse un paseo entre las estanterías, coger un par de sándwiches para la comida, pagar sin esperar cola y salir de nuevo, parando un instante para recordar qué día es, cuál es tu nombre, qué es aquello que hacías por lo que te pagaban una nómina.  

martes, 10 de diciembre de 2013

Un botón en su ojal



Un botón en su ojal : Abro la mochila de natación de Lucía para dejar cada cosa en su sitio. Como no estoy seguro de dónde va lo que saco de ella, voy improvisando con cierta lógica. Cuelgo el bañador de la válvula del radiador. No sé si ése es su sitio, pero la combinación me gusta. Parece una reinterpretación de la bella y la bestia. Esa mezcla involuntaria hace que, por lo menos, un botón del día pase a través de su ojal.

lunes, 9 de diciembre de 2013

No hay receta pequeña




No hay receta pequeña : No hay ningún misterio en preparar unas pechugas de pollo empanadas. Pechugas fileteadas dispuestas en una bandeja con un cuidado de clase de medicina. Un huevo con la mejor silueta de huevo. El bote de arena de harina. Radio 3 siempre que no pongan “Flor de pasión”. Las manos limpias una, dos veces. Dos platos idénticos. El tenedor alineado.

Pienso que no hay ningún misterio y por eso empiezo a cocinar con la cabeza en otro sitio, quitándole importancia. Entra entonces Daniel, decidido a ayudarme. Se cuelga el delantal para desactivar el no que le voy a decir porque tengo prisa. El no, efectivamente, se disuelve. Respiro un par de veces y le digo que bueno, que vamos a cocinar pensando en que él vaya empanando las pechugas, pero él por cocinar entiende acaparar todo el proceso. Respiro un par de veces, miro el reloj y que bueno, que si estas cosas sirven para que nuestra relación no se pise los cordones y estrechemos lazos con un doble nudo pues adelante. Adelante, pues, según Daniel quiere.

Todo, entonces, pide su explicación. Qué parte de la grasa dejamos. Cuánto hay que batir el huevo. Qué entendemos por dosis justa cuando hablamos de dosis justa de sal. Qué cuchillo es el que mejor corta la pechuga. Cómo hay que cubrir la carne con huevo. En qué momento podemos considerar que el pan ha cubierto el pollo. Cuáles son los efectos negativos de la sal. Cuáles son los efectos positivos de la sal. El truco para saber si el aceite está listo. Las malas relaciones del aceite con el agua. Los elogios que debemos dedicarle al inventor de las pinzas. La razón de que el papel de cocina sea el mejor secante del que podamos echar mano.

Tardamos el doble en tener la cena lista, pero todo este tiempo mi cabeza ha estado aquí, desmontando cada gesto con la atención del que abre un aparato para descubrir cómo funcionan sus piezas. 

domingo, 8 de diciembre de 2013

La última técnica de iluminación




La última técnica de iluminación : Daniel se levanta con los síntomas de una resaca de adulto en el cuerpo de un niño de nueve años. Se tumba en el salón y, mientras se tapa, éstas son las cosas que desaparecen : el paseo por el centro, la visita a unas cuantas librerías, algunas fotos sin dueño, una comida en Flash-flash. Estas son las cosas que aparecen : un cuenco de arroz blanco, unos documentales de animales en alta definición, un vaso de agua con un poco de zumo, “Técnicas de iluminación”, de Eloy Tizón.

Prueba el arroz pero entre su hambre y el cuenco se levanta un muro de gelatina en su estómago. Hablamos. Vemos las extrañas costumbres de una mujer con setecientos gatos y aprendemos que el cerebro va una décima por segundo detrás de la realidad. Otro intento fallido al arroz. Desde mi lado del sofá voy viendo cómo el sol va arrastrando el reflejo de una bola de navidad pintada en un cristal por toda la pared.

El silencio del salón cambia de matiz al abrir el libro de Tizón para leerme el último cuento. No me parece mal momento para acabarlo. Es la historia de un profesor que, en un viaje a Estocolmo, recibe la noticia de la muerte de su hijo.

“Bianca le calmó asegurando que no tenía importancia, que no se desanimase, tan solo era un poco de fiebre, unas décimas, seguro que mañana el niño estaría bien y correteando por el parque, que se marchase tranquilo al aeropuerto, que ya había avisado a Casio al almacén y que vendría en seguida a traer el antibiótico”

Daniel sigue dormido cuando acabo el libro. Sigo el recorrido de la sombra de la bola de Navidad : una figura blanca sobre el fondo dorado con el que el sol ha pintado la pared. Sé que este silencio es un lujo. Un lujo que amenaza con deshacerse cuando María y Lucía entran en casa con el impulso del periodista que tiene una primicia: el concierto de Violetta, la comida en Flash-Flash, las compras. Les digo que esperen, que respeten los pocos minutos que quedan hasta que el sol se lleve la luz y el reflejo de la bola de Navidad.

Queda esa extraña sensación del cuento de Tizón, que también va provocando sus reflejos dentro de mi ánimo.   

sábado, 7 de diciembre de 2013

La porra de regalo



La porra de regalo : La mesa del desayuno queda bendecida por el plato de churros recién comprados. No hay duda. Que los cuatro niños que había sentados solo se hayan comido un churro no me afecta. Era algo que me temía cuando el churrero, de buen humor tras recibir un manguito que le traen dos tipos de mono azul, me pregunta cuántos churros quiero. Es evidente que doce churros y cuatro porras era demasiada cantidad, pero ésa es la que pido siempre, no importa los que vayan a desayunar. El churrero insiste en pagar el manguito, que, viendo la alegría que le da tenerlo, parece la pieza que le faltara para poner en marcha una máquina del tiempo. Los del mono azul niegan: uno con la cabeza, el otro con el índice de su mano izquierda. Es una negación solemne, algo canónica, que me complace estar presenciando. Es bueno que haya gente así. El churrero le va aplicando cortes enérgicos a la porra que tiene enrollada y, sin dejar de trabajar, les grita a los del aceite que espabilen con los churros. Los del aceite dicen algo que no logro entender. Luego unas risas, que sí entiendo. Se marchan los mensajeros del manguito y yo tiendo las manos para coger la bolsa blanca, pero el churrero se detiene. Un momento, me dice. Y corta una porra de un tamaño similar al manguito que ha recibido. De regalo, para el viaje, añade. Así que me como ese trozo de porra sin cargo de conciencia. Doce churros y cuatro porras, decía, es la cantidad exacta para que el día se asiente con fuerza: podrás subirte a sus ramas, que aguantarán tu peso.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Cualquier película nos serviría




Cualquier película nos serviría : Acepto los elogios de las madres por mi oferta de llevarme otra vez a Daniel y a sus dos amigos al cine con el gesto del que afronta un duro reto. Pero qué reto ni qué leches. Ellos son mi estrategia para reengancharme (quizás por última vez) al cine por el único camino que ahora, vista la calidad de lo que se rueda, encuentro : no necesitar de la película para pasármelo bien, como hacen estos tres, felices con sus palomitas, sus refrescos y sus gominolas. Hoy es una tarde perfecta porque una de las madre me ha incluido en el grupo  y también tengo mis palomitas, mi bebida, mis chucherías.

Después de entregar las entradas nos quedamos de pie buscando nuestra sala. Cualquiera nos serviría. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

La ventisca de nieve




La ventisca de nieve : Este restaurante vive una lenta decadencia que me duele. Antes, las raciones mostraban cierto ingenio que te permitía imaginar al cocinero en ellas. Eso está desapareciendo: la distancia entre lo que ahora sirven y el que lo ha preparado es cada vez más grande. Basta con ver los platos para saber, como cuando corriges un ejercicio, que la cabeza estaba en otra parte. Algunos dan ganas de devolverlos a la cocina exigiendo algo más de ganas y de atención después de marcar con un lápiz rojo los errores.

Somos los primeros en ir hoy. Nos dan una mesa en una esquina y nos entregan la carta, que ya no es una pequeña carpeta de anillas, sino una hoja plastificada. De fondo, una selección de canciones de los ochenta. Les doy libertad a los mellizos para que elijan lo que les guste. Yo también me doy esa libertad. “Aviones plateados”, de El Último de la Fila. La camarera toma nota y se marcha.

Más canciones. Todas las canciones de los ochenta. La camarera se marcha muy lejos a por la botella de agua y la Fanta de naranja sin chapa. Daniel le pide la chapa y ella le dice que claro se que la trae. Se vuelve a marchar más lejos.

Los ochenta han envejecido mal. Nosotros tres también vamos envejeciendo poco a poco mientras esperamos. Si alguien que nos hubiera visto al entrar coincidiera con nosotros al salir podría decir con razón cuánto hemos cambiado. Me digo que venir tan pronto no es bueno, que los cocineros tienen los dedos fríos.

No sé por qué, me siento como si fuéramos los últimos del servicio anterior.

Poco a poco se van ocupando más mesas. Espero que ya vengan cenados de casa para que puedan disfrutar mejor de la velada. Le digo a la camarera que estamos esperando y ella asiente como asegurándome que está todo bajo control, que bastaría una herida para curar mi inquietud. Los mellizos van perdiendo las ganas de hablar y las de comer. No puedo mirarles mal cuando muerden la cesta vacía del pan para comprobar si es comestible. Ya no nos queda nada más que picar, solo canciones de los ochenta, que me llevo a los oídos a puñados como cacahuetes un poco rancios.

Nos sirven seis croquetas. Pienso que debería dosificarlas, como el agua. Va a ser una cena larga y a mi estómago ya ha llegado el invierno. Decirles que no guardar alguna para la travesía puede ser la diferencia entre vivir y morir me parece un mensaje demasiado fuerte, así que se las comen con una despreocupación infantil que a mí me provoca dolor. Miro de reojo a las otras mesas para tratar de saber si, llegado el momento, podría confiar en algunos de ellos.

Después, la nada. La nieve. El reflejo en los ojos. Los pasos cada vez más lentos. Las piernas cada vez más pesadas. Les digo a los mellizos que no se duerman, que lo peor que puede pasarnos es quedarnos dormidos porque es posible que no nos despertemos. Hay que vencer la tentación, les digo, hay que seguir con los ojos abiertos y caminando.

Y la espera tiene su recompensa cuando ya estábamos a punto de empezar a comer nieve. Nos traen unos huevos rotos y unas minihamburguesas hechas sin demasiadas ganas. Definitivamente, en la cocina hay unos dedos fríos que ya no se van a calentar.

Daniel me recuerda lo de su chapa. Le digo que las energías son escasas y que hay que reservarlas para alimentarse. Si insistimos en lo de la chapa es probable que lo que queda por servir tarde más. Aunque quizás sería mejor volver dentro de una semana para coincidir con los patos ya en la mesa.

Pienso que hay veces que uno toma una decisión con buena voluntad y no sale bien. No pasa nada. Pero salir de cena ahora empieza a ser un lujo y ya me duele el dinero que todavía no he pagado. Y vaya mierda de música que teníamos en los ochenta.

Entonces, atravesando la ventisca del desánimo, llega la camarera con una bolsa de chapas. Se disculpa por el retraso. Se las da a Daniel y vuelve a meterse en la cortina de nieve hasta desaparecer.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Media galleta en el plato



Media galleta en el plato : Cuando llego a la cafetería, los mellizos ya han terminado los deberes y solo queda media galleta en el plato. Me la como antes de que mi madre tenga tiempo de decirme por qué seguía en el plato. Nada bueno, por la cara que pone. Cara de “pero hijo”. La galleta está rica, escasa pero rica. Entonces mi madre me ofrece un café. Le digo que no porque el café de esta cafetería no es muy bueno. Ella insiste. Le respondo que no de nuevo porque el café de esta cafetería, hay que decirlo, es malo. No definitivamente malo, porque te hace recordar al instante muchos otros buenos cafés y eso, por lo menos, es bueno: estimula la memoria. Mi madre vuelve a insistir y le digo que sí, que bueno, y ella se levanta, con la cartera en la mano, y se acerca a la dependienta de hoy, que es diferente a la de la semana pasada y a la de la que viene. Quizás es que cuando le cogen el punto al café ya no las quieren porque la especialidad del local es el café nostálgico. Qué sé yo. A estas horas ando un poco cansado y no quiero pensar mucho. Javier, a mi izquierda, con el kimono de judo. Lucía, a mi derecha, con su traje de gimnasia rítmica. Veo a mi madre un poco impaciente, casi decidida a colocarse delante de la máquina de café y preparármelo ella misma. Por fin la chica se acerca y ella le dice lo que quiere con una frase larga que provoca que la otra asienta, como si realmente le transmitiera el misterio de la media galleta y la necesidad de echarme al estómago algo que lo proteja. Vuelve mi madre con el café. Afortunadamente, sigue igual de malo y cuando, dentro de unos años, pruebe otro igual, me acordaré de este momento. Del judo, de la gimnasia, del monedero de mi madre, de las mochilas en una esquina. Son extraños los caminos por los que se les coge cariño a los sitios.

martes, 3 de diciembre de 2013

La segunda acepción del mundo




La segunda acepción del mundo : Al ver el belén que seguimos ampliando este año, pienso en la palabra deriva. Para saber si eso es bueno o malo, acudo al diccionario, donde encuentro una definición que me gusta aunque no venga a cuento: “Abatimiento o desvío de la nave de su verdadero rumbo por efecto del viento, del mar o de la corriente”. Esa precisión me reconforta como lector y como escritor. Habría que aplicarse una terapia de un año de lectura del diccionario para purificarse un poco el discurso como los que siguen un régimen para aclararse los órganos internos.

La deriva del belén tiene que ver más con la interpretación de ir “sin dirección o propósito fijo, a meced de las circunstancias”. Insistimos al principio en las figuras fundamentales y luego nos alejamos para que fueran los mellizos los que siguieran con su interpretación. El resultado es un belén en el que destacan los objetos por encima de las personas o la propia historia : una cesta llena de panes, un pequeño tarro de cristal con frutos rojos, una sandía partida por la mitad, una coliflor, un cántaro.

No me parece mal el resultado. Según mi forma de verlo, es en esos objetos donde se sigue repitiendo el milagro, con minúsculas, y donde se encuentra el desafía de buscar en qué seguir creyendo.

Vuelvo a acudir al diccionario para leer si hablar de milagro es una intuición correcta o una exageración. “Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”. Aparece como segunda definición, pero estoy en esa fase en la que sospecho que el verdadero siginifcado de las cosas se presenta en su segunda o tercera acepción, igual que una persona empieza a mostrarse más fielmente con la segunda o la tercera copa. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Cómo lograr el cierre al vacío




Cómo lograr el cierre al vacío : Aprovecho que por la noche la marea baja para caminar por la casa a ver qué ha dejado el día en la arena. Un paseo de pijama, despreocupado como un vigilante que recorriera las salas de un museo sin cuadros.

A veces aparece algo, pero no pasa nada si te quedas con los bolsillos vacíos porque el ejercicio es bueno. Esta ronda cierra el día de la misma forma que para otros lo hace un poco de meditación, un cigarrillo en la terraza, un vaso de chocolate en la cocina a oscuras o unos minutos de zapeo sin sonido.

Hoy encuentro algo: un folleto con la obra de teatro que los mellizos han visto esta mañana y de la que han hablado en la cena. A Daniel le ha gustado mucho. A Lucía, nada. “Avner the Eccentric”. Maestro de clowns, dice el texto. Sencillas acrobacias y cuentos sin palabras, dice el texto. Se le ve sentado en una mesa con una camisa, tirantes rojos y un pañuelo que le tapa la cara.

Me hubiera gustado ser el chófer de ese autobús repleto de niños camino del teatro. No tiene pinta de  ser un trabajo muy agradable, pero debe compensar hacer trayectos como éste, con treinta niños encantados de que les rompan la rutina con una obra de teatro escrita, dirigida e interpretada por Avner Eisenberg.

Al leer lo de Eisenberg salto del autobús a una caravana en Albuquerque. Y de la caravana a esa escena en la que Walter White le pide a un traficante que diga su nombre.

-Say my name
-Heisenberg
-You´re damn right.

Busco un vídeo en youtube. Éste. Lo veo un par de veces. Después vuelvo a Avner, al autobús de los treinta niños, y a la cena en la que Daniel dice que le ha gustado mucho mientras Laura niega con la cabeza.

Me parece suficiente para hacerle el nudo al día. Para dejar fija la carta de ajuste. Me salto lo del vaso de chocolate en la cocina a oscuras y me marcho a la cama.  

domingo, 1 de diciembre de 2013

No hay jaula estadística que pueda encerrar a ese precio




No hay jaula estadística que pueda encerrar a ese precio : Si quedaran economistas de campo, y no consultores de firmas o teóricos de radio, los domingos por la mañana, que es cuando florece la microeconomía, se les vería con una libreta en la mano copiando los precios de las raciones.

Esa ausencia de libretas impide que el IPC ofrezca un desglose que resulte cercano, del terruño, basado en las pizarras de los bares. La evolución de la ración de pollo con tomate, por ejemplo, en una serie de veinte años, lograría que el número se hiciera carne (de pollo) y se pudiera experimentar lo que es la inflación. ¿Para qué saber el IPC que sobrevuela por encima de las nubes?

La ración de pollo a seis euros. Mil pesetas de las de antes. Ahí se esconde todavía la burbuja, en barbecho, esperando las condiciones necesarias para desarrollarse. Mil pesetas de las de antes por seis albóndigas de las de siempre. Nadie quiere fijarse en ellas porque no hay jaula estadística que pueda encerrar a ese precio.