viernes, 31 de mayo de 2013

El ascenso al Mont Blanc




El ascenso al Mont Blanc : Hay tanta gente en el Mc Donald´s que lo primero que pienso es que están celebrando varias comuniones a la vez. Niños corriendo de un lado a otro, padres que se saludan en la fila y ese ambiente de viernes en el que eres capaz de invitarle a otra ronda al que te eche encima una Coca Cola para no ver malas caras.

De mi comunión recuerdo pocas cosas, casi todas alrededor de una fotografía que sigue en el salón de mi casa y de una pluma : una Montblanc que me entregaron para que me convirtiera en un escritor famoso. La pluma me imponía tanto que no la saqué de su caja hasta tener una buena historia y el nivel para contarla. Ahí estuvo mucho tiempo, dejando que la caja se convirtiera en un ataúd y la pluma en un símbolo de mi famosa carrera literaria. Cuando por fin me animé a probarla, la tinta y yo estábamos secos.

Tal vez por eso no me gusten las comuniones. Por ese empeño en convertirte, de golpe, ya en adulto, entregándote el mensaje de Dios, un reloj de verdad y una pluma con la que podrías firmar tu primera nómina. Esas prisas. Jesús buscó a sus discípulos cuando estos ya eran hombres curtidos, pescadores acostumbrados a desconfiar de las palabras. Esas prisas y ese esfuerzo por aguar el mensaje : Jesús quiere ser tu amigo.

Y esos regalos. Todo me habría ido mejor si me hubieran regalado un par de bolígrafos Bic de plástico. Con ellos no me habría sentido tan intimidado. Quitas el capuchón, te lo llevas a la boca y, mientras lo muerdes, empiezas a escribir a ver qué sale.

Ya en el aparcamiento, me fijo en las farolas. Tampoco voy a negar que me atrae todo lo que brilla.

jueves, 30 de mayo de 2013

Safari al amanecer




Safari al amanecer: Llora un niño a las cinco de la mañana y la cabeza se me enciende como el Nostromo tras recibir el aviso de Madre. Mi cerebro era muy bueno en esto hace unos siete años, cuando segundos antes de que uno de los mellizos rompiera a llorar, nos avisaba, como si un extraño movimiento de sábanas ya le avisara. De esa habilidad queda esta inercia de agitarme el sueño, pero el hueso que trae ahora en los dientes no se lo he lanzado yo.

Así que me quedo en la cama notando cómo el llanto del bebe va marcando mi cerebro con el rastro de un sismógrafo enloquecido. Conozco al bebé y a sus padres, que me tratan de usted en el ascensor con una educación que me hace preguntarme si no habrá un anciano catedrático detrás de mí al que he aplastado al entrar. Nos cruzamos cuatro tópicos amables sobre el bebé y sobre su sueño porque los dos tienen los ojos enrojecidos, como si hubieran leído “Guerra y paz” en un móvil. Echo manos del tópico para no decirles la verdad que vuelvo a experimentar ahora en la cama : se acabó ese sueño de océano en el que te sumergías como un cachalote sustituido, para siempre, por uno de hielo fino por el que te mueves con la precaución de un patinador que espera el crujido.

No tiene sentido continuar en la cama porque es imposible dar marcha atrás. Me levanto con la curiosidad de saber cómo será la casa a las cinco de la mañana y mi relación con ella. Bastan unos cuantos pasos por el pasillo para ver la realidad como a través del cristal empañado de un casco. Mis propios movimientos tienen también una imprecisión lunar que me hacen echar de menos una bandera en la mano y una frase histórica para cuando llegue al salón. Todo lo que voy viendo me muestra que también es muy pronto para la casa : hay que respetar el silencio del salón, así que no enciendo la televisión, pero no importa porque mi propio reflejo en la pantalla me entretiene.      

Acabo refugiándome en la cocina porque siempre hay algo que hacer : lo que ordenas por un lado, se descoloca por otro. Hasta aquí llega el llanto del bebé. Con él de fondo, voy preparando el lavavajillas y cuando todo está ordenado, me quedo mirando cómo cae el agua del grifo. Que nunca le haya prestado esta atención se debe a que quizás el momento en el que imágenes como ésta tengan sentido sea a las cinco de la mañana : más tarde ya es imposible, como esos animales que solo se ofrecen cuando acuden a beber antes del amanecer.  

miércoles, 29 de mayo de 2013

Los tres vértices




Los tres vértices : El único obstáculo es el huevo mismo : pequeño y frágil. No tiene ningún secreto, pero exige que el pulso sea firme y el corte de la tijera paciente. Si hay prisa, urgencia, si la cabeza está empantanada en un problema; si el cansancio espesa las ideas; si no hay ganas; si se está en otro sitio; si se mira el reloj; si la voluntad tira hacia otro sitio; si el hecho de estar ahí con el pequeño huevo en la mano izquierda y la tijera en la derecha parece algo sin ningún sentido, entonces no falla : la cáscara cede y la yema se rompe.

Otra vez. El huevo, la tijera, la sartén. Esos son los tres vértices del momento. Y cuando lo aceptas, cuando entiendes que algo tan intrascendente es el centro de ese instante, todo va bien, y puedes cortar la parte superior del huevo sin problemas, quitarla, y volcar la yema en un vaso en lo que el aceite se calienta.

Frío los huevos de codorniz de dos en dos y los coloco con cuidado en las tostadas. 

martes, 28 de mayo de 2013

Si es bueno para tu hámster




Si es bueno para tu hámster : Es cierto, poniéndonos quisquillosos, que en la bolsa pone comida para hámsters y aparece la foto de un hámster. Pero las cosas hay que interpretarlas en su contexto : son las ocho y media, estoy cansado y la cena no está lista, ni en proceso, ni en proyecto. Nada. Voy abriendo los armarios con la esperanza de encontrar inspiración, sin mucha fe. Veo ingredientes, pero ninguna receta. Se me ocurrirían más ideas en una ferretería.

María ha terminado sus tareas : el baño, el repaso de los temas, la comprobación de los ejercicios, la preparación de las mochilas para mañana. Los mellizos se acercan por el pasillo y no estoy preparado : soy el relevista que se agacha para atarse los cordones justo cuando le van a pasar el testigo.

Otro detalle importante para el contexto es que Bernie, nuestra mascota, disfruta de buena salud. No sé cuál es la manera objetiva de medir la salud de un hámster, por lo que echo mano del método que aprendí en “Léolo”. Si cagas bien, estás como un toro, decía el padre del bueno de Leo Lozone mientras les obligaba a tomarse una pastilla para estimular la danza del vientre. Yo me asomo a la jaula de Bernie y voy contando esas pequeñas pastillas marrones que va dejando aquí y allá. Hay todas las que quieras. En eso, conviene aceptarlo, los hámsters son superiores a nosotros. Todas sus deposiciones son iguales, compactas. Numerosas.

Los mellizos están a punto de asomarse a la cocina. Podría coger un cuenco y servirles de la bolsa de Bernie. Con cereales. Con Fibra y Minerales. Con Semillas Oleaginosas. Con Pienso Vitamínico. Una comida que, leo, les ayuda a mantener sus dientes sanos y les permite tener un pelo brillante y sedoso. ¿Si la ONU recomienda comer insectos, por qué no adelantarme y proponer este menú? 

lunes, 27 de mayo de 2013

Las bolsas del pasillo




Las bolsas del pasillo : María tiene la habilidad de saber cuándo caducan objetos que yo no sabían que tenían programado su final. Para mí, todo es eterno : siempre creo que se pueden aprovechar un poco más y que hasta en la corteza hay zumo. Ella, con la seguridad que le da ese extraño poder, decide que ese momento les ha llegado a unos cuantos juguetes y los mete en unas bolsas de basura que deja en el pasillo, como si nos fuéramos de vacaciones toda la familia al punto limpio. No lo consulta porque tampoco nadie va pidiendo una segunda opinión si la lata de mejillones te dice que lleva dos años caducada y que lo que tienes en la mano es un pequeño féretro de metal.

Un día el cuarto de baño está repleto de animales de plástico y al siguiente puedo encontrar la esponja sin problemas. Al principio me decía, para no hacerme daño, que los animales estaban hibernando y yo continuaba relajado con la ducha, pero desde que abrí una de esas bolsas de basura ya sé la verdad y ella sabe que lo sé. Se madura a golpe de verdad.

Sin embargo, hay algunos que parecen inmunes a las redadas de la brigada del orden. Las colonias de Lucía decoradas con princesas de Disney. Personalmente creo que ya salen de fábrica caducadas y que gastarse el dinero en ellas es peor que comprar un décimo que no ha tocado, pero mis opiniones importan poco cuando delante tengo a dos mujeres. Mi relación con la marca Disney empeora día a día por culpa de sus series y el recuerdo de Pixar no logra detener esa creciente enemistad. Yo las metería en la bolsa de basura sin dudarlo, pero parecen tener unos privilegios que no conozco.

Como mi enfrentamiento no puede ser directo, he optado por una estrategia a largo plazo, de malvado refinado.  Sutileza. Sigilo. Suavidad. Cualquier palabra que empiece con la ese de serpiente me sirve. Mi último movimiento ha consistido en colocar delante de las colonias el anuncio de una medicina : Agitar antes de usar; Mantener fuera del alcance y de la vista de los niños. Un mensaje subliminal al que las enfrento para ir minando su resistencia. No lo hago solo por mí, sino por ese zoo de plástico que me acompañaba en la ducha y que ahora anda desperdigado por el mundo, como la tripulación del arca cuando encontraron tierra.

domingo, 26 de mayo de 2013

Un barril de pólvora




Un barril de pólvora : Hay tantos sitios en los que me gustaría que esparcieran mis cenizas, que me temo que no habrá suficiente para todos. Admiro a la gente que, incluso muerta, tiene las ideas claras y señala, con la seguridad de una brújula, dónde quiere que se haga. Tal vez debería ir reduciendo la lista para simplificar las cosas y evitar así que por aburrimiento el encargado de cumplir mis últimas voluntades no acabe pinchando la urna y dejándome caer de ella como la pólvora de los barriles en los dibujos animados.

Si sé que este punto en la Gran Vía, estará incluido en mi último paseo. Esta preferencia no se debe únicamente a que, en muy poco espacio, se junten tres grandes librerías, espalda contra espalda, como si lucharan contra el cerco de lo digital. Me gusta la Gran Vía por sí misma, por ese contraste que ofrece cuando se sale a ella desde una de las calles que la cruzan : Fuencarral, por ejemplo, donde me detengo un instante antes de incorporarme a la Gran Vía. Este es el punto. Y este es el instante.        

Después, basta con dejarse llevar. Hay calles que te ignoran. Otras, a las que das movimiento. Y un tercer grupo, como la Gran Vía, que te empujan y que solo te piden que te dejes llevar de aquí para allá : un cartel en una pared, dos quinceañeras que salen de una tienda de ropa, un heavy apoyado contra una farola, un quiosco con banderas del Madrid por un lado (“The especial one”) y del Barça por otro, el olor de una cafetería, los reclamos de la tienda de Telefónica y los imprevistos.

Me gusta pasear por esas situaciones que se le cuelan al cerebro por la escuadra cuando más confiado está de controlar la realidad. Hoy se ofrece una sin tener que hacer el esfuerzo de buscarla. Un grupo de ciclistas, todos con pelucas rubias, avanza a paso lento. Lo suficiente para provocar un leve atasco sin agitar demasiado la paciencia de los policías que los observan. Cuando están cerca, veo que se trata de una manifestación en defensa de la sanidad pública. Se producen tantas manifestaciones que se hace necesario buscar la forma de destacar y seguir atrayendo la atención. En este caso se trata de una deriva hacia el carnaval que tiene más sentido porque nace del fondo para llegar a la forma, en un camino inverso al tradicional, en el que parece que solo hay una forma que se trata de llenar, como sea, con cierto fondo. Tal vez sea una vuelta a los orígenes que trata de ocultar con el humor la sospecha de que da igual lo que se haga, sabemos que está todo decidido. A pesar de todo, sin embargo, hay que seguir pedaleando.

Los turistas les hacen fotos con todo lo que tienen a mano. Yo también les hago fotos, lo que me convierte en turista. Quizás también por eso me guste la Gran Via, por hacerme sentir siempre un 5% de fuera y tratarme como tal. Ser del 100% de un sitio acaba resultando agotador. Así que marco mentalmente una equis aquí mismo y decido que este lugar no es negociable, que no lo tacho de mi lista, que aquí habrán de esparcirse unas cuantas cenizas de mis pies. Será un momento que verá alguien que lo incluirá en su blog, manteniendo así vivo el espíritu, como si mis cenizas fueran olímpicas.  

sábado, 25 de mayo de 2013

Boxeo de sombra




Boxeo de sombra : Son las cuatro de la tarde y no hay nadie en los columpios. Ni madres sentadas en estos bancos tejiendo con sus conversaciones esa red que les da seguridad, ni niños dándole a la zona un punto de efervescencia con sus juegos.

Daniel me pide que le haga compañía un rato en uno de los bancos. Hace calor y me siento igual que si estuviera en una feria con todas las casetas cerradas. Es un momento para no hacer nada, pero a Daniel le da igual. Se acerca al columpio, se sienta y empieza a darse impulso con el cuerpo y las piernas : hace tiempo que yo ya no soy necesario.

La sombra que le sigue por el suelo, conforme se acerca y se aleja, está muy bien definida. Pienso entonces en los boxeadores que se preparan peleando contra un rival imaginario. Daniel en el columpio también hace sombra. Se trata de entrenarse para mantener ágil y en forma ese impulso de querer probarlo todo que convierte la realidad en algo que está ahí para ser disfrutada. Estos columpios que se le ofrecen, por ejemplo. 

viernes, 24 de mayo de 2013

Lujo outlet




Lujo outlet : En los tiempos en los que algunas madres abrían una hogaza de autor y la rellenaban de caviar para prepararle la merienda al niño, el concepto de lujo desfilaba por encima de la pasarela observado por todos los que acudían a la primera fila. Ahora que por esas pasarelas pasan las colas del paro, la propia idea del lujo también ha ido mudando de casa como un cangrejo ermitaño para acercarse a nosotros y sentir ese deseo del que vive.

¿Quién iba a pensar que merendar en un Mc Donald´s pudiera ser un lujo? Pedimos tres menús y dos Happy meal para ver qué regalo nos toca, como el que gasta esas monedas sin valor del bolsillo en una tragaperras. Una vez que empezamos a comer, nos entran ganas de probar lo de los demás, así que vamos cambiando. Han ampliado este local y lo han hecho más acogedor, como si te encontraras en casa : la función de la tele la suple la entrada a esta zona, por la que veo pasar a la gente de la calle. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

La lista del albañil




La lista del albañil : Cada sábado lleno el carrito sin pensar : donde él se para, yo alargo la mano, cojo el artículo, y lo dejo. No hay mucha emoción, pero si me detengo a pensar en todo el trabajo que hay detrás de estas estanterías para que, precisamente, no haya emoción y todo esté donde mi mano espera que esté, no me queda ninguna razón para quejarme. Leche. Naranjas. Pollo fileteado. Soy un albañil comprando materiales.

A veces pasan cosas. Un tema de Manolo García. La pescadera lanzando el hielo de un cubo sobre el pescado como si sembrara frío. La responsable de la sección de maquillaje retocándose frente a un espejo. Dos cajeras bromeando con un chaval por la bolsa con la que su madre le ha mandado a la compra.

A veces la novedad está en la misma lista, que guardamos en el cajón de la cocina junto a un bolígrafo que apenas escribe pero que conservamos porque tiene cuatro colores, los cuatro secos. En la lista se mezclan las cosas que necesitamos con las que quieren los mellizos :una combinación de manual de instrucciones y carta a los Reyes. Con esfuerzo leo en la nota unas letras y el resto lo adivino por la marca que deja el bolígrafo : acondicionador. Acondicionador. Anulo el control automático del carro y me hago con él tras unos segundos de duda. Paso junto a la responsable, que ajusta la posición de unos desodorantes, y encuentro el bote de acondicionador que buscaba.

Descargo el carro en la caja y al acabar dejo el acondicionador en la cinta.

Hay que cuidar este acondicionador. 1,65 €. No es un tema de precio. Si siempre quise una niña fue para encontrarme en una lista la palabra acondicionador, dejar de ser un albañil y  comprarlo. En la lista lo pone y yo obedezco, aunque me siga pareciendo un producto tan extraño. ¿De verdad funciona?

Claro que funciona. Una vez que aclaro el pelo de Lucía esta tarde, me echo un buen chorro en las manos, como si fuera a masajear a un luchador de sumo. Todo acondicionador es poco para Lucía. Ella, que me conoce, me advierte, sin abrir los ojos, de que no hace falta mucho, que solo es para que no se enrede.

Así que cojo las puntas de su pelo y lo masajeo para que se extienda bien. Lucía sigue con los ojos cerrados. Yo sigo hasta que ella me diga que es suficiente.
               

martes, 21 de mayo de 2013

La efímera vida del superhéroe




La efímera vida del superhéroe : Todavía soy inmune a las preguntas de los mellizos : rebotan en mi pecho sin hacerme daño. Matemáticas, ciencia, lengua. Me coloco delante de ellos, las piernas abiertas, los brazos en la cintura y una imaginaria capa ondeando al viento para escuchar sus dudas. Puedo responderles mientras empano una pechuga de pollo, meto la ropa en la lavadora o programo una película de la que recuerdo lejanos elogios cuando la estrenaron.

-Delta, minuendo, con uve, siempre con uve.

En la cafetería en la que quedo con ellos y con mi madre, hoy tocan palabras con elle y con i griega. Para su formación no es bueno que se equivoquen, pero cada error que les corrijo aumenta mis superpoderes (y, con ellos, el tamaño de mis bíceps y mis tríceps). Estoy a un paso de convertirme en el Zeus de los superhéroes.

Tanto poder da confianza y tranquilidad. Como vigilar a un grupo de somnolientas tortugas. Tan seguro estoy de mí mismo, que puedo permitirme olvidarme de lo que soy e irme repartiendo por la cafetería : las manos de Lucía, el sacapuntas en la mesa, el pelo desordenado de Daniel, las pajas en los batidos ya vacíos, el sobre abierto con el azúcar, el móvil de mi madre, las conversaciones en las mesas al otro lado del cristal, las migas de las pastas en el plato, el sonido de la taza en el plato, las monedas la caer en la caja, la silla que se arrastra.

Un día llegará una hoja arrugada, como una pelota de kriptonita,  llena de fórmulas con integrales y derivadas o con vocabulario en alemán. Mi poder se tambaleará y ya no podré relajarme como hasta ahora. Las cosas volverán a su sitio : seré el coche con problemas de motor que deja una columna de humo y al que los demás pasan sin problemas. Es cuestión de tiempo, pero conviene no adelantar acontecimientos.

Estaba en la silla que se arrastra. Ensayo, con i griega. Mayordomo, con i griega. Me levanto a por un cortado con la intención de que la camarera, si quiere, pruebe la consistencia de mis bíceps y me haga cualquier pregunta sobre el tema de hoy. Soy invencible.

La amenaza del dragón




La amenaza del dragón : El pegamento que utilizamos en casa son las barritas que asoman la cabeza cuando giras las base : a la derecha, hacia arriba, a la izquierda, hacia abajo. Son cómodas, no manchan y resultan fáciles de usar pero tienen sus limitaciones porque no dejan de ser sustitutos.

No sirven, por ejemplo, para montar esas figuras troqueladas que venden en las tiendas de artículos de papelería. Desde la Estatua de la Libertad (basta con ver dónde pone uno las mayúsculas para conocer sus inclinaciones políticas) hasta un oso, pasando por ciervos, lobos, ardillas, conejos y el auténtico reto : el dragón. Si no sabéis qué hacer una tarde sábado, comprad el dragón (long, en chino, para que vayáis avisados) y ya tendréis tarea hasta el lunes. El dragón es la final de la Liga de Campeones de los troquelados, la prueba definitiva que le sirve a un hijo para saber cuáles son las limitaciones manuales de su padre.

Compramos un tubo de pegamento para tener todos los elementos necesarios para montar el dragón. Para romper el cierre hay que darle la vuelta al tapón y empujar hasta que notas que la pequeña membrana metálica cede y surge el pegamento. Por ese pequeño agujero también sale parte de mi infancia y reconozco que dejo que se derrame un poco mientras lo veo y, sobre todo, lo huelo : lo acerco para percibirlo con la atención de un sumiller ante la botella de colección.

Proust debería haber esnifado un poco de este pegamento. El olor me trae el pasado. O, más bien, me demuestra que camina a nuestro lado pero que vamos perdiendo la forma de saltar hacia él. El pasado son los discos  en una época de mp3. La calculadora en un tiempo de Excel. En ese plan. Este olor es parte de mi biografía y me doy un paseo por él gracias a las neuronas que se van encendiendo como las olvidadas luces de un árbol de Navidad para marcarme el camino. Una vuelta en toda regla.

Hoy veo que, junto a la tapa, se ha solidificado un poco de pegamento que se ha salido. No me extraña porque de pequeño me pasaba lo mismo. Lo quito, hago una pelota y la vuelvo a oler. La aprieto entre los dedos y pienso que un buen cocinero haría que, al morderlo, te supiera a tigretón : el viaje definitivo al pasado del que volver con fuerzas para enfrentarse al dragón.   

lunes, 20 de mayo de 2013

El hombre empatado





El hombre empatado : Utilizar la serie de entrenadores del Real Madrid es una forma como cualquier otra de medir tu vida. Cuando nací, al frente del equipo estaba Miguel Muñoz y en la plantilla jugaban Gento, Amancio, Pirri o Zoco. Eso es todo lo que sé. Si mi padre hubiera llevado su madridismo un poco más lejos (lo conservó en un punto que yo no he podido mantener : o me he pasado o no he llegado), me habría puesto el nombre de uno de ellos. No fue el caso. No le habría resultado difícil elegir porque en ese equipo prácticamente todos eran españoles.

Hoy, en una rueda de prensa, Florentino anuncia el fin de la era Mourinho. Aunque creo que nunca sabré si me gustó o no su estilo como entrenador (me encuentro los mismos argumentos a favor que en contra, con lo que en este tema siempre voy empatado conmigo mismo), sí que ha logrado que, cada vez que se le critique de una forma directa, sin dudas, salga a defenderlo para que se tengan en cuenta los argumentos contrarios. Soy un perfecto sofista que hace exactamente lo mismo si alguien únicamente alaba sus virtudes. Esto me deja en una posición extraña, pero es que la vida del hombre empatado no es fácil.

No distingo ni el momento ni el lugar. Esta tarde, por ejemplo, me enfrento a María, que critica a Mou con frases directas, en negrita, y con ese tamaño que solo se utilizaba en las portadas de antes para anunciar que empezaba o terminaba una guerra. Ella se coloca en su sitio de pitcher y yo en el mío, con el bate, para no dejar pasar una bola. La conversación es apasionada, violenta : sabrosa. Supongo que para los mellizos todo esto debe ser un poco absurdo, pero como lección práctica no está mal porque la vida, básicamente, es así.

Cuando ya nos quedamos sin munición al final de la cena, María me recuerda que todavía queda uno de los pasteles de Belém que trajo ayer de su viaje a Lisboa. Lo cojo de la nevera y me lo llevo a la terraza. Allí, solo, me lo como lentamente, celebrando que acabo de cumplir otro entrenador en el Madrid. 

domingo, 19 de mayo de 2013

Atravesado por las nubes




Atravesado por las nubes : Faltan quince minutos para que abra la FNAC : el cierre está echado y se ven algunas luces por dentro. Me imagino a los guardas de seguridad y a los dependientes recorriendo los expositores y golpeando cada libro un par de veces, como al reloj que no se mueve, para que se vaya despertando diciéndole lo mismo que le contesto a los mellizos, que quedan quince minutos para que abra la FNAC.

No hay nadie en la gran explanada de AZCA. Las nubes se reflejan en los edificios de oficinas en las que cada día se mueven millones de unos euros cada vez más densos. Ahora los ordenadores están apagados y esa falta de actividad se nota : no hay ni rastro de ese murmullo al que ya se ha acostumbrado el oído. Este silencio relaja e invita a romperlo. Los mellizos juegan a perseguirse. Yo les miro, sentado en un escalón, con una caja llena (solo) de rosquillas listas.

Cuando se cansan de correr uno detrás del otro, vienen hacia donde me encuentro. Les digo dos cosas mientras vuelvo a fijarme en el reflejo de las nubes en los edificios : que no voy a correr y que no pisen por un descuido la caja (a la que protejo más que si llevara pollitos a punto de salir del huevo). Los dos dicen que vale porque su plan es jugar al escondite inglés. Me resumen las reglas rápidamente y les digo que por mí vale, que si solo hay que contar y girarse, me apunto. En estos momentos las nubes también se reflejan dentro de mí y mi voluntad es más bien vaporosa.

No me lleva mucho tiempo descubrir que lo divertido de este juego es hacer trampas. El que lo ideó lo tenía bien claro. Puedes contar deprisa. Puedes darte la vuelta sin avisar. Puedes acercarte al que está quieto como una estatua para hacerle cosquillas. Puedes ser indulgente con uno y malvado con otro. Todo esto provoca quejas, claro, pero son las que llevan dentro una carcajada que no tarda en explotar y cubrir la explanada y agitar, levemente, las nubes más pequeñas que andan por encima de nosotros.

Nos turnamos varias veces y hago el segundo descubrimiento : las trampas tienen sus propias reglas. Si se aplican mal, nadie se ríe. Me pasa un par de veces, pero los mellizos tienen paciencia y me lo explican. Nada grave. Basta con encadenar dos trampas de nuevo, como pedaladas en la bici después de caerte, para recuperar el ritmo.

En esto, que no era el plan, se ha convertido la mañana del domingo. Ni pensando toda la semana se me habría ocurrido proponer algo así. Las risas. El buen humor. Las tonterías. Los libros que se desperezan. El guarda que mete la llave para que empiece a subirse la verja metálica. La caja con las rosquillas. La mujer con el perro que se queda mirándonos como el que se arrima a un fuego una tarde de invierno.

La puerta de la FNAC se abre. Como después vamos a ver artículos de papelería en otra tienda, los mellizos son los primeros en decirme que podemos entrar para que pasen cuanto antes los veinte minutos pactados. Voy a mirar todo lo que pueda, pero no me voy a gastar nada : mi presupuesto está en esa caja con rosquillas. Hace tiempo habría sido distinto.

sábado, 18 de mayo de 2013

Arte salvaje




Arte salvaje : Para la tecnología no hay días, sino el mismo, que se repite. Los más optimistas dirán que vamos hacia una época en la que todos será un eterno domingo : todo fácil, poco esfuerzo, el sol en los párpados. Otros, entre los que me incluyo, creen que acabaremos empalmando un lunes tras otro, aunque, por inercia, sigamos cambiándole el nombre.

Da igual que pienses que estás en pleno sábado : el ordenador, o el móvil o la tableta siguen enlazándote con el trabajo, como un flujo que cambia en intensidad pero que ya no se detiene. Esto de los nombres son meros diques que acabarán cayendo (como el concepto de huso horario o el de lugar) para que todos compartamos el mismo día, al misma hora, el mismo lugar virtual. La cosa me parece grave, pero si ya hace tiempo que dejé de chillar en el Bernabéu, no voy a empezar a dar gritos de ira en este momento : tengo que cuidarme y tampoco creo que sirva para mucho.

La queja se queda, pues, en algo literario que sirve para ponerle un marco de palabras a una imagen que veo en el aparcamiento mientras busco un carro para subir la compra a casa. El carro siempre está en el portal más alejado, a lo que se ha acostumbrado mi humor, que ya no tira de mí, ladrando, y se deja llevar con desgana. Abro y cierro las puertas con el cuidado del que entra y sale de la consulta de una eminencia. Así de tranquilo voy. Es una ronda tranquila, como de bedel por la planta de primaria de un colegio.

Es entonces cuando veo una escalera cubierta de pintura seca apoyada contra un muro. Me imagino a un hombre con mono de trabajo subido en ella pintando un techo. El suelo cubierto de hojas de periódicos, unas cuantas colillas en un cenicero, Radio Olé, un Marca usado en una esquina. Una combinación de mis escasas experiencias con este gremio. Nada especial hasta que avanzo la escena y lo veo recogiéndolo todo ya cambiado de civil, con el periódico en una mano y agarrando la escalera con el otro.

Antes de subirse a la furgoneta, que ha aparcado en una plaza libre, apoya la escalera contra el muro y la deja ahí. Con ese gesto da por iniciado el fin de semana y abandona al lado, como si fuera la parada de un autobús en una carretera rural, al pintor en el que se convierte durante cinco días y que no volverá a ser hasta que coja de nuevo la escalera.

La escalera, en fin, como símbolo de las cosas de las que uno se aleja por dos días, de todo aquello que permanecerá apagado, cerrado, oscuro, inmóvil para que durante cuarenta y ocho horas todo lo demás parezca más encendido, abierto, en movimiento, iluminado. A veces los museos están muy lejos de las cosas que de verdad deberían exponer : y debe ser así para que el arte siga en estado salvaje.

viernes, 17 de mayo de 2013

A salvo por uno, dos, tres euros




A salvo por uno, dos, tres euros : Una vez instalados en la crisis,  existen dos grupos : aquellos que ven la situación como un simple destierro, con la posibilidad más o menos lejana de regresar a la tierra conocida, y los que sospechan que ya no se puede mirar atrás. “El mago de Oz” Vs “La carretera”.

Si en el segundo grupo, el de los zapatos cubiertos de polvo, no hay muchos matices, en el primero todavía se pueden establecer subgrupos, según se acerquen más o menos a la frontera a partir de la cual uno debe olvidarse de lo que era, de sus manuales, de lo que se imaginaba para sí mismo. Esa frontera que sabes que, a pesar de no haber guardias controlándola, no volverás a cruzar de regreso. Una frontera que también se percibe dentro de la cabeza y de la que muy pocos hablan porque nadie sabe cómo hacerle frente.

Mientras tanto, vivimos. Hay que saber que la frontera está ahí, que se expande poco a poco como el agua que cubre una isla que se hunde (no somos imbéciles), pero no por eso vamos a dejar de aprovechar el presente (no somos tonos). De hecho, cuando se presiente la proximidad de la frontera, todo adquiere el valor y la intensidad que le da un pesimismo resignado. No estamos en mitad del siglo pasado : la abundancia que se ofrecía en el horizonte como base de las políticas económicas se ha convertido en la sombra de una deuda que nos sigue y que no deja de crecer.

Pero está el momento con sus estrategias para sentirse falsamente protegido. Como las tiendas de productos a uno, dos o tres euros y que suponen, más que una evolución de las chinas, un paso atrás de las demás. No importa. Sus beneficios son, básicamente, psicológicos, los que generan unas estanterías llenas de artículos que puedes comprar. Mejor que emplear dinero en reanimar bancos a los que ya no les late el patrimonio neto, habría que usarlo en crear una inmensa red de locales de este tipo. Un auténtico plan de choque que no ven porque no sacan los ojos del puto excel.

Estanterías llenas de artículos que puedes comprar, como los que veo con los mellizos en una tienda de Fuencarral. Ellos están contentos porque saben que todos son baratos y que les voy a permitir escoger algunos : con ocho años, esto se acerca bastante a la felicidad. Un bolígrafo que se estira, un portalápices, un lobo de madera troquelado. Yo les sigo sin calcular lo que van cogiendo : con cuarenta y cuatro años y el avance de la frontera detenido por unos minutos, esto también es felicidad.

jueves, 16 de mayo de 2013

Rodeados de nieve en el salón




Rodeados de nieve en el salón : Lo vuelvo a pensar. ¿Por desear la muerte de casi todos los personajes de las series para  adolescentes de Disney puede caerme una condena?. No me refiero a los actores (malos), sino a los personajes (aborrecibles). Cada vez que veo a los mellizos delante de una serie de Disney (“Buena Suerte, Charlie” se salva ahora y siempre) se me pasan por la cabeza métodos de tortura con todas esas optimistas y vociferantes criaturas de centros comerciales que harían mirar a otro lado al títere de Saw.

Pero siempre que se cierra la puerta de Disney, se abre la ventana de “Hora de Aventuras”. Hoy cambiamos de canal en el momento preciso en el que comienza “Thank you”, mi capítulo favorito : la diferencia entre bajar solo en el ascensor de cadena en cadena o hacerlo con la monitora de spinning que, recién duchada y vestida para ir al gimnasio, se cuela por la puerta. ¡Qué gran capítulo!

El Nievegolem se queda sin peras y sin bellotas, que son la base de su alimentación. Sale de su casa a buscarlas y se encuentra con los Lobos de Fuego. Ambos son enemigos, por razones obvias. Hay una lucha, como de rivales en el túnel de vestuarios, y cuando todo parece solucionado, una cría de los Lobos de Fuego sigue al Nievegolem y éste se ve obligado a cuidarla durante la noche en su casa rodeada de nieve.

Siendo buena la historia, y los dibujos, y los detalles, y esa sensación de estar en un spin off de la propia serie, lo mejor es que apenas hay diálogo. Solo se escucha la nieve, y los extraños gritos del Nievegolem, y los ladridos de fuego del Lobo. Los cuatro estamos en el salón envueltos por ese silencio frío. Supongo que parte del encanto está en asistir a una historia que, contrariamente a las de Disney, no necesita de nosotros para existir. 

miércoles, 15 de mayo de 2013

Amenazas de cristal




Amenazas de cristal : Quizás sea cosa mía, pero en la visita que hacemos a Cosmocaixa hoy noto cierto aire a mudanza, a nevera que ya no se llena porque quedan pocos días : en la actividad del “toca,toca” no se incluyen las explicaciones sobre peces recién nacidos, porque no hay ninguno, y la exposición temporal “¡Epidemia!”, parece montada con el fin de alejar a los visitantes, que se ven luchando entre el deseo de estar ahí y el de salir corriendo, por mucho que los virus que se representen ahí sean de fogueo.

Yo, por ejemplo, quiero seguir y aprender sobre las bacterias, los virus y los protozoos que a lo largo de la historia han solucionado a su manera el problema del paro, pero los mellizos, tras pasar por un vagón en el que se simulan estornudos cargados de invisibles asesinos y de ver reproducciones de miembros afectados por las enfermedades, quieren salir corriendo de ahí.

Me parece una triste manera de despedirse, pero lo entiendo porque lo mejor en cada ruptura es presentarse en bata y zapatillas y evitar un escote de gala que haría ambiguo el mensaje : no vuelvas a mi lado, pero mira qué guapa me he puesto para ti. Aquí ha habido exposiciones que no olvidaré, como una, magnífica, de dinosaurios y otra sobre la magia que disfruté como un enano. Eran los tiempos, supongo, del dinero del ladrillo, las botellas de corcho dorado y las semanas con dos o tres domingos encadenados. También la ciencia se beneficiaba, lo que demuestra que no todo es negro ladrillo y blanco I+D+i.

Dicen que el edificio va a seguir dedicado a la ciencia cuando los de La Caixa se marchen a final de año, pero a mí me gustaba la unión. Es más, quizás también sea otra cosa mía (van dos), pero en todo el edificio me parecía percibir un estilo Caixa que me atraía mucho. No me cuesta reconocer que en estos temas me atrae más la forma que el fondo y ahí sí que eran buenos estos tipos del logo de Miró : como la profesora que consigue ser accesible sin dejar de ser estricta. Me temo que esto se va a perder.             

Los mellizos empiezan a decir “qué asco” cada vez que me paro a leer que, básicamente, lo raro es que sigamos vivos y sanos. Los virus se agarran a lo que tienen para expandirse, pero parece que nuestras ganas de impedírselo son más fuertes en este partido que lleva jugándose miles de años. Los cortés no quita lo valiente, y uno de los mejores detalles de la exposición son las reproducciones en cristal de distintos tipos de virus, colocados sobre unas peanas como las copas en una sala de trofeos : hay belleza en estos cabrones.

Nos marchamos de la exposición sin ver casi nada. Trato de explicarles que hemos conseguido ganarles la liga a todos ellos, pero mis explicaciones no les convencen (tampoco lo logran conmigo) y es de esa duda de la que se quieren alejar, abandonándola por aquí. Poco que echarles en cara. Eso sí : por la noche, antes de la cena, sólo tengo que decirles una sola vez que tienen que lavarse las manos. Se pelean por ser los primeros en ir al baño.

martes, 14 de mayo de 2013

El tamaño del foso




El tamaño del foso : Me costó bastante escuchar la palabra “chulapo” cada vez que veía a los mellizos disfrazados para San Isidro y no quedarme atrapado en ella. Daba igual lo que tuviera enfrente : la palabra, como el telón que rodea los números de los magos, me impedía ver lo que había detrás. Nada bueno, con ese nombre. Chulapo, chotis, rosquillas tontas, listas, francesas y de Santa Clara eran el foso que me impedían saltar la valla.

Fueron bastantes años separado de esa fiesta, acudiendo al colegio, cogiendo un vaso de chocolate y mirando, sin entenderlo muy bien, el espectáculo de todo un patio con cientos de chulapos y chulapas de cinco, seis o siete años. Nada especial porque parece que ése el signo de los tiempos, verse dentro de una serie de celebraciones que ya han perdido su significado y siguen en movimiento por pura inercia, hasta que lleguemos al desfiladero con el puente destruido.

Esta mañana por las calles se ven madres con niñas disfrazadas de chulapas. Me gusta verlas cruzar el paso de cebra. La madre tira de su hija mientras ésta mira a todas partes. Descubro que ese traje no parece una versión infantil, como sí pasa con el de los chulapos. Las veo guapas. La flor que llevan en el pelo me parece una alegre alegoría de la Primavera. Esa imagen es la que descubría el telón del mago si se iba más allá de la palabra.

Este años los mellizos ya no van disfrazados. Como si también lo echaran de menos, cuando vuelven del colegio le ponen el traje de chulapo que se les ha quedado pequeño a una de sus mascotas. Tampoco hay que ponerse trágico : muchas cosas tienen sentido tiempo después de que hayan sucedido. 

lunes, 13 de mayo de 2013

La hora de los mercadillos




La hora de los mercadillos : En una de las rotondas del barrio ha aparecido una pieza de artillería que apunta a las cuatro torres de la ciudad deportiva. Una día no había nada y al día  siguiente me encuentro con esto. Como nadie nos ha consultado a los que vivimos aquí, supongo que habrá razones que justifiquen este movimiento. ¡Será por razones!

No entiendo mucho de artillería ni de decisiones de Estado Mayor, pero la pieza parece vieja. Quizás en el cuartel que hay cerca ya no tienen dinero y realmente la han sacado para enseñarla y ponerla a la venta, como hace de vez en cuando Mourinho con Kaká. No es de extrañar : los de Telefónica, que no andan lejos, también han hecho lo mismo con su edificio. En lo que se cumple el mantra presidencial (vamos a arreglar la situación de los bancos para que el crédito empiece a fluir a las empresas y las familias) todos vamos sacando lo que tenemos en casa para montar un mercadillo y asegurarnos ese flujo por otros métodos (no es que desconfiemos del Presidente : es que parece que a los bancos, cachis, se les quedan pequeñas las previsiones cada quince días)

Esas escenas de cajas con artículos que solo aparecían en las películas infantiles americanas para que el protagonista perdiera algo importante (plot) que le diera un empujón a la historia (otro plot), van a empezar a reproducirse aquí sin mucho glamour porque no anda Pixar detrás. Todavía nos quedan algunas rotondas para convertir el barrio en un museo a la venta. Es cuestión de esperar.

Pero, volviendo a la pieza de artillería, tengo la impresión de que han arrancado la subasta con un elemento cargado de historia. Como un reloj roto del que un abuelo puede hablarte durante horas. Puede ser que no funcione o que lo haga con una munición que solo se encuentre por eBay. Sería una compra más bien sentimental que rozaría la adopción. La oferta no es mala, pero ayuda poco que la bandera que la acompaña sea pequeña, como si ese fuera el tamaño máximo que pudiera defender. Puestos a vender, habría que colocar una bandera grande, orgullosa, tranquila : son las joyas que lleva encima la anciana lo que le da valor al pequeño perro que la acompaña. ¡Orgullo!

Si yo tuviera dinero, la compraría en la subasta sirviéndome de un intermediario que, en el momento apropiado, realizaría la puja definitiva llevándose la mano al sombrero con una elegancia que yo no tengo. Una vez mía, no la cambiaría de sitio ni pediría que le grabaran mi nombre. Me bastaría con orientar su cañón hacia otro lado : a ver si, por una tontería, el día que Kaká realice el partido de su vida y alguien se fije en él, se dispara el cañón y ahí donde había un posible traspaso aparece un agujero humeante.

Mientras tanto, alguien podría marcar la sombra del cañón para usarlo como reloj solar.

domingo, 12 de mayo de 2013

Un regalo sin envolver




Un regalo sin envolver : Soy de los que piensan que el regalo perfecto es ése al que todavía no le has quitado el papel. Cuando se lo arrancas, porque eso es lo que se espera, todo regresa a la normalidad : vuelves a dar las gracias y ya está. En eso eres como el árbitro que levanta la bandera para señalar dónde ha llegado el lanzamiento viendo cómo se aleja la posibilidad de que alguno logre el récord.

En la sobremesa hay un momento en el que todo encaja. Álex y yo hablamos de Ilka Schonbein en la mesa; sentados en el césped sobre una manta están los mellizos de siete meses: me llegan las risas de las tres mujeres que los cuidan; veo cómo se balancea la hamaca en la que está tumbada Lucía; en el huerto, al fondo, Daniel atiende las explicaciones del padre de Álex y va arrancando lechugas, espinacas, puerros y apio que los dos guardan en unas bolsas blancas que van dejando junto al árbol de la hamaca.

Para que ese momento se produzca así, perfecto, también es necesario que yo forme parte de él. 

sábado, 11 de mayo de 2013

Teoría de la posesión



Teoría de la posesión : Delante de mí, en la caja, una mujer vacía la cesta en la cinta. Ahí están todos los ingredientes de una receta que ella ya tenía en la cabeza al entrar. Los demás (yo mismo) acumulamos compra en el carro sin un fin definido. Tenemos una idea, pero nada específico: se diría que se trata de una compra de subsistencia, de rutina. La mujer que tengo delante recoge los artículos conforme la cajera los pasa por el lector. Lo hace como si ya fueran suyos antes de comprarlos. En cierto modo, es así. Yo pagaré por lo que me llevo, pero no será totalmente mío.

viernes, 10 de mayo de 2013

Un lobo con piel de lector




Un lobo con piel de lector : Esa época de mi vida en la que podía pasearme por la FNAC todo el tiempo que quisiera para mirar libros que no iba a comprar se ha convertido en estos rápidos segundos que tengo que repartir entre los que sí me llevaría. Llevo el ritmo de un legionario desfilando : rapidez, decisión y a quién le importa cómo me muevo. Apenas leo un título, salto al siguiente, con lo que creo una frase larga como una bufanda tejida por una abuela alimentada a base de Red Bull y agujas de plutonio. Plutonio, por decir : nos entendemos.

Todo el tiempo que teníamos esta tarde se nos ha ido en la sección infantil. Tranquilidad. Paciencia. Déjame ver este libro. Voy a mirar este otro. ¡Animales!. Ese tiene buena pinta. Un cómic de Hora de Aventuras. ¿Puedo sentarme a leerlo?. Todo lo hago siguiendo los consejos de Bruno Bettelheim y de Daniel Pennac. Es importante que los niños lean. Lo sé. Pero no puedo dejar de sentirme como el lobo en mitad de un campo de margaritas al que le llega el olor de un rebaño de ovejas al otro lado del río. Tantas novedades pastando confiadas.

Tras negociar, le dejo coger dos libros. Solo entonces le pido una prórroga de cinco minutos para ver novedades. Escucho el sonido de la corneta en la cabeza y me lanzo a mi desfile particular. Algo así no es sano, pero los vicios no se pueden controlar fácilmente. Miro los títulos con cierta ansia, como si hubieran publicado justo el libro que necesito leer, al que, sin saberlo, me han llevado todas las lecturas que he hecho hasta ahora, como flechas en el camino. Daniel debe verme como un ejemplo de cómo puedes terminar si no haces un uso moderado de la lectura : si dejara sus libros en su sitio y me pidiera un juego para la PS3 lo entendería.

No hay rastro de ese libro definitivo, pero en la zona de los títulos elegidos me encuentro dos juntos : “En la mente de un perro” y “El cerebro masculino”. Como si fueran complementarios. Esa combinación daría para unos cuantos chistes que habría que aceptar con resignación. De hecho, creo que para entender ese cierto desorden compulsivo que tengo con los libros, me llevaría antes el de la mente de un perro : en eso me convierto aquí, rodeado de ovejas recién salidas de la imprenta. 

jueves, 9 de mayo de 2013

Filetes de crowfunding sin espinas




Filetes de crowfunding sin espinas : Mi madre tiene su kindle a reventar : toda la literatura universal apilada en lonchas. Creo que su generación se ha tomado esto de los libros electrónicos con cierto aire de venganza. Tantos días dedicados a quitarles el polvo uno a uno a los libros del salón que nadie leía y ahora basta con pasarle a la pantalla el trapito de las gafas y listo. ¿Cómo no cuidar y sacarle todo el partido a este electrodoméstico que les ha ahorrado tanto tiempo?

Me cuenta lo que ha leído y lo que tiene pendiente. Todos son novedades que se pasan las amigas en sus talleres de manualidades o de cata de vino con una soltura de quinceañeros tecnológicos, lo que quiere decir que si el tema ya se ha instalado en estas edades, la solución no va a ser muy sencilla. Directamente : no va a ser. Me dan pena los escritores. Después me doy yo pena, porque en el desfile, detrás de los escritores de verdad, vamos los blogueros. Bastante por detrás, pero vamos.

-Mira – me dice mi madre. Aprieta un botón y veo en la pantalla todos los libros que ha leído. Muchos.

Le cuento que me he comprado un par de libros, que me sigue gustando lo de tenerlos en las manos. El toque sentimental, por si la ablando un poco. Ella me mira un poco extrañada, como si le sorprendiera que alguien encontrara placer en ver una casa llena de libros acumulando polvo. ¿Para qué volver al siglo veinte? ¿Al VHS? ¿A la antena encima de la televisión? ¿Al hombre del Círculo de Lectores?. Como es madre, acepta mis rarezas : gente que compra libros, tiene que haber de todo.

Pero una madre es una madre y unos días después me dice que me ha comprado unos filetes de lenguado. Eso sí tiene su lógica porque los filetes no se llenan de polvo. Son buenos, me dice. Primero harina y después los pasas por el huevo.

Ahí están los filetes en el plato, listos para la cena de esta noche. Me dice que los ha comprado para sus nietos pero sé son para mí, que algo de mala conciencia le queda y que con ellos me está pagando los libros que, me temo, nunca llegue a escribir. Ya me está mandando un mensaje por el WhatsApp para saber qué tal han salido. Muy bien, le digo. Les hago una foto y se la mando. También le escribo que le voy a dedicar un post porque a los mecenas con tan buena mano con los pescaderos hay que tenerlos contentos.

miércoles, 8 de mayo de 2013

La melancolía del guardia de prisiones




La melancolía del guardia de prisiones : Hoy es una de esas noches en las que estamos tan cansados que ya ni nos lo decimos. Vigilamos la cena con la misma distancia con la que un guardia a punto de jubilarse se enfrentaría a una fuga : abriendo las puertas y pidiendo que no hagan mucho ruido. Miramos impasibles el reloj, los bocados pequeños a las empanadillas, la postura de moda en la mesa (el codo derecho apoyado encima y el brazo izquierdo oculto por debajo) y no decimos nada ante los diálogos de los personajes de Austin & Ally, admitiendo que a uno se lo pueda llamar personaje y a lo otro diálogo. Nada. Suena la sirena y nosotros miramos con cierta melancolía e incipiente síndrome del nido vacío cómo los reclusos saltan por la tapia.

A veces el silencio es expresivo. No sé en qué imagen de Facebook lo leí, pero es cierto. Los mellizos andan algo desconcertados : es preferible encontrarte La Costa da Morte donde te la esperabas a descubrir que no hay nada y que estás perdido. Quizás por eso sus mordiscos sean tan pequeños, haciendo que nuestro silencio adquiera más cuerpo, lo que provoque que sus mordiscos sean todavía más pequeños y que nuestro silencio : en ese plan. Esta es la cena y así es nuestro cansancio, que hay que ser un poco gilipollas para pensar que una almohada de plumas nos lo va a quitar de encima cuando lo lógico sería apoyar la cabeza en un cojín de estropajo para frotarlo mientras dormimos.

Las empanadillas se acumulan en el plato. Ya están frías cuando damos por terminada la cena y les decimos que pueden marcharse al salón a ver lo que quieran. Vernos así debe provocar el mismo desconcierto que encontrarse a Mike Tyson comprando una entrada para una película de Coixet. Todo puede ser. Volcamos las sobras en un plato grande, juntamos los cubiertos, me apuro los vasos con el zumo de naranja. Con la misma rapidez y entusiasmo del que prepara la maleta de regreso de vacaciones.

Entonces Daniel se propone ayudarnos. Se pone un delantal que ha usado un par de veces para cocinar y se acerca al fregadero a echarnos una mano. Agradecemos de corazón su gesto. Le decimos que se vaya al salón porque hoy solo nos quedan energías para abrir el lavavajillas e ir arrojando los platos sucios con la rapidez del que echa troncos al tren para que no le alcancen los indios. Pero Daniel no cede : la bondad es meticulosa. Coge un vaso sucio y nos pregunta qué hacer. Le explico los pasos rápidamente y él los va repitiendo muy despacio. Su dedicación es admirable y agotadora. Cinco minutos para un vaso que deja más que limpio : invisible. Pero uno le parece poco. Se imagina que los adultos hacemos las cosas así de bien y él ahora quiere ser uno de nosotros. Me siento diez años más viejo de golpe, pero no hay nada que hacer. El fregadero está lleno. Coloca cada pieza que limpia en el lavavajillas con una seriedad que haría llorar al Anthony Hopkins de “Lo que queda del día”. Mis lágrimas son de desesperación y, muy, muy a lo lejos, ahí donde no llega el cansancio, de orgullo. Admitido todo esto, a partir de ahora utilizaremos platos de papel en algunas cenas.

martes, 7 de mayo de 2013

El bonus track escondido




El bonus track escondido : Lleva tiempo descubrir (como el bonus track escondido de un CD) que lo que realmente une a una pareja no son las cosas que deciden hacer juntos, sino las que acuerdan no hacer. Ese pacto, básicamente tácito, es lo que en el fondo ayuda a mantener la relación.

Por ejemplo : todo estará en orden en la cocina, pero la sartén de la cena seguirá encima de la vitrocerámica sin limpiarse. Es algo que a ninguno de los dos nos gusta. El resto de las tareas han ido distribuyéndose sin guión, sin pensar, igual que se mete la compra en dos bolsas mientras la cajera parece competir por llevarse el récord nacional de productos cobrados en menor tiempo. Limpiar la sartén es el artículo que uno se deja y no echa de menos.

No nos engañamos. Una sartén sucia no es algo que enseñarles a las suegras : no por ellas, porque con cada reproche se pondrían una medalla más de madre en el pecho, sino por puro amor propio, por limpieza, por educación, por higiene, por estética. Sin embargo.

Sin embargo, a toda relación le vienen bien estas treguas en las que no hay expectativas ni reproches. Ella ve la sartén y no me pregunta por qué no está limpia. Yo observo esas burbujas de aceite que se forman en la superficie y no me dirijo a ella para saber cuándo vamos a poder usarla. Eso relaja mucho : el cielo se me presenta ya como un lugar con cientos de sartenes sin fregar.

Tal vez la dejemos ahí como recuerdo de aquellas épocas en las que apenas había obligaciones. No amontonar la ropa en la silla del salón. Mantener la nevera con un mínimo de artículos de supervivencia. Esas cosas : la vida sin hijos. Ahí sí que era fácil que las cosas fueran bien porque solo había que dejarse llevar.

Así que cada vez que veo que en casa de una pareja todo está en su sitio, sé que las cosas están a punto de estallar. Por un tema de supervivencia, conviene ir creando esas zonas neutras, sin leyes. Empezar por la sartén sin limpiar es un buen paso. Visto desde fuera puede interpretarse (correctamente), como una señal de desorden, pero eso sería quedarse en la primera lectura, la fácil. La realidad es más compleja y para llegar a alguna interpretación valiosa conviene frotarla con un estropajo.

lunes, 6 de mayo de 2013

Los ojos de Spiderman



Los ojos de Spiderman : Uno de los temores de Daniel es desvelarse por la noche.  La propia palabra le pone nervioso : no sé el recorrido que hará por su cabeza, como esas monedas que caen en una máquina y que improvisan diferentes caminos según rebotan en los obstáculos que se encuentran. Le digo que no tiene de qué preocuparse, pero la palabra sigue su curso descendente, ajena ya a lo que le cuente. Tal vez le suene a enfermedad de adultos. A castigo, a un tropezón en el que tu sueño, como agua en un vaso, cae sobre la arena del desierto para desaparecer.

Hoy aparece varias veces en el salón. Abre lentamente la puerta, camina hacia nosotros, echa un vistazo a la televisión (congelada en una escena del segundo capítulo de la séptima temporada de Dexter) y nos dice que no puede dormir, que ha intentado pensar en todo y que ya no se le ocurre nada más.

Nunca he tenido insomnio, así que no puedo serle de ayuda. Las dimensiones de la cama son la frontera que no atraviesa ningún problema. En ese ring solo entro yo y mi subconsciente, que a veces me prepara unas veladas oníricas que pa qué : si por las mañanas no me hago una lobotomía con la cuchara con la que echo el Cola Cao a los mellizos es porque con el afeitado ya pierdo demasiada sangre. Me muevo por mi sueño como un surfista por las olas, rápidamente y sin profundad, cuando a veces me gustaría abrir los ojos con la impresión de haberme paseado por las zonas abisales con James Cameron al lado. Pero de insomnio, nada.

Daniel nos mira, esperando ya una solución. Me fijo entonces en los grandes ojos abiertos de Spiderman que lleva en su pijama. Sé, sin ningún razonamiento científico que lo justifique, que ese es el motivo. Es imposible que algo tan evidente se presente por pura coincidencia. Esa mirada atenta de Spiderman, que no puede ni pestañear, es lo que le está impidiendo dormir. Hay un diálogo entre esa camiseta y su subconsciente. Daniel se la ha puesto para creerse Spiderman y el subconsciente (sin rastro de humor) se lo ha tomado al pie de la letra, obligándole a permanecer vigilante toda la noche.

Pero la educación de un niño debe basarse en la ciencia y no en el pensamiento mágico, así que no digo nada. Insistimos en que piense en cosas agradables, en dibujos que le gustaría hacer, en algún episodio de Hora de Aventuras. Si pudiera, le quitaba la camiseta con la determinación que Mou utilizaría si viera a uno de sus hijos llevar la de Casillas. Hora de Aventuras, insisto. Daniel descubre pronto que nuestras propuestas son como esas pilas desgastadas que le quitas a un juguete olvidado pretendiendo que funcionen en el nuevo. Vuelve a fijarse en la tele y se marcha, durmiéndose al final por puro aburrimiento. 

 Nosotros volvemos a Dexter (o a Boardwalk Empire, o a Breaking Bad, o a Boss). El perfil de serie que te ofrece ese tipo de violencia que te permite dormir luego de un tirón

domingo, 5 de mayo de 2013

Dos horas de las que solo quedan los huesos




Dos horas de las que solo quedan los huesos : Sol en la calle, gente de domingo, terrazas llenas. La primavera reina. Entramos en el Sushiclub a comer. Nos hacen esperar un poco para darnos una de las mesas que está junto a la entrada. Una buena mesa, con luz, desde la que ver la calle y los carteles que anuncian los conciertos de Iron Maiden, Selena Gómez, Loquillo y Sidecars. María elige la comida. Yo, el vino : como son muy caros (mucho), escojo uno de los más baratos : Susana (sempre)… uno de Mallorca por 21 euros que está muy rico (a lo mejor no está tan bueno, pero la etiqueta me gusta tanto que no me permito ponerle peros. Además, nos lo acabamos). Pedimos sin miedo porque a los mellizos les gusta la comida oriental y porque Daniel está de mal humor (cuando se le vacía el estómago, se acaban las sonrisas) y eso no puede ser. California roll, surtido de sashimi, gyosas, tataki de buey, wok de noodles y wok al curry. La camarera que nos atiende no tiene que esforzarse por ser simpática porque ya lo es : lo trae de serie y se le nota. Menuda, mulata, de ojos brillantes. Nos trae de aperitivo cuatro chupitos de sopa de mijo. Daniel coge uno sin pensárselo y lo remueve con uno de los palillos que le han puesto (no tiene problemas en usar los suyos, pero a los demás nos pide los nuestros para casa, no sé si para manualidades, para comer espaguetis o para sus tiestos). Lo prueba y le gusta. Lucía no lo prueba y no le gusta. Más que mellizos, a veces creo que hemos tenido contrarios. María se bebe el suyo; yo el mío y Daniel, claro, el suyo y el de Lucía, sin pensárselo aunque no seamos capaces de explicarle qué es el mijo. De fondo, también como aperitivo, versiones suaves y elegantes que nos recuerdan a Ibiza. “Summer son”, de No Horizons; “Dont´s speak”, de Ultra Lounge, por ejemplo. La camarera les sirve la soja a los mellizos porque teme que la vuelquen al vencerse la tapa. Uno, otro, y luego nosotros. Ese gesto es el que separa el aperitivo de la comida, la señal para que los platos empiecen a llegar. Y ahí está el california roll, y el sashimi (que Lucía come sin preguntar y que Daniel ni prueba), y el wok que apenas prueban, y el arroz con el curry y la carne (que no pruebo) y las gyosas. Como suele suceder cuando la comida les gusta a los mellizos, María y yo nos comemos solo lo que nos toca y, básicamente, lo que no les apetece. Mejor esto, sin duda, que insistir en que coman y ver que los platos se marchan como vienen. Ese no es el problema de hoy. De hecho, del plato de buey solo tengo dos imágenes : la de la camarera limpiando con un paño la salsa que se le ha caído y la del fondo del propio plato. Agradezco que todavía no puedan beber vino para no tener que compartirlo con ellos y poder dedicarme a disfrutarlo. Sigue la música de Ibiza. Este es un local para parejas, está claro, pero los mellizos no desentonan porque andan muy entretenidos comiendo y pidiendo otro plato más de California rolls que acaban trayendo. Ellos a los rolls y nosotros al vino, a la última copa, al último trago. No tenemos muy claro si hemos cumplido con el mínimo de platos que la reserva por El Tenedor exige, por lo que para asegurarnos y para alargar un poco la comida (que no el vino), pedimos dos postres. Un coulant para Daniel y una tarta de queso para los demás. La camarera, que levanta los pulgares cada vez que le respondemos que estamos comiendo muy bien, vuelve a hacerlo al decirle que no nos importa esperar : un coulant por el que no se espera, no es un coulant, es otra cosa, y eso es algo que queremos que Daniel, incipiente aficionado, debe saber. Podría dar sorbos cada vez más pequeños para no pasar sed hasta el postre, pero eso es algo que no debe hacerse con un vino como éste : que se acabe cuando se tenga que acabar. Y se acaba, en fin. Triste porque ya anticipa el final de una comida, pero hoy podemos retrasarlo. Sigue la música de Ibiza, y las parejas en las mesas. Traen los postres a la vez y los comemos a diferente ritmo. Daniel se lanza a por el suyo como un tigre con una cuchara a por una cebra. María y yo nos dedicamos al nuestro comiéndolo lentamente, como si cada cucharada fuera la primera. Así de despacio y de elegantes, para compensar las formas de Daniel, para el que el mundo exterior ha desaparecido. Estilo vikingo vs. estilo BBC. Veo pasar a Juan Manuel de Prada, con traje, inmenso : varios cuerpos en uno. Los cafés están buenos. Defendemos cierto perímetro de tranquilidad alrededor de ellos ahora que Daniel, que ha terminado su postre, y Lucía, que lleva tiempo esperando,  quieren que nos vayamos. La comida termina para ellos con el café, no para nosotros. Ellos quieren que nos lo tomemos deprisa. Nosotros nos demoramos. Como todas las comidas, en fin, no es una novedad. Al final no nos queda más que pedir la cuenta como el que admite la rendición. 100 euros, incluido el descuento. Si quitamos el vino, nos quedan veinte euros por cabeza. ¡Dos menús!. Vistas así las cosas, la comida es un regalo. La camarera mulata se despide. El encargado en la puerta me pregunta lo mismo dos, tres veces, pero como yo lo entiendo de una manera distinta en cada repetición, al final le respondo lo que, supongo, quiere oír : que sí, que hemos comido muy bien. Lo que es verdad.

Una gran frase de Daniel que a lo mejor anda por algún tema de Loquillo : "Estoy lleno , pero quiero más"

sábado, 4 de mayo de 2013

La mirada invisible




La mirada invisible : Da igual la actividad. Lo importante es este momento en el que puedo observarlos con cierta distancia porque están centrados en algo de lo que no formo parte (solo como espectador). Es lo más parecido que voy a encontrarme a ese agujero por el que me gustaría verlos en el colegio (copiando un texto de la pizarra, llevando su bandeja en el comedor, charlando con los amigos en el recreo, arrastrando la mochila por el pasillo, secándose el pelo después de natación) y descubrirlos cuando son ellos, sin la inevitable modificación que mi presencia les causa. Cuando son ellos.

Por eso me gustan estas clases de los sábados. Que hagan pádel, tenis o gimnasia : da absolutamente igual. Las discusiones sobre si este deportes es el más adecuado o no me dejan frío, porque no es eso lo que busco. Quiero estar aquí sentado, viendo cómo el profesor aparece por el pasillo tirando de su carro repleto de pelotas y ellos le quitan las fundas a las palas; quiero ver sus reacciones cuando fallan, cuando dan un buen golpe, cuando bromean o se pican entre ellos, cuando algo les cuesta, cuando se caen, cuando se quejan porque tienen calor, cuando salen a beber agua antes de que les den permiso, cuando se distraen, cuando tratan de subirse la puntuación en un juego, cuando comparten un ataque de risa.

Pero todo esto lo razono después de la charla con María sobre la necesidad de ir reduciendo gastos : basta mirar alrededor para no preguntarse por el qué, sino por el cuándo. Entiendo sus argumentos económicos porque caminamos sobre ellos. Sabíamos bastante de economía y, ahora, mucho más. El problema es que no somos capaces de descubrir lo que fluye más abajo porque el discurso de los economistas ha asfaltado completamente la realidad, dejando que, por algunas grietas, surjan unas cuantas ideas como mala hierba.

-Lo veo como un lujo. Tampoco es un deporte al que ellos se vayan a dedicar.

Es caro pero no es un lujo : es lo que cuesta ser invisible. 

viernes, 3 de mayo de 2013

Tarde de estreno




Tarde de estreno : La edad te va alejando de lujos como éste : el batido de Oreo coronado con nata del Vips. Voy a repetirlo porque escribirlo es como marcar el teléfono de teletaxi para ir al aeropuerto a coger un vuelo a un país lejano y exótico : el batido de Oreo coronado con nata del Vips. Partiendo de una fotografía, sé calcular  cuánto tiempo necesitaría correr en la cinta para quemar, como en una pira india, las calorías. En este caso, tendrían que cerrar el gimnasio toda una semana para mí. Pero entre comerlo y pasar a las ensaladas, hay un término medio : sugerirle a Daniel que ésta es una gran merienda. Objetivamente hablando, no es buena, pero subjetivamente, lo es, y muy grande. Si te tiras por el tobogán de la frase “por la tarde meriendo en el Vips un”, solo puedes acabar cayendo en este batido. Así que paso las páginas del menú hasta detenerme en él. Lo pongo tan bien que por un momento temo que Daniel se lo pida para Reyes. La estrategia es llevarle hasta ese punto en el que lo pida porque quiera, no porque piense que deba hacerlo por mí. No es fácil. Tiene que ser su batido, no el mío. Me quedo en el silencio del vendedor de coches que como último argumento le ha enseñado sus tatuajes al cliente. Daniel duda. ¿Entonces?. Vale. ¡Vale!. Lo que traen es exactamente lo que aparece en la fotografía, lo que ya es suficiente como para convertir este sitio en lugar de peregrinación porque la realidad y el deseo se mezclan igual que las familias de los novios después de vaciar la barra. Este va a ser un gran momento para Daniel, pero tengo que mantenerme en silencio para que la magia, como un pájaro susceptible, no eche a volar. Lo veo comérselo con placer, con la inocencia del que piensa que toda la comida es sana y me doy cuenta de que estamos programados genéticamente para disfrutar con aquello que peor nos sienta : curiosa especie. Pero hoy no le voy a dar ningún sermón sobre la pirámide alimentaria para no tener que explicarle que, para que la cúspide brille con el pan integral o el brócoli, es necesario que en el camino hacia ella chapotees en nata. Todos sus gestos son los de una obra que me sé de memoria porque yo también la he representado. Desde el dedo en la nata hasta el vaso bien elevado para recibir la última gota en la lengua. Cuando lo termina, siento en el estómago esa alegría culpable del que se ha comido lo que no debía y le ha dado lo mismo. Igual pedimos unas ensaladas para despistar a la conciencia, si es que se presenta.