jueves, 28 de febrero de 2013

Cruz en las dos caras




Cruz en las dos caras : La mala noticia es que la clase media va a desaparecer : unos podrán saltar a la placa de los ricos, que se alejará, y otros se quedarán en la del resto, donde habrá escasez de trabajo y de recursos. La buena noticia es que esta mañana al sacar la mano del bolsillo me he encontrado dos monedas de dos euros. Normalmente solo saco céntimos y una moneda rusa que no sé cómo ha llegado aquí y eso pensaba descubrir. Pero no : dos monedas de dos euros. ¿Era una señal?. Si, dos. Ha sido un día repleto de grandes cosas insignificantes. Para el que quiera caminar a mi lado mientras yo hablo solo, aquí va. Lo primero que escucho en la radio a las seis y diez es un tema de Nightnoise que me trae recuerdos de hace unos veinte años. Ramón Trecet. La carrera. La calle delante y el pistoletazo de salida. Mi cuerpo sentado en el baño y mi cabeza tan lejos. Más tarde, dejando de lado lo de las monedas, ya contado, al salir de casa me encuentro con dos vecinos a los que me gusta dar los buenos días. Hay muchos que, sin ninguna razón, me caen mal (y yo a ellos, solo hay que ver la cara que ponen cuando nos cruzamos), pero el “buenos días” de esta mañana me ha salido tan bien que parecía que estuviéramos en el Show de Truman. En el coche al ir a trabajar una conductora impaciente pega un volantazo para salir de la fila en la que estaba y casi me estrello con ella. Me ha llegado el olor de los neumáticos al frenar. Pasado el susto, he podido pitar y gritar y dar luces y ponerme a su lado señalándome la cabeza con el índice. ¡Fantástico!. Me he quedado nuevo, mucho mejor que la hora que he estado en el gimnasio. En Rock FM ponen “Black in black”, que se me queda en la cabeza hasta medio día. A la hora de comer traen el arroz negro cuando estoy en la cola y puedo estrenarlo, disfrutando de la abundancia mientras un tipo a mi lado, con corbata, rasca con fuerza los últimos restos de la fideua. La vida no es justa, lo sé yo y lo recuerda Bill Gates en el primer punto de un discurso. Una cuchara más de arroz. También la camarera que nos atiende está desbordada y tarda en traer los cafés, lo que hace que la tarde sea más corta. Y llueve. Y escucho a Lana del Rey, que le va muy bien a esta luz gris, a los árboles mecidos por el viento y a ese silencio de teclas y gente pensando. ¿Es todo esto?. No. El hombre que me atiende en correos, donde voy a recoger un certificado, es muy amable. Pon el sello de la empresa aquí, me dice. Y aquí. Y el DNI, por favor. Y buenas tardes. Buenas tardes. Ya en casa, decido que voy a hacer un festival del huevo : en tortilla, revuelto, frito. Lucía, de buen humor, se ofrece a ayudarme. Acaba de salir de la bañera y lleva el pijama puesto. Huele a jabón. Veo cómo remueve dos huevos en el cuenco, concentrada. Tan concentrada que tengo que quedarme a mirarla un rato. Joder, Lucía, si pudiera marcar puntos para regresar a ellos desde el futuro, este sería uno de ellos. Me pongo con lo mío y me sale una tortilla francesa perfecta : parece la sonrisa del anuncio de los Risi. Es una tortilla que te va a alimentar, pero que, primero, te va a poner de buen humor. Para María. La de Daniel sale peor, pero no importa porque la cubre de kétchup. Terminamos el día viendo un capítulo de Finn y Jake y tengo suerte porque en éste sale Arcoiris, la novia de Jake, a la que me encanta escuchar hablar japonés. Este es uno de los secretos de la serie. Deberían hace un spin off con este personaje. Luego, claro, el capítulo de Rodari para Daniel y el suyo, distinto, para Lucía. Una gran colección de hechos insignificantes a los que habrá que agarrarse porque las cosas nunca volverán a ser como las conocemos. 

miércoles, 27 de febrero de 2013

Perfectamente blanca



Perfectamente blanca : Tras la victoria del Madrid ayer en el Camp Nou, esta mañana comienza a nevar. Cansado de la pirotecnia verbal de los titulares de los periódicos y de las imágenes repetidas una y otra vez, agradezco este reconocimiento silencioso. Me imagino a la Cibeles cubierta de nieve : perfectamente blanca

martes, 26 de febrero de 2013

El tamaño de la correa




El tamaño de la correa : Me cuentan que se han presentado del Canal Isabel II gestión a cortarnos el agua. Conforme me dan detalles por teléfono, me imagino a un tipo con la pinta del Brutus de Popeye haciendo un nudo con las cañerías para después golpearse una mano con la otra en ese gesto universal con el que se muestra la satisfacción de trabajo bien hecho. Y es que todo parece un episodio de dibujos animados que comienza con una carta que los del Canal Isabel II gestión mandan el nueve de Agosto, porque les baila un par de datos bancarios, y termina con esta visita de cortesía que pretende convencernos de que tenemos que pagar lo que el banco ha devuelto por su incompetencia. Entre un punto y el otro, la nada. Y en esa nada, la sensación de que en todas partes la correa cada vez es más corta.

Supongo que en la mudanza de Canal de Isabel II a Canal de Isabel II gestión algunas cajas con ceros y unos se les cayeron al suelo (todos hemos vivido algo así y sabemos que suele pasar, todos sabemos que a veces los informáticos no son cuidadosos) y al colocar cada uno en su sitio se cometió el error de poner un cero donde había un uno o uno donde había un cero. Y por culpa de ese tropezón informático, vaya, el banco no acepta el recibo, se manda una carta no certificada, Agosto, el verano, las cosas que pasan, Brutus que llama a la puerta y que si tenemos agua mineral en el trastero para duchar a los niños y esas cosas.

Pero pienso que no, hombre, que los que toman esas decisiones y desarrollan esos protocolos, sutiles como el que golpea un trozo de carne con un mazo para ablandarlo, no pueden ser tan incompetentes.

Entonces me doy cuenta de lo que ha pasado. Lo de la carta es una excusa para ocultar la verdadera razón. Recuerdo de golpe, con el teléfono en el oído, que hace poco mandé un cuento al concurso de relatos infantiles del Canal de Isabel II. No vi mi nombre entre los premiados y me había olvidado del asunto hasta este momento. Si los buenos reciben reconocimiento, tengo que admitir que me parecía justo que aquellos que hemos quedado entre los últimos de la lista tuviéramos que pagar por nuestra falta de talento. Es duro, pero es por nuestro bien, para que nos esforcemos más sabiendo lo que pasa. Lo otro es como colgar un post sin preocuparse del resultado. La Literatura, con mayúsculas, exige estos sacrificios.

-Así que al final le convencimos y se marchó – me cuentan.

Simulo una alegría que no siento. Ese pequeño sacrificio nos habría unido como familia y habría impulsado (un poco, algo) mi crecimiento como escritor : no hay forma de reducir mi distancia con Faulkner.

lunes, 25 de febrero de 2013

El puente de piedra




El puente de piedra : Cada cinco frases se me escapa un bostezo cada vez más grande, como si en vez de irme a dormir me esperaran seis meses de hibernación. La tendencia natural es leer deprisa para apagar la luz, dar besos, sí, voy, ir a por el vaso de agua, encender otra vez la luz, ver cómo bebe, decirle que de nada, apagar la luz, repetir los besos desde el mismo punto, como una falta que hubiera que lanzar otra vez, desear que descanse, que sueñe con cosas agradables, que duerma de un tirón. He desarrollado la capacidad de leer sin prestar atención, como un pasajero desganado que apoyara su cara contra la ventana del autobús, únicamente pendiente de la parada que me permita volver al salón y, derrotado, ver alguna serie. Hasta que escucho una voz clara (desde que tenemos wifi, las voces me llegan abundantes y nítidas) delante de mí. Es el conductor, que ha echado el freno y, sin apagar el motor, viene hacia mí. Conductor de bigote, de poco pelo, de mangas subidas hasta los codos y de mirada clara y dura, como un chupito de vodka. Tuerce un poco la cabeza y veo que controla el impulso de levantar su mano para convertirla en un argumento más. Más despacio, me dice, te detienes en cada frase el tiempo que sea necesario. Niega con la cabeza y sigue hablando como si el fondo del autobús estuviera ocupado. ¿A qué vienen tantas prisas? ¿Dónde queréis ir si es de las pocas veces que ya estáis donde tenéis que estar? ¿Dónde? Se acerca a mi cara. ¿Dónde?. Pero esta última vez parece que la pregunta se la hiciera a sí mismo. Vuelve a su sitio y abre las puertas. No necesita decir nada. Me bajo. Escucho el ruido de las puertas al cerrarse y regreso al texto, releyendo el párrafo para entenderlo yo también. Tal vez lo que dentro de unos años recordemos, olvidado el día y el propio cuento, sea este momento en el que hubo un pequeño puente de piedra entre los dos.

domingo, 24 de febrero de 2013

Hágase en mí



Hágase en mí : Esto es lo que consigo madrugando un domingo para salir a pasear : convertirme en un espejo en el que se refleje todo lo que me encuentro en el camino.

sábado, 23 de febrero de 2013

El eje Marín-Ferrol




El eje Marín-Ferrol : Con la excusa de escuchar cómo va el Madrid, acompaño a mi hermano a la cocina, donde va a preparar una tarta de crepes. Al fondo del pasillo sigue el cumpleaños, del que nos alejamos un poco para acercarnos a Riazor. Me siento en una silla alta, con la copa de Asido en la mano, mientras veo que mi hermano ha encontrado el camino más corto desde los huevos y la harina a las crepes que va sacando de la sartén. Donde yo me perdería en un bosque de cáscaras rotas, restos de harina y bordes quemados, él se mueve con una precisión a la que sólo le falta, como a un fotógrafo seguro de su obra, colgar cada crepe en una cuerda al modo de la fotografía recién revelada. Capa a capa va saliendo la tarta.

El Madrid, por lo que oigo, se mueve por el partido como si el campo, igual que la sartén, también fuera antideslizante y no hubiera a qué agarrarse. Me doy cuenta de que quiero que gane el Madrid y que no pierda el Depor. En eso, soy como la tarta, con una crepe pidiendo una cosa y la siguiente la contraria. Si me alejo lo suficiente del Madrid, como ahora del cumpleaños, descubro que, de elegir un segundo equipo, ése sería el Depor : con ningún otro equipo me planteo una excepción a la regla merengue del ganar y, si es posible, machacar. Cosas de haber hecho el eje Marín-Ferrol en la mili y de que muy buenos recuerdos sigan clavados con chinchetas a aquella tierra.

Si tuviéramos más ingredientes, seguiríamos viendo la tarta crecer hasta alcanzar un tamaño al que Norman Foster daría su aprobación. También vi construirse las Cuatro Torres de la Ciudad Deportiva para descubrir ahora que parte de mi sacrificio, aguantando los interminables atascos que sus obras provocaban cada mañana, no sirvieron para nada porque empiezan ya a buscar la manera de deshacerse de alguna de ellas. De esta tarta sí que vamos a sacar más partido. Mi hermano coloca la última crepe y dibuja encima de ella un seis con chocolate.

-¿Cola Cao o Nesquik? – le pregunto, para que no se me escape ni un detalle y sepa que no he dejado de ser un buen alumno todo ese rato.

Pero los cocineros no revelan sus secretos. ¿Madrid o Depor? ¿Cola Cao o Nesquik?. Cuando la tarta ya está lista, con las velas dispuestas, el Depor mete un gol. Me alegro; después me cabreo; me vuelvo a alegrar; me vuelvo a cabrear. Para fijarme emocionalmente, decido adelantarme y regresar al salón, donde la referencias son más claras y uno no anda sometido a estos vaivenes sentimentales que provoca el fútbol.

viernes, 22 de febrero de 2013

El futuro a cuestas




El futuro a cuestas : Esta misma lluvia, un domingo por la tarde sería deprimente : caería más por dentro que por fuera. Pero hoy el viernes me protege y me hace inmune, abriendo para mí un pasadizo como esos que recorren los acuarios para que les veas los huevos a los tiburones. Daniel va a mi lado con las manos en los bolsillos. Le digo que se cruce el abrigo porque ha elegido su favorito, que tiene rota la cremallera. Vamos despacio, fijándonos en todo porque la lluvia lubrica la mirada. En todo y en nada. Entramos en una tienda y compramos, entre otras cosas, un reloj de arena para medir exactamente los tres minutos que Daniel quiere estar cepillándose los dientes para que queden brillantes. Venga, vale. Después adelanta el reloj una hora y me dice que quiere cenar en un Mc Donald´s. Venga, vale. A la salida le advierto de que el suelo resbala, que es mejor que saque las manos. Mis consejos le deben llegar desde muy lejos porque no me presta atención, hasta que lo veo en el suelo y me mira sorprendido, como si yo viera el futuro, una habilidad que no es sino el resultado de acumular ya bastante pasado.

jueves, 21 de febrero de 2013

Mazinger Z es ruso




Mazinger Z es ruso : Quizás lo mío con Mazinger Z sea una deuda pendiente que estaba ahí aunque yo mirara hacia otro lado (una familia, un trabajo, dos hijos y esta vocación de escribir, a veces ni para mí mismo, que cuelgo el borrador sin repasarlo) para no verla. Una historia que viene del colegio, donde tenía un amigo que era capaz de descubrir en cualquier hoja de papel, como Miguel Ángel en los trozos de mármol, la figura de Mazinger Z que se escondía ahí. El tipo era tan bueno que en algún examen se podría haber llevado un par de puntos adicionales si hubiera dibujado un Mazinger Z entre cuentas.

Yo trataba de imitarle, pero aquello era como perseguir a un corredor profesional en zapatillas. Si todos sus trazos mostraban convicción, en los míos solo había dudas y ese esfuerzo fallido que luego he visto en esos artistas que engañan a los turistas para hacerles un retrato en la Plaza Mayor. Para no acabar como ellos, un buen día decidí colgar el lápiz y dedicarme a elogiar a mi amigo. Me convertí en el Sancho Panza de su arte.

Esta situación ha cambiado. Continúo siendo Sancho Panza, pero ahora sigo a otro caballero : en cuestión de talento artístico, se puede decir que los genes de Daniel marcaron un seis doble el día de su nacimiento, pasándome por la izquierda sin ningún problema. Quizás porque el último viaje que hicimos antes de que naciera fue a Florencia. Quizás porque las cosas salen así. El caso es que sus dibujos parecen las hojas de un pasaporte que le va a permitir ir todo lo lejos que quiera.

Yo pensaba que el plan que tenía de ver los dibujos de Mazinger Z con él era una forma  de salir de la rutina de la series habituales para enseñarle algo que merecía la pena. Un robot, monstruos distintos luchando contra él en cada capítulo, un planeador, el fuego de pecho, lo puños voladores, la piscina que se abre. Esas cosas. Esa era mi justificación consciente.

En la parte inconsciente, ésa que bien podría representar la isla sumergida del Doctor Infierno, lo que realmente existe (me he dado cuenta con el primer capítulo) es el deseo de devolverle a Mazinger Z toda la humillación que me hizo sentir por no poder dibujarle. Yo me tuve que retirar, pero ahora mi lugar lo va a ocupar un delantero ágil capaz de darle la vuelta al partido en los últimos quince minutos. Un jugador que va a dejar las cosas bien claras.

Así que ahí estoy, poniendo el segundo capítulo de la serie con Daniel a mi lado. Al poco de comenzar, me doy cuenta de que lo que era una impresión en el primero es aquí una certeza. Con el tiempo, Mazinger Z se ha convertido en una serie rusa. Descubro, humillado, que los dibujos son pobres, algo torpes y repetitivos y que Koji, más que controlar un gran robot, parece estar conduciendo un tractor de la primera generación. De cuando la revolución soviética. No me atrevo a decir nada.

Daniel, sensible al ánimo de los que le rodean, tampoco me dice nada porque no quiere que me sienta peor.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La soledad del censor




La soledad del censor : Es tan bajo el nivel de las series infantiles que, con la inercia de ir marcando sus puertas tras descubrir tras ellas la plaga, señalo una que, por lo visto, no debería haber marcado. Lo descubro en un artículo en la web de Letras Libres que leo hoy : la edición digital permite que, al no estar limitada por un número de páginas, la oferta se abra a temas que en otras ocasiones se habrían quedado en el banquillo. No todo en Internet va a ser malo.

El artículo se titula “Los diez mejores capítulos de Adventure Time", lo firma Rodrigo Rothschild, y, como resumen, escribe que se trata de una serie memorable. Memorable = digno de memoria. Me gusta la contundencia de la frase, rotunda como esos mazos con los que la policía abre una puerta : en este caso, la de mi escepticismo, que veo caer ante tanta seguridad. Entre el polvo levantado por el ataque aparece Rodrigo, que me mira con un poco de desprecio. Y yo, en el suelo, que trato de disculparme con una explicación que, en esencia, es la de la primera frase del primer párrafo, sin tanta literatura, ni plagas, ni puertas con señales.

Pero es así. Mi juicio ya no discrimina entre programas infantiles y no caben ya sutilezas. Reconozco que en la clasificación me limito al ejercicio elemental del que guarda las piezas negras del ajedrez en una caja y las blancas en otra. Infantil, malo. No infantil, bueno. Es un esquema básico que funcionaría bien en la cabeza de Frankestein, pero es que, en mi defensa, Rodrigo, tengo que decir que estoy agotado, que una vez tuve la fe pura del niño que con guantes balncos acude a su primera comunión, pero que de eso, tras tanta basura, no queda nada. Es más : escucho la sintonía de Shake it Up, Jessie o Chowder y mi cabeza empieza a girar como el pitorro de una olla exprés mientras comienzo a balbucear palabras en idiomas extraños. A eso hemos llegado.

Leo con alivio el artículo porque abre un hueco entre tanta nube. ¿Cómo no tomarme en serio a alguien que en el arranque de lo que escribe menciona a Breaking Bad y a Louie y después sigue recordando a Calvin y Hobbes y cierra el segundo párrafo hablando de Hayao Miyazaki?. La luz. El problema de ejercer de censor de brocha gorda es que te acabas convirtiendo en el tipo que va pintando el suelo y se descubre en una esquina rodeado de pintura fresca. Te quedas sin capacidad de movimiento. Las nubes se abrían por fin, decía, y de ellas bajaba Rodrigo con dos tablas de cinco capítulos cada una, animándome a creer de nuevo en la bondad de los guionistas y a no gastarme todo el dinero en velas en el altar de Rodari. Podía recuperar la fe, podía imaginar a gente con talento escribiendo historias memorables para niños sin pisotear su inteligencia.

Así que he regresado a casa aliviado, deseando transmitir la buena nueva de que tenemos algo por lo que merece la pena sentarse delante de la tele, algo que hay que descubrir y disfrutar. Ya me veo haciendo el recorrido inverso con ellos : ahora “Hora de aventuras”, después “Calvin y Hobbes” y dentro de unos cuantos años “Breaking Bad”. Tiempo al tiempo. 

martes, 19 de febrero de 2013

Otra foto de un árbol




Otra foto de un árbol : Volvemos a encontrar un buen atasco a la salida del barrio. Llueve. Aprovecho para ir haciendo fotografías durante la espera. ¿Necesita el mundo más fotografías de árboles bajo la lluvia?. Es posible que no, pero ¿quién sabe? Tal vez dé con una buena foto de un árbol. Si supiéramos cómo surgieron algunas fotografías que admiramos, tendríamos más fe en lo que hacemos, pero tendemos a pensar que el fotógrafo era plenamente consciente de lo que buscaba y sabía exactamente lo que iba a lograr. Virxilio Vieitez era de estos, aunque no sé si hay que tomarse en serio sus palabras, en las que es posible que escondiera un detalle de puro humor negro  como el que a veces añadía a sus fotografías igual que el pintor que le pone su cara a un personaje secundario.

Lucía se queja de que entra frío cada vez que abro la ventanilla.

Sé que cada foto que hago devalúa las que ya tengo, diluyendo su importancia. Tengo muchas razones para subir la ventanilla y dejar de hacer fotos. Todas esas razones, ya lo sé, están guardadas en el lóbulo prefrontal, que está encantado con este atasco. Debería subir la ventanilla y escuchar “Heat of the moment”, de Asia; y después fijarme en el anuncio de “Kooza” en un autobús, en el de la exposición de Virxilio Vieitez en Telefónica, y volver a la radio, donde presentan los conciertos de Battiato en Madrid, Barcelona y Burgos, y después ponen “Plague”, de Crystal Castles, y una entrevista a una chica que habla de su página de oferta cultural minoritaria.

Pero no subo la ventanilla. Las condiciones bajo las que se ofrece ese árbol no se van a repetir. Eso es lo que sabemos cuando hacemos una fotografía aunque no sepamos explicarlo. Ser conscientes de eso ya es una buena razón para hacer la fotografía. Hasta este atasco, que va a hacer que tarde una hora y catorce minutos en llegar al trabajo, es único. 

lunes, 18 de febrero de 2013

Sangre nueva para Spiderman




Sangre nueva para Spiderman : Finalmente no pudo ser. Los antecedentes. Vamos con los antecedentes. Desde hace unos meses tenemos en el baño una figura de Spiderman y otra de una princesa de Disney. Las dos figuras son en realidad dos frascos de colonia que hacían buena pareja. Una tan masculina. Otra tan femenina. Pensaba yo que sería cuestión de tiempo ver a una pequeña princesita lanzando telas de araña por el cuarto de baño o a un Spiderman con las mallas de corazones. Ese mismo tipo de espera tranquila en la que viví una temporada con dos tortugas que al final tuvieron un huevo. En fin. Mientras los mellizos se limpiaban los dientes yo miraba a Spiderman y a la princesa y trataba de ver algún gesto de acercamiento. Nada. Otro día. Y nada. Otro día. Y nada. En el fondo sabía que eso era lo correcto porque en el dos mil nueve Disney pagó cinco mil millones de dólares por el lote de la Marvel en el que venía Spiderman. Eso los convertía en hermanastros, cierto, pero hermanastros económicos. Ellos no tenían por qué saberlo. La espera tranquila. Los huevos. La tortuga. Hasta aquí llegan los antecedentes. Hoy las cosas han cambiado de una manera drástica. Vaya que sí. La parte superior de la figura de la princesa no estaba. Solo quedaba su rosada falda. Spiderman se encontraba en una esquina, bajo los girasoles falsos. Parecía aterrado. Aterrado de cojones. Momento en el que he pensado : de esta relación ya no cabe esperar nada. Pobre Spiderman. Tanta colonia infantil no le podía sentar nada bien. Era de esperar. Todo por mi culpa. En fin. Ahora me lo he llevado a la cocina. He tirado la colonia por el fregadero. Lo he rellenado con vodka ruso. Del de verdad. Russian Standard. Duty free only. Silver filtered. Será nuestro secreto. 

domingo, 17 de febrero de 2013

Mi perro del domingo por la mañana



Mi perro del domingo por la mañana : Pero el domingo dejo que sea la cámara la que se mueva por donde quiera, que yo la sigo pacientemente. Para eso está el domingo. Si ella se para, yo me paro. Si ella quiere acercarse al pie de una puerta, yo me agacho y espero hasta que se decide. A veces hace la foto. A veces no. Y seguimos por Chueca, fijándonos en todo aquello para lo que no hay tiempo el resto de la semana. El candado de una puerta : pues el candado de una puerta. El croasán del desayuno en In Panis : pues el croasán del desayuno. Este ejercicio de seguirla sin juzgar el resultado, sin considerar si lo que hay delante justifica una foto, me relaja. Un charco en el que vibra la imagen por el viento. Unas bolsas de tiendas de ropa vacías junto a una farola. Tres cañerías de tonos distintos. Ella olfatea y yo me detengo a seguir el rastro. Hay que aprovechar antes de que todo lo que se ofrece vuelva a ocultarse.

sábado, 16 de febrero de 2013

Otro cromo para mi colección




Otro cromo para mi colección : Entro en cada librería como si lo hiciera en la embajada de ese país al que, sin saber muy bien dónde está, pertenezco. Como donde vivo no hay ninguna, tengo que conformarme con esa función secundaria, de consulado, que tienen los quioscos.

Los sábados despliegan todas sus revistas como flores tratando de vencer la resistencia de los que solo vamos a por el periódico. El juego dura poco porque llego ya con el deseo de rendirme. Y en ese preciso momento me convierto en mi abuelo, preguntándoles a mis hijos qué quieren, como él hacía conmigo. Insisto hasta que me responden, como también hacía él. Daniel, que unos cromos de animales de National Geographic. Lucía, que unos sobres de una colección de perros y gatos. Todo se podrá volver virtual, menos los cromos y este rato (mi cromo) en el que, sentados en un banco, van rasgando los sobres para descubrir cuáles tienen y cuáles no. 

viernes, 15 de febrero de 2013

Gravedad cero




Gravedad cero : Salimos de cenar en un Hollywood, que es un restaurante del que me gustan mucho dos cosas : las camareras, por simpáticas, y que tengan colgado de una barra , junto a la puerta del baño, como si estuviéramos en un club inglés, el Marca. En pocos sitios lucirá mejor el Marca, con ese titular de hoy sobre Xabi Alonso, al que van a reservar porque él solo se come los kilómetros que los demás se dejan en el plato y está agotado.

Las camareras, decía, son simpáticas. Hoy nos atiende Ana, una mujer bajita a la que no hemos visto otras veces y que no deja de preguntar cómo van los mellizos con su cena. Dentro de su pregunta hay una amenaza, como dentro de la camarera, lo descubriremos después, hay una madre : no sabemos si habla como camarera o como madre, pero parece que sus comentarios son efectivos, por más que, a veces, pretender que Lucía coma más deprisa, sea como empujar un tanque con el freno de mano puesto.

Como ya hay quien insista con los mellizos y sus hamburguesas y sus filetes rusos, me puedo dedicar a mi ensalada y al partido de la liga alemana que veo con la alegre distancia del que no se juega nada con el resultado. Quizás sea éste el secreto de una cena como ésta, el poder separarse un poco de lo que hay alrededor, hasta de la comida, despreocupándose del resultado.

Me dejo llevar. Que sea Ana la que decida cuándo puede llevarse los platos, cuándo preguntarles por el postre, cuándo traerles los regalos que van con el menú. Todo me parece bien a pesar de haberme comido una ensalada con una coca-cola light. Eso es lo de menos. Al terminar, le entrega un cuadro para pintar a Lucía y después de traerle una caja a Daniel, se queda pensando.

-Tú debes tener la edad de mi hijo – dice.

Y se lleva la caja y vuelve con dos guantes rojos. Un cambio con el que acierta.

Me cae bien Ana. Si pudiera, la pagaría por venirse a casa alguna noche para simplificar la cena y que fuera nuestro intermediario, como la mantequilla entre el pan y la loncha de pavo. Eso rozaría la idea que, como asalariado de mierda, tengo del lujo : una mujer que te prepara la cena. Así de simple soy.

Cuando bajamos al garaje, apenas hay coches, por lo que no nos resulta nada difícil encontrarlo. Alguien debería dedicar una beca o dos a diseccionar la naturaleza de este placer tan simple : pensar que vas a dar varias vueltas por el aparcamiento buscando tu coche y descubrir que das con él sin esfuerzo.

Los dibujos en las paredes parecen los iconos en el exterior de esa nave espacial a la que regreso después de mi viaje sin gravedad.

jueves, 14 de febrero de 2013

Amor no correspondido




Amor no correspondido : Salgo de la floristería, que vive hoy su particular noche de Reyes, con un ramo de rosas en la mano (seis), sin saber a quién entregárselo. Mi corazón está dividido como las mitades de un campo de fútbol. En un lado, Juanma Trueba, del As, anti mourinhista; en el otro, David Gistau, de El Mundo, mourinhista. Los dos madridistas y los únicos cronistas capaces de animarme el día después de una derrota del Madrid.

Seis rosas, ya digo, porque al escuchar el precio de la docena pensaba que las modelos de las portadas del Playboy iban a presentarse con una rosa en el escote. La dependienta de la tienda, feliz, envuelve el ramo en un  plástico que corta de un rollo y lo une con una pegatina en la que pone “Te quiero”.

-Si no las utilizo ahora, no las gasto – se disculpa.

Estoy a punto de decirle que lo de las rosas y la pegatina me parece un pleonasmo, pero no lo digo porque podría pegarme con el ramo en la cara y con razón : parece la definición de una enfermedad pulmonar. ¿Y quién va a romper el hechizo de este día en una floristería recordando enfermedades? Para eso están las floristerías de los tanatorios, no ésta. Aquí, al entrar, me reciben con una conversación en la que se menciona el viagra y las vitaminas.

Salgo a la calle con el ramo, sin saber muy bien si debo llevarlo boca abajo, como si me pesara la culpa, o bien erecto, como el que lleva una espada y se dirige al castillo de las tortillas francesas, los deberes de matemáticas y los cepillos de dientes. Juanma o David, decía. Difícil elegir.

Escribe Trueba : “Nunca desprecies un escudo con un diablo. Ni a los equipos con leyenda, ni a los fantasmas que les dan aliento. En la Champions importa tanto el presente como la historia, y el Real Madrid lo sabe mejor que nadie.”  

Escribe Gistau : “Pero éstos, contra ingleses, contra italianos, contra alemanes, sigue siendo los partidos en los que cobra todo su sentido la mitología de Chamartín. Fue así incuso en las épocas decadentes, incluso en aquellos tiempos de óxido en el sable en los que el Madrí fue un caballero del Sur faulkneriano que se sentía extinguido pero lo mismo montaba a caballo”

Un partido del Madrid no termina hasta que leo sus crónicas. Sólo entonces cierro la carpeta y la coloco en la zona de los casos resueltos, como el domador de versos al final de Leolo. Debería decir que es el Bernabéu lo que me mantiene como madridista, pero no es el caso. Cosas que pasan. Si sigo pagando el abono es para tomarme como personal todo lo que cuentan y no asomarme a sus frases con la distancia del que lee las noticias de un país extranjero. Se dirá que ser madridista por eso es como ir a un restaurante por lo bien que te deja el coche el aparcacoches, pero no me importa. Esta pareja es capaz de devolverte sin abolladuras un partido que tú les entregaste con varios agujeros en tu red. ¿A quién elegir?

Escribe Juanma : “No fue una ducha fría lo que cayó sobre el Bernabéu, sino el Mar del Norte servido con cubitos de iceberg”

Escribe David : “En ésas cayó de improviso el gol del United, que no era la consecuencia de nada, que era como un guijarro proyectado contra el parabrisas de un camión”

Ya es de noche. En la floristería no dejan de entrar y de salir hombres. Los hay previsores, que viene a por un encargo; los hay con las ideas claras; los hay que piden algo barato; los hay que parecen entrar solo porque han visto que ahí hay movimiento y no saben decirle a la dependienta si lo que les ofrece les gusta o no. Se hace extraño : como ver una fila de hombres esperando frente a un probador. Pongo las rosas hacia arriba. Si se me despertara el espíritu olímpico de Madrid, desgastado tras tanta plegaria al COI, saldría corriendo por la acera tarareando “Carros de fuego”. ¿Pero hacia quién correr?

Escribe Trueba : “El United contestó con un contragolpe que pudo terminar en drama: Varane derribó a Evra cuando se marchaba en solitario. Por fortuna para el Madrid, al árbitro le pilló la jugada en un largo pestañeo.”

Escribe Gistau : “ En un Madrí que jugó sin nueve, porque Benzema está tan lento que parece la repetición de sus propias jugadas”

En fin. Dos tipos capaces con su estilo de ponerles decimales a un partido para que el empate a uno de ayer se quede en un 1,02 para el Madrid y un 0,97 para el Manchester que ablande la almohada y me permita dormir mejor.

Estoy un poco perdido. Con las críticas de cine no tengo este problema porque Rodríguez y Marchante son la misma persona : Oti. Me planteo arrancar los pétalos de las rosas para que ellas decidan por mí. Juanma. David. Juanma. David. Pero hacer eso delante de la floristería sería como estampar una tarta contra el suelo después de haberle pedido al pastelero que se pasara una noche dibujando un cuadro del Bosco con azúcar.

Al final admito que no puedo elegir. A los dos los quiero por igual. Podría llevarle tres rosas a cada uno, pero como son espabilados sabrían que las rosas se venden en múltiplos de dos y sospecharían. Al final, cobarde, aplazo la decisión y pienso que estaría bien presentarse con el ramo en casa. Bastará con disimular mientras María busca un jarrón para que no se me note que la parte blanca de mi corazón les pertenece a dos tipos que no saben ni que existo : el amor no correspondido.
             

miércoles, 13 de febrero de 2013

Gambas con cubiertos




Gambas con cubiertos : En los partidos de Copa de Europa, los vecinos habituales cambian. Sus localidades las ocupan extranjeros que viene a ver a su equipo y ejecutivos que salen del trabajo y se colocan una bufanda para tratar de pasar desapercibidos. Estos últimos dan primero pena y después lástima y después ya no sé porque tampoco les presto mucha atención. Los que me gustan son los extranjeros, esos que miran con envidia a los suyos, reunidos en grupo en la zona alta de la grada de enfrente, donde todo es desparpajo y alegría frente al comedimiento y la buena disposición que muestran aquí. Me basta con tener uno al lado, como esta noche, para sentirme extranjero (no en plan Camus, claro) porque la vida no deja de ser eso : la impresión de que tú estás solo mientras tu tribu, a lo lejos, se lo monta bien. En este partido contra el Manchester efecé (así lo anuncia el speaker) tengo a mi izquierda a una madre y a su hijo, al que en mitad del partido le ofrece un bocadillo envuelto en papel de plata que saca del bolso. Ese gesto que, como madre, te hace avanzar varias casillas de golpe. Se dicen cosas en inglés que, por respeto, trato de no entender, como el que mira a otro lado cuando delante de él alguien marca el pin de su tarjeta. Hay más extranjeros diseminados que se delatan porque no entienden español, porque, por lo tanto, no pueden saber qué les grita el tipo que pierde los papeles cada vez que nos ponemos de pie para ver un ataque o un saque de esquina.

-¡Sesientencoooooooño!

Me gustaría que desapareciera ese grito, y el puro del vecino, y los que se marchan cuatro minutos antes para evitarse la cola del metro, y el que grita que hay que abrir las bandas hasta cuando el equipo está calentando.

La mujer y el niño del bocadillos (ha hecho una bola con el papel de plata y se la ha dado a su madre) y el resto de los extranjeros deben saber que ese tono no esconde nada bueno, pero no van más allá de esa intuición y se ponen de pie cuando les apetece. No me cuesta nada imitarlos. El grito del tipo se repite una y otra vez, sin éxito. Me llego a pasar unos cuantos minutos de pie (es lo mejor que se puede decir de un partido) y entonces me doy cuenta de que es así como hay que ver el fútbol, que todo se empezó a torcer el día en que comenzaron a cubrir toda esta zona de asientos azules por motivos de seguridad. La seguridad, la seguridad.

De pie permanecemos durante toda la jugada del gol. Di María viene por la banda como si fuera  a subirse a un tren en marcha perseguido por cien lobos y da un gran pase para que Ronaldo se eleve todo lo que necesite : debajo de él podría pasar un autobús de dos pisos.. De Gea se olvida del balón al ver a Ronaldo ascendiendo como Dynamo frente al Cristo de Corcovado y el balón aprovecha para hacernos un poco más felices. Aquí, el truco somos todos nosotros :  sé que su salto se habría quedado en la mitad si hubiéramos estado sentados. Así hay que ver el fútbol, asumiendo el riesgo de una avalancha de vez en cuando, qué se le va a hacer. Hay que aprender de los extranjeros. Seguir el juego sentado es comerse unas gambas con cubiertos y aquí, de toda la vida, uno se ha traído bocadillos. Y a su madre, si tiene suerte.

martes, 12 de febrero de 2013

La amazona



La amazona : Como un gusano victorioso, el dedo de Daniel aparece por el agujero del pantalón. Me doy cuenta entonces de que esta es una escena que nunca veré con Lucía : parece que cada día estrenara el uniforme del colegio. Pienso en una amazona llevando con precisión su caballo.

lunes, 11 de febrero de 2013

La amenaza almorávide




La amenaza almorávide : La cultura es útil. Sirve, por ejemplo, para sentir menos remordimiento por preparar la cena en un par minutos con una lechuga, palitos de cangrejo, queso de Burgos y salsa. La culpa no es sólo nuestra. Viene de lejos. Lo dice Pla en la página 136 de su libro “Madrid, 1921. Un dietario”

“¿Por qué hay en Madrid tantos restaurantes vascos? Un castellano eminente, acendrado representante de las grandes virtudes castellanas, Francisco de Cossío, me ha explicado muchas veces, con cierta melancolía, que en Castilla la cocina ciertamente existe, pero que es algo difícil de encontrar. Según los historiadores, parece que esto tiene su origen en la Reconquista, que aquí fue muy larga. La vida puramente militar que llevó este pueblo durante tantos siglos impuso forzosamente una cocina sumaria. La cocina castellana es a base de asados, del paso rápido por el fuego, una cocina para darse prisa y dejarse de historias. El castellano os prepara un asado de cabrito o de cochinillo con un éxito notorio. Madrid cuenta con un buen restaurante tradicional del asado : Botín. El lechón asado de Botín, acompañado de una pizca de escarola con un toque de aceite, es algo notable y delicado. Este asado tiene que ser sumario: tiene que hacerse de modo que se advierta en la carne la preocupación de que surjan, detrás de unas encinas, unas lanzas y armaduras, a ser posible almorávides”

El por qué de la ensalada está en los almorávides, que, culinariamente hablando, nos dejaron huérfanos a los castellanos. Y si al peso de la historia (en blanco) se une la preocupación de que, detrás de una puerta, surja un niño o una niña en pijama, pidiéndonos algo de tiempo para repasar un tema o comprobar unas multiplicaciones, el resultado sólo puede ser esta ensalada que colocamos en el centro de la mesa.

Curiosamente, esta ensalada, tan parecida a otras ensaladas, mejora mucho (comprobado) si, en vez de limitarse a añadir ingredientes, se quita uno : Media cucharilla de remordimiento. 

domingo, 10 de febrero de 2013

Se acerca un hombre silbando




Se acerca un hombre silbando : Son las ocho menos veinte de la mañana en mi reloj y hasta donde alcanza la vista. Uno de esos infrecuentes momentos en los que todos compartimos la misma hora, detenido todo bajo un silencio de sábanas calientes, ventanas cerradas y las únicas luces de los anuncios : Una exposición de fotografía, una pareja de modelos que enseña un bolso.

El autobús se retrasa. Noto el frío en los pies porque, con las prisas, no me he puesto calcetines. Pensaba que esto solo pasaba en las malas películas. Los mellizos van abrigados para sobrevivir a un par de glaciaciones seguidas y seguir a la moda, cuestiones igual de importantes para una madre. La mía anda lejos y por eso tengo los pies helados y la posibilidad de que mi cuerpo acabe en la cuneta de la moda.

El autobús se retrasa. El frío y el silencio hacen que todo sea más nítido. Se escucha entonces a un hombre silbar mientras se acerca al quiosco. Sin dejar de silbar, abre uno de los armarios metálicos que están pegados y saca unos fardos de periódicos. Parece que no supiera que es domingo por la mañana, que los pocos que estén despiertos estarán en la cocina tomándose un café, pensando en cómo pasar el día; parece que todavía no fuera consciente del frío que hace; que no estuviera al tanto de las noticias que aparecen en las portadas de los periódicos; que desconociera que tanto los propios periódicos como su trabajo parecen condenados a desaparecer. Si silbara por silbar, como el que acompaña así lo que hace, es posible que no supiera todo lo anterior. Pero es la intención que pone al silbar, cierto optimismo desafiante, el que me hace pensar que sabe todo eso y más, pero que le importa una mierda. Sigue silbando mientras con un cuchillo corta las tiras que unen los periódicos.

sábado, 9 de febrero de 2013

Un resfriado de ricos



Un resfriado de ricos : Cada vez que abro un paquete de pañuelos de papel tengo la impresión de estrenar resfriado. Llevo el coche lleno de ellos porque me vi obligado a comprar un lote (lote no es la palabra apropiada, lo sé, pero no voy a buscarla) con lo que me parecía una provisión de pañuelos para todos los resfriados de mi vida. En ese momento esa violencia por parte de la oferta a la que, como demanda, apenas podía oponer resistencia, me sentó mal. Pero luego he acabado haciendo las paces con esa gente de las grandes superficies : son como tu madre, saben más que tú. Cierto. Sabían que este resfriado iba a ser  más largo de lo habitual y que me vendría bien encontrarme pañuelos en cualquier parte del coche. Con tanto pañuelo puedo permitirme tener un resfriado de ricos y alargarlo sabiendo que todo estornudo tendrá su capa de celulosa para recibirlo. Me gusta, sobre todo, abrir el paquete tirando de la lengüeta azul y ver todos los pañuelos prietos, listos : el Universo, que me los ofrece como el que tiende su abrigo sobre los charcos para que no te mojes al cruzarlos.

viernes, 8 de febrero de 2013

El casting de "El Rey León"




El casting de “El Rey León” : En un vídeo de TV3 del que se habla hoy se compara a los jugadores del Madrid con hienas. Es algo que me molesta porque las hienas no tienen la culpa de ser hienas. Juzgar moralmente el comportamiento de un animal significa haberse quedado en una fase infantil del pensamiento, ésa que, después de ver las hienas de “El Rey León”, te anima a ir a la redacción pensando que es una buena idea : que además sea bien recibida significa que aquello debe estar lleno de chiquillos que tienen en Clan, Boing o Disney Channel su referencia intelectual. Para que lo entiendan : sería como criticar que una piedra, al soltarla desde el quinto piso, caiga a la calle. El comportamiento de una hiena tiene dentro la lógica de esa piedra.

Ese odio que quieren alimentar, y en esto todavía tienen que aprender, debe ser un odio sin intermediarios. Hay que dejar a las hienas fuera porque si, estando ya feo, se echa mano de ellas, se admite que las imágenes de las entradas de los jugadores del Madrid no son suficientemente convincentes. Para que también entiendan esto : es como condenar a alguien a muerte y en su sentencia argumentar que a veces se le olvidaba darle de comer a los peces (los de TV3 pueden echar mano de la imagen de “Buscando a Nemo” para no perderse). Algo falla en esa condena.

Así que, eliminando a las hienas, queda la camiseta y el escudo. Quedarse en esta segunda fase del odio puede parecer lógico y ahí andan miles de hinchas de uno y otro equipo (los que, por mi bando, me hicieron sentir bochorno cuando imitaron ruidos simiescos cada vez Alves tocaba el balón el otro día en el Bernabéu). Uno ve el escudo del rival y, como un perro adiestrado a una señal (los de TV3 pueden servirse de “La Dama y el vagabundo”, para que sigan dentro de sus referencias, como bebés rodeados por sus juguetes favoritos), segrega ese odio que cubre cualquier razonamiento como una salsa que oculta un filete de mala calidad.

Para próximos vídeos, les propongo a los de TV3 que intenten superar esta etapa. No es fácil porque se les ve muy cómodos en la primera y sin muchas posibilidades de salir de ella : pero hay que intentarlo, que la esencia de la vida es crecer, física e intelectualmente (como el bueno de Simba, para que no se me pierdan). Hay una edad para ser infantil y pronto empezarán a afeitarse. En tercera etapa, el odio se vuelve más refinado. Es la fase, peligrosa, en la que se trata de odiar a un jugador imaginándolo con otra camiseta. Se trataría de un odio ontológico, dirigido al ser. Cosas de la edad, hice el ejercicio el otro día y me desactivó frente a casi todo el equipo. ¿Les gritaría a Puyol, Piqué, Iniesta o Valdés, por citar a algunos, si vinieran con otro equipo?. Mi respuesta fue que no. Digo que es peligroso porque es como si uno se quedara sin nada. Ve a los del Barça y se vuelve ajeno a ese clamor que le rodea en el Bernabéu y parece que se estuviera perdiendo algo.

Se pierde en cantidad, pero se gana en calidad. Del enfrentamiento en granel, a la antipatía en frasco pequeño, porque sí tengo a un jugador que sé que me provocará los mismos sentimientos le vea con la camiseta con la que le vea : el pobre Leo. Ése que, pasando junto a Cristiano, escupe al suelo, como si lo hiciera frente a su espejo por no devolverle la imagen de Ronaldo. Ese rencor es suficiente para llenar un vídeo y enseñarlo en los colegios para que aprendan que, a pesar de los premios, los niños pueden acabar como él. Como el tipo que por más balones de oro que se eche a la espalda, siempre acudirá al casting del “El Rey León” sabiendo que el papel protagonista se lo llevará Ronaldo una y otra vez, aunque se presente con las manos en los bolsillos. Que aprendan así la moraleja de los dos que buscaban premios : uno para llegar a un sitio que el otro quería dejar ya atrás.  

Ojalá que en próximas ocasiones los redactores de TV3 demuestren haber madurado. Tienen que hacerlo por ellos y, sobre todo, por su público, para que aprenda la diferencia entre las hienas de Disney y las de verdad y dejen a estas últimas en paz. 

jueves, 7 de febrero de 2013

La cartera




La cartera : El hombre que está delante de mí no deja de consultar el móvil mientras espera que le sirvan el pedido. Parece alguien que, como yo, se llevara la cena a casa para ahorrar tiempo. Sé que hay cocineros como Jamie Oliver o Julius que se esfuerzan por mostrarnos que si se quiere se puede preparar un primero y un segundo en veinte minutos y que negarían con la cabeza si me vieran aquí. Pero que no pongan esa cara : alguna vez he hecho de Jamie o de Julius, pero no puedo repetirlo todos los días. Sus veinte minutos se han levantado a las diez de la mañana, han dado un paseo tranquilo mientras los guionistas y los productores preparaban el programa y se presentan frente a la cámara limpios, por estrenar; los míos, que se han despertado a las seis, vuelven del camino con los pies lleno de barro. No solo eso. Aunque tuviéramos el tiempo y los ingredientes, es más que probable que nos fallara la cabeza : el hombre del móvil se lleva la bolsa con las hamburguesas y se deja la cartera. La chica que le ha atendido sale corriendo con los cascos puestos y la cartera en alto. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Alas de chocolate



Alas de chocolate : Entro en la pastelería con una urgencia que se disuelve como el vaho al salir de la boca cuando la dependienta me mira tranquilamente. Le falta decirme : ¿tú ves prisa en este mostrador?. Me falta responderle : No. En absoluto. Mire donde mire sólo hay tiempo sólido mezclado con azúcar. Avanza más un reloj roto. Sé que debería haber dejado las prisas en la entrada, como los zapatos en un templo, pero es que tengo a mis hijos en el coche y se trata de una urgencia. Tengo tanta prisa que no puedo ni describir a la mujer, ni su tez de vainilla ni sus ojos de trufa negra.

-Un donut.
-No tengo.

Una urgencia, decía, porque Daniel no ha cogido nada para comer en el colegio y hoy, precisamente hoy, hemos soportado la cola de coches más larga para salir del barrio que han visto estos ojos desde que tengo ojos. Ya las puertas del colegio están abiertas, ya los profesores empiezan a ver qué pupitres están vacíos, ya el bedel, en fin, saca la llave del bolsillo para cerrar la puerta del saber. Nos quedan un par de minutos para que nos destierren todo el día y la educación de mis hijos se retrase ocho horas de por vida.

-Tengo palmeras, ensaimadas…
-Una palmera.

El encargo era un donut, pero a la palmera, que parece las alas del ángel de la guarda de los golosos, no le puedo decir que no. Las veo gruesas y cubiertas por un chocolate tan oscuro que me sólo me queda una opción, como si fuera el único carril abierto en un peaje. Pues una palmera. Me quiero creer que es del día, que esta madrugada el pastelero, envuelto en sueño, ha dado lo mejor de sí para que yo ahora la pueda comprar. Pues una palmera, aunque lo más seguro es que la hayan recibido esta mañana de alguna fábrica de las afueras donde las máquinas no saben ni de sueño, ni de día ni de noche.

Salgo de la pastelería con la palmera en una bolsa. Y pienso dos cosas. La primera, una tontería, que deberíamos comprar los objetos de uno en uno. Se nos iría todo un día en hacer la compra, pero con cada uno nos llevaríamos parte de esa esencia que se pierde entre cinco bolsas en un carro repleto. La segunda, que hay un placer especial en comprar algo para entregárselo a alguien que lo quiere. Sé que este placer va a envolver el día como el chocolate a la palmera.

Daniel saca la palmera de la bolsa. Su silencio me dice que ahí hay palmera para varios días, que si es para uno solo tendrá que comérsela durante todo el día. Me ofrezco a quedarme con la mitad y eso le tranquiliza : eso sí puede envolverlo con su hambre. Antes de entrar en el colegio partimos la palmera con la solemnidad con la que firmaría un tratado de paz. Un gesto preciso : no cae ni una miga. El mete la suya en la mochila y yo la mía en una bolsa de plástico.

A media mañana, en el trabajo, cojo la palmera de la bolsa para comérmela y me acuerdo de Daniel, que igual ha empezado con la suya. La distancia, que une mucho.

martes, 5 de febrero de 2013

Añoranza del salvaje Oeste




Añoranza del salvaje oeste : Dejo la ropa encima del respaldo de una silla como los restos de un día que tampoco tiene nada ya que lo mantenga en pie (las horas que quedan no son huesos, sino cartílagos). Descubro entonces algo que ya sabían en el lejano Oeste : el alma de un hombre está en la hebilla de su cinturón. Lo único que en este momento se mantiene erguido a pesar de nosotros mismos.  

lunes, 4 de febrero de 2013

Un queso único




Un queso único : En un libro de cocina para niños, ojeado rápidamente en un Vips, veo una receta simple : un trozo de mozzarella abierto en varios cortes combinado con rodajas de tomate, como dos barajas mezcladas. Cierro el libro. Veo el precio. Lo dejo en su sitio.

Compro la mozzarella en Mercadona sabiendo que habría que ampliar mucho la definición de mozzarella para considerarla auténtica. Tampoco importa : a mí me gusta. Me gusta apretar el envoltorio y sentirla sumergida de líquido, como un queso acuático frente a todos los de secano que se presentan en la sección de lácteos. Me gusta cortar un pico de la bolsa con una tijera y vaciarla. Me gusta coger el queso con las manos, tocarlo, notar cómo cede a la presión y después dejarlo en un plato.

A los mellizos les parece poca cena. El queso en el plato. Los cubiertos. El vaso con zumo. Les explico mi proyecto de cortar el tomate e ir colocándolo en la mozarella. Lucía : no. Daniel : no. Yo : Pero. Lucía : Que no. Daniel : Que no. Yo : Bueno.

Bueno. Cojo el frasco de aceite y echo un chorro encima de la mozzarella. El mar y la tierra de secano se juntan en esa gota que cae por la superficie de la mozzarella, vistiéndola. Realmente no hace falta nada más. Recuerdo entonces que Roberto Saviano, el escritor italiano amenazado de muerte por su libro “Gomorra”, decía que la mozzarella de búfala era la primera razón por la que la vida merecía ser vivida. Busco una forma de contárselo a los mellizos de una forma resumida, pero habría que explicar tantos conceptos que prefiero no decir nada. Ahí se queda la historia de una persona que no puede dejar de moverse para que no le maten y que, en lo más alto de su lista, coloca la mozzarella.

Yo sí me corto el tomate, para que vean lo que se han perdido. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Un sofá cubierto de nieve



Un sofá cubierto de nieve : Colocamos los guantes de esquiar encima del radiador, como crestas de gallo. Después abro la mochila de Daniel, donde todo aparece revuelto, como si hubiera parado el centrifugado de la lavadora antes de tiempo : un batido vacío, un trozo de pan, un trozo de tortilla francesa, otro trozo de pan, un paquete de kleenex por la mitad, una botella de agua medio llena y medio kit-kat. Por inercia, meto la tortilla francesa entre los dos trozos de pan y me voy con el bocadillo al salón. Daniel se pone de pie encima del sofá y, viendo que tiene mi atención, se dedica a repetir los mejores momentos de su mañana en la nieve. Me voy comiendo el bocadillo. No me importa que esté frío. Algunas de las maniobras de Daniel se me escapan porque no sé esquiar. Cuando ve que no respondo con suficiente énfasis a su representación se detiene y me detalla dónde estaba la dificultad. ¡Ah!. Continúa entonces su descenso mientras yo sigo masticando el bocadillo sin mucha hambre. Hasta fría está buena la tortilla francesa. ¿Es mi bocadillo?. Era, le respondo. Se queda pensando un poco y sin decirme nada, se marcha a la cocina, de donde vuelve con lo que le quedaba del kit-kat para ofrecérmelo. Solo cuando me ve mordiéndolo, sigue con su paseo por la nieve.

sábado, 2 de febrero de 2013

La rodaja de kiwi




La rodaja de kiwi : Caminamos por la zona más típica de Madrid un sábado por la mañana, dejándonos llevar. Nos cruzamos con los turistas que van al Thyssen, al Prado o, como nosotros, callejean por un barrio en el que no hace falta buscar mucho para encontrar cosas interesantes. Hace buena temperatura.

Nos vamos sumergiendo en esa parte que a Madrid le gusta presentar de sí misma, el solomillo de la ciudad, hasta que acabamos en unas calles que parecen de otro país. Hay menos gente y un silencio en el que todos los objetos parecen reposar. Me fijo en una tienda de reparación de bicicletas que muestra una en el escaparate. Al lado, una librería que expone grandes libros de arte y de la que sale una luz cálida, como de pastelería.

Enfrente, en un edificio que normalmente funciona como una incubadora de negocios, han montado un mercado ecológico al que entramos. Tanto la gente que expone sus mercancías (aceite, frutas o embutidos) como los que caminan entre los puestos tienen algo en común. Noto que comparten una forma distinta de tratar con los objetos (primero quieren saber; después, comprar), con la gente (en conversaciones que parecen largas y detalladas, se escuchan con atención, como si también cada frase hubiera que masticarla varias veces antes de asimilarla) y con ellos mismos (parecen haber eliminado cualquier tensión con su cuerpo, alcanzando con él un acuerdo de mínimos). Me siento extraño porque el contraste con todo esto me muestra, aumentado, lo que soy y me deja expuesto.

Apuntamos a Daniel y Lucía a un curso sobre semillas que empieza a las cuatro. Aprovechamos entonces para tomarnos un zumo ecológico : naranja con kiwi. Solo hay un hombre haciendo zumos con una tranquilidad no sé si también ecológica. No es una cola muy larga, pero parece que cada minuto que pasara nos alejara más del zumo. Esa una sensación curiosa. Cuando por fin nos atiende es probable que algunas de las semillas del curso de los enanos ya hayan florecido. El zumo está muy bueno, pero, a pesar del ambiente informal, me parece una muestra de lujo. Todo el lugar, a su manera, es un gran monumento al lujo : existe porque hay otra economía que ofrece cantidad para la masa. La rodaja del kiwi en el vaso aporta al zumo la misma distinción que la marca a la prenda que la luce. 

viernes, 1 de febrero de 2013

Un guía atípycoll




Un guía atípycoll : Daniel y yo nos paramos frente al cuadro de van Dyck. Le cuento lo básico : que es, sobre todo, el retrato de un mamífero. Que sus padres lo debieron querer mucho cuando se portaba bien. Esas cosas. Como nadie nos ve, le animo a que lo toque, porque la pintura se ve con los dedos. Lo acariciamos. Lo notamos recién afeitado porque en la escuela flamenca ya sabían que era más difícil dibujar una barba y eso sólo se lo dejaban hacer a los que se ganaban el cinturón negro con lunares. Para situar el cuadro en su contexto, le explico a Daniel que el pintor (y su obra) vivieron en una época convulsa. Convulsa, repito. Luego se pondría peor, pero en esa tranquila convulsión se dio un arte efímero pero característico. Fíjate en los ojos con los párpado levantados, le digo, mires desde donde mires, parece que los tenga abiertos. ¡Ah! ¡El arte! ¡Cómo se me descongestiona la nariz! ¡El arte!. Daniel aprovecha mi momento de debilidad para preguntarme si me gusta Melendi. No, zanjo. Daniel vuelve con otra pregunta : ¿un cuarto punto suspensivo añade significado o lo quita?. La pregunta, lo admito, me requiebra el hipotálamo un rato. Me quedo en silencio. Como no obtiene respuesta, me pregunta si puede restaurar el cuadro. Si, le digo, restaura que algo queda. Y hete aquí que tira de una zona y arranca una sección amplia del cuadro.¡Ahivalahostia!, rezongo en vasco. Intento arreglarlo en plan Sinatra : a mi manera. Arranco yo otro trozo. Pero mira, le señalo a Daniel, van Dyck hizo su obra encima de un anuncio de cruceros por el Mediterráneo. Y a buen precio. Daniel dice que quiere embarcarse en uno para hacerse una foto con el capitán. Le digo que no, que tiene que entenderlo, que ninguno de los dos nacimos en años bisiestos. Por un momento temo que se me haga zurdo, pero se rasca la cabeza con la mano buena y me susurra a pleno pulmón que no importa, que él tiene bastante con mi cariño. Bendita bendición. Nos abrazamos y lloramos un poco. Así. Dejo que se suene en mi manga. ¡Pero mira!, le digo, ¡podemos darnos una vuelta en metro! Y por ahí llega, triunfal, el vagón de la línea diez al que vamos a subirnos para que su vector de fuerza transporte a los nuestros.