lunes, 6 de abril de 2015

Crónica con olor a pescado



Crónica con olor a pescado : En el local griego me sirven el cortado en un pequeño vaso de plástico que depositan en una bandeja. Dicen : “Ahí tienes las cucharas y el azúcar” y ahí las tienes, de sobra, y varios tipos de azúcar. Los periódicos (EL Mundo y El País) parecen recién comprados (tengo la sospecha de que los reemplazan en cuanto cae en ellos una miga o una gota de café). Los clientes hablan en voz baja, se saludan por el nombre y cuando alguien se marcha, dos o más voces le despiden. Paso las hojas como si estuviera estudiando un incunable y leo deprisa porque sé que en cuanto suenen las nueve campanadas tengo que salir a la calle. Hoy una entrevista a alguien cabreado que dice que los universitarios no saben nada y que hay que morirse con la impresión de, al menos, haber entendido algo. Busco a Jabois, para leer algo sobre el partido de ayer pero no lo encuentro. Insisto hasta que escucho la primera campanada.

Con la última campanada estoy ya en la calle con el vaso de café en la mano. Paso junto a una cafetería que tiene los platos escritos en el cristal y el dibujo de un pulpo. Junto al café se sirve una pequeña copa con el primer empujón del día. Reconozco entre el grupo de la barra a uno de los que trabajan en la pescadería: no se ha quitado el delantal. Normalmente no me habría detenido a mirar, pero veo, doblado en una mesa, el periódico deportivo con la imagen de Ronaldo en la portada celebrando sus cinco goles de ayer y ahí me quedo porque hoy me habría gustado entrar a leérme todo sobre ese récord. Pero cómo, con mi cafecito en la mano, mi Kindle, mi iPhone, mis dedos solo acostumbrados a apretar teclas. Con estas manos, me dirían, con estas manos no. Y el periódico ahí para los que llevan unas horas descargando pescado. Como debe ser.

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