jueves, 27 de agosto de 2015

El juicio del maître



El juicio del maître : Aunque somos los primeros en llegar, el maître nos asigna una mesa que se encuentra justo entre la zona iluminada y la que tiene las luces apagadas. Como no entendemos su criterio, asumimos que es la que se debe ofrecer a los que no se presentan a cenar con el espíritu limpio del todo y sin propósitos de enmienda pendientes. Qué le vamos a hacer. Le ha bastado con mirarnos a los ojos y después pasar el dedo por las paredes de nuestra alma para, negando lentamente, mostrarnos que no ha salido limpio. Cómo va a salir limpio, pienso, pero me callo.

Poco a poco van llegando los demás comensales. A todos los va repartiendo por las mesas de la zona iluminada, en las que el vino parece más rico, el pan más crujiente, las servilletas recién dobladas y el mantel más blanco. Busco sobre sus cabezas una paloma blanca con una rama de olivo en el pico. Que no consiga verla no quiere decir que no esté ahí. La comida está buena, pero no termino de entregarme del todo a este placer porque no me abandona la sensación de culpa que parece asomarse a mis ojos. Trato de portarme bien para evitar que en cualquier momento el maître vuelva, valore de nuevo la situación, y empuje la mesa hacia la parte más oscura de la sala.

Un rato después, el maître nos recomienda un plato fuera de carta que nos habría salido por veintinueve euracos si no hubiéramos hecho la reserva con El Tenedor. Algo así hay que comentarlo, hombre de dios, por muy bueno que vaya a estar, pero el maître se queda en la descripción del secreto, que, más que cocinarlo, parece que el chef lo estuviera pintando sobre lienzo creando un nuevo estilo artístico. Y como ya nos perdimos la transición del románico al gótico, decimos que sí, que lo traiga, que así seremos testigos del paso del post-postmodernismo a esta nueva época. Todo lo damos por bueno para que nos deje terminar la cena sin juzgarnos de nuevo.

Mientras esperamos los segundos, veo que una pareja se sienta en una de las mesas de la zona oscura. Eso hace que me relaje. Efectivamente, la situación podía haber sido peor. Los miro varias veces para tratar de descubrir qué es lo que el maître ha podido ver en ellos para que hayan terminado así. Parecen dos personas majas. Me caen bien, pienso. Después me obligo a pensar que no me caen bien para así eliminar cualquier identificación con ellos que pudiera dejar más en evidencia esa falta que desconocíamos hasta que entramos a cenar aquí, en esta mesa.  

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