domingo, 8 de junio de 2014

Una corbata para el minuto diecisiete



Una corbata para el minuto diecisiete : Diez minutos antes de que empiece el Classic Match en el Bernabéu hay más asientos vacíos que ocupados. Por un momento temo que la grada haya cedido al buen tiempo y ande empleando la tarde en otras tareas que no estarán a la altura de ésta: volver a vez a Zidane corriendo con un balón en los pies con esa delicadeza que te hace envidiar al propio balón. Pero no: éste es un partido eminentemente infantil y esos diez minutos son los que necesitan los padres para ponerle mantequilla al sándwich y terminar de preparar una cesta como las que hacían soñar al oso Yogui porque, al fin y al cabo, se va al campo. Diez minutos más y el campo ya está lleno, satisfecho de sí mismo.

Venir al Classic Match, a ver un equipo de viejas glorias, es una tarea que sustituye a la visita al Museo de Ciencias Naturales del domingo por la mañana, con lo que el partido ya empieza con ese par de horas de sueño que los padres se han permitido esta mañana. No es extraño que haya este ambiente de fiesta en lo que es básicamente una clase lúdica en la que se les va explicando a los niños quiénes son esas personas que aparecen en el marcador. De cada jugador se les explica dónde habitaba, a qué tipo de contrario atacaba, en qué momento del partido se ponía a hibernar o si se trataba de una especie en peligro de extinción.

Pero más que una clase de historia, es una excusa para sacar del armario las camisetas antiguas para airearlas. Esas tipografías antiguas. Esos nombres. Esta segunda vida de la camiseta, que va encogiendo año tras años, es la mejor excusa que encontramos para defender a todos esos objetos que seguimos guardando porque sí, porque nunca se sabe si este avance de la historia va a ser, como defendía Nietzsche, circular, y nos vamos a encontrar en el preciso instante en el que la moda nos espere en las cajas del desván. Una forma, en fin, de reivindicarnos a nosotros mismos como objetos también y que habría tenido su reconocimiento definitivo si cada jugador hubiera llevado a la espalda ese diseño que a cada uno le hizo especial. El cinco de Zidane, por ejemplo.

Y qué más da lo del cinco en el caso de Zidane. La tarde se ha montado para verlo parar un balón con el pecho y controlarlo. Para verlo avanzar en el minuto diecisiete hacia la portería rival y saber que, como alguien que abre su armario y se toma tiempo para elegir la corbata que mejor le sienta, mientras corre va decidiendo por dónde tiene que golpear al balón para que el gol sea el más apropiado al partido y pueda unirse a su serie personal.

Es ese gol de Zidane lo que le concede una nueva prórroga a su camiseta, que volvemos a colgar en casa después de un partido que termina con el público haciendo la ola y los niños lanzando aviones de papel aprovechando cierto desorden en la clase cuando los padres dejan de ser profesores y se convierten con sus aplausos a los sucesivos cambios en parte ya de la historia. 

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