domingo, 29 de enero de 2012

A lo Sam Shepard




A lo Sam Shepard : Aunque el coche no lo necesita, le ofrezco a Daniel que me acompañe para ir a lavarlo. No tardo en escuchar su sí viniendo por el pasillo hasta plantarse delante de mí para ver si voy en serio. Debo resultar convincente porque sin decirle nada se marcha a ponerse los zapatos.

El chico que me atiende en la gasolinera tiene el mostrador lleno de merchandising de Ferrari. Parecen los artículos de una promoción ya caducada, como las camisetas de jugadores que ya abandonaron el equipo. No hay nadie en la tienda. El silencio, las pocas palabras del dependiente, la mezcla del olor a gasolina y a pan, el expositor de los periódicos vacío : se dan bastantes ingredientes para escribir un cuento a lo Sam Shepard en el que sobramos Daniel y yo.

Me asomo al cristal para ver si soy capaz de ver las diferencias de precio que hay entre las distintas opciones de lavado. Creo que hay cuatro o cinco. Los puntos amarillos, como en un panel de colegio, señalan las características que ofrece cada uno de ellos, mostrando que un lavado no es solo un lavado. Yo qué sé. Al final elijo la más cara suponiendo que durará más tiempo.

Al salir de la tienda, pienso que hay trabajos jodidos. Daniel me comenta que hay muchas chucherías.

Coloco la ficha en la máquina y veo cómo los rodillos se ponen en marcha y el coche empieza a cubrirse de un agua jabonosa. Daniel, que está dentro del coche, se acerca a la parte de atrás y, sonriente, levanta sus dos pulgares.

Al lado de nosotros, en unas cabinas, hay gente lavando sus coches con mangueras. Parece más barato, pero sé por experiencia que nunca dejan el coche igual. Recuerdo que mi padre decía que el dinero del pobre iba dos veces al mercado. Cinco años de económicas y esta frase es de las pocas leyes que me sigo creyendo.

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