domingo, 15 de enero de 2012

Uno de los tres camellos.



Uno de los tres camellos : La taquillera me da las tres entradas para la sesión matinal del circo. Sólo veo su cara y sus manos cortando las entradas del taco que tiene encima de la mesa, pero me la imagino con las zapatillas todavía puestas.

Mientras esperamos, los enanos suben y bajan corriendo por un terraplén, experimentando una ley universal : cuanto mayor el riesgo, mayor el placer. Saltan por encima de mis advertencias como experimentados atletas olímpicos. Hace bastante frío, así que voy espaciando mis quejas hasta que prácticamente desaparecen porque prefiero que entren en calor.

Creo que hacemos una cola tan apretada para sentir un poco de calor.

El circo es pequeño y está justo junto a unas oficinas en las que trabajé. Miro el cartel por si apareciera en él algún conocido de aquella etapa, porque no tendría problemas para encajar. No : aquí los animales tienen pinta de animales.

Al abrir las puertas, veo que el circo es pequeño por fuera y también por dentro, con una única pista. No somos muchos lo que hemos venido esta mañana. Se ven más asientos vacíos que llenos, pero todos los que pasan por esa pista central actúan como si el circo estuviera repleto, luciendo unos trajes impecables. Así es esta gente. A pesar de esto, tengo la impresión de que este es un circo de paso, de que algunos artistas esperan saltar de aquí a uno más grande mientras que otros parecen haber hecho el camino contrario.

Cuando desaparecen por el fondo de la pista me los imagino volviendo a un café con leche y al “Marca”, al hijo haciendo los deberes tranquilamente en la mesa de la cocina, con un vaso de cola-cao por la mitad. Y un gato, también me imagino a un gato a los pies de ese niño. Se ve que los domingos por la mañana me da por imaginar.

Estoy metido en los ejercicios de imaginación cuando, sin avisar, en la pisca central aparece un domador con un camello perfecto. Tengo que admitir que no me esperaba ver un animal así, tan grande, tan cuidado. Su pelo parece recién cepillado mil veces por el grupo de mujeres malabaristas del número inicial. Lleva encima un pequeño manto con las iniciales del circo. El domador permanece en el centro de la pista, viendo cómo el camello da varias vueltas sin hacer nada más porque no hace falta.

El domador parece decir :

-¿Veis? Esto somos nosotros.

Como un símbolo en el que mirarse para seguir actuando. Sé que los Reyes Magos no existen, pero también sé que éste es uno de sus tres camellos. De eso no me cabe duda. 

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