El nuevo dorsal de Cristina Sánchez-Andrade
: Casi todas las sillas de la pequeña sala en la que se presenta “Las
inviernas”, la nueva novela de Cristina Sánchez-Andrade, están ocupadas por
alumnos de su taller de escritura. Es un grupo al que las banquetas se les
quedan pequeñas, que agitan abanicos para llevar mejor el calor y que hacen
comentarios entre ellos en voz alta sobre lo que escuchan.
Me siento un infiltrado.
Las dos personas que hacen la
presentación del libro de Cristina tiran de cabeza, cuando lo mejor que se
puede decir de su escritura es que se degusta con las tripas: en el cerebro se
pueden rumiar las palabras, pero deben volver a las tripas, que es donde conservo párrafos de “Bueyes y rosas dormían”
La Cristina Sánchez-Andrade que
escucho por primera vez y que después leo en “Las inviernas” no es la que yo me
esperaba. Cosas mías. Su discurso es ordenado, adaptado a todos los públicos.
Explica que en el libro están muchas de las historias que han contado en su
familia sobre la vida en los pueblos de Galicia. Y es ese esfuerzo por ser fiel
a las historias lo que doma su estilo, como el que teniendo todo el campo, se
traza unas líneas muy juntas para reducirse el terreno de juego: a lo mejor
esto es madurar.
Vuelvo a tener la impresión, como
cada vez que un escritor habla sobre sí mismo, y así debe ser, de que Cristina
evita todo lo que tiene que ver con el hecho mismo de escribir. Como quien protege
la entrada a un cuarto diciéndote que el ruido que has escuchado dentro no es
nada mientras te habla de otras cosas, de cómo surgió el título del libro o de
la lucha por imponer su criterio sobre la fotografía de la portada.
En la parte final de la
presentación, sus alumnos demuestran con sus preguntas que se han leído el
libro hasta dejar solo los huesos. Hay muy buen ambiente. Yo tengo muchas
preguntas pero no pido el micrófono porque van dirigidas a una escritora del
pasado. Una nostalgia tan absurda como mirar el marcador en el Bernabéu
esperando que vuelva a aparecer el nombre de Zidane cuando el número cinco ya
tiene otro dueño.
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