domingo, 27 de abril de 2014

Huellas en el pasillo




Huellas en el pasillo : Descubro un poco tarde que han cerrado varias calles de Madrid para celebrar una carrera. Voy buscando alternativas con el coche pero siempre me encuentro con un municipal y una valla, lo que hace que me sienta como esa serpiente del juego que va creciendo conforme recorre la pantalla tratando de comerse los premios que van apareciendo. Una mañana de domingo tan grande y yo atrapado en un videojuego.

Trato desplegar una compresión dominical, que es a la corriente lo que el periódico de hoy, con sus suplementos, al diario. Lo trato con cierta intensidad, pero hay algo que no me gusta del espectáculo de todos esos atletas corriendo. Necesito cruzarme con el recorrido varias veces para darme cuenta, por fin, de lo evidente: lo que no me gusta es que corran. No tengo ninguna queja contra el deporte, ni contra los municipales ni contra los semáforos, que hoy parecen todos pintados de rojo. No. El problema de todos esos extras de bebidas energéticas es que, precisamente, van corriendo. Y correr es profanar la mañana del domingo, que está hecha para que nuestro paso, más lento, haga las distancias más largas y nos disuada así de la meta como objetivo final, ofreciendo coartadas aquí y allá. Que si una mesa en la que sentarse a tomarse un café. Que si un escaparate en el que, cerrada la tienda, prima lo estético. Que si un paso de cebra que hay que cruzar pisando las franjas blancas solo con el pie derecho. Que si una tranquila lectura a los titulares en el quiosco de los periódicos que nunca compramos. Que si la contemplación de algunas sombras, incluida la nuestra. Que si un banco en el que sentarse para ir experimentando el punto de vista que tendremos dentro de veinte años.

Todos esos corredores van manchando la mañana como el que entra en un pasillo recién pulido con los zapatos llenos de barro de la semana. Tantas prisas. Si por mí fuera, solo daría la medalla de oro al que entrara el último en la meta. 

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