La doméstica multitud : Conforme avanza el domingo y me acerco al Rastro, las
calles se van llenando de gente. Lo lógico sería, después de una semana
obligado a sufrir atascos y los inconvenientes de vivir en una ciudad tan
grande, alejarse de ella o protegerse en algún bar olvidado de un pequeño pueblo:
un cortado, un periódico atrasado y el vuelo de un par de moscas. Pero vuelvo a
rodearme de gente para recordarme que todavía queda una posibilidad de estar
entre esa multitud sin ninguna obligación, sin ningún guión, que puedo dejarme
llevar hasta ese momento en el que me digo que ya es suficiente y, sin pedir
permiso a nadie, ir recuperando el control según me alejo por una calle
estrecha cualquiera, saciado.
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