miércoles, 8 de febrero de 2012

Al filo de lo imposible




Al filo de lo imposible : Cojo la bolsa del congelador y la abro usando las tijeras. Todo bien, porque no me corto. La bolsa, como anuncia por fuera, está llena de guisantes verdes. Están fríos. Dejo la bolsa sobre la encimera sin que ningún guisante se salga. Al filo de lo imposible, vamos. Caliento el agua en una cacerola hasta que empieza a hervir. Así. Miro cómo hierve el agua. Si metiera el dedo podría quemarme. Si metiera la mano unos segundos me dolería mucho. Lo dicho : al filo de lo imposible. No meto la mano porque sé lo que me hago y tomo precauciones a pesar de que en las instrucciones que sigo no dice que sea malo meter la mano en el agua hirviendo. Mejor echar los guisantes, como recomienda. Ahí van. El agua deja de hervir. Los guisantes flotan. Están todos apretados. La imagen es bonita, así que hago una foto a pesar de que el vapor empaña el objetivo. Lo limpio varias veces antes de conseguir la foto que me gusta. Dice la bolsa que tengo que esperar a que hierva otra vez el agua. La miro fijamente, como si así pudiera acelerar el proceso, pero no tengo ese poder. La física se toma su tiempo y yo respeto a la física. El agua, los guisantes y el calor. Espero. Por fin el agua empieza a hervir de nuevo y los guisantes se mueven como las bolas en el bombo de la lotería. La física puede ser divertida. En las instrucciones dicen que debo esperar unos seis minutos desde este instante. Seis minutos. Ni uno más. Ni uno menos. Los de la bolsa saben bien lo que se tienen entre manos. Debe haber expertos en esa empresa que probaron con cinco minutos y descubrieron que se quedaban duros. Con siete, el guisante debía estar ya blando, como esas píldoras que dejas sobre el agua y se deshacen. Seis fue el número elegido y seis es el número que yo respeto porque uno tiene que cumplir las normas cuando está al filo de lo imposible. Los guisantes se agitan como si estuvieran en una fiesta. Y entonces veo algo curioso de lo que no dice nada la bolsa en la que venían. Conforme pasan esos seis minutos, los guisantes se van hundiendo poco a poco. No lo hacen de golpe, sino de una forma ordenada que me sorprende. De forma ordenada y continua. Uno, y otro, y otro. Caen lentamente, como si ya pesaran más. O como si ya no estuvieran de buen humor. O deprimidos. O rendidos. Apago el fuego cuando el último se posa en el fondo. 

2 comentarios:

  1. Observador hasta el infinito y mucho mas.... ¿eh?

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  2. Como el protagonista de tu historia. ¡Enhorabuena por el cuento!

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