lunes, 20 de febrero de 2012

Ensayo general




Ensayo general : Como es bastante probable que no llegue a jubilarme nunca porque cuando esté a punto de hacerlo añadirán dos años más y cuando ya piense que he cerrado el Excel por última vez en mi vida volverán a añadir dos años más y así hasta que llegue el momento en el que alguien tenga que decidir qué se pone en mi lápida, aprovecho cualquier momento para ejercer un rato de jubilado. Y no se está mal, con este buen tiempo, una barandilla roja en la que apoyarse y un grupo de niños jugando al baloncesto.

Del baloncesto sólo me gusta el ruido que hace el balón al botar. Es un sonido que me fascina. Cada vez que lo escucho me imagino una superficie de madera bien pulida, brillante, limpia y como me gustan las superficies de madera bien pulidas, brillantes y limpias, un balón de baloncesto botando me pone de buen humor. Admito que no es un buen humor muy consistente y que apenas sirve para modificar un poco el tono general de mi carácter, como hacer un té con una bolsa que ya has usado dos veces, pero a mí me vale.

Ahora, por ejemplo, estoy de buen humor aunque el baloncesto, en general me parezca bastante aburrido, como todos esos deportes que nos hemos inventado para quemar esa energía que nos sobra (el fútbol) y la que no nos sobra (el automovilismo). Pero algo hay que hacer con estos niños, porque no es recomendable meterles en casa sin haberles cansado antes un poco.

La profesora lleva la clase con un aire militar que los niños no parecen tomarse muy en serio. Y no es por una falta de respeto, sino porque cada orden que da es interpretada de manera diferente por cada niño, lo que provoca cierto desorden en la coreografía general que se une a la descoordinación propia del que tienen que combinar los movimientos de los pies, de las manos, de las piernas, de la cintura y de la cabeza a la vez. No se puede negar que hacen lo que pueden, pero tampoco ayuda un balón que una vez lanzado parece evitar la canasta, como si canasta y balón tuvieran el mismo polo y su destino fuera repelerse.

Si yo fuera la profesora, me lo tomaría con algo de humor, pero es que, como jubilado, ya empiezo a darme cuenta de que no hay que tomarse las cosas en serio. De hecho, no hay ni siquiera que tomarse las cosas. Conviene que pasen junto a uno sin agarrarse a ellas, venciendo esa tendencia a comérselas, comprarlas, venerarlas, creérselas o depositar en ella cierta parte de nosotros como el que coloca sus ahorros en el banco para que estén protegidos. Hay que establecer con ellas la relación de proximidad que yo tengo ahora con este sol, los niños, sus pelotas de baloncesto y hasta con la profesora, que sopla el silbato como si quisiera derribar a algún pájaro con su sonido.

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