martes, 22 de octubre de 2013

Un acuario de chucherías




Un acuario de chucherías: Sobre la encimera de la cocina hay dos cucuruchos de golosinas de algún cumpleaños que han celebrado hoy en el colegio. Como los mellizos no son golosos, hubo un momento en el que llegamos a tener una zona de la cocina con varios de estos cucuruchos sin abrir, como recipientes que conservaran ambiente de fiesta y de los que echar mano en momentos enrarecidos.

Celebrar un cumpleaños un día de trabajo es nadar contra la marea, pero supongo que veinte niños de nueve años son capaces de domesticar la corriente si se lo proponen. La de un martes como éste. Cojo la bolsa  y la levanto, como se hace con la que te dan en el acuario con el pez recién comprado, y busco en ella algo que me apetezca. No está mal pasar de la ambición desenfocada del deseo a la precisión del capricho, no señor.

Y por un instante, corto, tengo la impresión de que se trata de una prueba porque todo encaja: el silencio, el cucurucho sin abrir, la encimera despejada. Con menos habrán caído experimentados ladrones de guante blanco. Pero le quito el nudo a la cinta azul y no pasa nada: no se escucha ningún tic-tac en la bolsa ni dentro de mi cabeza, así que en este momento ni a mi familia ni a mi conciencia les preocupo mucho.

Le arranco el papel a un palote. Parece fresco y se pela bien. Después pienso comerme una moneda de chocolate y una nube. Tal vez la profesora reparta los cucuruchos diciendo que no deben abrirse, que son para los padres que llegan del trabajo : deshacer un nudo, curiosamente, puede hacer que un día no se desmorone.

Mientras me como la nube se me ocurre que podríamos recuperar el acuario, seco desde que se murió el último pez, y llenarlo con todas estas chucherías. Sería una buena forma de darle una segunda oportunidad.   

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