jueves, 17 de octubre de 2013

La primera casilla de la calle Laurel




La primera casilla de la calle Laurel : Llegamos pronto a Logroño y nos da tiempo a ir a la calle Laurel de vinos. Me gusta este turismo que prescinde de pruebas culturales (que si una catedral, que si un museo) y te planta donde tiene que ser: frente a una copa de vino. Del punto de salida al de llegada con un solo gesto al camarero para que desenfunde una botella y te sirva como el que te aplica un chorro benéfico a una herida. El cabrón suelta la botella y consigue que las dos copas se queden exactamente al mismo nivel. Tanino arriba, tanino abajo.

La calle Laurel es un buen sitio para mostrar lo que sabes de vino. En otras plazas serás el entendido, el que se atreve a pedir un vino y asiente en silencio cuando alguien le alaba la elección, pero aquí tienes que esforzarte para no soltar un comentario que provoque un silencio contagioso que se expanda por las demás calles como las piezas caídas de un domino. El que pasa por delante puede ser el dueño de una bodega, la que habla por teléfono en la barra seguramente tenga un curso de cata y la pareja que charla en la calle es posible que haya estado de vendimia todo el día. Si quieres medirte, éste es el sitio.

Brindamos. Huelo el vino. Lo agito. Lo vuelvo a oler. Y cuando estoy a punto de decir no sé qué de los aromas, traen una tortilla de patata jugosa, con el pedigrí de un premio recién ganado, que me borra las cuatro palabras que tenía en la cabeza. La tortilla provoca lascivia: apetito inmoderado de algo. El contenido se derrama en una lenta sensualidad que borra todo alrededor. Me extraña que con ese plato ahí, el mundo no se haya detenido un par de segundos a regocijarse por obras como ésta. Yo me regocijo. A lo lejos me preguntan que qué tal el vino, a lo lejos me escucho decir que muy bueno, a lo lejos se produce un violento silencio de radio que pide alguna aclaración más, a lo lejos devuelvo un gesto que no es ni un brindis ni un reconocimiento, a lo lejos, en fin, me quedo mudo. Toda mi atención está aquí, junto a la tortilla, y sé que por culpa de ella y de mi atenta dedicación, no paso la prueba inicial y que me voy a quedar en la primera casilla de la calle sin poder avanzar, obligado a ver los demás bares desde la distancia del que no se ha ganado el derecho a seguir avanzando.

La tortilla da más de lo que ofrece.

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