sábado, 23 de mayo de 2015

Tres rondas por el chino



Tres rondas por el chino : Lucía recorre el pasillo de la tienda de los chinos buscando unos rotuladores como lo que ya tienen sus amigas para tatuarse. Ellas se los han comprado en los chinos de sus barrios, así que no debería ser difícil encontrarlos en éste, pero no damos con ellos.

La primera ronda es festiva, despreocupada. Caminar por los pasillos de un chino es parecido a ver las respuestas a los pasatiempos en la página final del periódico: está todo lo que puedes necesitar. Si no lo ves, quizás debas replantearte si se trata de un capricho, o si has leído mal la pregunta del crucigrama que tienes en la cabeza.

La segunda búsqueda ya es más meticulosa. Como farmacéuticos que leyeran cada caja en el almacén para dar con la medicina que buscan. Interrogamos a cada objeto. A algunos, entre los que debería encontrarse lo que buscamos, varias veces. Se nos va el tiempo en un ejercicio que nos deja en el punto de partida, algo sorprendidos.

En la tercera serie ya hemos perdido la paciencia y la seguridad. Nos movemos nerviosos de una planta del garaje a otra, con ese miedo que provoca ver una plaza vacía ahí donde debería estar el coche. Pensamos que ahora serán los nervios, abandonadas ya la confianza y la racionalidad, los que mejor sabrán guiarnos. Y al poco de elegir esta estrategia, Lucía, al cruzarse conmigo en uno de los pasillos, me anuncia que ha dado con lo que perseguíamos, que estaba en la zona de cuidado personal.

En la caja, mientras esperamos, pienso que, cuando entramos en la tienda, esos rotuladores no estaban. Pienso que los han colocado mientras los buscábamos, que detrás de esta aparente tranquilidad hay una maquinaria que no deja de moverse, de adaptarse, de anticiparse. Justo lo contrario de nuestra realidad, debajo de cuya agitación de titulares, no pasa nada, absolutamente nada. Si acaso, el diseño de un tatuaje en el talón de una niña de diez años.  

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