domingo, 3 de mayo de 2015

Unos días más de lozanía



Unos días más de lozanía : Apenas traspasada la entrada de la floristería, me encuentro en otro país, envuelto por una mezcla de olores pegajosos que reclaman más espacio para recuperar la sutileza de las flores de las que provienen. La respiración se vuelve un poco densa: el aire es cálido y pesado, como el de esa sala del zoológico en la que vuelan distintas clases de mariposas.

La tienda acaba de abrir y las dependientas no dejan de sacar de un almacén flores en pequeños carros que van colocando en los huecos que quedan. Se mueven con la alegría que da el saber que todo ese esfuerzo va a merecer la pena. Es el día de la madre y a todos los hombres que entremos nos llevarán con sus consejos hacia las plantas que quieran vendernos. Ese poder, se nota, también las hace sonreír.

Dejo que me aconsejen con el color de unas orquídeas y dan el visto bueno a mi elección de unas rosas blancas. La chica que me atiende extiende un papel sobre el mostrador y dispone sobre él las rosas. Mientras va añadiendo ciertos complementos para obtener el ramo que tiene en la cabeza, y del que no me ha dejado opinar, recupera una conversación con otra compañera. Es su forma de decirme que hoy es un día en el que los hombres solo somos mensajeros y que debemos aceptar nuestro papel de oyentes.

El ramo es bonito. Parece que hubiera pensado en el que a ella le gustaría recibir. Lo ata en la base con una cinta roja que aprieta con un nudo enérgico. Solo entonces me enseña un pequeño sobre y me dice que eche un poco al agua cada vez que se la cambie para que las flores aguanten más. Lo vuelve a repetir. Me mira a los ojos mientras me lo da para advertirme de que no debo perderlo.

Me guardo el sobre el en bolsillo. Tengo ganas de entregar las flores, pero  lo que ahora me hace más ilusión es completar la entrega con el sobre. Como si éste fuera el verdadero regalo. 

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