miércoles, 9 de julio de 2014

Elfos de ciudad




Elfos de ciudad : En el centro Fernando Fernán Gómez, con motivo de la celebración del PHotoEspaña 2014, se expone, entre una serie de trabajos olvidé apenas salí, el Bego Antón, una fotógrafa que se marchó a Islandia a retratar a una serie de personas que creían en los elfos. Según se cuenta en las explicaciones, allí es fácil encontrarse con alguien que asegure que tiene la capacidad de verlos.

Me hubiera gustado que una serie con ese toque de humor se hubiera realizado en Madrid. No solo por el reclamo publicitario de vender la ciudad como el lugar que los elfos eligen para vivir, lo que sería un argumento original para intentar otra vez ser sede olímpica, sino porque eso me haría más fácil creer en ellos. Me vuelvo un poco escéptico con estas manifestaciones de lo sobrenatural que solo se producen en ciertos lugares, a ciertas horas, bajo determinadas circunstancias lunares. Si lo sobrenatural existe, también debería tener su propia spin-off en esa serie de elfos que, atraídos por los rumores, por la curiosidad, o por cierto cansancio por lo bucólico y pastoril, deciden emigrar a una gran ciudad y conocer mundo.

Reconozco que, de entrada, Madrid tal vez no sea el mejor de los destinos para los elfos, pero tampoco conviene descartarla. Estoy seguro de que, con el tiempo, encontrarían dónde vivir y, ya establecidos, podrían manifestarse al vendedores de castañas de la Plaza de España, al que controla la entrada en el Bernabéu, al que conduce un autobús de la línea 42, a la que entrega hamburguesas en el McDonald´s de Plaza Norte, a la que hace las camas en una planta del hospital de Moncloa, a la que empuja el carrito de una anciana por la calle Fuencarral o a la que te mira fijamente al bajar por Montera. Al que vive en Islandia, ya le basta con ese paisaje y con los discos de Björk para alcanzar en poco tiempo un nivel místico que a los de Madrid nos puede llevar toda una vida vislumbrar: que los elfos se pasen para echarnos una mano.

Y si, a pesar de esa buena energía que se les supone, la ciudad a veces se les cae encima y sienten la tentación de volver a Islandia, a lo suyo, sea lo que sea, siempre pueden subirse a la terraza del bar de copas que hay en la Plaza de la Luna y, con los pies metidos en la piscina de agua tranquilas, relajarse y recuperar algo de optimismo viendo cómo atardece. Puede que para ellos no sea gran cosa, pero para los demás supone uno de esos momentos en los que, de acercarse una fotógrafa a nosotros, seríamos capaces, con una copa en la mano, de hablarle de cualquier presencia sobre la que nos interrogara. 

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