miércoles, 25 de julio de 2012

Gente importante




Gente importante : Cuando se enteran de que estamos sin niños, todos los que siguen con ellos porque no encuentran ninguna forma legal de deshacerse de ellos unos días nos sonríen “qué suerte, de solteros”. La verdad es que nos quedaríamos en casa sin hacer nada, viendo la televisión (sin hacer nada), pero nos sentimos obligados a estar a la altura de todos los que nos envidian, imaginándonos las cosas que ellos harían y tratándolas de hacer, como si un condenado a muerte quisiera cumplir su última voluntad a través de nosotros. Somos seres sociales también para estas cosas.

Hace unos años teníamos la agenda de estos días prieta, como el programa de un crucero, pero ahora las cosas ya se han relajado y sólo hay un sonido que, repetido tres veces, nos anima a coger el toro por los cuernos : el de la puerta de la nevera abriéndose. A la tercera, el que está en el salón baja el volumen y pregunta qué hay para cenar. El que está en la nevera no dice nada. El siguiente paso es buscar alguna oferta 40% en El tenedor.

Nos sentamos en el sofá y vamos viendo restaurantes con esa languidez del que repasa en una revista los trajes de los invitados a una boda importante. Todos tienen buena pinta, pero estamos caprichosos y en vez de fijarnos en lo que nos gusta, nos dedicamos a criticar lo que no nos convence : no nos ayuda en la elección pero es mucho más divertido. Es un ejercicio tan poco serio que hasta la puerta de la nevera se abre un poco, como invitándonos a probar de nuevo, a ver si está ahí el plato definitivo. Que no.

La languidez. Estamos vagos por culpa del calor, lo que no fue excusa para los chicos de Hernán Cortés, que esos sí que eran decididos. Pasamos de los orientales a los italianos y de estos a los argentinos. La revista de moda es ahora una bola del mundo que vamos girando y frenando con el dedo aquí y allá. Lo miramos como si cada destino exigiera su maleta y su visado reglamentario, ahora que los diplomáticos se juegan sus partidos de poder en las aduanas de los países.

Ya no queremos restaurantes que estén de moda ni sean exóticos. Nos vale con que sean cercanos. Sé que es como si Hernán Cortés le hubiera dicho a su gente que al final no se embarcaban, que se quedaban a recoger la aceituna. Qué poco dignos somos. Reducimos tanto la distancia que por un momento tengo la impresión de que la única oferta que va a salir es la que ya conocemos : la nevera (que se ríe a lo lejos).

Esa risa es la que, definitivamente, nos anima. Nos decidimos finalmente por un restaurante cercano, al que podríamos ir en zapatillas sin levantar sospechas. Cumplimentadas todas las opciones, sólo nos queda la de la hora. ¿Las nueve o las ocho y media?. Ahí estamos a punto de tirar la toalla. Son las ocho. Las nueve nos parece muy lejano (somos capaces de cambiar de opinión en este tiempo) y a las ocho y media es posible que el local esté vacío, lo que siempre da la sensación de que te encuentras castigado y de que tienes que comer en silencio, deprisa y, claro, sin postre.

Nos decidimos por las ocho y media para regresar a tiempo a casa y poder enfrentarnos a una elección importante que seguir demorando tumbados en el sofá y hablando de otra cosa.

Somos, efectivamente, los únicos que hemos reservado a las ocho y media y el camarero que nos recibe me saluda por mi nombre, como a la gente importante. El resto de la noche, claro, ya no puede ir mal.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario