miércoles, 4 de julio de 2012

A lo lejos, la dentista



A lo lejos, la dentista : Me limpio los dientes cada cinco minutos. No exagero. Me llevo el capillo y la pasta de dientes y ese aparato sin nombre que es la versión minúscula de la escobilla del baño al trabajo. Cuando los tres se ven juntos en una bolsa se alegran, como perro que escucha el sonido de la cadena, y me preguntan dónde nos vamos de vacaciones. Al trabajo. ¿Al trabajo? (desilusión). Sí, al trabajo (firme). Jo (ellos), pensábamos que nos íbamos a un hotel. ¡Nos encantan los hoteles, eso de llegar a un cuarto de baño nuevo y verte en un vaso de cristal limpio, tan limpio que tiene ese plástico que lo envuelve, y no éste en el que nos amontonamos! (dice el cepillo de dientes). Mucha presión (la pasta de dientes). (La mini escobilla no dice nada porque en esa cabeza de alambre no caben muchas ideas). Sigue el capillo de dientes, que, claro, habla entre exclamaciones porque él mismo es una exclamación con cedras, dice : ¡Y conoces gente! ¡Nos gusta conocer gente! ¡Los botecitos pequeños con gel y con jabón, tan monos que te dan ganas de adoptarlos! ¡Y esa esponja para los zapatos que, a pesar de estar encerrada, te saluda y te pregunta de dónde eres! ¡No puedo dejarme fuera a esos jaboncitos redondos, pequeños, envueltos como si fueran porciones de un queso caro y suave, listo para untar! ¡Tanta gente nueva!. Tanta gente nueva (añade la pasta de dientes). El cepillo asiente, no sé si asiente o es que se ha quedado dormido. ¡Además el lavabo está tan limpio que parece nuevo, no como el nuestro, en el que siempre hay un pelo, o un trozo de pasta seco (¡no te molestes, pasta de dientes!), o un animal de plástico o un resto de espuma de afeitar!. Dos segundos de silencio que les dejo, que se desahoguen, que en la bolsa en la que les voy a meter hace calor, vaya si hace calor, y además van a compartir espacio con la comida, cara y cruz en un área reducida, a ver qué pasa. ¡Luego levantas la vista y ves toallas blancas, colgadas como blasones en el castillo de un mago bueno!. El cepillo de dientes me ha salido lírico, pero es normal, que trabaja en una boca y ahí tiene que encontrarse todo tipo de palabras arrugadas, como pelotas de papel en el fondo de una papelera. La imagen no está mal, jodido cepillo de dientes. ¡Me gustan esas toallas, es, no sé, como si nos dieran la bienvenida! ¡Como si regresáramos a casa!. A casa, añade la pasta de dientes, que tiene capacidad craneal (blanda) pero anda un poco densa en sus razonamientos de fluor para veinticuatro horas. Y yo me pregunto por qué no se sienten en casa, si los objetos tienen inquietudes metafísicas, si es normal este desarraigo de todos con todos. ¡Jo! ¡Ojalá tuviéramos toallas blancas en casa!. Pues es una idea que anoto, porque todo lo que cuelga en la parte de atrás de las puertas del baño es de color. Mira, no lo había pensado. ¿Por qué se reserva el blanco para los hoteles?. ¡Y, sobre todo, me gusta ese pequeño cepillo de dientes que viene metido en su precinto! ¡No me he encontrado ninguno que no quiera aprender! ¡Es normal! ¡Nunca han visto una boca por dentro y están llenos de dudas, que si lo harán bien, que si les dará  miedo, que si les dolerá, que si, y esta es una de las pesadillas más compartidas, que si se los tragarán! ¡Cómo me gusta responder sus preguntar y guiarles! ¡Tener un becario es algo que me hace sentir importante! ¡Poder transmitir todo lo que sé antes de que encuentres una oferta en el Mercadona y me cambies por algún trío de cedras más duras, porque con la edad sé que tenéis fantasías con tríos de prominencias más duras, que no consideráis que con el uso y la edad es normal que las nuestras vayan diciendo y se queden así! (se gira para que vea las suyas). Silencio. Tanto miedo. Estos momentos de sinceridad, de por sí violentos, resultan más duros si no te los esperas y te pillan a las siete de la mañana. ¿Y qué hago?. La verdad : les cuento que no nos vamos de viaje, que lo siento, que es que por la tarde voy a la dentista y que necesito llevar los dientes limpios. ¡La dentista!. La dentista, dice la pasta de dientes. La dentista, murmura la pequeña escobilla. ¡Entonces tenemos que hacer un buen trabajo!, se anima el capillo. Sí, les digo. ¡Cuéntanos algo de esa dentista, necesitamos saber qué tipo de trabajo hay que realizar!. Les hablo de mi dentista. Es una mujer simpática que tiene una gran habilidad con la anestesia. Cuatro pinchazos y ya puede esculpir las caras del monte Rushmore en tus dientes que no te enteras. Me gusta la dentista. Esto es un resumen, con ellos me alargo más. Los tres, mentalmente, van asintiendo como si recogieran las pistas para orientarse en el laberinto del Minotauro. ¡Buena chica!. Sí, pero hay algo que me hace temerla. No es el dolor. No. Es algo para lo que no hay anestesia. ¡Dinos!. Es ese reproche que me hace cuando con uno de sus instrumentales me saca algo escondido entre mis muelas. Me lo enseña un segundo, mueve la cabeza de forma casi imperceptible y me dice que hay que limpiarse bien los dientes. Es apenas un pequeño nubarrón en un cielo de anestesia y buenas palabras, pero qué frío se pasa cuando ocurre. Cepillo, pasta y escobilla parecen compartir un escalofrío. Por eso, les digo, me acompañan hoy. Los tres se reúnen a hablar y el cepillo, como portavoz, me dice ¡Déjalo en nuestras manos! ¡Cada cinco minutos repasaremos esos dientes! ¡Vaya si lo haremos!. Les meto en la bolsa con la comida, esto es llevar a los hooligans de dos equipos en el mismo autobús, pero no pasa nada. Hasta me parece escuchar una canción de excursión. Empieza el equipo de limpieza y acaban uniéndose los cubiertos y la tartera.

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