viernes, 20 de julio de 2012

Todo y ahora



Todo y ahora : A lo mejor sin envidiar se vive más sereno, sí, como una morcilla en el plato de una modelo anoréxica, y la conciencia permanece inmutable como el agua en una palangana.

Sí, todo eso, pero la vida se queda un poco triste, convirtiéndose el programa de un festival ya pasado.

Hay que centrarse : envidiar es el primer paso para despertarse de una apatía de sofá y compra en Mercadona. Hay que reivindicar las envidias porque escuchándolas con atención y sinceridad (dejando que se mezcle con ellas la otra voz del bien “qué cabrón que eres, envidioso”) uno sabe dónde está (qué tiene) y dónde quiere ir (qué le falta). ¿Y no es bueno tener bajo los pies un camino, por muy dudoso que sea el empedrado?

Depende de cada uno, una vez puestos a envidiar, qué es lo que elige para orientarse, porque hay tanto que envidiar que se puede acabar peor que como se estaba. Cosas inalcanzables o absurdas. Las nueve copas de Europa de tu vecino.

Yo reduzco mi envidia a cosas cercanas. Los escritores de Jot Down, por ejemplo. Tengo envidia de todos ellos porque ven sus textos impresos en un papel tan agradable y reciben dinero por cada palabra escrita, al peso. Ese es el auténtico valor de la palabra : lo que pagan por ella.

Así que despliego una envidia general hacia el colectivo de escritores d escritores y luego la voy repartiendo entre todos los artículos, como haría una madre con los trozos de una tarta. A algunos no los envidio (yo lo hago mejor). A otros, mucho (cabrones, sois buenos) : y no está mal porque es la admiración la que funciona como levadura en esta envidia.

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