sábado, 28 de septiembre de 2013

Medio rito de paso




Medio rito de paso : Juega el Madrid contra el Atleti (luego veremos que es al revés) en el Bernabéu y antes de que empiece el partido y después de que caiga una tromba de agua capaz de arrancarle el color a las cosas para llevárselo a las alcantarillas, Daniel y yo buscamos una bufanda del Madrid que funcione como rito de paso: la primera bufanda, el primer partido serio en el horario adulto de las diez de la noche.

Daniel tiene el extraño poder de elegir una bufanda en el segundo puesto que vemos sabiendo que es la que más le va a gustar. Como hay tiempo y los ritos de paso tienen su liturgia, le animo a que recorramos unos cuantos más para ver si encuentra una mejor. Su buen humor es la correa que tira de mí de uno a otro, donde vemos más bufandas expuestas como pieles de serpientes. La oferta no varía y cuando los alrededores del estadio comienzan a llenarse de madridistas confiados, como yo, volvemos al puesto de la bufanda perfecta y pago diez euros por ella y otros diez por otra rosa para Lucía.

Levanta la bufanda con las dos manos y le hago una foto con el escudo iluminado del Madrid detrás. Sale sonriente y contento porque con nueve años los dos adjetivos suelen ir juntos. Entonces tengo la duda de si he hecho bien en contarle que aquí las derrotas del Atleti se suceden como los chorizos en una ristra y que, básicamente, aquí venimos a comer y  salir con la tripa llena de goles. Un madridista racional, un padre ejemplar, habría incluido en la fabulosa narración blanca esa página negra de la final de Copa, por si acaso. Pero uno se hace madridista y se rodea de los suyos para saltarte esos por si acaso y creerse que en la ruleta de estos partidos todo es blanco.

Luego resulta que las cosas cambian y que el Atleti, con una ordenada estrategia de cuaderno de caligrafía, saca adelante un partido en el que el Madrid solo da una lección : once tíos juntos no hacen equipo. Daniel no tarda en aburrirse de lo que ve y de los insultos que escucha. Me pregunta si me importaría que nos fuéramos en el descanso justo antes de que yo le haga la misma pregunta. Seguir aquí no tiene sentido porque éste es de los partidos que empiezan por el final, dándote en los primeros minutos las claves del asesinato: quién, por qué, cuándo y para qué.

Nos marchamos cuando termina la primera parte, caminando por esa línea imaginara del partido que al doblar nos daría dos partes exactas. Nunca he hecho esto antes y me parece una gran experiencia que compartir con Daniel. Concha Espina, La Castellana, el metro de Santiago Bernabéu para nosotros dos. La derrota tiene estas recompensas y, por lo que se ve, vamos a disfrutarlas bastante a menudo.

Lo único que me molesta es que el recuerdo de estas bufandas no vaya unido a una gran victoria, como un párrafo brutal y definitivo capaz de marcar él solo el tono de una historia de tres mil páginas. En vez de eso, en la cabeza nos aletean unas cuantas imágenes del partido sin mucho peso que acabarán desvaneciéndose. Una pena.

O tal vez no. Llegamos a tiempo para ver a una entrevista a Butragueño en la televisión. Habla tan bajo que para intuir lo que dicen sus labios quitamos el volumen. Se le ve seguro, confiado, como si este resultado fuera parte de una estrategia a largo plazo que los madridistas de a pie somos incapaces de adivinar. Quizás, pienso, sea un plan en el que, llevando al colchonero de la alegría a la derrota y de la derrota a la alegría, como quien salta de la sauna a un jardín nevado, se busque su colapso físico y mental para acabar atrayéndolo al cálido refugio madridista, acabando así con esta eterna lucha de vecinos. Según esta teoría, la siguiente será una victoria rotunda como la pisada de un elefante en un hormiguero para poner de nuevo todo en su sitio. Siendo así, éstas serían las bufandas que compramos el día que el Atleti ganó antes de volver a su oscuridad, como el agua de la tarde a la alcantarilla, y acabar desapareciendo. Bueno, así, sí.   

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