viernes, 27 de septiembre de 2013

Botellón mineral




Botellón mineral : A menos que seas un zoquete, ser padre en el campo debe ser más fácil: mientras paseas con tus hijos puedes ir enseñándoles los nombres de lo que va apareciendo, las costumbres de los pájaros o la forma de leer las nubes. Esas cosas. En la ciudad ese espíritu pedagógico es más difícil. Siempre puedes comentar algo sobre las pérdidas de la Caja por la que pasas, repetir las críticas que has oído de un restaurante que te encuentras o lamentar que en las tiendas haya más empleadas que clientes, pero nada de eso ayuda a darle consistencia al paseo. Y menos aún cuando vas con una niña de nueve años.

Quizás por eso aquí el paseo suele terminar con una bolsa en la mano que trate de compensar  esa falta de recompensa en forma de experiencia que debe dar la Naturaleza cuando no tienes que pagar una entrada para verla. Compramos para no volver con la cabeza vacía. Y esta sospecha se cumple en el caso de Lucía, que antes de salir de casa quiere saber con exactitud dónde vamos a terminar. No entiende el concepto del paseo por el paseo.

Acabamos en una de esas tiendas que son como sucursales de Ikea en el barrio y que te ofrecen toda la brillante chatarra que necesitas para llenar los cajones de los muebles que acabas de comprar. Sigo a Lucía en su recorrido con paciencia de mayordomo inglés. No miro el reloj. Solo hago comentarios favorables. Me muevo cuando ella se mueve. Y pago sin quejarme lo poco que coge: en la compra es tan selectiva como con la comida.

Una vez fuera le propongo que nos sentemos en un bloque de piedra que nos encontramos delante y que suelen utilizar para practicar skate. Podemos improvisar una tranquila merienda a base de mini pretzels salados y de barritas suecas con pipas. Lucía acaba aceptando cuando me ve disponer lo que tenemos para empezar a comer. Se sube al bloque, cruza las piernas y comienza a picar mirando alrededor.

Nos rodean los rascacielos de la zona de Azca que reflejan una nubes negras que avanzan cada vez más despacio. Los pretzels dan sed, pero la Naturaleza es sabia y nos ofrece un Starbucks al que Lucía se acerca a por una botella de agua. Tengo que insistir en que coja las monedas que le ofrezco, excesivas para el precio, pero prefiero no quedarme corto. La veo alejarse, entrar en al tienda, salir con la botella. Nuestro picnic urbano, nuestro primer botellón juntos.    

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