viernes, 13 de septiembre de 2013

Un cortometraje iraní




Un cortometraje iraní : A Lucía le gusta el agua, a Daniel la Fanta de naranja; A Lucía el cruasán, a Daniel el donut; a Lucía el salmón, a Daniel la pasta rellena; a Lucía el huevo revuelto, a Javier el huevo frito.

Daniel estira el pasado con su charla desbordante y Lucía anticipa el futuro con su silencio cerrado. El resultado es que tratar con Daniel suele ser fácil porque sus gestos con como esos tráilers largos que te cuentan la película; mientras que en el caso de Lucía te enfrentas a un corto iraní en el que en veinte minutos no se mueve una sola hoja del árbol que aparece.

Así que para acceder a Lucía hay que dar rodeos alrededor de ella y suponer que en todo lo que hace hay una pista fundamental sin la que, como en un videojuego puntilloso, no podrás pasar al siguiente nivel. Nos aplicamos a estas normas con algo de resignación porque solo en esos juegos las pistas te llevan claramente a algún sitio y nada nos asegura que sea así en la realidad, pero éste es el único camino.

En este tiempo nos hemos acostumbrado a valorar los silencios, a pesar las miradas, a analizar los gestos, a darle más importancia a la sombra que al original por esa inercia un tanto platónica que llevamos dentro. No es que avancemos mucho (nos faltan referencias), pero a veces logramos adivinar qué le pasa y decírselo, como si ella misma no lo supiera y en esa especie de paseo solitario por la nieve en el que anda metida ella fuera la primera sorprendida.

A Lucía le gustan los mini babybel para merendar. Coge uno y se lo lleva a la terraza para comérselo. Sus dedos parecen más finos y largos en la sombra de la pared.

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