lunes, 9 de septiembre de 2013

Romance bajo cero




Romance bajo cero : Cuelgo los bañadores en el tendedero como si fueran dos trofeos que nos hubiéramos  ganado Daniel y yo por habernos bañado en una piscina de agua helada.

La verdad es que tanto frío me sorprende porque, objetivamente, no hay nada que lo justifique, así que sospecho que el vigilante por la noche deja su trabajo en su caseta, se marcha a charlar con el vigilante de la gasolinera (ahí hay esperando una obra de teatro o un cuento o una tesis) y aprovecha para llenar el maletero del coche con todas las bolsas de hielo que quepan.

Ya de vuelta me lo imagino haciendo cientos de viajes del maletero a la piscina con un cubito en la mano (el silencio es fundamental) para dejarlo caer en el agua con ese cuidado preciso del que mete una moneda en una ranura.

No hay que darle muchas vueltas para descubrir los motivos. Cuando Daniel y yo subimos a la vacía piscina, la socorrista tiene que dejar de hablar con el vigilante en la caseta y venir a protegernos por si el frío nos volviera rígido algún miembro y nos fuéramos hundiendo poco a poco en una criónica muerte de andar por casa.

Los dos bañadores están rígidos, como banderas en el Polo Norte. Cualquier otro desistiría, pero nosotros volveremos a bañarnos mañana, aunque eso frene el romance de ese vigilante, que debe estar deseando romper la hucha para disfrutar de golpe de lo ahorrado. Yo lo entiendo y le pondría las cosas fáciles, pero hay que aprovechar que es la última semana de piscina y, sinceramente, creo que ese hombre no sería capaz de hacer feliz a la socorrista.

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