jueves, 30 de enero de 2014

Un cuenco de arroz blanco




Un cuenco de arroz blanco : Fede ha comido en casa de su madre unos chorizos a la sidra que su estómago, horas después, todavía no sabe cómo interpretar. Parece que los ha dejado en observación sin tocarlos y eso ha provocado un atasco semejante al de un control de la Guardia Civil en plena carretera de Burgos un lunes por la mañana.

La camarera vuelve a insistir. Va vestida con un traje elegante. No sé si hindú. Bastante tengo con entender la comida como para hacer finas distinciones según el vestido. Afortunadamente, tenemos a una holandesa que lee la carta con una soltura que hace que asienta a todo con una fe que ya creía perdida. Todo vale.

Pero la camarera, que parece inquieta por la negativa de Fede a pedir algo. Él: que si un té. Ella: que si un arroz. Álvaro aprovecha para releer la carta de vinos y señalar desde lo alto de una inmensa montaña de corchos cuál es el que vamos a beber. Un blanco que está muy bien, dice. Se lo indica a otro camarero que se aleja caminando hacia atrás, como si tuviera la orden de mostrar respeto a los que pidan ese vino. Qué se yo.

A la derecha, la conversación de Marta acerca de unos papeles que tiene que revisar mañana a primera hora. Una bodega que compra otra bodega, nos cuenta. Rumor de abogados en la superficie y, debajo, en las cuevas, ese silencio oscuro que envuelve en paciencia todas las botellas para que el vino pueda seguir midiendo el tiempo en meses.

Enfrente, Pepe nos cuenta cómo es la vida detrás de lo que vemos. Las alianzas, las palmadas en la espalda, ese hueco que se hace en el sillón para que se siente uno de los suyos a ver desde la primera fila como fluye una corriente de billetes de la que cualquiera de ellos puede beber sin apenas esfuerzo.

La camarera, ajena a todo esto, vuelve a insistir con lo del arroz blanco. Su acento argentino hace que esa insistencia resulte agradable. Claro que no es de la India, se ríe, pero no ceja en su empeño de cuidar a Fede. Es evidente que esos chorizos han roto alguna de sus conexiones neuronales. ¿Por qué sigue negándose Fede? Todos, al margen de lo que estemos diciendo, solo queremos que diga que sí, todos queremos que acepte el arroz, que deje que se lo traiga, que ella pueda volver de la cocina con el cuenco en las manos. ¿Quién no querría una camarera así?    

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