miércoles, 13 de agosto de 2014

El trago que cierra la historia




El trago que cierra la historia : No hay etiqueta en la que se especifique cuánto tiempo puede permanecer la botella de vino abierta porque se supone que si se descorcha tardará poco en beberse: una celebración no puede darse por terminada, aunque se hayan marchado los comensales, si queda alguna botella con vino.

En el terreno doméstico sucede algo parecido. Parece que la botella pierde valor cuando se le pone el corcho y se la devuelve a la nevera a que espere, como un delantero al que se le obligara a ver el resto del partido desde el banquillo después de marcar un gol. Aunque pretendamos que nada ha cambiado al día siguiente, la devaluación es evidente porque el sello nuevo de ayer lleva hoy el matasellos de la nevera.

Pero hay elementos circunstanciales que son capaces de compensar la autoestima de la botella que un día se abre con un sacacorchos y al día siguiente tirando con fuerza con la mano. Basta con aprovechar ese tiempo para pegarla a nuestra experiencia y ofrecerle así unas líneas extra a su biografía.

La botella de Barcolobo que abrí hace dos días me ha acompañado en la lectura del final de “La granja”, de John Updike. Se puede decir que la última copa ha coincidido con las últimas hojas de la novela. Ha tenido suerte la botella con este emparejamiento porque la novela de Updike es una auténtica lección de cómo se escribe, la prueba de que con una trama sencilla (el fin de semana que pasa un hombre en la granja de su madre para que conozca a su nueva mujer y al hijo de ésta) puede contarse mucho, el ejemplo de que el lenguaje muestra toda su poder justo cuando se acerca a esos terrenos en los que, paradójicamente, parece volverse inútil para expresar lo que ahí ocurre.

El libro está ya colocado entre los que más me han gustado últimamente. Pegado a él, el recuerdo de la botella que tenía al lado en la mesa y que, por sus características, me obligaba a avanzar lentamente por las palabras, como si en vez de leerlo, también estuviera bebiendo del libro. Aunque hubiera llegado al final de la historia, no habría tenido la impresión de acabarlo realmente si la botella no hubiera estado vacía al cerrar el libro. 

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