lunes, 11 de agosto de 2014

Marcharse es más fácil que llegar




Marcharse es más fácil que llegar : A veces, marcharse de los sitios es más fácil que llegar. Por media, suelo necesitar unos cuatro días para sentir que estoy en un lugar. En ese periodo de transición manejo la realidad como si me hubiera despertado zurdo sin saberlo y me empeñara en seguir utilizando la mano derecha. Hay torpeza, falta de precisión y un desapego con lo cotidiano que aumenta conforme más insisto en servirme de los viejos patrones. Quizás por eso exista la frase “utilizar la mano izquierda”, como una invitación, femenina, a ser menos rotundo y más sutil. Luego, asimilado el cambio, es cuestión ya de práctica. La realidad se convierte entonces en un sitio habitable, amigable, cercano. Los días y el vino pasan sin prisas.

Irse, decía, es menos complicado. Puedo ser consciente de que éste va a ser mi último baño en la playa con los mellizos. La última vez que coloco la sombrilla. La última vez que me doy crema. La última vez que miro alrededor y pienso que mucha gente tiene cara de estar aburriéndose mucho. La última vez que aclaro los cubos. La última vez, en fin. Aunque me lo diga, el cuerpo, algo rota la comunicación con la cabeza en estos días de vacaciones, cree que esa relación de adioses no le afecta, que mañana volverá a haber playa y olas y partidas al Uno y expediciones en busca de conchas. Te lo puedes llevar sin que ofrezca ninguna resistencia ni experimente algo de nostalgia. Así de fácil. Solo se rebela cuando  se ve metido en el coche, con las maletas detrás y el primer cartel indicando la distancia que queda hasta casa. Momento éste en el que se envuelve en una depresión silenciosa.

Antes de abandonar definitivamente la playa, me giro y hago una fotografía a una cuerda atada a un grueso poste de madera con un nudo rotundo y poco elegante. El nudo, independientemente de su calidad, expresa ese deseo de permanecer atado a los sitios. Me parece lo suficientemente sutil como para que mi cuerpo lo descubra y asimile que todo esto, en fin, se ha acabado. La imagen funciona mejor que las palabras: dedico un rato a mirarlo todo y a llenarme los pulmones con este aire como si el regreso fuera una de esas comidas desagradables que te tragas sin respirar.    

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