El conductor optimista : El conductor del
autobús que nos lleva de la zona del aparcamiento a una de las pistas donde
todavía queda nieve tiene buen humor. Siempre será mejor hacer este recorrido
con los Pirineos de fondo y esquiadores que se suben contentos y descansados y regresan
contentos y agotados que llevar a trabajadores dormidos desde Colmenar Viejo a
la Plaza de Castilla. Va despacio y recorre con cuidado las curvas como
hacíamos sobre el calco para obtener una copia perfecta abajo. No lleva la
radio puesta.
A mi lado, una madre habla con su
hija en vasco. Solo reconozco algunas palabras en castellano: desastre, coche,
ventana, agua. Y claro. Claro la repite muchas veces. Daniel también la usa
mucho ahora en vez de vale, mostrando en esos casos que encuentra normal hacer lo
que le pides. En cuestión de lenguaje también va creciendo.
Hay momentos de la subida en los
que el autobús parece a punto de detenerse. El temblor del motor se nota en los
pies. El conductor no se inmuta. Sujeta el volante con una mano mientras con la
otra usa un viejo walkie talkie para hablar con la persona responsable de
coordinar la situación de los autobuses. Tal vez, más allá de las palabras,
también quiera escuchar el ruido del motor para saber si hay que preocuparse.
Me
gustaría que el recorrido durara más y disfrutar el punto de vista que se
obtiene cada pocos metros. Ninguno mejor que otro. Cuando llegamos a la estación,
el conductor se coloca junto a la puerta para ayudar a los viajeros a bajar. Le
echa una mano a la madre. Bromea con la hija. Quedan muy pocos días de nieve,
con lo que pronto se acabará la temporada de esquí y tal vez su trabajo con el
autobús, pero no parece dejar que le afecte. Una de los efectos de estar aquí
es que tanto el pasado como el futuro pierden fuerza. Lo único que importa es
el presente, extenso y aprovechable como la nieve.
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