Tres, mejor tres nubes : Alguien ha arrancado un trozo del marco de piedra de la ventana, generoso, como quien se lleva una buena porción de empanada ante la
insistencia de la abuela. Puede ser vandalismo, pero no veo yo ningún espíritu
de destrucción, señora RAE. No. Se puede suponer que se trate de una estrategia
para llevarse esta casa a otra parte, igual que se hizo con el Templo de Debod,
que los egipcios nos lo fueron mandando por
SEUR piedra a piedra porque todo sabemos que no hay mayor placer que el de
construir las cosas en vez de recibirlas ya hechas. Como el Templo de Debod,
decía, y cuando nos hayamos acostumbrado a pasar por aquí sin darnos cuenta, ese
desconocido arrancará otro trozo. Quizás dentro de un par de meses. Y así
seguirá hasta que donde ahora se encuentra este abandonado edificio, cubierto
con una malla para evitar que los desprendimientos le hagan una raya definitiva
a alguno, solo se vea un solar por el que pasearán los gatos entre flores
raras. Y en algún perdido pueblo, una abuela verá, al asomarse a su ventana, la
casa en la que vivió de pequeña en Madrid. Ahí, en el prado, rodeada de vacas
repletas de leche y dos, mejor, tres nubes en el cielo. Aquí. Aquí. Y aquí.
¡Qué no hará un nieto por una abuela que le prepara unas empanadas así!. Qué no
hará mi imaginación por mí cuando le dejo estas frases por la noche para que se
dé un paseo, hagas sus cosas, y vuelva a casa a quedarse dormida a los pies del
sofá.
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