lunes, 20 de agosto de 2012

La trágica disfunción de los tomates




La trágica disfunción de los tomates : El de la crisis no es el último piso al que uno desciende por la escalera de caracol de las quejas. Qué va. Trabajo (escalones), política (escalones), y crisis (más escalones). Hay que ser valiente y no detenerse en la crisis, a pesar de que sea como una gran sala en un hipermercado chino repleta de opiniones de todo a cien. La queja une mucho y permite que el que ha estado callado en la reunión también se anime a hablar, por eso el grupo, ya en las copas, acomodados en el salón con la misma indolencia con la que se han dejado los abrigos en la cama del dormitorio, se queda en ese tema hasta que el último rayo de la reunión desaparece. Hay que dejar ese piso y seguir por la escalera.

¿Qué hay abajo? Tomates. Una reunión sube intelectualmente de nivel si baja unos escalones y se enfrenta al tema de los tomates. No hay que confundirse. Toda esta construcción de quejas debe llegar al núcleo y el grupo debe estar plenamente agradecido al que, no se sabe cómo, logra reconducir la conversación hasta que alguien dice :

-Ahora es imposible comprar tomates que sepan a algo.

Ahí hay que detenerse. Si los tomates no saben a nada, ¿cómo nos vamos a tomar en serio lo demás?. La realidad es ese elefante de circo que hace su número sobre una pequeña pelota roja que, tras un breve análisis, representa, sin duda (creedme), al tomate. Con esto convendría hacer algo.

-Da igual que compres los más caros.
-Sí.

En esa melancolía está el origen de nuestro descontento. Si al comerse un tomate al cerebro no le llega el mismo mensaje desde los ojos y desde la boca, se acaba produciendo una disociación que, poco a poco, va poniendo en peligro la representación coherente de la realidad como un todo. Un terrible gusano ontológico se come lo que encuentra a su paso : las cosas son y, a la vez, no son.

Hoy a mediodía, un amigo italiano, al que llamaré amigo italiano para mantener su anonimato, me prepara un plato de pasta italiano. Los ingredientes que utiliza son comunes (la albahaca es del Mercadona, ya está todo dicho) y, además, veo, sentado en una silla, con un vaso de vino blanco en la mano, cómo lo prepara. No hay trampa. Estos italiano son curiosos:

-Mira, huele la albahaca.

A eso me refería. El la huele como si fuera el perfume de una amante. Tampoco hay cartón. La trocea y la mezcla en un cuenco con mozarella (Del Mercadona, insisto), aceitunas negras y tomates cherry. Mientras la pasta se hace, bebemos vino blanco, sin prisas. Mi amigo italiano habla de mujeres, parando un segundo antes de definirlas para buscar el rasgo más apropiado. Hay suficientes mujeres en su vida como para que la pasta se haga. Muerde un trozo y asiente. Lo mezcla todo.

-Corriendo al plato antes de que la mozarella se deshaga – me dice.

Salimos corriendo al salón como si en el cuenco lleváramos la llama olímpica. Una vez dispuesto y probado, me doy cuenta de que, siendo los mismos ingredientes, su plato es muy diferente al que yo lograría. Lo ha vuelto a hacer.

No hablamos mucho mientras comemos. Escupimos los huesos de las aceitunas en la mano y los vamos dejando en una pequeña bandeja. Parecen las cuentas de un collar. Al acabar, hablamos del “Gears of war”, de lo mala que es su cámara de fotos, de cómo se complican los deberes en tercero de primaria, de un par de cosas más y, de nuevo, de mujeres.

Al dejar los platos de nuevo en la cocina, me señala una bolsa blanca.

-Está llena de tomates. Cógete unos cuantos.

Selecciono cuatro. Por su peso y textura ya sé que son tomates con sabor a tomate. Ahora entiendo por qué durante todo este tiempo con mi amigo italiano he tenido la impresión de subir por la escalera en vez de bajar. Ni crisis, ni política, ni trabajo. De todo eso pasábamos de largo hasta llegar a ese punto, en lo alto de la torre, en el que estás a gusto escupiendo huesos de aceituna en la mano y hablando de cualquier cosa. 

Me llevo los cuatro tomates a casa como si fueran un antídoto. Si todos nos hiciéramos para cenar una ensalada con tomates como estos habría un antes y un después en la historia universal. 

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