viernes, 10 de agosto de 2012

Ocho




Ocho : Lo bueno de que los mellizos cumplan años el diez de agosto es que cada año podemos repartir la celebración en sitios diferentes. A la memoria le gusta mucho esto. Este año dejamos un recuerdo en la habitación C31A del hotel, en su terraza, en los dos pasteles de limón con el ocho encima, en los globos que cubren la cama, en el trayecto hacia Tarifa y en una mesa del restaurante Misiana. La memoria agradece que se lo pongamos tan fácil y no le costará nada, dentro de algunos años, cuando pasemos delante del restaurante decir :

Claro que me acuerdo. Ocho años. Íbamos sin ninguna recomendación y acabamos en este restaurante porque los platos que anunciaban en la entrada eran originales y, sobre todo, porque las mesas, de madera, tenían unas finas copas de vino con el reflejo del sol en la base. Las camareras, jóvenes, vestían de negro. Y nos quedamos con la mesa que a Lucía le gustó a pesar de que los demás queríamos otra. Al lado teníamos una pareja que consultaba datos en un portátil. Éramos los únicos en esa zona tan luminosa, con las ventanas abiertas y un techo, alto y con vigas, del que caían unas lámparas redondas como astros de cristal. La carta de vinos era amplia y elegimos un Peique 2011, del Bierzo, servido a la temperatura justa y con el gesto del que está regando una planta delicada : perfecto para la parte del cumpleaños que toca celebrar aquí. Paso al presente porque lo estoy viendo. La carta estimula la imaginación y no cuesta nada elegir porque todos los platos parecen esconder un premio detrás. Lucía, que se ha puesto unas gafas de sol, se come con una lentitud aristocrática un croquetón y después otro. Daniel salta de su wrap de secreto al dim sum y a la hamburguesa con la naturalidad del que mueve la ficha de damas en la jugada que le permite ganar la partida del instante. El placer de ver a tus hijos comer con ganas. En un plato un tartar de atún y en otro el tataky en el que justo pensábamos ante otras versiones decepcionantes. Lo pasamos bien y el vino se adapta a nuestro ritmo con el extraño milagro de llenar las copas y descender poco a poco. Cosas de los cumpleaños. Mojamos, compartimos, probamos, dividimos. Hemos acertado con el local. La pareja del ordenador se marcha y al lado se sienta una familia italiana con dos hijos. La madre, viendo cómo disfrutamos, me pide, enseñándome la carta, que le diga los nombres de los platos. Esas frases en italiano me traen imágenes rápidas del viaje a Florencia que hicimos poco tiempo antes de que los enanos nacieran. Podría decirse que su primer viaje. Incluyo a esta familia italiana en el recuerdo. Terminada la primera ronda, pedimos la carta de nuevo para la segunda, una por cada mellizo. Daniel dice que quiere repetir de todo. Lucía nos mira a través de las gafas de sol que se ha puesto de nuevo. Pedimos unos chopitos y un crunch de berenjena. Y terminamos la comida con una tarta de queso. En un momento de la comida, hace ocho años, nacieron los dos.

Después de la comida seguimos dejando recuerdos. En la proa del barco en el que vamos a ver delfines. En un helado. En dos croasanes. En un hombre extremadamente delgado y con barba que, con solo el pantalón, camina por la calle. En un pincho de tortilla compartido en la Plaza Oviedo, viendo a un grupo de mujeres tricotar en silencio en dos bancos. En las dos pulseras que le compro a Lucía en un puesto de la playa.

Hay algo más. Mientras María les compra a los enanos pastillas para que no se mareen en el barco, me encuentro con una señal de únicas direcciones permitidas : izquierda y derecha. Acabo de comer y me encuentro sumergido en un optimismo elemental y básico. Sé el nombre que tiene cada flecha y, lo mejor, es que, aunque por lógica parezca imposible, también sé que durante mucho tiempo conservaremos la fuerza para seguir ambos caminos a la vez. 

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