viernes, 3 de agosto de 2012

El Club de la Tragedia



Dedicado a Justin Bieber y los suyos.

El Club de la Tragedia : Teatro Romano de Mérida : 

Coordenadas: Según se está en la Dehesa del Castúo, tomándose un Zalea con una ración de jamón ibérico, a la derecha, detrás de la caseta en la que se venden las entradas del 58 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Pero vamos, que esto es como preguntarle a algún vecino de Concha Espina por dónde cae el Bernabéu : salvo que sea como esos muñecos didácticos con venas de color rojo y azul, sabrá indicarlo bien.

Tipología: Teatro urbano, majo. Es ése que aparece tanto en la televisión, en la parte cultural de los telediarios, con tipos vestidos de blanco moviendo mucho los brazos y matando a sus padres para casarse con sus madres, o al revés.

Fecha: Tiene sus años, pero no está mal. Es de las pocas construcciones de las que uno no piensa “joder, qué falta de mantenimiento. La crisis”. Ya era así antes de la crisis.

Capacidad: Depende del dinero que uno quiera gastarse. Cerca del escenario (36 euros), en sus sillas forradas de rojo, caben pocos. Conforme nos vamos alejando y subimos hasta el gallinero (12 euros), uno anda más apretado porque ahí no asignan un sitio. En el mundo de la cultura, a los pobres se les llama “No numerados”.

Orquesta : Tres músicos. Dos a la percusión y otro a los teclados. Uno de los percusionistas es canario. De los otros sabemos poco porque la música es un lenguaje universal que no se detiene en esos detalles.

Localización : Exterior, noche.

Mi lectura de cabecera : “Grupo salvaje”, de Manuel Jabois

Out of print : Que sí, que no, que sí, que no. Al final cogemos cuatro entradas en el gallinero para ver “La Odisea” de “El Brujo”. La chica que me atiende me recomienda que nos llevemos cojines porque el piso es irregular. Irregular : los condenados podían elegir entre enfrentarse a los leones o ver aquí una obra. “El Brujo” se retrasa veinte minutos y la obra empieza a las once, con los mellizos perdiendo energía por momentos. Llegaremos hasta donde ellos se queden con el indicador a cero. Nos acordaremos de estos veinte minutos.

Ahí está el escenario, listo. No sé si las liturgias religiosas me dicen tan poco porque para mí lo significativo se dice en un escenario o el camino ha sido el contrario. En cualquier caso, cuando las luces se apagan y “El Brujo” baja hacia el pequeño escenario que se ha acotado, bromeando sobre su traje, todas mis ideas, dispersas, se reúnen aquí y ahora, como los miembros de una familia en una celebración, y no hay nada que importe más que el presente. Ese presente que crece en el escenario.

Dice en el programa “El Brujo” que su intención es “presentar un mundo fantástico para un público que no tiene tiempo para leer estos textos pero que está ávido de ellos” y que “el espectáculo estará conectado desde la perspectiva de la Diosa Palas Atenea, verdadero artífice de las aventuras de Ulises a través de su origen de retronó a Ítaca”. El estilo elegido por el Brujo es festivo y, más que representar una obra, pone en escena varias buscando, sobre todo, agradar al público. Tira de la cuerda del texto para acercarlo a nuestra época en vez de exigirnos que seamos nosotros los que hagamos el viaje hacia él. Es una estrategia que funciona, haciendo de él un monologuista de “El club de la Tragedia” que mezcla la subida del IVA con la descripción de los encantos de Circe, la presión de Merkel con las estrategias para escapar de Polifemo o las dudas de Rajoy con el interés de Palas Atenea por llevar a Ulises a su casa.

Ese enfoque me parece mal. Me parece mal porque. No, ahora me parece bien. Bien porque. No, mal, no me gusta. Espera, sí, sí me gusta. “El Brujo” va haciendo guiños a todos los tipos de espectadores que estamos ahí, como si jugara una partida de ajedrez con cada uno de nosotros, hiciera su movimiento, y pasara a la siguiente. Sí hay que reconocer que nunca vas a olvidar las escenas que él cuenta y que sabe quitarle esa rigidez académica que puede mantener el texto lejos más que por su contenido por su tratamiento. Usando una descripción del libro de Jabois sobre el fútbol que ahora se defiende :

“En España se siente muy mal el fútbol, torvamente. El canon establece que el balón no ha de lanzarse más allá de un metro, están mal vistos los saques de falta y los corners (así que se pone el balón en juego como de niños, agachándose un momentito para tocar el cuero con la mano y pasárselo a cualquier para que “construya” la jugada) pero sobre todo está vetado el disparo a puerta, algo visto como primitivo, propio de una cultura ajena que hay que abolir. El tiro de toda la vida, lo que los ingleses llamaban el chut, es casi violencia de genero, por tanto el juego consiste en mantener la posesión de la pelota hasta tres días después del partido. Si el rival, por aburrimiento, se pone a meter goles por su cuenta, eso se tildará automáticamente de felonía y antifútbol, y se le condenará a ser tema de tertulia deportiva, que no hay en España castigo peor. Hay que defender la patada y con la patada a una cierta afición”

“Grupo salvaje” – Manuel Jabois - Página 50

“El Brujo” saca “La Odisea” de sus tertulias y se dedica a servirla a base de balonazos con la intención de que algunas de sus reflexiones crucen los tres palos. Es un estilo directo que funciona y que, entre sus juegos verbales, va presentando poco a poco al personaje y los temas que están por debajo. Somos una clase numerosa con un profesor que prefiere que ninguna oveja se le quede atrás, aunque por ese motivo se avance muy poco. A veces muestra hasta dónde podría llegar, como en su análisis sobre la escena de los marineros convertidos en cerdos, pero esa reflexión afilada se convierte en una excepción porque su objetivo es otro : que sospechemos que textos como éste pueden sernos útiles aunque no pueda entrar en profundidad a explicar el por qué.

Desgraciadamente, nuestro viaje con Ulises se termina cuando todavía no ha llegado a Ítaca. Es la una y media y los mellizos, agotados, aprovechan el intermedio para pedirnos que nos marchemos. Se queda en el aire el cierre, la intención por la que Atenea quería que Ulises llegara a Ítaca. Si el propio Ulises hubiera viajado con niños su viaje también habría sido mucho más largo. Si la obra hubiera empezado a su hora veríamos el final. Si el fútbol fuera académico, no habrían existido tipos como Juanito.

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