martes, 28 de agosto de 2012

Aquí y allí




Aquí y allí : Estamos en un restaurante caro leyendo una carta de raciones junto a la barra. No pensábamos que fuera a tener unos precios tan altos. Algo, quizás la forma en la que los camareros se movían con las bandejas, nos animó a entrar para conocerlo: a veces puede ser algo tan subjetivo como esto. Sentados en una mesa alta, cerca de la ventana, vemos que tenemos que pensar mucho lo que vamos a comer.

La otra opción era ir “Al quinto vino”, que está al final de la calle. Habría sido como visitar a un viejo amigo del barrio. Un amigo con una casa más desordenada pero acogedora, con sus cajas de vinos amontonadas, los recipientes de cristal con corchos y las pizarras con nombres de vinos y precios por copa que te recuerdan, básicamente, que el mundo es más amplio de lo que tú te crees y que está ahí para que lo pruebes. Una copa, en fin, y un plato con una gran croqueta.

Estamos en dos sitios a la vez. Aquí, con unas albóndigas de calamares y allí, con un pincho de solomillo. Aquí, casados y hablando de las lámparas que hay que poner en los cuartos de los enanos, y allí, despreocupados, pensando en encontrar un hueco para ir a ver una película de Woody Allen. Aquí, comparando lo que vemos del barrio con lo que recordamos de cuando vivíamos en él, y allí, simplemente disfrutándolo.

La mujer mayor que atiende los pedidos de los dos camareros parece muy cansada. Pasa un paño con cuidado, como si limpiara una pieza de plata. Se acerca a la ventana de la cocina a hablar con alguien y vuelve con el paso de quien camina sobre barro. Tiene, a pesar de todo, la presencia de una directora que mantiene afinada a su orquesta. En ese reino en el que gobierna, me llama la atención los periódicos doblados que hay en un extremo. Son el punto de unión entre el aquí y el allí, porque es probable que allí estén los mismos periódicos, agotados después de pasar por tantas manos.

En la calle seis policías charlan junto a un coche patrulla. Parecen despreocupados, como si se hubieran encontrado con una falsa alarma. Un gato, una anciana. Las mesas de la terraza están ocupadas por gente que, me fijo, mueve los cubiertos mientras habla. Es de las últimas noches con buen tiempo. Al fondo hay otro allí, la esquina en la que me despedía de mi padre cuando volvíamos del fútbol.

El camarero que nos atiende se acerca con dos pequeños vasos con una mezcla de helado, granizado de manzana y una gota de regaliz. Esto, hay que reconocerlo, no te lo servirían en “El quinto vino” : es la traducción de su famosa croqueta y la chicheta que clava este momento. Este aquí será, dentro de un tiempo, un allí, y será bueno tener este postre como indicación para orientarnos en aquella noche en la que es posible que “El quinto vino” estuviera cerrado por vacaciones.

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