De ciencias o de letras : El
utensilio, que compramos en Ikea, sobrevive a todas las campañas de limpieza
que hacemos en la cocina. Llega el momento en el que a los cajones, repletos de lo que los días van
dejando ahí, les toca pasar revisión. El criterio, basado en la utilidad y no
en la belleza (contrario al que se sigue al ir de compras por Ikea), acaba
mandando a la basura muchos artículos bonitos, monos, resultones, originales y
hasta bellos. La realidad queda más despejada y algo más triste. Pero los
cajones se abren y se cierran sin problemas y los armarios respiran, como un
enfermo al que le hubieran limpiado los pulmones.
El utensilio (por utilizar la
palabra de nuevo en vez de tirarla también a la basura y crear más residuos) este
de Ikea es bonito. Se trata de un pequeño aro de plástico que tiene, cruzadas,
varias láminas finas de metal, como los radios de una rueda. Esta rueda sirve
para trocear las manzanas con una exactitud, limpieza, rapidez y
profesionalidad que no deja de sorprenderme cada vez que la utilizo. Haciendo
presión sobre él, desde la parte de arriba de la manzana, convierte el centro
en un canuto perfecto y el resto de la fruta en las hojas carnosas de una flor
excesiva y atractiva.
El resultado me hace pensar en esa
serie de Fibonacci que se muestra en el corte de una concha de Nautilos. Aquí, a
un nivel más básico, también te encuentras con las matemáticas desplegadas en
el plato. Dentro de esa manzana está Newton, ofreciéndose. Quizás por eso,
Lucía, después de cenar, me pide que se la prepare así.
Daniel me dice que no, que él se la
quiere comer a mordiscos. Y lo que veo entonces es una historia, esa que
empieza con una serpiente, y un hombre, y una mujer.
No usamos mucho este utensilio
(tres veces ya está bien, directa a la basura) y siempre está a punto de ser
desterrado, pero cierto temor supersticioso nos lo impide. Cuesta desprenderse
de algo que es capaz de encontrar un orden interno en la más deforme de las
manzanas. Reconocido su poder, lo devolvemos con cuidado a su cajón, lo
cerramos en silencio y salimos de puntillas de la cocina.
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