martes, 8 de mayo de 2012

Un peaje inevitable




Un peaje inevitable : También ellos te educan. Lucía lleva varios días despidiéndose de mí cada vez más lejos de la puerta de la escalera del colegio. El beso siempre es rápido, porque este tema ya lo tiene trabajado : al principio sentía sus labios, después me rozaba, y hoy, todavía en la calle, sólo se acerca. La observo marcharse corriendo para entrar con alguna amiga. Conforme se aleja, la veo más y más alta.

Daniel me da la mano y me pregunta si me estoy mojando mucho. He dejado la cazadora en el coche, más preocupado por su piel que por la mía. Le digo que no y estiro la espalda para demostrarle que la lluvia no me importa. Echaré mucho de menos esa mano en la mía : Este será el peaje que se cobrará el tiempo para dejarnos pasar a la siguiente estación. Entramos en el colegio, recorremos la suave pendiente y, junto a la puerta por la que suben al primer piso, me da un beso y yo otro a él. Todavía se acerca a la ventana de arriba para saludarme con la mano.

Parece una estrategia con la que me preparen para el año que viene, en el que entrarán ya solos. Una me hace experimentar la herida y el otro la cauteriza. No sería algo extraño en dos hermanos que pasaron nueve meses juntos, escuchándose sus pequeños latidos con el de María de fondo marcando el ritmo como el tambor en las galeras de los tebeos.

Antes de que el día intente demostrarme que lo importante está en otra parte, me fijo en las gotas de agua sobre el capó del coche. Cientos de ellas lo cubren sin tocarse. Tampoco nadie hablará de esto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario