Un peaje
inevitable : También ellos te educan. Lucía lleva varios días despidiéndose de
mí cada vez más lejos de la puerta de la escalera del colegio. El beso siempre
es rápido, porque este tema ya lo tiene trabajado : al principio sentía sus
labios, después me rozaba, y hoy, todavía en la calle, sólo se acerca. La
observo marcharse corriendo para entrar con alguna amiga. Conforme se aleja, la
veo más y más alta.
Daniel me da la mano y me pregunta si
me estoy mojando mucho. He dejado la cazadora en el coche, más preocupado por
su piel que por la mía. Le digo que no y estiro la espalda para demostrarle que
la lluvia no me importa. Echaré mucho de menos esa mano en la mía : Este será
el peaje que se cobrará el tiempo para dejarnos pasar a la siguiente estación. Entramos
en el colegio, recorremos la suave pendiente y, junto a la puerta por la que
suben al primer piso, me da un beso y yo otro a él. Todavía se acerca a la
ventana de arriba para saludarme con la mano.
Parece una estrategia con la que me
preparen para el año que viene, en el que entrarán ya solos. Una me hace experimentar
la herida y el otro la cauteriza. No sería algo extraño en dos hermanos que
pasaron nueve meses juntos, escuchándose sus pequeños latidos con el de María
de fondo marcando el ritmo como el tambor en las galeras de los tebeos.
Antes de que el día intente demostrarme
que lo importante está en otra parte, me fijo en las gotas de agua sobre el
capó del coche. Cientos de ellas lo cubren sin tocarse. Tampoco nadie hablará
de esto.
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