jueves, 3 de mayo de 2012

El babero de la diosa



El babero de la diosa : En la televisión se celebra la liturgia de la Cibeles que, como madridista, me siento obligado a presenciar. Intento calentarme las manos frente a ese fuego, pero me quedo igual porque se trata de una de esas falsas pantallas que se colocan en las chimeneas de las casas rurales para que quede bonito. 

Bonito sí que es, todo de blanco, con la gente saltando y los periodistas esforzándose por transmitir una ilusión que, hagan lo que hagan, es ya en diferido. Ellos no se dan cuenta o les pagan por no darse cuenta, qué más da. Esta Liga se ha ido celebrando con cada gol, a golpe de muslo de Ronaldo, de pase de Ozil, de geometría de Xavi Alonso o de ese quiebro perfecto de Benzemá que llevaba el sello de Zidane. Este efecto acumulador no funciona porque el clímax, como madridista se produce cuando Ronaldo, avanzando con la determinación del que ya sabe lo que va a pasar, cruza el balón y bate a Valdés en el Nou Camp, empujando unas fichas que, a fecha de hoy, todavía siguen cayendo.

Esta es una fiesta programada, pensada para que la vean a distancia, en otros países y en otros soportes. Todo sigue un guión y un orden precisos que anulan aquello que tratan de invocar. Además los actores besan a la Cibeles y la cortejan como si fuera la hermana de la guapa. Están y no están. Casillas le anuda la bandera a la diosa con un gesto que pretende ser definitivo pero que me recuerda al de la madre que le pone el babero al niño para el plato que le va a traer y que, todos lo sabemos, no está listo : la décima copa de Europa. Por eso todo tiene ese aire de representación fallida que siente cualquiera que tenga este escudo como parte de su educación sentimental.

Me coloco al lado una figura de uno de los últimos menús del Mc Donald. Parece un conejo. Si le aprietas los pies, saca dos orejas y muestra una sonrisa eterna que entiendo perfectamente : hace unos días estaba en China y ahora anda aquí, en un sitio donde hay vacaciones y los domingos la gente no trabaja. El conejo es obediente y le pido que sonría por mí y que celebre, a su manera, lo que sucede en la televisión. Que es nuestro equipo, me digo, y hemos ganado la Liga.

Los periodistas, felices, se acercan con sus micrófonos a hablar con la gente con esa alegría desbordada con la que retransmiten la cabalgata de los Reyes Magos. 

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