lunes, 28 de mayo de 2012

La puerta defectuosa




La puerta defectuosa : Para tener una araña de plástico en la mesa sólo necesitas un poco de plastilina y un niño de siete años con un par de minutos libres. Basta con mezclar los tres elementos para encontrártela junto al ordenador. La toco con cuidado, pensando que quizás un mordisco suyo me convierta en la versión en plastilina de Spiderman.

-Se le cae una pata – me advierte Daniel, ajustándola con la poca fe del que cierra una puerta que no encaja.

Tengo que reconocer que no sé muy bien cuál debe ser mi reacción ante esa araña. No le puedo decir que está bien porque es evidente que no está satisfecho con el resultado. No le puedo decir que está mal porque cumple los requisitos básicos para ser considerada una araña. Aplico el silencio administrativo.

Abajo, los niños corren alrededor de la piscina como indios asediando la caravana del verano.

-Ya está – me dice Daniel dejando la araña con un cuidado excesivo que delata que no está.

Tengo poco tiempo para encontrar una solución al problema de esta araña. Daniel se queda a mi lado, como el botones que espera la propina después de enseñarte la habitación. Rebusco en una parte del cerebro, luego en otra, luego en otra. Me fijo en la araña como si ahí estuviera la respuesta.

El problema es que Daniel es muy bueno con la plastilina. Tiene tanta habilidad en los dedos que sería capaz de montar y desmontar un reloj de los de antes con los ojos cerrados. Si no fuera porque en su árbol genealógico no hay una estrella de mar, pensaría que, como ellas, tiene escondidos ojos al final de sus dedos. Por culpa de esa habilidad, los cajones, los bolsillos, los cartones de las botellas de leche (vacías), los zapatos, el lavabo, la hucha, las rendijas del sofá, la parte de encima de la nevera, los armarios y el lateral de la bañera están llenos de figuras suyas a las que conviene prestarles más atención.

A veces creo que deberíamos potenciar más esa habilidad y, cada vez que algo se rompa, pedirle que lo construya con plastilina. Llegaríamos así a vivir en una realidad adaptable, en la que, partiendo de un trozo rojo, podrías hacerte un filete para cenar, o unas cuantas fresas, o unos guantes, o unos calcetines, o un pomo para una puerta, o eso, eso también. Lo que se perdería en consistencia, se ganaría en flexibilidad.

Dejo de imaginarme tonterías : la puerta que no cierra bien está en mi cabeza y por los huecos se me escapa la concentración. Concentración e imaginación no pueden estar en la misma habitación. Me quedo con la imaginación.

-Está muy bien esta araña anciana.

Sé que la respuesta funciona. Varias señales lo indican : Abajo, los niños dejan de correr; Daniel se acerca a verla de cerca como si no fuera suya; la puerta de mi cabeza, de repente, encaja perfectamente.

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