El comprador
perfecto : El comprador perfecto es el que recorre la tienda, fijándose en
todo, y sale sin llevarse nada. Al terminar de trabajar se pasea por los
pasillos para ver todos los huecos de los lineales ocupados, la precisión de
los decimales de cada precio, la simetría metálica de los carros encajados, la
perfecta tira verde en las conservas de los tarros de cristal, la forma en la
que están montadas en sus paquetes las rodajas de salami, el color de los
huevos en sus envases de plástico, la tensión en esa fina capa transparente que
cubre todos los recipientes de carne picada.
El comprador perfecto tiene
bastante con eso aunque a veces no sea capaz de evitar el impulso de aproximar
la mano para coger algo y echarlo al cesto. Puede llevar cesto, pero con la
indolencia del que va a buscar setas más preocupado por el paseo en sí.
Se puede acercar, por ejemplo, a la
pescadería y quedarse viendo cómo están dispuestas las doradas, una sobre otras
como escamas. Desde fuera, es alguien más que espera la cola y que hace su
pedido, pero nadie sabe que al llegar a casa es probable que coloque la dorada
en un plato y se quede mirándola un buen rato, pensando que sigue siendo raro
que todo parezca tan normal. Detenerse y
fijarse es la mejor forma de regresar a algún punto.
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