miércoles, 9 de mayo de 2012

Splendente




Splendente : Es una tarde que avanza un despacio. He mandado un mail y espero la respuesta para seguir con un cuadro de Excel. En lo que llega, me fijo en los nombres de los cafés y me asomo a ver unas pequeñas arañas rojas que corretean por los bordes de las ventanas, como esperando que una de ellas se decida a entrar en la oficina para seguirla. Ese líder, por lo que veo, no aparece.

Los tipos de cafés que tenemos en la oficina : Satinato, Suntuoso, Forza, Splendente, Delizioso y Fortissimo. ¿Compraríamos menos café si los nombres estuvieran en alemán? El italiano le sienta bien al café, a los clubs de fútbol, a las mujeres. La verdad es que soy incapaz de distinguir un sabor de otro, pero con esta técnica tan sencilla se aseguran que el stock lo tengas en tu casa, no en la tienda.

Decido prepararme un café. Un Splendente. ¿Por qué? Me quedo pensando un momento y, de repente, descubro una conexión evidente : una de las frases del himno del colegio decía : “esplendente sol que brilla en tu ínclito historial”. Ha tenido que ser en un momento como este, en el que no pensaba en nada, en el que la razón aparezca sin ningún esfuerzo. No tengo recuerdos especialmente buenos de un colegio en el que a los de letras se nos dedicaba la mirada del entrenador al grupo de lesionados. Nunca se nos decía nada ofensivo, pero la sensación de pertenecer al grupo de los que no podían sacar el partido adelante siempre estaba ahí : al fin y al cabo, el máximo responsable siempre salía de las clases de ciencias.

Así que un Splendente para recordar todo eso pero para descubrir que algo bueno hubo porque podría haber elegido cualquier otro café. Todos saben igual y creo que los elegimos por cómo resuena cada nombre según nuestro estado de ánimo porque cuando los compramos nadie pide uno en especial. Algo hubo, claro, porque esa impresión de que el banquillo iba a ser el lugar desde el que ibas a ver toda tu vida hizo que, como contrapartida, nos tomáramos lo que hacíamos de una forma más personal. Ya que leíamos, leeríamos bien. Ya que escribíamos, escribiríamos bien.

Me llevo el recipiente de la cafetera al baño para llenarlo de agua. La mujer de la limpieza acaba de pasar y ha dejado la ventana abierta. Me asomo. Pienso que habré cantado ese himno cientos de veces sin saber qué quiere decir ínclito. Levanto la vista y veo, entre las tuberías, un trozo de cielo. No sé por qué, tengo la impresión de que el resto de la tarde va a pasar más deprisa. 

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