Splendente : Es una tarde que
avanza un despacio. He mandado un mail y espero la respuesta para seguir
con un cuadro de Excel. En lo que llega, me fijo en los nombres de los cafés y
me asomo a ver unas pequeñas arañas rojas que corretean por los bordes de las
ventanas, como esperando que una de ellas se decida a entrar en la oficina para
seguirla. Ese líder, por lo que veo, no aparece.
Los tipos de
cafés que tenemos en la oficina : Satinato, Suntuoso, Forza, Splendente,
Delizioso y Fortissimo. ¿Compraríamos menos café si los nombres estuvieran en
alemán? El italiano le sienta bien al café, a los clubs de fútbol, a las
mujeres. La verdad es que soy incapaz de distinguir un sabor de otro, pero con
esta técnica tan sencilla se aseguran que el stock lo tengas en tu casa, no en
la tienda.
Decido
prepararme un café. Un Splendente. ¿Por qué? Me quedo pensando un momento y, de
repente, descubro una conexión evidente : una de las frases del himno del
colegio decía : “esplendente sol que brilla en tu ínclito historial”. Ha tenido
que ser en un momento como este, en el que no pensaba en nada, en el que la
razón aparezca sin ningún esfuerzo. No tengo recuerdos especialmente buenos de
un colegio en el que a los de letras se nos dedicaba la mirada del entrenador
al grupo de lesionados. Nunca se nos decía nada ofensivo, pero la sensación de
pertenecer al grupo de los que no podían sacar el partido adelante siempre
estaba ahí : al fin y al cabo, el máximo responsable siempre salía de las
clases de ciencias.
Así
que un Splendente para recordar todo eso pero para descubrir que algo bueno
hubo porque podría haber elegido cualquier otro café. Todos saben igual y creo
que los elegimos por cómo resuena cada nombre según nuestro estado de ánimo
porque cuando los compramos nadie pide uno en especial. Algo hubo, claro,
porque esa impresión de que el banquillo iba a ser el lugar desde el que ibas a ver
toda tu vida hizo que, como contrapartida, nos tomáramos lo que hacíamos de una
forma más personal. Ya que leíamos, leeríamos bien. Ya que escribíamos,
escribiríamos bien.
Me
llevo el recipiente de la cafetera al baño para llenarlo de agua. La mujer de
la limpieza acaba de pasar y ha dejado la ventana abierta. Me asomo. Pienso que
habré cantado ese himno cientos de veces sin saber qué quiere decir ínclito. Levanto
la vista y veo, entre las tuberías, un trozo de cielo. No sé por qué, tengo la
impresión de que el resto de la tarde va a pasar más deprisa.
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