Proceso de
descompresión : Burgos no es una ciudad para recorrer a ritmo de Madrid, donde
el horizonte se aleja a cada paso provocando esa ansiedad que es marca de la
casa. Cuando descubro que he pasado tres veces por el mismo sitio me doy cuenta
de que debo hacer la adaptación del tren que cambia de vía. Decido plantarme:
al lado tengo una vinoteca, "In vino veritas", así que por qué no. Ahora toca beberse la cultura.
El local se encuentra en un momento
equidistante entre la comida y la cena, bendito momento de silencio, de
camareras que hablan entre sí, de barra vacía, de sol detenido en las copas, de
suelo limpio. Le pido a una camarera un Ribera fuerte. Se vuelve hacia una
pequeña cámara con seis botellas. Las repasa de izquierda a derecha, se gira
hacia mí y me estudia, como si estuviera eligiéndome una corbata, para regresar
a las botellas y decidirse por la que está a la derecha. Un Yotuel. Lo pruebo y
asiento.
Me llevo la copa a una mesa alta
que hay junto a la ventana. Ya he desfilado por Burgos un par de horas, así que
dejo que sea Burgos la que pase delante de mí. Saco el ejemplar de “Dibujos
animados” que he comprado en una librería atendida por una anciana de gafas con
cordel que me devuelve el cambio contando cada moneda que deja caer en mi mano.
Mi posición en el mundo es ésta : al norte, una calle de Burgos, detrás, la
charla de las camareras, a la derecha, una copa de vino, y, a la izquierda,
Félix Romeo escribiendo cosas como ésta:
“Una braga es lo más diferente a la
muerte que conozco”
Trato de leer deprisa y beber
despacio porque sólo tengo media hora. He quedado donde el Cid, “imposible
perderte”, para ir a ver “La máscara roja”, de la compañía Bambalúa, cenar y
terminar descubriendo cómo este año la noche blanca se va transformando en la
que pronto será la noche sin blanca : los 400.000 euros de presupuesto del año
pasado se quedan éste en 100.000. Y se nota. La noticia no es mala porque se
acercan buenos tiempos para el teatro de verdad, el que logra dar vida a los
objetos, como el cocinero preparado para sacar el máximo partido de lo que
guardas en la nevera. Caerán los grandes y sobrevivirán compañías como Bambalúa,
capaz de hacer tanto con tan poco, de sacar vida de lo inanimado, incluida tu
cabeza. De gente así serán pronto las plazas y las fiestas. Cuestión de tiempo.
“Una braga es lo más diferente a la
muerte que conozco. Íbamos detrás de las niñas. Y olíamos sus bragas. Olían
como sólo huelen una braga. Las bragas blancas son las bragas que menos se
parecen a la muerte”
Cuando me distraigo me descubro
leyendo despacio (el libro es muy bueno) y bebiendo deprisa (el vino también lo
es). Este pequeño caos interior contrasta con el orden con el que los
burgaleses caminan, como si ellos ya hubieran visto ese horizonte y tampoco fuera
gran cosa. Es el ritmo del que vuelve a casa con todas las gestiones
solucionadas. Verles es terapéutico y para evitar que puedan interpretar mi
mirada como un gesto de mala educación, debería escribir “De Madrid” en una
hoja pegada al cristal. Apuro el párrafo, la copa y el último minuto como
espectador.
Ya en la calle, miro mis pies.
Bueno, qué, ¿adaptados?. Tiempo han tenido. Comienzo a caminar muy despacio.
Trato de imaginarme que llevo a un niño de tres años de la mano. No voy a decir
que resulte fácil andar así, como si aquí no fuera a atardecer nunca, pero me
voy acostumbrando. Mi sombra, todavía con mentalidad de Madrid, me adelanta.
“Imposible perderte”. No me conocen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario